América (59 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

La Agencia continuó soliviantando los ánimos de los exiliados. Los comandos siguieron atacando esporádicamente la costa cubana en lanchas rápidas, pero tales acciones eran niñerías, pedos en medio de un huracán.

Jack habló de que era «muy posible» una segunda invasión, pero se negó a dar una fecha o a comprometerse más allá de una retórica nebulosa.

Jack era un gallina. Jack era un blando, un murrio, un afeminado.

Blessington seguía ocupado al máximo de su capacidad. El negocio de la heroína en Miami se mantenía floreciente. Fulo compró a los testigos del tiroteo de Boyd; cuarenta personas consiguieron una abultada propina.

Néstor le había salvado la vida a Boyd.

Néstor no conocía el miedo. Néstor se infiltraba en La Habana una vez por semana por si surgía la oportunidad de tropezarse con el Barbas.

Wilfredo Delsol llevaba la compañía de taxis. El chico se portaba bien.. Sus veleidades procastristas no habían sido más que una rumba fugaz.

De vez en cuando, Jimmy Hoffa se dejaba caer por la Tiger Kab. Jimmy era el Abominador Número Uno de los Kennedy. Tenía buenas razones para ello, maldita fuera.

Bobby K. tenía a Jimmy bailando al son que le tocaba: el del viejo blues del Gran Jurado, aquel permanente fastidio. Jimmy sentía hacia él un rencor que se manifestaba en su nostalgia de la extorsión a Darleen Shoftel.

–Podríamos hacerlo otra vez -decía Jimmy-. Cazando a Jack, podría neutralizar a Bobby. Hay que suponer que a Jack siguen gustándole las mujeres.

Jimmy insistía en el tema. Jimmy expresaba abiertamente el odio que sentía toda la Organización.

–Lamento el día que compré Illinois para Jack -decía Sam G.

–Jack le caía bien a Kemper Boyd, de modo que dimos por supuesto que sería un tipo
kosher
.

Ahora, Boyd era un agente triple. O cuádruple. Y un insomne por propia decisión. Según él, reajustar sus mentiras le tenía toda la noche despierto.

Boyd era el enlace con el Grupo de Estudios sobre Cuba y estaba en excedencia en lo relacionado con el grupo de elite, en un plan destinado a simplificar su existencia.

Boyd proveía a Bobby de datos distorsionados favorables a la CIA. Y proporcionaba a la CIA los secretos del Grupo de Estudio.

Boyd presionaba a Bobby y a Jack. Boyd los apremiaba a asesinar a Castro y a facilitar una segunda invasión.

Los hermanos se negaban a la propuesta. Boyd decía que Bobby era más favorable a la Causa que Jack, pero sólo en cierto grado bastante ambiguo.

Nada de segundas invasiones, decidió Jack. El Presidente también se negó a aprobar ningún plan para asesinar al Barbas.

El Grupo de Estudio preparó una alternativa llamada Operación Mangosta.

El plan era simple palabrería altisonante, medidas a largo plazo. Recuperemos Cuba en algún momento de este siglo. Aquí están cincuenta millones de dólares al año. ¡Ahí tienes, CIA! ¡Pon la mano!

La Operación Mangosta dio como resultado JM/Wave. Éste era el rebuscado nombre en código de seis edificios del campus de la Universidad de Miami.

JM/Wave contaba con llamativas salas de diagramas y lo último en talleres de estudio de actividades encubiertas.

JM/Wave era una escuela de mercenarios.

Pon la mano, CIA. Controla a tus grupos de exiliados, pero no actúes con atrevimiento; eso podría fastidiar las encuestas de popularidad de Jack Mata de Pelo.

Boyd seguía adorando a Jack. Estaba demasiado embelesado para verlo con claridad. Boyd decía que le encantaba su trabajo sobre los derechos humanos porque en aquello no había subterfugios.

Boyd padecía insomnio. Es una suerte, Kemper; es preferible eso a mis pesadillas claustrofóbicas.

72

(Washington, D.C., 6/61-11/61)

Le encantaba su oficina.

Carlos Marcello se la había comprado.

Era una suite espaciosa de tres piezas, situada muy cerca de la Casa Blanca.

La había amueblado un profesional. Las paredes de roble y cuero verde eran casi idénticas a las del estudio de Jules Schiffrin.

No tenía recepcionista ni secretaria. Carlos no era amante de compartir secretos.

Carlos le demostró plena confianza. El antiguo Fantasma de Chicago era ahora un abogado de la mafia.

La simetría parecía real. Había unido su estrella con un hombre que compartía sus odios. Kemper había facilitado la unión. Sabía que fraguaría.

John F. Kennedy otorgó plena confianza a Kemper. Los dos eran hombres encantadores y superficiales que no maduraban. Kennedy impulsaba a un grupo de sicarios a invadir un país extranjero y lo traicionaba cuando veía el cariz que tomaban las cosas. Kemper protegía a unos negros y vendía heroína a otros.

