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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (6 page)

Tras llenar las jarras y alarmado por los absurdos nervios que le provocaba la cercanía de aquella mujer, Duncan salió de la casa, pero se quedó anclado en la puerta cuando escuchó de pronto a Shelma dejar de hablar gaélico para hacerlo en inglés, un idioma que casi nadie utilizaba en las Highlands.

—¿Qué haces? —preguntó Shelma acercándose a su hermana.

—Estoy cociendo hierbas —respondió sonriendo enseñándole hojas de acedera entre otras.

—¡No! ¡¿Serás bruja?! —rio Shelma al saber para qué solían utilizar esas hierbas—. ¿A quién se las vas a echar?

—A la rolliza Fiona. Estoy harta de sus insultos. Esta noche me acercaré a su carro y echaré un poquito de esto en su agua. Mañana y pasado mañana tendrá unos días muy depurativos.

Ambas rieron divertidas hasta que Shelma dijo:

—¡Eres tremenda, hermanita! ¿Me dejarás acompañarte?

—No. Te quedarás con Zac. El abuelo tiene que descansar. —Sonrió al imaginarse a Fiona con el culo escocido de tanto evacuar—. Será algo rápido. Además, iré acompañada por lord Draco.

Después de escuchar aquella conversación, Duncan se dirigió hacia los hombres, y mientras les oía reír, ajeno a su conversación, pensó: «¿Por qué las muchachas hablaban aquel idioma?». Y en especial: «¿Quién es ese tal lord Draco?».

Un rato después, los ancianos Angus y Mauled, encantados por la conversación de aquellos jóvenes guerreros, los invitaron a cenar, pero éstos declinaron la oferta: sabían que en el castillo les esperaban. Por ello, con más pereza que otra cosa, montaron sus caballos y cabalgaron de regreso.

—¡Lolach! —increpó Duncan—. Percibo que tu corazón de guerrero se ablanda cuando ve una mujer bonita.

El guerrero, al escucharle, le miró con el ceño fruncido.

—¡Por Dios, Lolach! Ha sido vergonzoso. ¡Qué manera de babear! —se mofó Niall.

—¡Por todos los santos! —sonrió Lolach al pensar en la dulce Shelma mientras entraban por las puertas del castillo—. Pero ¿quién puede resistirse a esa dulce sonrisa?

—Tienes razón, amigo —asintió Duncan con una sonrisa—. Tiene una bonita sonrisa.

Al entrar en el salón principal, Duncan y Lolach se dirigieron hacia sus hombres, que bebían cerveza y bromeaban con unas mozas. Tras darles instrucciones, se marcharon con Axel y Niall, quienes estaban enfrascados en una conversación con Alana y Gillian.

—Buenas noches —saludó Lolach—. Permitidme deciros que vuestra belleza es cegadora.

—Me has quitado el halago de la boca —asintió Duncan.

—Gracias —sonrió Gillian.

Niall estuvo a punto de atragantarse al mirarla. Gillian estaba preciosa con aquel vestido celeste.

—Sois muy atentos —sonrió Alana al ver al temible Halcón junto a ella—. ¿Qué tal llegaron Megan y Shelma?

—Bien…, bien —respondió Niall al ver que su hermano y Lolach callaban como muertos, y mirando a Axel preguntó—: ¿Todas las mujeres de estas tierras tienen el mismo carácter?

—Niall —advirtió Duncan al ver la mirada de Gillian.

Aquel juego que habían comenzado aquellos dos podía costarles caro.

—¿Ocurre algo con las mujeres de estas tierras? —siseó Gillian con los ojos entrecerrados.

—Oh…, tú tranquila —respondió Niall al ver su cara de pocos amigos—. Tú aún eres una niña: —Sonriendo a Alana, añadió—: Preguntaba por las mujeres.

—¿Alguien te ha dicho alguna vez que tienes menos delicadeza que un asno? —murmuró Gillian, ofendida y roja de rabia.

Alana, al escucharla, se llevó la mano a la boca y fue Axel quien habló.

