Asesinato en el Savoy (25 page)

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Authors: Maj Sjöwall & Per Wahlöö

Tags: #Novela negra escandinava

Cuando Skacke se dirigía hacia la pista que señalaba el hombre, éste añadió:

—Y pregúntele de paso de dónde saca el dinero para comprar tanta munición.

Los disparos cesaron un momento para sumar los puntos, y cuando Skacke llegó a donde estaba el hombre, éste pegaba unos papelitos blancos y negros sobre el tablero.

—¿Arminius veintidós? —dijo—. Sí, conozco por lo menos a uno, pero no ha venido desde mediados de la semana pasada. Es un buen tirador, por cierto. Si usara una como ésta en vez de…

Y el hombre le mostró su pesada Beretta Jetfire automática.

—¿Sabe su nombre?

—Bertil no sé cuantos… Olsson o Svensson, no lo sé exactamente; sé que trabaja en Kockums.

—¿Está seguro?

—Sí, una porquería de trabajo; de trapero, creo.

—Gracias. ¿Cómo puede usted permitirse gastar tanta munición?

—Porque es la única afición que tengo —explicó el hombre metiendo otro cargador en su pistola.

El encargado del local le dio un papelito con tres nombres.

—Éstos son los únicos que recuerdo que tengan una Arminius veintidós.

Skacke volvió al coche. Antes de ponerlo en marcha miró la lista: «Tommy Lind, Kenneth Axelsson, Bertil Svensson».

La investigación siguió su rutina a partir de aquel momento. Dos horas después de haber preguntado a la policía de Handen, el télex martilleó una larga lista de inquilinos de los edificios de Palmgren.

La lista estaba ordenada alfabéticamente, y Martin Beck no tardó en encontrar la línea que buscaba:

«Svensson, Bertil Olof Emanuel, desalojado el 15 de septiembre de 1968».

—Eso quiere decir, en otras palabras, que lo desahuciaron.

Martin Beck buscó el teléfono del despacho de Broberg en Estocolmo. Marcó el número y contestó una mujer, que debía de ser su secretaria. Para asegurarse dijo:

—¿Es la señora Moberg?

—Sí.

Le dijo quién era él.

—Sí; ¿en qué puedo servirle?

—¿Sabe usted si el director Palmgren había cerrado o interrumpido alguno de sus negocios?

—Sí, algo así ocurrió no hace mucho; unos dos años atrás cerró una fábrica que tenía en Solna, si es a eso a lo que se refiere.

—¿Qué clase de fábrica?

—Era un taller mecánico muy pequeño, que hacía piezas especiales para maquinaria: muelles y cosas así.

—¿Por qué lo cerraron?

—Porque ya no era rentable. Las industrias que consumían ese tipo de piezas debían de haber modificado su propia maquinaria o la cambiaron por otra, no lo sé. En cualquier caso, la producción ya no tenía la misma salida, y en lugar de reconvertir la fábrica optaron por suspender la fabricación y la vendieron.

—¿Y eso pasó hace dos años?

—Sí, en otoño del sesenta y siete. Creo que cerró otro negocio parecido unos años antes, pero eso fue mucho antes de entrar yo. Lo otro lo sé porque el director Broberg fue quien llevó el asunto.

—¿Y qué ocurrió con los empleados?

—Que se tuvieron que marchar.

—¿Cuántos eran?

—De eso no me acuerdo, pero por aquí están los papeles. Si quiere, los busco.

—Si es tan amable… Quisiera tener los nombres de los empleados.

—Espere un minuto.

Martin Beck esperó y pasaron varios minutos hasta que la mujer regresó.

—Perdone, pero no sabía exactamente dónde estaban los papeles. ¿Quiere que le dé los nombres?

—¿Cuántos son?

—Veintiocho.

—¿Se fueron todos? ¿No los pudieron meter en alguna de las otras empresas?

—No todos fueron despedidos. No, uno no: el capataz se quedó en la empresa como jefe de mantenimiento, pero lo dejó al cabo de seis meses, seguramente porque encontró algo mejor.