Carlos Marcello empleaba la misma táctica amañada. Carlos utilizaba a la gente y se aseguraba de que conocía las reglas. Carlos sabía que pagaría aquella vida suya con la condenación eterna.

Ward y Carlos caminaron juntos cientos de kilómetros. Oyeron misa en pueblos de la selva y contribuyeron a estrafalarias colectas en las iglesias.

Viajaron solos. No iban con ellos guardaespaldas ni ayudantes. Comieron sólo en cantinas. Tomaron almuerzos completos en los pueblos.

Littell redactó argumentaciones para la apelación en los manteles y los leyó por teléfono a los abogados de Nueva York.

Chuck Rogers los llevó a México en la Piper. Carlos declaró: «Confío en ti, Ward. Si dices que me entregue, lo haré.»

E hizo honor a su palabra. Tres jueces revisaron el caso y dejaron a Marcello en libertad bajo palabra. El trabajo legal de Littell fue considerado audaz y brillante.

Carlos, agradecido, lo puso en contacto con James Riddle Hoffa. Jimmy estaba predispuesto a tratarlo bien, pues Carlos le había devuelto los libros del fondo y le había expuesto las circunstancias en que se había producido la devolución.

Hoffa se convirtió en su segundo cliente. Como único enemigo, le quedaba Robert Kennedy.

Redactó alegaciones contra los litigantes formales de Hoffa. Los resultados confirmaron su pericia como abogado.

Julio de 1961: Se rechaza un segundo procesamiento por el asunto Sun Valley.

Los escritos de Littell demuestran que la designación del gran jurado fue irregular.

Agosto de 1961: Un gran jurado de Florida Meridional es desbaratado cuando acababa de formarse. Una reclamación de Littell demuestra que una prueba se obtuvo mediante engaño.

Littell había completado el círculo.

Dejó de beber. Alquiló un bonito apartamento en Georgetown y, por fin, descifró el código de los libros del fondo.

Números y letras se convirtieron en palabras. Las palabras se transformaron en nombres que debería investigar en archivos policiales, directorios urbanos y todo tipo de documentación financiera de dominio público.

Siguió la pista de los nombres durante cuatro meses. Investigó nombres de celebridades, de políticos, de delincuentes y de gente anónima.

Repasó necrológicas y registros de antecedentes penales. Comprobó por cuadruplicado nombres, fechas y cifras y cruzó todos los datos destacados.

Investigó nombres relacionados con números, relacionados a su vez con informes públicos de tenedores de acciones.

Valoró nombres y números para su propia cartera de inversiones… y acabó por reunir una impresionante historia secreta de connivencias financieras.

Entre quienes habían recibido préstamos del fondo de pensiones del sindicato de Transportistas de los Estados del Medio Oeste se contaban: veinticuatro senadores de Estados Unidos, nueve gobernadores, ciento catorce congresistas, Allen Dulles, Rafael Trujillo, Fulgencio Batista, Anastasio Somoza, Juan Perón, investigadores que habían recibido el premio Nobel, estrellas de la pantalla adictas a las drogas, prestamistas, mafiosos sindicales, propietarios de fábricas revientahuelgas, personas destacadas de la alta sociedad de Palm Beach, empresarios estafadores, chiflados derechistas franceses con grandes propiedades en Argelia y sesenta y siete víctimas de homicidios sin resolver, probables deudores del fondo de pensiones.

El principal prestatario del fondo, el principal proveedor de capitales, era un tal Joseph P. Kennedy, Senior.

Jules Schiffrin había caído muerto en el acto. Debía de haber percibido alguna posibilidad inexplorada en el fondo de pensiones; alguna maquinación que superaba la comprensión de los mafiosos normales y corrientes.

Él podía completar el conocimiento de Schiffrin. Podía concentrar toda su fuerza de voluntad en aquel único asunto.

Cinco meses sin probar una gota le habían enseñado algo: era capaz de cualquier cosa.

PARTE IV

HEROÍNA
Diciembre de 1961 – septiembre de 1963

73

(Miami, 20/12/61)

Los tipos de la Agencia llamaban al lugar «la universidad del bronceado». Chicas con pantalones cortos y el ombligo al aire, a sólo cinco días de Navidad. Increíble.

Pete el Grandullón busca una mujer. Preferiblemente, con experiencia en extorsiones, aunque no es imprescin…

–¿Me estás escuchando?-dijo Boyd.

–Te escucho y observo -asintió Pete-. Es una visita interesante, pero me impresionan más esas chicas que el complejo JM/Wave.

Atajaron entre edificios. La estación de operaciones estaba contigua al gimnasio femenino.

–Pete, ¿estás…?

Bondurant no le dejó terminar.

–Decías que Fulo y Néstor podrían llevar el negocio por sí solos. Decías que Lockhart había renunciado a la condición de contratado para fundar su propia agrupación del Klan en Misisipí y convertirse en confidente de los federales. Chuck ocupa su puesto en Blessington y mi nuevo trabajo consiste en hacer llegar armas a Guy Banister, en Nueva Orleans. Lockhart tiene algunos contactos que puedo sondear, y Guy está tanteando a un tipo llamado Joe Milteer, que está relacionado con miembros de grupos extremistas como la Sociedad John Birch y los Minutemen. Esos tipos tienen mucho dinero para armas y Milteer dejará una parte en la central de taxis.

