Cazadores de Dune (40 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

El alba rayaba cuando Murbella y miles de sus hermanas de negro se infiltraron en Ysai para sorprender a sus defensas desde dentro y atacar donde menos lo esperaban. Las rameras atrincheradas esperaban un ataque relámpago a gran escala, desde arriba, con armamento pesado y tópteros de combate, pero las comandos de la Hermandad atacaron como escorpiones entre las sombras; salían, picaban, mataban. El combate cuerpo a cuerpo que los maestros de armas de Ginaz habían hecho famoso no exigía nada más sofisticado que una hoja afilada.

La madre comandante eligió su objetivo después de repasar los hábitos personales de la honorada matre Niyela. Acompañada por una pequeña guardia de guerreras, corrió directamente a los ostentosos alojamientos de Niyela, cerca de los edificios de la sede del Banco de la Cofradía en Ysai. Con sus trajes de combate de una pieza, las valquirias parecían envueltas en aceite negro. Antes de que las rameras tuvieran tiempo de dar la alarma, la mitad de las misiones de asesinato se habían completado.

Honoradas Matres con coloridos atuendos protegían la entrada a los alojamientos de Niyela, pero Murbella y las suyas golpearon con contundencia, disparando proyectiles silenciosos que acertaron a sus blancos. La madre comandante corrió por una escalera interior, seguida por Janess y sus guerreras de confianza. En el segundo nivel, en el vestíbulo, una mujer alta y atlética salió de las sombras. Vestía con mallas púrpuras y una capa adornada con cadenas y afilados fragmentos de cristal, y se movía con la gracia de un felino.

Murbella reconoció a Niyela por los vividos recuerdos de la sacerdotisa Iriel.

—Es curioso, pero no te pareces nada al barón Harkonnen —dijo—. A lo mejor no has sacado algunos de sus rasgos más destacables.

Eso estaría bien.

Como si hubieran estado esperando emboscadas, cincuenta madres salieron de diferentes puertas para adoptar una posición defensiva en torno a Niyela, asumiendo con arrogancia que al verlas el escuadrón atacante, más reducido, se apocaría y se retiraría. Como en una danza mortífera, las valquirias eligieron a sus víctimas, blandiendo hojas relucientes en sus manos y afiladas púas en sus trajes de combate.

Murbella solo tenía ojos para Niyela. Las dos líderes se enfrentaron, moviéndose en círculos en torno a la otra. La Madre Honorable parecía esperar una madre comandante «blanda» que se apocara ante la perspectiva del combate.

De pronto la líder de las Honoradas Matres atacó con un pie endurecido y mortífero, pero Murbella fue más rápida y evitó el golpe. En un movimiento veloz, contraatacó por el costado con puños y codos e hizo caer a su oponente de espaldas. Luego rió, y eso enfureció a su adversaria.

La Honorada Matre se abalanzó sobre Murbella, con los dedos extendidos como cuchillos, pero Murbella golpeó con el codo izquierdo, y atrapó a Niyela con la púa blindada que sobresalía de su traje de combate. El corte hizo que la sangre corriera por el brazo de Niyela. Murbella asestó una fuerte patada en el plexo solar de la mujer que la hizo caer contra la pared.

Al chocar contra aquella barrera de piedra, Niyela se derrumbó, como si estuviera derrotada. Saltó hacia un lado y atacó, pero Murbella estaba preparada y contestaba a cada uno de sus movimientos, haciéndola retroceder, hasta que ya no pudo moverse ni a un lado ni a otro. Tampoco sus seguidoras pudieron con las rápidas técnicas de combate que la madre comandante había enseñado a sus guerreras. Las cincuenta guardias estaban muertas, su líder estaba sola y derrotada.

—Mátame. —Niyela escupió las palabras.

—Haré algo peor. —Murbella sonrió—. Te llevaré a Casa Capitular conmigo, como prisionera.

Al día siguiente, la victoriosa madre comandante desfiló por las calles de Ysai, mezclándose con las multitudes curiosas. El Culto a Sheeana había arraigado allí y los nativos de Gammu veían su liberación como un milagro, y al ejército de hermanas como soldados que luchaban por su amada mártir.

Murbella, que detectó ciertos patrones definidos de comportamiento entre la multitud, tenía la sospecha de que entre la gente había Honoradas Matres que se habían quitado sus ropas características. ¿Eran cobardes, o la semilla de una quinta columna que seguiría resistiendo en Gammu? Aunque tenía su victoria, Murbella sabía que la lucha y las labores de consolidación llevarían un tiempo, si no en Ysai, sí en las ciudades colindantes. Tendría que enviar equipos para que acabaran con los posibles focos de resistencia.

Ella no fue la única que reparó en la presencia de Honoradas Matres de incógnito. Sus agentes se movieron entre la multitud, arrestando, diezmándola. A toda aquella a quien se capturaba se le daba la oportunidad de convertirse. Niyela misma sería sometida a un adiestramiento forzoso en Casa Capitular. Y las que no cooperaran morirían.