Martin Beck había sacado papel y lápiz.

—De acuerdo. Si es tan amable de leerme los nombres…

Mientras ella leía, él iba tomando nota, pero al llegar al noveno nombre levantó el lápiz y dijo:

—Alto, repita este último.

—Bertil Svensson, administrativo.

—¿Dice algo más sobre él?

—No, sólo eso.

—Gracias, es suficiente. Adiós y gracias por la ayuda.

Y se fue en seguida a ver a Mansson.

—Aquí está ese nombre otra vez: Bertil Svensson, despedido de una empresa de Palmgren hace dos años, oficinista.

Mansson le dio la vuelta al palillo con la lengua.

—No —corrigió—: peón. He hablado con el departamento de personal de Kockums.

—¿Tienes su dirección?

—Sí; vive en Vattenverksvägen.

Martin Beck alzó las cejas como si le estuvieran hablando en chino.

—Es en Kirseberg…

Martin Beck sacudió la cabeza haciendo otra mueca de incomprensión.

—¡En Öster!

Martin Beck se encogió de hombros, dándose por vencido.

—¡Bah, éstos de la capital! —comentó Mansson—. Bueno, pues ahí vive, pero ahora está de vacaciones. Empezó en Kockums en enero de este año. Tiene treinta y siete años. Al parecer, divorciado. Su mujer… —Mansson revolvió entre sus papeles y sacó un papelito con unos garabatos—…Su mujer vive en Estocolmo. La oficina social descuenta cada mes la pensión de la señora Eva Svensson del sueldo de su marido y se lo envía a Norrtullsgatan, veintitrés, de Estocolmo.

—Humm… —gruñó Martin Beck—. Si está de vacaciones es muy posible que no se encuentre en la ciudad.

—Podemos comprobarlo —dijo Mansson—. Habría que charlar con su mujer. ¿Crees tú que Kollberg, a lo mejor…?

Martin Beck miró su reloj. Eran casi las cinco y media. Kollberg debía de estar a punto de llegar a su casa.

—Sí. Mañana.

26

Cuando Martin Beck le llamó el viernes por la mañana, la voz de Kollberg estaba llena de reticencias.

—Sólo dime que no me llamas por esa historia de Palmgren otra vez.

Martin Beck se aclaró la garganta.

—Lo siento, Lennart, pero tengo que pedirte un favor. Ya sé que tienes mucho trabajo.

—¡Mucho trabajo! —le interrumpió Kollberg con cierta agitación—. Tengo de todo menos gente: tú, por ejemplo, y todos los que deberíais estar aquí. Me encuentro agobiado de trabajo, y toda la ciudad está igual. Ni siquiera tengo aquí a Rönn y a Melander.

—Lo comprendo, Lennart —dijo Martin Beck con suavidad—, pero han ocurrido unas cuantas cosas que han cambiado el panorama. Tendrías que conseguir alguna información sobre una persona que puede ser la que disparó contra Palmgren. En el peor de los casos, puedes pedirle a Gunvald…

—¡Larsson! Ni aunque el mismísimo ministro se lo pidiera de rodillas, se volvería a ocupar del caso Palmgren. Dice que ya ha tenido bastante lata. —Kollberg calló, y tras una pausa suspiró y dijo—: Vamos a ver, ¿quién es esa persona?

—Probablemente se trata de la misma que pudimos haber detenido en la terminal de Haga hace una semana, si no hubiera sido porque llegaron tarde. Se llama Bertil Svensson…

—Igual que otras diez mil personas en este país —comentó Kollberg con amargura.

—Seguramente —subrayó Martin Beck con amabilidad—, pero sobre este Bertil Svensson sabemos lo siguiente: que ha trabajado en una empresa de Palmgren en Solna, una fábrica muy pequeña de piezas mecánicas para la industria, que se cerró en otoño del sesenta y siete. Ha vivido en una de las casas de pisos de Palmgren y lo desahuciaron hace un año. Es socio de un club de tiro y solía tirar, según testigos, con un arma que puede ser muy bien la misma con la que asesinaron a Palmgren. Se separó este otoño pasado, y su mujer y sus dos hijos viven en Estocolmo. Él vive en Malmö y trabaja en Kockums.