Llegaron a un paseo umbrío y tomaron asiento en un banco a resguardo del sol. Pete estiró las piernas y contempló el gimnasio. – Para ser un oyente aburrido, tienes buena retentiva. – JM/Wave y el plan Mangosta son un tostón -dijo Pete tras un bostezo-. El hostigamiento costero, el tráfico de armas y el control de grupos de exiliados son una sosería.

Boyd se sentó a horcajadas en el banco. Dos bancos más allá, unas universitarias confraternizaban con unos cubanos excitados. – Dime, pues, cuál sería tu plan de acción ideal.

–Tenemos que liquidar a Fidel -respondió Pete y encendió un cigarrillo-. Yo estoy a favor de hacerlo, tú también lo estás y los únicos que no apoyan esa solución son tus amigos, Jack y Bobby.

–Empiezo a pensar que deberíamos hacerlo a pesar de todo -dijo Boyd con una sonrisa-. Si podemos encontrar un primo que se lleve las tortas, es probable que no haya modo de relacionarnos, a nosotros o a la Agencia, con el golpe.

–Jack y Bobby imaginarían, simplemente, que habían tenido suerte.

Boyd asintió.

–Yo comentaría el tema con Santo.

–Ya lo he hecho.

–¿Y le ha gustado la idea?

–Sí. Y él la ha comentado con Johnny Rosselli y con Sam G. y los dos han dicho que querían participar.

Boyd se frotó la clavícula.

–¿Y sólo con eso has conseguido su colaboración?-preguntó.

–No, exactamente. A todos les gusta la idea, pero me parece que necesitarán algo más convincente.

–Quizá deberíamos contratar a Ward Littell para que argumente nuestra propuesta. Desde luego, Ward es el tipo más convincente del momento.

–¿Cómo dices eso?¿Acaso aprecias cómo se ha burlado de Carlos y de Jimmy?

–¿Tú no?

Pete exhaló unos aros de humo.

–Aprecio una buena reaparición como el que más -dijo-, pero lo de Littell me parece demasiado. Y tú sonríes porque, por fin, tu hermanito tierno ha empezado, por fin, a actuar con cierta competencia.

Unas universitarias pasaron cerca de ellos. Pete el Grandullón busca una…

–Ahora está de nuestra parte, ¿recuerdas?-apuntó Boyd.

–Sí. Y recuerdo que tu amigo Jack también lo estaba.

–Todavía lo está. Y sigue prestando oído, sobre todo a los consejos de Bobby. Y el Hermano Pequeño es más favorable a la Causa cada día que pasa.

Pete continuó formando bonitos aros de humo concéntricos.

–Es una noticia estupenda. Eso quizá signifique que no empezaremos a tocar nuestro porcentaje de los casinos hasta que el jodido Bobby en persona sea elegido presidente.

Boyd parecía distraído. Podía ser un efecto secundario del tiroteo; a veces, los traumas le sobrevenían a uno tiempo después de la experiencia.

–Kemper, ¿oyes lo que te…?

–Estás expresando un sentimiento general contra los Kennedy -le interrumpió Boyd-. Estabas a punto de despacharte contra el Presidente, aunque éste sigue siendo nuestra mejor baza para conseguir el dinero del casino, aunque la causa principal del desastre de Bahía de Cochinos fue la falta de preparación general de la CIA, y no la cobardía de Kennedy.

Pete dio una palmada sobre el banco y subió el tono de voz.

–Debería haber sabido que no debía meterme con tus chicos.

–Es «el chico». En singular.

–Está bien, joder, lo siento. Aunque sigo sin ver qué tiene de emocionante dar tanto jabón al Presidente de Estados Unidos.

–Pues, por ejemplo, las misiones que le encomienda a uno -dijo Boyd con una sonrisa.

–¿Como eso de proteger negros en Meridian, Misisipí?

–Ahora tengo sangre negra. La transfusión que me pusieron en el Saint Augustine's era de un tipo de color.

–¡Lo que tienes es complejo de gran bwana blanco! – replicó Pete con una carcajada-. Tienes a tus morenos y a tus hispanos y se te ha metido en la cabeza esa loca idea de que eres su aristócrata sureño salvador.

–¿Has terminado?-preguntó Boyd.

–Sí, he terminado. – Pete apartó la mirada de una morena alta.

–¿Te apetece comentar racionalmente un plan para liquidar a Fidel?

Pete apagó el cigarrillo contra un árbol.

–Mi único comentario racional es éste: encarguémoslo a Néstor.

–Sí, pensaba en Néstor y dos tiradores de apoyo disponibles.

–¿Dónde los buscamos?

–Miremos por ahí. Tú recluta dos equipos de dos hombres; yo reclutaré uno. Que Néstor vaya con los finalistas, sean los que sean.

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