Cuernos (12 page)

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Authors: Joe Hill

Tags: #Fantástica

Cuando levantó la cabeza vio sólo el final del sendero con las tuberías estrechándose hasta terminar justo antes de la rampa de tierra que le proyectaría directamente sobre el agua. Las chicas estaban en el banco de arena junto a sus kayaks. Una de ellas le apuntaba con el dedo. Se imaginó volando sobre sus cabezas, como en la canción infantil:
Tiro-riro-rí, el gato y el violín. Hasta la luna brincó Ig.

El carro llegó chirriando entre las cañerías y saltó desde la rampa como un cohete propulsado en la torre de lanzamiento. Chocó con la pendiente de tierra y salió despedido hacia el cielo. La luz del sol recibió a Ig como un guante de béisbol que recoge una pelota lanzada con suavidad, le mantuvo sujeto un instante y después el carro voló por los aires. Su estructura metálica le golpeó en la cara y el cielo le soltó, dejándole caer en la oscuridad.

Capítulo 13

C
onservaba recuerdos fragmentarios del tiempo que había pasado debajo del agua, pero después decidió que eran falsos, porque ¿cómo podía recordar nada si había estado inconsciente?

Lo que recordaba era oscuridad, un ruido ensordecedor y una vertiginosa sensación de estar dando vueltas. Un torrente atronador de almas tiró de él, lo expulsó de la tierra y de cualquier sensación de orden y lo precipitó a otro caos, más antiguo. Sintió horror, espanto de que aquello pudiera ser lo que le esperaba después de morir. Sentía que estaba siendo apartado no sólo de la vida sino también de Dios, de la idea de Dios, o de la esperanza, de la razón, de la idea de que las cosas tenían sentido, de que la causa era seguida del efecto, y pensó que no debería ser así, que la muerte no debería ser así ni siquiera para los pecadores.

Luchó en vano contra aquella corriente de ruido furioso. La negrura pareció disolverse y desaparecer, dejando ver un sucio atisbo de cielo, pero pronto volvió a cerrarse a su alrededor. Cuando notó que le faltaban las fuerzas y se hundía, tuvo la sensación de que alguien le sostenía y le impulsaba desde abajo. Después, de repente, había algo más sólido bajo sus pies. Parecía lodo. Pasado un instante escuchó un grito lejano y algo le golpeó en la espalda.

La fuerza del impacto le espabiló y alejó la oscuridad. Abrió los ojos y le cegó una dolorosa claridad. Tuvo una arcada y el agua de río le inundó la boca y las fosas nasales. Estaba tumbado de costado en el lodo con la oreja pegada al suelo, de forma que oía lo que podían ser las pisadas de unos pies que se acercaban o el fuerte latido de su corazón. La corriente le había arrastrado desde la pista Evel Knievel, aunque en aquel primer momento de borrosa consciencia no sabía con certeza hasta dónde. A siete centímetros de su nariz una manguera de incendios podrida se deslizó sobre la tierra encharcada. Sólo cuando se hubo marchado se dio cuenta de que era una serpiente reptando hacia la orilla.

Poco a poco empezó a distinguir hojas de árbol ondeando silenciosas contra un cielo claro. Alguien estaba arrodillado junto a él y apoyaba una mano en su hombro. Empezaron a aparecer chicos, avanzando a trompicones entre la maleza y deteniéndose de golpe cuando le veían.

Ig no podía ver quién estaba arrodillado a su lado, pero estaba seguro de que era Terry. Él le había sacado del agua y le había ayudado a respirar de nuevo. Se volvió de espaldas para mirar a su hermano. Un muchacho flaco y cetrino con un casco de pelo rubio casi blanco le devolvió una mirada inexpresiva. Lee Tourneau se alisaba la corbata sobre el pecho con aspecto distraído. Tenía empapados los pantalones color caqui e Ig no necesitó preguntar por qué. En ese momento, al mirar a la cara de Lee, decidió que él también iba a empezar a llevar corbata.