Las fuerzas triunfales de Murbella llevaron a más de ocho mil Honoradas Matres de vuelta a Casa Capitular, y habría más cuando las operaciones de limpieza terminaran bajo la dirección de Janess. Sería un proceso de conversión difícil, supervisado de cerca por tropas de guardianas de la verdad y otras Honoradas Matres que ahora le eran leales… pero no más difícil que la unificación original. A pesar del riesgo, la madre comandante no podía permitirse desperdiciar a tantas guerreras potenciales.

Y así, la Nueva Hermandad se hizo más fuerte, incorporando más y más miembros a sus filas.

SÉPTIMA PARTE

Dieciséis años después de la huida de Casa Capitular

57

¿Nace el amor con nosotros como parte de nuestra humanidad, como lo es respirar o dormir, o es algo que debemos crear por nosotros mismos?

M
ADRE
SUPERIORA
D
ARWI
O
DRADE
, registros privados Bene Gesserit (censurados)

Dos años más transcurrieron a bordo de la no-nave. Paul Atreides, con un cuerpo de diez años y la cabeza a rebosar con los recuerdos externos que los archivos de la biblioteca le proporcionaban y las historias de lo que se suponía que era, iba paseando con la joven Chani.

Era una jovencita delgada como vara de sauce, y tenía dos años menos que él. Aunque había crecido lejos de las áridas tierras de Arrakis, su metabolismo, adaptado genéticamente por su herencia fremen, seguía sin desaprovechar ningún fluido. Chani llevaba sus cabellos rojo oscuro sujetos en una trenza. Su piel morena era tersa y su boca parecía pronta a la sonrisa, sobre todo cuando estaba con él.

Sus ojos eran de color sepia, no del azul sobre azul de los adictos a la especia que Paul había visto en todas las imágenes de archivo de la Chani original, amada concubina de Muad’Dib y madre de sus gemelos.

Mientras bajaban de cubierta en cubierta, hacia la sección de motores de popa de la enorme no-nave, Paul la cogió de la mano. No eran más que unos críos, pero parecía algo agradable, y ella no lo rechazó. Habían jugado juntos toda la vida, habían explorado juntos y jamás se cuestionaron su relación, como en las historias antiguas.

—¿Por qué te fascinan tanto los motores, Usul? —dijo ella, llamándolo por el nombre fremen que había aprendido de sus propios diarios y de los registros de los archivos de la nave.

En una antigua poesía que se conservaba, Paul Muad’Dib había descrito la voz de Chani como «los tonos bellamente perfectos del agua fresca que corre sobre la rocas». Al oírla, el nuevo Paul entendía perfectamente por qué lo había dicho.

—Los motores Holtzman son extraños y poderosos, y pueden llevarnos a cualquier lugar imaginable. —Estiró el brazo para darle unos toquecitos en la barbilla menuda y afilada con el dedo y dijo con tono conspirador—: O a lo mejor la verdadera razón es que nadie nos vigila en la sala de motores.

Chani arrugó la frente.

—En una nave como esta hay montones de sitios donde podemos estar solos.

Paul se encogió de hombros, sonriendo.

—Nadie ha dicho que fuera una buena razón. Solo quería ir allí.

Entraron en la gigantesca cubierta de motores donde, en circunstancias normales, solo habrían podido entrar miembros acreditados de la Cofradía. Sin embargo, las circunstancias eran las que eran, y Duncan Idaho, Miles Teg y algunas Reverendas Madres sabían lo suficiente sobre los motores que plegaban el espacio para que siguieran funcionando. Afortunadamente, las no-naves estaban hechas de forma tan exquisita y concienzuda que pocas cosas podían ir mal, incluso después de años sin un mantenimiento estándar. Los principales sistemas operativos del
Ítaca
y los mecanismos de autorreparación bastaban para mantener la nave acondicionada. Cuanto más importante era un elemento, más sistemas de autodiagnóstico incluía.

Aun así, utilizando sus capacidades de mentat, Teg y Duncan habían empezado a estudiar y memorizar todas las especificaciones conocidas de la inmensa nave en previsión a una posible crisis. Paul suponía que Thufir Hawat colaboraría también con su intelecto en cuanto creciera y volviera a ser un mentat.

En aquellos momentos, los dos jóvenes estaban rodeados por la maquinaria ruidosa. Aunque los proyectores del campo negativo estaban repartidos por diferentes zonas de la nave, con repetidores y estaciones de refuerzo montados por todo el casco, aquellos motores gigantes eran similares a los diseños que se utilizaban para plegar el espacio en tiempos de Muad’Dib, y antes incluso, durante la Yihad Butleriana. Los entonces peligrosos motores de Tio Holtzman habían sido la clave para la victoria última sobre las máquinas pensantes.

