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Authors: Greg Egan

Axiomático (10 page)

—Freda nos dejó en el treinta y dos o treinta y tres. Apenas la he visto desde entonces, excepto en algún congreso.

—¿A dónde fue después de St. Andrew?

—Un trabajo en la industria. No fue muy específica. No estoy seguro de que tuviese un puesto definitivo.

—¿Por qué dimitió?

Se encogió de hombros.

—Se cansó de nuestras condiciones laborales. Poca paga, recursos limitados, restricciones burocráticas, los comités de ética. Algunas personas aprenden a aceptarlo, y otras no.

—¿No sabría nada sobre su trabajo, sus investigaciones, tras su partida?

—No era consciente de que
investigase
demasiado. Parecía haber dejado de publicar, así que no sabría decirle a qué se dedicaba.

Poco después (con desacostumbrada velocidad) llegó el permiso para acceder a sus registros de impuestos. Desde el 35 había sido autónoma, "consultora independiente de biotecnología"; aparte de lo que eso significase, le había permitido unos ingresos de siete cifras durante los últimos quince años. Había al menos un centenar de empresas diferente en la lista de sus fuentes de ingresos. Llamé a la primera y me encontré hablando con un contestador. Eran más de las siete. Llamé al St. Dominic y supe que la quimera seguía inconsciente, pero que estaba bien; había llegado la mezcla de hormonas y Muriel Beatty había localizado un veterinario en la universidad con experiencia adecuada. Así que tragué los reductores y me fui a casa.

La prueba más segura de que no he descendido por completo es la frustración que siento cuando abro la puerta de mi casa. Es demasiado normal, demasiado fácil: insertar tres llaves y tocar el escáner con el pulgar. En el interior no hay nada peligroso o que presente un desafío. Se supone que los reductores hacen efecto en cinco minutos. Algunas noches son más bien cinco horas.

Marión miraba la tele y gritó:

—Hola, Dan.

Me quedé de pie en la puerta del salón.

—Hola. ¿Qué tal el día? —trabaja en un centro de atención infantil, que es mi imagen de una ocupación de alto estrés.

Se encogió de hombros.

—Normal. ¿Y el tuyo?

Algo en la pantalla de televisión me llamó la atención. Juré durante un minuto, en general maldiciendo a cierto agente de comunicaciones al que sabía responsable, aunque no podría haberlo probado.

—¿Cómo me fue el día? Lo estás viendo —la televisión mostraba parte del registro de mi casco; el sótano, el descubrimiento de la quimera.

Marión dijo:

—Ah. Iba a preguntarte si conocías al policía.

—¿Y sabes qué estaré haciendo mañana? Intentar dar sentido a algunos miles de llamadas de teléfono de gente que lo ha visto y ha decidido que tiene algo útil que aportar.

—Pobre chica. ¿Va a estar bien?

—Eso creo.

Mostraron las elucubraciones de Muriel Beatty, una vez más desde mi punto de vista, para pasar a un par de expertos habituales que discutieron los detalles del quimerismo mientras el entrevistador hacía lo posible por introducir referencias espurias a todo, desde la mitología griega hasta
La isla del doctor Moreau.

Dije:

—Me muero de hambre. Vamos a comer.

Desperté a la una y media, estremeciéndome y gimiendo. Marión ya estaba despierta, intentando tranquilizarme. Últimamente he estado sufriendo mucho por estas reacciones retrasadas. Unos meses antes, dos noches después de un caso de asalto especialmente brutal, estuve alterado e incoherente durante horas.

De servicio, nos encontramos en lo que llamamos estado "alzado". Una combinación de drogas aumenta varias respuestas fisiológicas y emocionales, y suprime otras. Agilizan nuestros reflejos. Nos mantiene tranquilos y racionales. Supuestamente mejoran nuestra capacidad de juicio. (A la prensa le gusta decir que las drogas nos vuelven más agresivos, pero es una estupidez; ¿por qué el cuerpo iba a crear intencionadamente policías con el gatillo fácil? Decisiones rápidas y acciones rápidas son lo
contrario
de la brutalidad estúpida.)

Fuera de servicio, nos encontramos "reducidos". Se supone que nos debería dejar como estaríamos de no haber tomado las drogas de alzado. (Admito que es un concepto nebuloso. ¿Cómo si jamás hubiésemos tomado las drogas de alzado,
y
no hubiésemos pasado el día en el trabajo? O, ¿Cómo si hubiese visto y hecho exactamente lo mismo, pero sin los alzadores para ayudarnos a soportarlo?)

