–Qué sorpresa -le dijo ella-. Ward me dijo que tú estabas en Miami.
–Se me ha ocurrido venir a ver cómo van las cosas.
–¿Quieres decir que se te ha ocurrido venir a controlarme? Pete rechazó la insinuación con un gesto de la cabeza.
–Todo el mundo te considera de fiar -declaró-. Freddy Turentine y yo hemos venido para controlar a Lenny.
–Lenny está en Nueva York -dijo Barb-. Ha ido a visitar a una amiga.
–¿Una tal Laura Hughes?
–Eso creo. Una mujer rica que tiene una casa en la Quinta Avenida.
Pete se puso a jugar con el encendedor.
–Laura Hughes -le dijo por fin- es medio hermana de Jack Kennedy. Durante una temporada estuvo saliendo con Kemper Boyd, ese hombre del que te habló Jack. Boyd fue mentor de Ward Littell en el FBI. Gail Hendee, mi ex novia, se acostó con Jack en plena luna de miel de éste. Y Lenny le dio lecciones de dicción a Jack en 1946.
Barb cogió un cigarrillo del paquete de Pete.
–¿Me estás diciendo que esto es demasiado íntimo como para hablar de ello?
–Ya no sé lo que digo -respondió Pete.
Le dio fuego. Barb se echó atrás los cabellos.
–¿Gail Hendee hizo trabajos como éste para ti?
–Sí.
–¿Asuntos de divorcios?
–Exacto.
–¿Lo hacía tan bien como yo?
–No.
–¿Te ponía celoso que se acostara con Jack Kennedy?
–No, hasta que Jack me jodió personalmente.
–¿A qué te refieres?
–A que yo tenía un interés personal en juego en lo de Bahía de Cochinos.
Barb sonrió. La luz de la barra arrancó destellos de su melena rojiza.
–¿Estás celoso de mí y de Jack?
–Lo estaría si no hubiera escuchado las cintas.
–¿A qué te refieres?
–A que no le das nada de verdad.
Barb se echó a reír.
–Ese hombre del Servicio Secreto es muy agradable -comentó luego-. Siempre me lleva en su coche al lugar donde me alojo. La última vez nos paramos a tomar una pizza.
–¿Me estás diciendo que eso sí va en serio?
–Sólo si lo comparas con mi hora con Jack.
La máquina de discos empezó a sonar a todo volumen. Pete alargó la mano hasta el cable y lo desconectó
–Tú metiste a Lenny en este asunto mediante chantaje -apuntó Barb.
–Lenny está acostumbrado a que lo chantajeen.
–Te noto nervioso. Estás dando golpecitos con la rodilla contra la mesa y ni siquiera te das cuenta de que lo haces.
Pete detuvo el movimiento. Para compensar, el pie empezó a crispársele espasmódicamente.
–¿Te asusta nuestro asunto?-preguntó Barb.
Pete juntó las rodillas con fuerza.
–Se trata de otra cosa -murmuró.
–A veces pienso que, cuando todo esto haya terminado, me matarás.
–No matamos mujeres.
–Tú mataste a una en cierta ocasión. Lenny me lo contó. Pete frunció el entrecejo.
–Y tú convenciste a Joey para que buscara quien liquidara a los tipos que violaron a tu hermana.
Barb no pestañeó. No se movió. No mostró un maldito gramo de miedo.
–Debería haber sabido que serías tú quien se interesaría.
–¿Qué estás diciendo?
–Que quería comprobar si Jack se interesaba por el asunto hasta el punto de investigarlo como has hecho tú.
Pete se encogió de hombros.
–Jack es un hombre muy ocupado.
–Tú, también.
–¿Te fastidia que Johnny Coates aún siga vivo?
–Sólo cuando pienso en Margaret. Sólo cuando pienso que nunca volverá a dejar que un hombre la toque.
Pete notó que el suelo cedía.
–Dime qué quieres -dijo Barb.
–Te quiero a ti -fue su respuesta.
Alquilaron una habitación en el Hollywood-Roosevelt. La marquesina del Teatro Chino Grauman's parpadeaba en el cristal de la ventana.
Pete se quitó los pantalones. Barb se despojó de su vestido de bailar el twist. Algunos falsos brillantes cayeron al suelo y Pete se cortó los pies con ellos.
De un puntapié, Barb coló la cartuchera y el arma de Pete bajo la cama. Pete abrió las sábanas. El perfume rancio adherido a ellas le hizo estornudar.
Barb levantó los brazos y abrió el pasador del collar. Él vio la sombra, empolvada de blanco, del vello de las axilas, que llevaba depiladas. Al momento, la agarró por las muñecas y le inmovilizó los brazos contra la pared, por encima de la cabeza. Ella vio lo que quería y le dejó probar.
El sabor era picante. Barb flexionó los brazos para que él pudiera apurarlo todo. Pete le tocó los pezones y aspiró el aroma del sudor que le caía de los hombros. Ella alzó los pechos hacia él. Las venas hinchadas y las grandes pecas no se parecían a nada de cuanto Pete había visto; besó aquellos pechos y los mordió y empujó a Barb contra la pared con su boca.