—Gillian, son nuestros invitados —le recordó—. Compórtate.

—Tranquilo, hermano —recalcó alejándose al ver entrar en el salón a sus primas Gerta y Landra junto a su abuelo Magnus—. Educación no me falta, pero ciertos animales y sus modales me sacan de quicio.

—Te acompaño —indicó Alana mientras la tomaba de la mano y tiraba de ella para tranquilizarla.

—¿A qué animal se refiere? —preguntó Niall mientras sonreía.

Axel resopló y le miró.

—Así no llegarás a ninguna parte, muchacho —le susurró Lolach, divertido, mientras Magnus caminaba hacia ellos.

—Eso pretendo —declaró bajito, pero no lo suficiente para no ser oído.

—¡Muchachos! —saludó Magnus al acercarse a ellos—. Me dijeron que habíais llegado. ¡Qué alegría veros! ¿Cómo está mi buen amigo Marlob?

—Quedó algo triste por no poder venir —informó Duncan tras un cordial saludo—. Pero su delicado estado no le permite hacer un viaje tan largo.

—Saludadle de mi parte y decidle que vaya preparando esa agua de vida tan estupenda que prepara, que cualquier día me presento por allí.

—¡Le harás feliz! —sonrió Niall.

Las risotadas de dos mujeres les hicieron mirar.

—¿Quiénes son? —preguntó Lolach sonriendo con encanto.

—Las nietas de mi hermana Eufemia —respondió Magnus.

—Las pesadas de mis primas —subrayó Axel y, mirando a Niall, preguntó—: ¿Se puede saber qué te pasa con mi hermana?

—No me pasa nada, aunque me hacen gracia sus reacciones.

—Niall —advirtió Axel—, aléjate de mi hermana.

Duncan miró a su amigo y a su hermano, pero no dijo nada.

—Eso hago —respondió Niall dejando de sonreír—. ¿No lo ves, McDougall?

—¡Muchachos! —les regañó Magnus—. Haced el favor de comportaros.

Niall y Alex se midieron con la mirada hasta que Lolach se interpuso entre ellos para acabar con aquella tontería. Se conocían de siempre. Sus padres habían sido buenos aliados y amigos en vida. Pero Axel conocía a su hermana y sabía que siempre había suspirado por aquel McRae.

—Magnus, Axel —interrumpió Duncan empujando a su hermano—. Quisiera hablar con vosotros.

—Esperaremos fuera —apuntó Lolach cogiendo del brazo a Niall.

—No —señaló Duncan. No sabía por qué, pero lo que iba a preguntar sentía que a ellos también les interesaría.

—Tú dirás —dijo Magnus sentándose en un banco de madera.

—Quería preguntaros por Megan y sus hermanos —solicitó atrayendo la atención de Lolach y Niall—. ¿Qué les ocurrió a sus padres?

—¿Habéis conocido a esas dos maravillosas mujercitas? —aplaudió Magnus al pensar en ellas. Las quería tanto como a su propia nieta Gillian.

—Abuelo, ellas y tu querida nieta estaban enzarzadas en una pelea con los feriantes —aclaró Axel haciéndole sonreír.

Cualquier cosa que hiciera Gillian, o aquellas hermanas, a Magnus siempre le hacía sonreír. Las adoraba.

—¡Qué carácter tienen! ¿Verdad? —Observando a Duncan, el anciano añadió—: Muchacho, mujeres así pocas encontraréis.

—Duncan, creo que corresponde a mi abuelo responder a tu pregunta.

Todos miraron al anciano que tras remolonear finalmente dijo:

—Murieron hace años, lejos de estas tierras —aclaró cambiando su humor.

Aquella respuesta no calmó la curiosidad de Duncan, que volvió al ataque.

—Eso no me dice mucho, Magnus. —Mirando a su amigo prosiguió—: Quizá me puedas decir por qué se pelearon con los feriantes, o cuál fue el insulto que desencadenó todo.

—¿Qué pretendes saber? —rugió Magnus cruzando los brazos ante su pecho.