—Humm… —dijo Kollberg.

—Se llama Bertil Olof Emanuel Svensson y nació en la parroquia de Sofía, de Estocolmo, el seis del cinco del treinta y dos.

—¿Y por qué no lo detenéis, si vive en Malmö? —preguntó Kollberg.

—Ya lo detendremos, pero primero queremos saber algo más sobre él, y eso es lo que pensamos que podrías arreglar tú.

—De acuerdo. ¿Qué queréis que haga?

—No consta que tenga antecedentes, pero entérate de si ha sido detenido alguna vez; averigua también si los de la ayuda social han intervenido alguna vez en relación con él; pregunta en la empresa que alquila las viviendas por qué lo desahuciaron; y, por último, y muy importante, habla con su mujer.

—¿Sabes dónde vive, o la tendré que buscar también? Es que tardaría unas cuantas semanas en dar con esa señora Svensson en concreto.

—Vive en Norrtullsgatan, veintitrés. No te olvides de preguntarle cuándo vio a su marido por última vez. No sé qué tal se llevan, pero hay una posibilidad de que se vieran o se hablaran el jueves pasado. ¿Puedes hacer esto lo más deprisa posible?

—Necesitaré todo el día —dijo Kollberg con fastidio—, pero ya veo que no tengo elección. Te llamaré cuando termine.

Kollberg colgó y recorrió con mirada lúgubre su mesa, sobre la que se amontonaban carteras, carpetas y copias de informes en desorden. Luego suspiró, buscó en el listín telefónico y empezó a hacer llamadas.

Un par de horas más tarde se levantó, cogió la americana, cerró su cuaderno de notas y se lo metió en el bolsillo. Luego bajó hacia el coche.

Mientras se dirigía a Norrtullsgatan iba pensando en lo que había podido averiguar por teléfono. Bertil Olof Emanuel Svensson fue un perfecto desconocido para la policía hasta octubre del sesenta y siete, cuando le condujeron a la comisaría de Bollmora por embriaguez. Lo detuvieron en el portal de la casa donde vivía y permaneció bajo arresto toda la noche. Hasta julio del sesenta y ocho volvió a la misma comisaría cinco veces más, una de ellas por embriaguez, y cuatro por armar jaleo en casa. Eso era todo, pero después de julio ya no volvió a saberse nada más de él.

La Oficina de Antialcoholismo también hubo de acudir en varias ocasiones a su domicilio a instancias del propietario o de vecinos, que se sentían molestos por su comportamiento etílico. Lo mantuvieron en observación, pero excepto las dos veces que fue a parar a comisaría, no hubo necesidad de intervenir.

Hasta octubre del sesenta y siete no lo detuvieron nunca por embriaguez, y tampoco figuraba en los archivos de la Oficina de Antialcoholismo antes de esa fecha, por lo que sólo recibió algunos avisos.

La familia Svensson también era conocida en la Oficina de Protección Infantil. Las quejas provinieron de inquilinos que vivían en el mismo edificio que la familia Svensson, y se referían al cuidado de los niños.

Por lo que Kollberg pudo colegir, las denuncias las efectuaba siempre el mismo vecino, que se dirigía a las diversas oficinas municipales de ayuda social.

Los hijos, que a la sazón tenían siete y cinco años, se consideraban poco menos que dejados de la mano de Dios, iban mal vestidos, y el denunciante declaró haber oído chillidos de niños procedentes del piso de los Svensson.