Terry apareció entre los arbustos, vio a su hermano y se detuvo abruptamente. Eric Hannity estaba justo detrás de él y al chocarse casi le tiró al suelo. En ese momento ya había casi veinte chicos congregados alrededor de Ig.

Éste se sentó y se llevó las rodillas al pecho. Miró de nuevo a Lee y abrió la boca para hablar, pero cuando lo intentó notó una fuerte punzada de dolor en la nariz, como si se la estuvieran rompiendo otra vez. Se encorvó y expulsó por las fosas nasales un chorro de sangre que cayó al suelo.

—Perdón —dijo—. Perdón por la sangre.

—Creía que estabas muerto. Parecías un muerto. No respirabas.

—Lee estaba temblando.

—Bueno, ahora sí respiro —dijo Ig—. Gracias.

—¿Gracias por qué? —preguntó Terry.

—Me ha sacado del agua —explicó Ig haciendo un gesto en dirección a los pantalones empapados de Lee—. Ha hecho que vuelva a respirar.

—¿Te has tirado a sacarlo? —preguntó Terry.

—No —dijo Lee. Después parpadeó, pareció completamente desconcertado, como si Terry le hubiera hecho una pregunta difícil, del tipo «Cuál es la capital de Islandia»—. Ya estaba en la orilla cuando he llegado. No he tenido que tirarme a por él ni nada. En realidad ya estaba...

—Me ha sacado —repitió Ig interrumpiéndolo. No estaba dispuesto a dejarle ser modesto. Recordaba con bastante claridad la sensación de alguien en el agua junto a él, moviéndose a su lado—. Yo había dejado de respirar.

—¿Y le has hecho el boca a boca? —preguntó Eric Hannity claramente incrédulo.

Lee negó con la cabeza, todavía confuso.

—No, no. No ha sido así. Lo único que he hecho ha sido darle una palmada en la espalda cuando estaba..., bueno..., cuando estaba...

Llegado a este punto se quedó sin saber qué decir. Ig continuó por él:

—Gracias a eso lo eché todo. Me había tragado medio río. Tenía el pecho lleno de agua y él ha hecho que la expulsara.

—Hablaba con los dientes apretados. El dolor que sentía en la nariz llegaba en forma de intensas punzadas, como sacudidas eléctricas. Incluso parecían tener un color concreto; si cerraba los ojos veía flashes de amarillo neón.

Los chicos miraban a Ig y a Lee con silencioso asombro. Lo que, al parecer, acababa de ocurrir pasaba sólo en sueños y en programas de televisión. Alguien había estado a punto de morir y otra persona le había rescatado, y ahora el salvador y el salvado eran especiales, los protagonistas de su propia película, lo que les convertía a los demás en extras, como mucho en actores secundarios. Haber salvado realmente la vida a otra persona equivalía a ser alguien. Uno ya no era Joe Schmo, sino Joe Schmo el que sacó a Ig Perrish desnudo del río Knowles el día en que estuvo a punto de ahogarse. Y seguiría siendo esa persona el resto de su vida.

Por su parte, al mirar a Lee a la cara, Ig sintió cómo una obsesión empezaba a apoderarse de él. Le había salvado. Había estado a punto de morir y aquel chico de cabellos pálidos con ojos azules e interrogantes le había devuelto a la vida. En el rito evangélico uno iba al río, se sumergía y después salía a la superficie dispuesto a emprender una nueva vida, e Ig tenía la sensación de que algo parecido le había ocurrido a él, que Lee también le había salvado espiritualmente. Quería comprarle algo, darle algo, averiguar cuál era su grupo de rock favorito para hacerse fan él también. Quería ofrecerse a hacerle los deberes.

