El camino de los reyes (57 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

—Entonces hazme responsable del honor de nuestra casa —repuso Adolin—. ¡Yo me enfrentaré a ellos! Me enfrentaré con la espada y la armadura y les demostraré lo que significa tu honor.

—Eso sería lo mismo que hacerlo yo, hijo.

Adolin sacudió la cabeza y miró a Dalinar. Parecía estar buscando algo.

—¿Qué pasa?

—Estoy intentando decidir qué te ha cambiado más, padre. Las visiones, los Códigos o ese libro. Si es que hay alguna diferencia entre ellos.

—Los Códigos son distintos —dijo Dalinar—. Son una tradición de la antigua Alezkar.

—No. Están relacionadas, padre. Las tres cosas. Están unidas a ti, de algún modo.

Dalinar reflexionó un instante. ¿Podría tener razón el muchacho?

—¿Te he contado la historia del rey que cargaba con el peñasco?

—Sí.

—¿Lo he hecho?

—Dos veces. Y me hiciste escuchar una lectura del pasaje otra vez más.

—Oh. Bueno, en esa misma sección hay un párrafo sobre la naturaleza de obligar a la gente a seguirte como oposición a dejarlos que te sigan. Obligamos demasiado en Alezkar. Retar a duelo a alguien porque dice que soy un cobarde no cambia sus creencias. Puede impedir que las diga, pero no cambiará su corazón. Sé que en esto tengo razón. Tendrás que confiar en mí también en esto.

Adolin suspiró y se puso en pie.

—Bueno, supongo que una refutación oficial es mejor que nada. Al menos no has dejado de defender nuestro honor por completo.

—Nunca lo haré. Solo tengo que ser cuidadoso. No puedo permitirme dividirnos aún más.

Volvió a su comida, ensartando su último trozo de pollo con el cuchillo para metérselo en la boca.

—Volveré entonces a la otra isla —dijo Adolin—. Yo…, espera ¿esa es…, tía Navani?

Dalinar alzó la cabeza, sorprendido al ver que Navani se acercaba a ellos. Miró su plato. Había terminado la comida. Se había comido hasta el último bocado sin darse cuenta.

Suspiró, preparándose, y se levantó para saludarla.

—Mathana —dijo, usando el término formal para una hermana mayor. Navani solo era tres meses mayor que él, pero el término seguía siendo el adecuado.

—Dalinar —respondió ella, con una leve sonrisa en los labios—. Y el querido Adolin.

Adolin sonrió de oreja a oreja, rodeó la mesa y abrazó a su tía. Ella apoyó su mano cubierta en su hombro, un gesto reservado solo para la familia.

—¿Cuándo has regresado? —preguntó Adolin, soltándola.

—Esta misma tarde.

—¿Y por qué has regresado? —inquirió Dalinar, envarado—. Tenía la impresión de que ibas a ayudar a la reina a proteger los intereses del rey en Alezkar.

—Oh, Dalinar —dijo Navani, con voz afectuosa—. Tan estirado como siempre. Adolin, querido, ¿cómo van tus cortejos?

Dalinar bufó.

—Continúa cambiando de amigas como si estuviera en un baile con música particularmente rápida —dijo Dalinar.

—¡Padre! —objetó Adolin.

—Bueno, bien por ti, Adolin —dijo Navani—. Eres demasiado joven para amarrarte. El propósito de la juventud es experimentar la variedad mientras aún sea interesante. —Miró a Dalinar—. No es hasta la vejez que deberíamos ser obligados a volvernos aburridos.

—Gracias, tía —contestó Adolin con una sonrisa—. Discúlpame. Tengo que ir a decirle a Elhokar que has regresado.

Se marchó, dejando a Dalinar incómodamente de pie al otro lado de la mesa frente a Navani.

—¿Soy una amenaza tan grande, Dalinar? —preguntó Navani, alzando una ceja.

Dalinar bajó la mirada, advirtiendo que aún tenía en la mano el cuchillo de comer, una hoja ancha y serrada que podía servir de arma en un segundo. Lo dejó caer sobre la mesa y dio un respingo ante el sonido. Toda la confianza que había sentido al hablar con Adolin pareció desaparecer en un instante.

«¡Contrólate! Es solo familia.» Cada vez que hablaba con Navani, sentía como si se enfrentara a un depredador de la raza más peligrosa.

—Mathana —dijo Dalinar, advirtiendo que todavía estaban en lados opuestos de la estrecha mesa—. Tal vez deberíamos pasar a…

Se calló cuando Navani llamó a una sirvienta que apenas era lo bastante mayor para llevar manga de mujer. La chica vino corriendo con un taburete. Navani señaló a un lado, un punto solo a unos palmos de la mesa. La chica dudó, pero Navani señaló con más insistencia y la criada colocó el taburete.

Navani se sentó con gracia: no lo hacía en la mesa del rey, que era solo para comensales masculinos, pero sí lo bastante cerca para desafiar al protocolo. La criada se retiró. Al fondo de la mesa, Elhokar saludó con la cabeza las acciones de su madre, pero no dijo nada. Nadie reprendía a Navani Kholin, ni siquiera el rey.

—Oh, siéntate, Dalinar —dijo ella, con voz burlona—. Tenemos que hablar de unos asuntos.