La Oficina de Protección Infantil hizo averiguaciones, la primera vez en diciembre del sesenta y siete y después en mayo del sesenta y ocho. Realizó numerosas visitas domiciliarias, pero no se hallaron signos de malos tratos. La higiene del hogar no se cuidaba demasiado. La madre parecía despreocupada y algo holgazana, el padre estaba sin trabajo y la economía familiar era desastrosa, pero nada indicaba que los niños sufrieran malos tratos. El mayor se desenvolvía bien en la escuela, gozaba de buena salud, y era totalmente normal, si bien algo esquivo e introvertido. El pequeño pasaba el día en casa con su madre pero a temporadas también iba a la guardería, cuando la madre encontraba algún trabajo eventual. La encargada de la guardería consideraba que el niño era espabilado, equilibrado, receptivo y bastante sociable, y no había dado muestras de mala salud. En noviembre del sesenta y ocho se consumó la separación de los padres, y los niños permanecían bajo la tutela oficial.

La Oficina de Desempleo pasó a la familia una cantidad durante el período comprendido entre octubre del sesenta y siete y abril del sesenta y ocho. El marido siguió un cursillo de capacitación, y en otoño del sesenta y ocho obtuvo un diploma básico de mecánica en la Escuela de Oficios de la Oficina de Protección Laboral. En enero del sesenta y nueve, o sea, aquel mismo año, Svensson consiguió el empleo de peón en los talleres mecánicos de Kockums, en Malmö, adonde se trasladó a vivir.

La Oficina de Sanidad realizó mediciones de ruidos en el piso de los Svensson en relación con la demanda de desahucio presentada por la inmobiliaria. Los ruidos, en forma de gritos y chillidos infantiles, saltos, brincos y fluir de aguas se consideraban ligeramente por encima del máximo tolerable. Lo mismo ocurría en todo el barrio, pero eso no se tuvo en cuenta para nada.

La Oficina de la Vivienda reconoció a la inmobiliaria, en junio de mil novecientos sesenta y ocho, el derecho a cancelar el contrato de alquiler de Svensson. El primero de septiembre, la familia se vio obligada a abandonar el piso, sin que tuviera asignada una nueva vivienda.

Kollberg también había hablado con el ogro de la inmobiliaria, quien le informó de que fue necesario llegar al desahucio debido a la gran cantidad de denuncias que se habían ido acumulando. La mujer terminó diciendo:

—Yo creo que incluso fue mejor para ellos. No encajaban muy bien aquí.

—¿Y eso?

—Nuestros inquilinos son de otro nivel, ¿comprende lo que le quiero decir? No estamos acostumbrados a tener que llamar a la Oficina de Antialcoholismo cada dos por tres, y a la policía, y a la Oficina de Protección Infantil, y yo qué sé cuántas cosas más…

—¿O sea que no fueron los vecinos los que llamaron la atención de las autoridades sobre la familia Svensson, sino usted?

—Desde luego. Cuando una ve que las cosas se estropean, su deber es hacer que se investiguen las causas. Además, uno de los vecinos cooperó espontáneamente.

Y ahí terminó la conversación, de la que Kollberg salió casi enfermo de impotencia y repugnancia.

¿Fue todo así? Sí, muy probablemente sí.

Kollberg aparcó el coche en Norrtullsgatan, pero no bajó inmediatamente, sino que sacó su cuaderno de notas y un lápiz y confeccionó la siguiente relación de datos:

1967
sept.
Libre
oct.
Embriaguez (comisaría de Bollmora)
nov.
Oficina Antialcoholismo.
dic.
Ruidos en el piso. Oficina de Protección Infantil.
1968
ene.
Ruidos en el piso (comisaría de Bollmora)
feb.
Oficina Antialcoholismo.
mar.
Embriaguez (comisaría de Bollmora)
abr.
Ruidos en el piso (comisaría de Bollmora) Oficina Antialcoholismo
may.
Oficina de Protección Infantil.
jun.
Informe favorable al desahucio por la Oficina de la Vivienda.
jul.
Decisión de desahucio. Ruidos en el piso (comisaría de Bollmora)
ago.
sept.
Desahucio
oct.
nov.
Divorcio
dic.
1969
ene.
Traslado a Malmö. Kockums
jul.
¿Dispara contra V. Palmgren?

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