Oyeron un ruido de hojas aplastadas, como si alguien condujera un carro de golf hacia ellos. Entonces la chica, Glenna, apareció, sin aliento y con la cara enrojecida. Se dobló por la cintura, apoyó una mano en un muslo redondeado y exclamó jadeante:

—Joder, cómo tiene la cara.

Después miró a Lee con el ceño fruncido.

—¿Lee? ¿Qué estás haciendo?

—Ha sacado a Ig del agua —dijo Terry.

—Ha conseguido que vuelva a respirar —añadió Ig.

—¿Lee?
—preguntó con una mueca que sugería total incredulidad.

—No he hecho nada —dijo Lee moviendo la cabeza, e Ig no pudo evitar sentir que le crecía afecto por él.

El dolor que había estado golpeándole el puente de la nariz se había incrementado y se le había extendido a la frente, al espacio entre los ojos, y le penetraba el cerebro. Empezaba a ver las ráfagas amarillas incluso con los ojos abiertos. Terry se agachó junto a él y le tocó un brazo con la mano.

—Será mejor que te ayude a vestirte y que nos vayamos a casa —dijo. De alguna manera parecía escarmentado, como si fuera él y no Ig el culpable de haber hecho una estupidez peligrosa—. Creo que tienes la nariz rota.

—Después miró a Lee y le hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza—. Oye, me parece que he sido un gilipollas antes, en la colina. Gracias por ayudar a mi hermano.

—No te preocupes, no ha sido nada —dijo Lee, e Ig casi tuvo un escalofrío al pensar en lo guay que era, en cómo se resistía a los halagos que le hacían.

—¿Vienes con nosotros? —le preguntó apretando los dientes por el dolor. Después miró a Glenna—. ¿Venís los dos? Quiero contarles a mis padres lo que ha hecho Lee.

Terry dijo:

—Oye, Ig, es mejor que no les digas nada. No queremos que mamá y papá se enteren de lo que ha pasado. Diremos que te has caído de un árbol, ¿vale? Había una rama resbaladiza y te caíste de cara. Así nos evitamos complicaciones.

—Terry, tenemos que decírselo. Si no me hubiera sacado me habría ahogado.

El hermano de Ig abrió la boca para protestar, pero Lee le interrumpió.

—No —dijo casi con brusquedad y miró a Glenna con los ojos muy abiertos.

Ella le devolvió una mirada similar y se agarró con un gesto extraño la chaqueta de cuero negro. Lee se levantó.

—Se supone que no estoy aquí. Y además no he hecho nada.

Caminó deprisa por el claro, cogió la mano regordeta de Glenna y tiró de ella en dirección a los árboles. En la otra mano llevaba el monopatín nuevo.

—Espera —dijo Ig poniéndose de pie. Al levantarse notó una ráfaga amarillo neón detrás de los ojos y la sensación de tener la nariz llena de cristales rotos.

—Tengo que irme. Los dos tenemos que irnos.

—Bueno. ¿Vendrás a casa algún día?

—Algún día.

—¿Sabes dónde es? Está en la autopista, justo a la altura...

—Todo el mundo sabe dónde está —dijo Lee y acto seguido desapareció entre los árboles tirando de Glenna. Ésta dirigió una última mirada consternada a los chicos antes de dejarse llevar.

El dolor que sentía Ig en la nariz se había vuelto más intenso y llegaba en forma de oleadas. Se llevó las manos a la cara por unos instantes y cuando las retiró estaban teñidas de rojo.

—Vamos, Ig —dijo Terry—. Tiene que verte un médico.

—A mí y a ti también —dijo Ig.

Terry sonrió y sacó la camiseta de Ig de la bola de ropa que tenía en la mano. Ig se sorprendió al verla, se había olvidado hasta ese momento de que estaba desnudo. Terry se la metió por la cabeza, ayudándole a vestirse como si tuviera cinco años en lugar de quince.

—Seguramente necesitaremos también un cirujano para que me extirpe del culo el zapato de mamá. Me va a matar cuando te vea —dijo Terry.