Duncan le miró.

—Pretendo saber por qué hablan entre ellas un idioma que no es el gaélico.

—¿Qué dices? —preguntó extrañado Niall mientras Lolach no entendía nada.

—Escuchadme bien y medid vuestras palabras tras lo que os voy a relatar —pidió Magnus mirando a Axel. Tras un largo silencio, comenzó—: El padre de las muchachas era inglés. ¿Contento? —preguntó mirando a Duncan, que no se inmutó—. Su madre era Deirdre de Atholl McDougall, una encantadora muchacha que un día se enamoró de un tal George. Recuerdo que cuando se marchó con él, Angus sufrió muchísimo. Su mujer, Philda, había muerto y la marcha de Deirdre lo dejó solo y triste. Lo siguiente que sé es que el padre de las muchachas murió en una cacería cuando alguien erró su tiro, y Deirdre murió tras el parto del pequeño Zac. Megan me contó que fue un inglés, amigo de su padre, quien, arriesgando su vida y la de algunos hombres, les ayudó a huir de la tiranía de sus tíos, trayéndoles de nuevo a su casa, con su abuelo y con su clan.

—¿Son inglesas? —preguntó desafiante Niall.

—No. Ellas son escocesas —afirmó Axel.

—Una noche, hace seis o siete años, apareció Angus con las dos muchachas y el bebé en brazos. Tras pedirme permiso para que ellos pudieran vivir aquí, pasaron a formar parte de mi clan. Ellas son tan McDougall como lo soy yo, y no permitiré que nadie lo dude ni un solo instante —aseveró Magnus con severidad.

—Un
sassenach
. ¿Es su padre? —preguntó incrédulo Lolach.

—Sí —asintió Axel— y, aunque he matado a cientos de ellos, soy de los que piensan que no todos son iguales.

—Por supuesto que no —afirmó Magnus, a quien recordar todo aquello le entristecía.

A excepción de pocas personas y Marlob, el abuelo de Duncan y Niall, pocos conocían su gran secreto.

—No existe ningún
sassenach
diferente —reprochó Niall—. Todos son iguales. Se distinguen a leguas. Con razón esas dos muchachas tienen tanto carácter. Tienen el carácter retorcido inglés.

—Perdona que te corrija —interrumpió Lolach todavía sorprendido—. Pero ese carácter es más escocés que inglés. Tengo entendido que las inglesas son frías como témpanos de hielo, y no veo que esas muchachas sean así.

—Tienes razón —asintió Niall moviendo la cabeza y sonriendo al recordar a un par de inglesas que se cruzaron en su camino.

—Oh… —se lamentó Magnus al escucharles negando con la cabeza—. ¡Qué equivocados estáis!

—Existe algo más, ¿verdad? —murmuró Duncan clavándole la mirada.

El guerrero y el anciano se miraron, hasta que este último habló.

—Cuéntaselo, Axel —susurró Magnus con voz ajada por la tristeza, mientras se levantaba y se acercaba al calor del hogar para no dejar que nadie viera en ese momento sus encharcados ojos.

—Mi abuela Elizabeth era inglesa —confesó Axel viendo cómo su abuelo echaba un tronco al hogar—. Ese es un secreto bien guardado en mi familia. Ella fue una víctima de su propia patria por ayudar a los escoceses. ¿Tenéis algo más que preguntar?

En ese momento, las mujeres se dirigían hacia ellos. Duncan, al ver el dolor reflejado en los ojos de Magnus, decidió terminar la conversación e ir a cenar.

Capítulo 5

El bosque de acebo que se cernía ante Megan era oscuro a pesar de que la luna llena irradiaba un esplendor magnífico. La primera vez que vio aquel bosque plagado de acebo, maravillosos pinos y robles, fue la noche que llegó con John y sus hombres. Allí se despidió de su buen amigo para nunca más saber de él. «¿Qué habrá sido de su vida?», pensó mientras caminaba junto a lord Draco, su gentil y cansado caballo, que John, aquel fatídico día, se acordó de rescatar.