A Barb se le aceleró la respiración. Dio unos pasos hasta la cama y se tendió de través. Él le separó las piernas y se arrodilló en el suelo entre ellas. Le acarició el estómago y los brazos y los pies. Allí donde tocaba, notaba una palpitación. Barb tenía por todas partes grandes venas que latían entre su vello pelirrojo y sus pecas.
Pete pegó el vientre al colchón. El movimiento lo excitó tanto que le dolió. Saboreó aquel vello y tanteó con la lengua los pliegues que había debajo y, a base de pequeños mordiscos y de frotar con la nariz, hizo que a ella se le desbocara el corazón. Barb se agitó y se frotó enérgicamente contra su boca mientras emitía gemidos de delirio.
Pete se corrió sin que ella llegara a tocarlo. Se estremeció y sollozó y continuó lamiéndola.
Y ella tuvo un espasmo. Hincó los dientes en la sábana, se relajó un instante y se contrajo de nuevo, se relajó y tuvo otro espasmo, y otro más. Con la espalda arqueada, empujaba el colchón contra las barras del somier.
Pete deseó que aquello no terminara nunca. No quería dejar de disfrutar aquel sabor a ella.
(Meridian, 12/5/62)
El aparato de aire acondicionado tuvo un fallo eléctrico y dejó de funcionar. Kemper despertó sudoroso y congestionado.
Engulló cuatro dexedrinas y, de inmediato, empezó a elaborar mentiras.
No te hablado de los vínculos porque… yo mismo no los conocía, porque no quería que Jack resultara afectado, porque los he descubierto hace muy poco y me ha parecido mejor dejar que los perros siguieran dormidos.
¿La mafia y la CIA? Cuando me he enterado, me he quedado de piedra.
Las mentiras resultaban endebles. Bobby investigaría y encontraría sus vínculos a partir del año 59. Bobby había llamado la noche anterior.
–Veámonos en Miami mañana. Quiero que me enseñes JM/Wave. Pete llamó desde Los Ángeles unos minutos después. Kemper oyó de fondo a una mujer que tarareaba un twist.
Pete dijo que acababa de hablar con Santo. Santo le encargaba cazar a los que habían dado el golpe de la droga.
–«Encuéntralos», me ha dicho. «No los mates bajo ningún concepto», me ha dicho. No parecía muy preocupado de que pudiera descubrir que el asunto estaba financiado por Castro.
Kemper le aconsejó que organizara otra charada forense. Pete dijo que volaría a Nueva Orleans y se pondría manos a la obra. Podía llamarlo al hotel Oliver House o al despacho de Guy Banister.
Kemper preparó un
speedball
y lo esnifó. La cocaína le disparó la dexedrina directamente a la cabeza.
Oyó un conteo cadencioso en el exterior. Laurent obligaba a los cubanos a practicar gimnasia cada mañana. Flash y Juan le llegaban a la altura del pecho. Néstor habría cabido en su mochila.
El día anterior, Néstor le había dado una paliza a un paleto de la zona. Y lo único que había hecho el tipo era rozarle el parachoques. Néstor sufría de histeria tras el golpe.
Néstor huyó. El paleto sobrevivió. Flash dijo que Néstor había robado una lancha rápida y se había dirigido a Cuba.
Había dejado una nota que decía: «Guardad mi parte del botín. Volveré cuando Castro esté muerto.»
Kemper se duchó y se afeitó. El desayuno químico que acababa de tomar hizo que la navaja le temblara en la mano.
No se le ocurrían más mentiras.
Bobby llevaba gafas oscuras y sombrero. Kemper lo había convencido para que inspeccionara JM/Wave de incógnito.
El fiscal general con gafas de sol y un sombrero de fieltro de ala ancha. El fiscal general como un triste expulsado de la Organización.
Recorrieron las instalaciones. La indumentaria de Bobby inspiró algunas miradas de extrañeza. Unos agentes de seguridad se acercaron y les dieron la bienvenida.
No se le ocurrían más mentiras.
Visitaron la instalación con tranquilidad. Bobby mantuvo su famosa voz en un susurro. Unos cuantos cubanos lo reconocieron y le siguieron el juego para mantener su anonimato.
Kemper le presentó la Sección de Propaganda. Uno de sus miembros expuso unos datos estadísticos. A nadie le se ocurrió decir que Jack Kennedy era una hermanilla llorona y vacilante.
Nadie pronunció nombres de mafiosos. Nadie efectuó la menor insinuación de conocer a Kemper Boyd antes de la invasión de Bahía de Cochinos. A Bobby le gustaron los planes de reconocimiento aéreo. La sala de comunicaciones lo impresionó.
No se le ocurrían más mentiras. Los detalles se negaban a encajar con un mínimo grado de verosimilitud.
Recorrieron la sección de Mapas. Chuck Rogers salió a su encuentro con ánimo cordial. Kemper alejó de él a Bobby.
Bobby utilizó el retrete de caballeros y salió de él refunfuñando. Alguien había garabateado comentarios contra los Kennedy encima de los urinarios.