Cuando Ig sacó la cabeza por el cuello de la camiseta vio que su hermano le miraba con clara preocupación.

—No se lo vas a contar, ¿verdad? En serio, Ig, si se entera de que te he dejado bajar por la colina montado en ese carro de supermercado me mata. A veces es mejor no decir nada.

—Tío, yo mintiendo soy fatal. Mamá siempre me pilla. En cuanto abro la boca sabe que le estoy metiendo una trola.

Terry pareció aliviado.

—¿Quién ha dicho que tengas que abrir la boca? Te duele mucho, así que limítate a llorar y deja que hable yo. Mentir es mi especialidad.

Capítulo 14

L
ee Tourneau estaba otra vez temblando y empapado cuando Ig volvió a verle dos días después. Llevaba la misma corbata, los mismos pantalones cortos y el monopatín debajo del brazo. Era como si nunca hubiera llegado a secarse, como si acabara de salir del Knowles.

La lluvia le había pillado desprevenido. Llevaba el pelo casi blanco pegado a la cabeza y no hacía más que sorber por la nariz. Del hombro le colgaba una cartera de lona empapada que le daba aspecto del típico chico repartidor de periódicos en una tira cómica de
Dick Tracy.

Ig estaba solo en casa, algo poco habitual. Sus padres habían ido a Boston a una fiesta en casa de John Williams. Era el último año de la etapa de Williams como director de la Boston Pops y Derrick Perrish iba a actuar con la orquesta en el concierto de despedida. Habían dejado a Terry a cargo de la casa, y éste se había pasado casi toda la mañana en pijama viendo la MTV y hablando por teléfono con una serie de amigos tan aburridos como él. Su tono al principio había sido alegre y perezoso, después alerta y curioso y, por fin, seco y neutro, el que adoptaba para expresar niveles máximos de desprecio. Al pasar por delante del salón, Ig le había visto caminar de un lado a otro de la habitación, síntoma indiscutible de que estaba nervioso. Por último Terry había colgado el teléfono con un golpe y se había largado escaleras arriba. Cuando bajó estaba vestido y tenía en la mano las llaves del Jaguar de su padre. Dijo que se iba a casa de Eric. Lo dijo con tono desdeñoso, como quien se enfrenta a un trabajo sucio, como alguien que al llegar a casa se encuentra los cubos de basura volcados y su contenido desperdigado por el jardín.

—¿No tendría que acompañarte alguien con carné de conducir? —le preguntó Ig. Terry tenía el provisional.

—Sólo si me paran —respondió Terry.

Salió e Ig cerró la puerta detrás de él. Cinco minutos más tarde la abría otra vez después de que alguien llamara. Había supuesto que se trataría de Terry, que se había olvidado algo y volvía a cogerlo, pero era Lee Tourneau.

—¿Qué tal la nariz?

Ig se tocó el esparadrapo que le tapaba el puente de la nariz y bajó la mano.

—Nunca la tuve muy bonita. ¿Quieres pasar?

Lee dio un paso cruzando la puerta y se quedó allí mientras se formaba un charco a sus pies.

—Hoy pareces tú el que se ha ahogado —dijo Ig.

Lee no sonrió. Era como si no supiera hacerlo. Como si se hubiera puesto una cara nueva aquella mañana y no supiera usarla.

—Bonita corbata —dijo.

Ig se miró el pecho. Se había olvidado de que la llevaba puesta. Terry había puesto los ojos en blanco cuando Ig bajó de su habitación el martes por la mañana con una corbata anudada alrededor del cuello.

—¿Qué te has puesto? —había preguntado con sorna.

Su padre estaba en ese momento en la cocina, miró a Ig y después dijo:

—Muy elegante. Tú también deberías ponerte una alguna vez, Terry.

Desde entonces Ig se había puesto corbata todos los días, pero no habían vuelto a hablar del tema.

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