Lord Draco era un caballo viejo, de color pardo y ojos cansados que revelaban sus veinte años de edad. Pero Megan lo adoraba. Nunca olvidaría el día que sus padres se lo regalaron. Tenía seis años, poco menos que ahora Zac, por lo que ambos crecieron juntos, y juntos habían vivido muchos momentos buenos y malos.

Aquella noche, tras salir sigilosamente de su casa, Megan llegó hasta donde los feriantes acampaban y no se percató de que unos ojos divertidos e incrédulos observaban todos y cada uno de sus movimientos.

Con sigilo, Megan se acercó al carromato donde la rolliza Fiona y su marido dormían. Con rapidez, echó algo que llevaba en las manos dentro de un recipiente de barro. Tras aquella acción, con la misma tranquilidad y sigilo con que llegó, se marchó.

Duncan, que había estado esperando su aparición durante un buen rato, se quedó maravillado al verla. La joven había irrumpido ante él vestida como un muchacho. Nada de vestidos, de cabellos al viento, ni delicadeza al caminar. Ahora, aquella joven llevaba unos pantalones de cuero marrón, una camisa de lino, una vieja capa oscura y unas botas de caña alta, que facilitaban sus movimientos, mientras que su pelo estaba recogido en una larga trenza bajo un original pañuelo. Duncan, con la boca seca, observó desde las sombras sus controlados movimientos y no pudo dejar de reír cuando vio que ella derramaba algo dentro de la vasija. Al verla desaparecer entre los árboles, se puso en marcha. Tenía que alcanzarla.

—¿Qué hace una muchacha andando sola por el bosque a estas horas?

Al escuchar aquellas palabras, Megan se paró en seco.

«Maldita sea. ¿Qué hace éste aquí?», pensó Megan volviéndose hacia él.

Su aspecto era inquietante. Ahora estaba limpio y aseado. Incluso se le veía guapo. Su bonito pelo castaño se mecía por encima de los hombros desafiando al aire, mientras sus penetrantes ojos verdes la escrutaban. A punto de soltar un suspiro, sin saber por qué, llevó su mirada hacia su sensual boca, la cual, según había oído a las mujeres, era una boca cálida y suave para besar. Realmente, aquel hombre era una auténtica provocación. Pero ¿qué hacía allí mirándola con aquellos ojos inquisidores?

—Estaba dando un paseo con mi caballo, señor —aclaró tomando con fuerza las riendas de lord Draco, que resopló al sentir compañía.

—¿Vestida de muchacho? ¿Y echando pócimas en el agua de los demás?

—Pero ¡bueno! ¡Qué desfachatez! —se enfadó Megan cambiando de postura—. ¿Me has estado espiando, miserable gusano?

Sus ojos se agrandaron como platos al darse cuenta de cómo había hablado al
laird
McRae, a El Halcón, y comenzó a preocuparse por las consecuencias que aquello acarrearía a su familia. Levantando las manos a modo de disculpa, habló:

—Oh… Dios mío. Disculpad mis palabras, señor. Tengo el horrible defecto de hablar antes de pensar.

—¿Por qué no me sorprende? —Levantó una ceja divertido—. Tranquila, no te preocupes. Pero por experiencia te diré que las cosas se tienen que pensar antes de decirlas.

Al escucharle, ella suspiró.

—Tenéis razón, señor —asintió provocándole una sonrisa al mostrar una expresión de estupor y bochorno.

—Yo no diré nada, si tú prometes no hacerlo también. No quisiera que la gente perdiera el miedo que me tiene —respondió acercándose más a ella, dejando latente su increíble estatura y su porte de guerrero.

—Os lo prometo, señor —asintió dándose la vuelta. Agarrando con fuerza las riendas de lord Draco, comenzó a andar—. Buenas noches,
laird
McRae.

—Duncan —solicitó asiéndola del brazo—. Mi nombre es Duncan y no sé por qué extraño juicio has decidido seguir llamándome de otra manera.

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