Se acercaron a la cafetería de la Universidad de Miami. Bobby los invitó a café y bollos. Los estudiantes pasaron ante su mesa con las bandejas. Kemper se dominó para no mostrar su impaciencia. En esos momentos la dexedrina le surtió un efecto especialmente fuerte.
Bobby carraspeó y lo miró.
–Dime qué estabas pensando.
–¿Qué?
–Dime que el hostigamiento costero y la recogida de información no bastan. Repíteme por enésima vez que necesitamos asesinar a Fidel Castro. Vamos, suéltalo ya.
Kemper le dedicó una sonrisa.
–Tenemos que asesinar a Fidel Castro. Y yo tomaré buena nota de tu respuesta para que no tengas que repetírmela más.
–Ya conoces mi respuesta -dijo Bobby-. Detesto la redundancia y aborrezco este sombrero. ¿Cómo lo hace Sinatra?
–Frankie es italiano.
Bobby señaló a unas alumnas con pantalones cortos muy cortos.
–¿No existe un código de indumentaria aquí?
–Es un código lo más reducido posible.
–Debo contárselo a Jack. Podría hacer una alocución ante el alumnado.
–Me alegro de observar que te has hecho más liberal.
–Más juicioso, tal vez.
–¿Y más específico en tus censuras?
–Tocado.
–¿Con quién se ve nuestro hombre?-preguntó Kemper antes de tomar un sorbo de café.
–Con algún ligue esporádico. Y con una cantante y bailarina de twist que le presentó Lenny Sands.
–¿Y que no es un ligue esporádico?
–Digamos que la chica está más que dotada mentalmente para dedicarse en exclusiva a un tonto baile de moda.
–¿La conoces?
–Sí -dijo Bobby-. Lenny la llevó a la casa de Peter Lawford en Los Ángeles. Me produjo la impresión de que sus pensamientos van varios pasos por delante de los de la mayoría, y Jack siempre me llama desde el Carlyle para decirme lo lista que es. Un comentario bastante inusual en Jack cuando se refiere a una mujer.
Lenny, el twist, Los Ángeles: una pequeña tríada desconcertante.
–¿Cómo se llama?
–Barb Jahelka. Jack estaba al teléfono con ella esta mañana. Decía que la había llamado a las cinco de la madrugada, hora de Los Ángeles, y que la chica había conseguido, a pesar de todo, mostrarse divertida y despierta.
La noche anterior, Pete había llamado desde Los Ángeles. Y, en el fondo, se oía una voz femenina que tarareaba
Let's twist again
.
–¿Qué es lo que te desagrada de esa mujer?
–Probablemente, es sólo el hecho de que no se comporte como la mayoría de los ligues de Jack.
Pete era un extorsionador. Lenny era un reptil del mundo del espectáculo angelino.
–¿Crees que es peligrosa en algún sentido?
–No exactamente. Sólo sospecho porque soy el fiscal general de Estados Unidos, y mi cargo entraña la misión de sospechar permanentemente. ¿Por qué te interesa tanto? Hemos concedido a esa mujer dos minutos más de los que merece.
Kemper estrujó el vaso del café.
–Sólo estaba desviando la conversación de Fidel.
–Estupendo -asintió Bobby con una carcajada-. Y la respuesta es no. Tú y tus amigos exiliados no podéis asesinarlo.
Kemper se puso en pie.
–¿Quieres ver algo más?
–No. Viene a recogerme un coche. ¿Quieres que te lleve al aeropuerto?
–No. Tengo que hacer unas llamadas.
Bobby se quitó las gafas de sol. Una estudiante lo reconoció y soltó un chillido.
Kemper se encerró en un despacho vacío del JM/Wave. La centralita le pasó directamente con Registros e Información del departamento de Policía de Los Ángeles. Un hombre atendió la llamada.
–Registros. Agente Graham.
–Con Dennis Payne, por favor. Dígale que soy Kemper Boyd, conferencia.
–Aguarde, por favor.
Kemper garabateó una nota. Payne se puso al teléfono enseguida.
–¿Cómo está usted, señor Boyd?
–Muy bien, sargento, ¿Y usted?
–Vamos tirando. Supongo que querrá usted pedirme algo.
–Pues sí. Necesito que compruebe una ficha de una mujer blanca llamada Barbara Jahelka. Edad, entre veintidós y treinta y dos, y creo que vive en Los ángeles. También necesito comprobar un número que no está en la guía. El nombre puede ser Lenny Sands o Leonard J. Seidelwitz y es probable que aparezca en alguna lista reservada de West Hollywood.
–Tomo nota -dijo Payne-. Espere un momento, ¿de acuerdo? Esto puede llevar algunos minutos.
Kemper esperó. El desayuno le estaba provocando unas ligeras palpitaciones. Pete no había dicho qué lo había llevado a Los Ángeles. Lenny era extorsionable y sobornable.
Payne volvió al teléfono.
–¿Señor Boyd? Hemos conseguido las dos cosas.
–Adelante. – Kemper cogió la estilográfica.
–El número de Sands es OL5-3980 y la chica tiene una condena menor por posesión de marihuana. Es la única Barbara Jahelka de nuestros archivos y la fecha de nacimiento encaja con la que me ha dado.