A veces el corte va de maravilla. En ocasiones, se jode.

Quería describirle a Marión cómo me sentía con respecto a la quimera. Quería hablar de mi miedo, revulsión, pena y furia. Todo lo que podía hacer era emitir sonidos de infelicidad. Nada de palabras. Ella no dijo nada, se limitó a sostenerme, sus largos dedos fríos sobre la piel ardiente de mi cara y pecho.

Cuando al fin pude agotarme a algo similar a la paz, conseguí hablar. Susurré:

—¿Por qué sigues conmigo? ¿Por qué aguantas todo esto?

Me dio la espalda y dijo:

—Estoy cansada. Vamos a dormir.

Me enrolé en la policía a los doce años. Seguí con mi educación normal, pero es a esa edad cuando debes iniciar las inyecciones de factores de crecimiento, y entrenamiento de fines de semana y vacaciones, si quieres reunir las condiciones para el servicio activo. (No era una obligación irreversible; más tarde podría haber escogido una carrera diferente, y haber pagado lo que habían invertido en mí a unos cien dólares a la semana durante los siguientes treinta años. Oh, podía haber fallado las pruebas psicológicas, y me hubiesen dejado ir sin pagar un céntimo. Pero las pruebas que te administran antes de empezar ya tienden a eliminar a los que vayan a hacer cualquiera de las dos cosas). Tiene sentido; en lugar de limitar el reclutamiento a los hombres y mujeres que se ajustan a ciertos criterios físicos, se escoge a los candidatos según su inteligencia y aptitud, y luego las características físicas secundarías, pero útiles, de tamaño, fuerza y agilidad se obtienen artificialmente.

Así que somos bichos raros, construidos y condicionados para ajustamos a las exigencias del trabajo. Menos que los soldados o los atletas profesionales. Mucho menos que el miembro medio de una banda callejera, que no tiene reparos en emplear promotores del crecimiento ilegales que reducen su esperanza de vida a unos treinta años. Quien, desarmado pero con una mezcla de Berseker y Timewarp (capaces de pasar del dolor y gran parte de los traumas físicos y con una reducción de veinte veces en el tiempo de reacción), puede matar a cien personas de una multitud en cinco minutos, y luego desaparecer a un piso franco antes de que comiencen los estados extremos y la quincena de efectos secundarios. (Cierto político, un hombre muy popular, propone operaciones secretas para vender suministros de esas drogas cortadas con impurezas fatales, pero todavía no ha conseguido que sea legal).

Sí, somos bichos raros; pero si tenemos un problema, es que seguimos siendo demasiado humanos.

Cuando más de cien mil personas telefonean sobre una investigación, sólo hay una forma de lidiar con la situación. Se llama ARIA: Análisis Remoto de Información Automático.

Un proceso de filtrado inicial identifica a los bromistas y lunáticos más evidentes. Es siempre
posible
que alguien que te llama y pasa un noventa por ciento del tiempo divagando sobre ovnis, conspiraciones comunistas o cortarnos los genitales con cuchillas de afeitar, tenga algo relevante y real que mencionar de pasada, pero parece razonable dar a su testimonio menos peso que a alguien que se centra en el tema. Un análisis más sofisticado de gestos (un treinta por ciento de los que llaman no desactivan la cámara) y patrones de lenguaje supuestamente encuentran a los que, aunque superficialmente racionales y apropiados, sufren en realidad de alguna fantasía o fijación psicótica. Al final, cada comunicante recibe un "factor de habilidad" entre cero y uno, con el beneficio de la duda para cualquiera que no manifieste signos evidentes de falsedad o enfermedad mental. Algunos días me impresiona la complejidad del software que toma esas decisiones. Otros días lo considero un montón de vudú inútil.

Se extraen las afirmaciones relevantes (en sentido amplio) de cada comunicante y se crea una tabla de frecuencia, ofreciendo un recuento del número de comunicantes que realiza cada afirmación y el factor medio de credibilidad. Por desgracia, no hay reglas simples para determinar qué afirmaciones son más probablemente
ciertas.
Mil personas pueden repetir sinceramente un rumor muy extendido que carece totalmente de base. Un único testigo sincero puede encontrarse alterado, o bajo efectos químicos, y recibe por tanto una valoración injustamente baja. Básicamente, debes leer todas las afirmaciones, lo que es tedioso, pero aun así varios miles de veces más rápido que ver todas las llamadas.