Paul levantó la vista a aquellas inmensas máquinas, tratando de percibir la fuerza matemática que las impulsaba, aunque intelectualmente no la comprendía. Chani, unos centímetros más baja, lo sorprendió cuando se puso de puntillas y le besó en la mejilla. Él volvió el rostro hacia ella, sonriendo.

Chani vio su expresión sorprendida.

—¿No es esto lo que se supone que debo hacer? He leído todos los archivos. Estamos destinados a estar juntos ¿no?

Muy serio, Paul la aferró por sus hombros menudos y la miró a los ojos. Le acarició la ceja izquierda y sus dedos descendieron por su mejilla. Se sintió terriblemente torpe.

—Es extraño, Chani. Pero siento un hormigueo…

—¡O un cosquilleo! Yo también lo siento. Un recuerdo que está justo bajo la superficie.

Paul la besó en la frente, experimentando con la sensación.

—La supervisora mayor Garimi nos hizo leer nuestra historia en los archivos, pero no son más que palabras. Aquí dentro no las sabemos. —Se dio unos toquecitos en el pecho—. No podemos saber exactamente cómo nos enamoramos la otra vez. Seguramente nos dijimos un montón de cosas en privado.

Ella frunció los labios, no como si hiciera pucheros, sino con expresión preocupada. Su educación y madurez aceleradas le hacían aparentar más años de los que tenía.

—Nadie sabe cómo enamorarse, Usul. ¿Recuerdas la historia? Paul Atreides y su madre estaban en un grave peligro cuando se unieron a los fremen. Toda la gente a la que conocías había muerto. Estabas desesperado. —Respiró hondo—. Quizá esa fue la verdadera razón de que nos enamoráramos.

Él seguía muy cerca, abochornado, sin saber muy bien qué debía hacer.

—¿Cómo esperas que crea eso, Chani? Un amor como el nuestro dio origen a la leyenda. Y eso no pasa porque sí. Yo solo digo que si tenemos que volver a enamorarnos cuando seamos mayores, tendremos que hacerlo por nosotros mismos.

—¿Crees que tenemos una segunda oportunidad?

—Todos la tenemos.

Ella agachó la cabeza.

—De todo lo que he leído, lo más triste es la historia de nuestro primer hijo, Leto.

Paul notó con sorpresa que se le formaba un nudo en la garganta. Había leído sus diarios sobre su hijo. Estaba tan orgulloso…, pero debido a aquella maldita presciencia suya, ya sabía que su primer Leto sería asesinado en un ataque de los Harkonnen. Aquel pobre niño no tenía ninguna posibilidad, ni siquiera vivió lo bastante para que lo bautizaran con el nombre de Leto II, por el padre de Paul.

De acuerdo con los registros, su segundo hijo —el infame— no tuvo reparos en seguir la senda oscura y terrible por la que Paul se había negado a aventurarse. ¿Había tomado Leto II la decisión correcta? Ciertamente, el Dios Emperador de Dune había cambiado a la humanidad y el curso de la historia para siempre.

—Lo siento, he hecho que te pongas triste, Usul.

Él se apartó un paso. A su alrededor la sala de motores parecía vibrar de expectación.

—Todo el mundo odia a nuestro Leto II por aquello en lo que se convirtió. Según la historia, hizo cosas muy malas. —La primera Chani había muerto durante el parto, y apenas vivió lo justo para ver a los gemelos.

—Quizá también él tendrá una segunda oportunidad —dijo Chani.

El ghola del pequeño tenía cuatro años y ya demostraba una agudeza y un talento inusuales.

Paul la tomó de la mano e impulsivamente la besó en la mejilla. Y entonces salieron de la sala de motores.

—Esta vez, nuestro hijo podría hacer las cosas bien.

58

Cuando tienes suficientes abejas trabajando para ti, el día transcurre envuelto en un delicioso zumbido.

B
ARÓN
V
LADIMIR
H
ARKONNEN
, el original

En un fuerte estado de agitación, el niño de doce años miraba a un prado prístino de flores coloridas. Una cascada se precipitaba bulliciosamente sobre las rocas y formaba una laguna azul y helada. Ver tanto de eso que llamaban «belleza» le resultaba doloroso e inquietante. En el aire no había olores industriales y químicos. No soportaba respirar aquella cosa.

Para romper la monotonía y consumir parte de su energía, el joven Vladimir Harkonnen había salido a dar un largo paseo, a kilómetros del complejo donde le habían condenado a vivir en el planeta de Dan.
Caladan
, se recordó a sí mismo. La abreviatura le ofendía. Había leído la historia, había visto las imágenes de sí mismo cuando era un barón viejo y gordo.

Ya llevaba tres años exiliado allí, y añoraba los laboratorios de Tleilax, a la madre superiora Hellica e incluso el olor de los excrementos de los sligs. El chico estaba atrapado allí, bajo la tutela y adiestramiento de aquellos Danzarines Rostro tan sosos, y estaba impaciente por hacer algo grande. Después de todo, su figura era importante para el plan… fuera cual fuese.

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