001

La quimera es marciana

15312

0,37

002

La quimera viene de un ovni

14106

0,29

003

La quimera viene de la Atlántida

9003

0,24

004

La quimera es una mutante

8973

0,41

005

La quimera es el resultado de relaciones sexuales humano-leopardo

6884

0,13

006

La quimera es una señal de Dios

2645

0,09

007

La quimera es el anticristo

2432

0,07

008

Comunicante es padre de la quimera

2390

0,12

009

La quimera es una deidad griega

1345

0,10

010

Comunicante es madre de la quimera

1156

0,09

011

La autoridades deberían matar a la quimera

1009

0,19

012

Comunicante ya había visto a la quimera en su vecindario

988

0,39

013

La quimera mató a Freda Macklenburg

945

0,24

014

Comunicante quiere matar a la quimera

903

0,49

015

Comunicante mató a Freda Macklenburg

830

0,27

(Si me desespero, podría ver, una a una, las mil setecientas treinta y tres llamadas de los puntos 14 y 15. Pero todavía no; todavía me quedan formas muchos mejores de malgastar el tiempo.)

016

Un gobierno extranjero creó a la quimera

724

0,18

017

La quimera es resultado de la guerra biológica

690

0,14

118

La quimera es una mujer-leopardo

604

0,09

019

Comunicante desea mantener contacto sexual con la quimera

582

0,58

020

Comunicante ha visto antes un cuadro de la quimera

527

0,89

No tenía nada de sorprendente, considerando el número de cuadros que debe haber de criaturas fantásticas y mitológicas. Pero en la siguiente página:

034.

La quimera se parece mucho a la criatura representada en la pintura titulada
La caricia.

94

0,92

Sintiendo curiosidad, mostré algunas de las llamadas. Las primeras no me indicaron nada más que el resumen de una línea del listado. Luego un hombre sostuvo un libro abierto frente a la lente. El brillo de la bombilla que se reflejaba en el papel satinado hacía que algunas partes fuesen casi invisibles, y el conjunto estaba ligeramente desenfocado, pero lo que podía ver me intrigó.

Un leopardo con cabeza de mujer, agachado cerca del borde de una superficie plana elevada. Un joven esbelto, desnudo hasta la cintura, estaba de pie sobre el suelo, inclinándose de lado hacia la superficie elevada, tocando con su mejilla la mejilla de la mujer leopardo, que a su vez apretaba una de sus garras contra el abdomen del joven, en un abrazo torpe. El hombre miraba directamente al frente con frialdad, la boca una línea, ofreciendo la impresión de distanciamiento afectado. La mujer tenía los ojos cerrados, o casi, y su expresión parecía menos definida cuando más la miraba, podría ser de satisfacción plácida y soñadora, podría ser deleite erótico. Los dos tenían pelo castaño.

Seleccioné un rectángulo del rostro de la mujer, lo amplié hasta llenarla pantalla
y
luego apliqué algunos filtros para evitar que los píxeles ampliados me distrajesen. Con el brillo, el enfoque deficiente y la resolución limitada, la imagen era un desastre. Como mucho podía determinar que el rostro de la pintura no era excesivamente diferente al de la mujer encontrada en el sótano.

Pero media docena de llamadas más tarde ya no quedaba duda. Un comunicante incluso se había tomado la molestia de capturar un fotograma del noticiario y lo había insertado en la llamada, justo al lado de una ampliación bien iluminada del cuadro. Una visión de una única expresión no define a un ser humano, pero el parecido era demasiado bueno para ser una coincidencia. Dado que —como me habían dicho muchos y más tarde comprobé por mí mismo —
La caricia
la había pintado en 1896 el simbolista belga Fernand Khnopff, era imposible que la pintura se basase en la quimera. Así que tenía que ser al contrario.

Reproduje las noventa y cuatro llamadas. La mayoría no contenía nada excepto el puñado de hechos simples sobre el cuadro. Una ofreció un poco más.

Un hombre de mediana edad que se presentó como John Aldrich, tratante de arte e historiador amateur del arte. Después de comentar el parecido, y hablar un poco sobre Khnopff y
La caricia
, añadió:

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