Dalinar suspiró, pero se sentó. Los asientos a su alrededor estaban todavía vacíos, y tanto la música como el murmullo de las conversaciones en la isleta eran lo bastante fuertes para que la gente no los oyera. Algunas mujeres habían empezado a tocar la flauta y los musispren revoloteaban en el aire a su alrededor.

—Preguntas por qué he regresado —dijo Navani, en voz baja—. Bueno, tengo tres razones. La primera, quería traer la noticia de que los veden han perfeccionado sus «semiesquirlas», como las llaman. Dicen que los escudos pueden detener los golpes de una espada esquirlada.

Dalinar cruzó los brazos sobre la mesa. Había oído rumores al respecto, aunque los había descartado. Los hombres siempre decían estar a punto de crear nuevas esquirlas, pero las promesas no se cumplían nunca.

—¿Has visto alguna?

—No. Pero lo confirma alguien en quien confío. Dice que solo pueden tomar forma de escudo y que no tienen ninguna de las otras mejoras de las armaduras. Pero pueden bloquear una espada.

Era un paso, un paso muy pequeño, hacia la armadura esquirlada. Era preocupante. No lo creería hasta que viera lo que podían hacer esas «semiesquirlas.»

—Podrías haber enviado esta noticia por abarcañas, Navani.

—Bueno, poco después de llegar a Kholinar me di cuenta de que marcharme de aquí había sido un error político. Estos campamentos de guerra son cada vez más el centro de nuestro reino.

—Sí —dijo Dalinar en voz baja—. Nuestra ausencia de la patria es peligrosa.

¿No había sido ese el mismo argumento que había convencido a Navani a volver a casa en primer lugar?

La majestuosa mujer hizo un gesto despectivo con la mano.

—He decidido que la reina tiene las capacidades necesarias para controlar Alezkar. Hay planes y esquemas (siempre habrá planes y esquemas), pero los jugadores verdaderamente importantes inevitablemente acaban aquí.

—Tu hijo sigue viendo asesinos en cada rincón.

—¿Y no debería hacerlo? Después de lo que le ocurrió a su padre…

—Cierto, pero temo que lo lleve a los extremos. Desconfía incluso de sus aliados.

Navani cruzó las manos sobre su regazo, la mano libre sobre la mano segura.

—No es muy bueno en esto, ¿no?

Dalinar parpadeó sorprendido.

—¿Qué? ¡Elhokar es un buen hombre! Tiene más integridad que ningún otro ojos claros de este ejército.

—Pero su capacidad de gobierno es débil. Debes admitirlo.

—Es el rey y mi sobrino —dijo Dalinar firmemente—. Tiene mi espada y mi corazón, Navani, y no consentiré que se hable mal de él, ni siquiera su propia madre.

Ella se lo quedó mirando. ¿Estaba poniendo a prueba su lealtad? Como su hija, Navani era una criatura política. Las intrigas la hacían florecer como a un rocapullo en el aire tranquilo y húmedo. Sin embargo, al contrario que Jasnah, era difícil confiar en Navani. Al menos con Jasnah uno sabía dónde estaba. Una vez más, Dalinar deseó que su sobrina hiciera a un lado sus proyectos y regresara a las Llanuras Quebradas.

—No hablo mal de mi hijo, Dalinar —dijo Navani—. Los dos sabemos que soy tan leal como tú. Pero me gusta saber con qué trabajo, y eso requiere una definición. Lo ven débil, y pretendo protegerlo. A su pesar, si es necesario.

—Entonces trabajamos por los mismos objetivos. Pero si protegerlo fue el segundo motivo de tu regreso, ¿cuál fue el tercero?

Ella le dirigió una sonrisa de labios rojos y ojos violeta. Una sonrisa significativa.

«Sangre de mis ancestros… —pensó Dalinar—. Vientos de tormenta, sí que es hermosa. Hermosa y mortífera.» Le parecía una ironía que el rostro de su esposa se hubiera borrado de su mente, y sin embargo pudiera recordar con completos e intrincados detalles los meses que esta mujer había pasado jugando con Gavilar y él. Había tonteado con ambos, encendiendo su deseo antes de decidirse finalmente por el hermano mayor. Todos supieron todo el tiempo que escogería a Gavilar. Pero dolió de todas formas.

—Tenemos que hablar alguna vez en privado —dijo Navani—. Quiero oír tus opiniones sobre algunas de las cosas que se dicen en el campamento.

Probablemente se refería a los rumores sobre él.

—Yo…, estoy muy ocupado.

Ella hizo un gesto de exasperación.

—Estoy segura. Pero nos reuniremos de todas formas, cuando haya tenido tiempo de asentarme aquí e informarme de todo. ¿Dentro de una semana? Iré a leerte ese libro de mi marido, y luego podremos charlar. Lo haremos en un lugar público, ¿de acuerdo?

Él suspiró.

—Muy bien. Pero…

—Altos príncipes y ojos claros —proclamó de repente Elhokar. Dalinar y Navani se volvieron hacia el extremo de la mesa, donde el rey estaba en pie con su uniforme al completo, capa real y corona. Alzó una mano hacia la isla. La gente guardó silencio, y pronto el único sonido fue el del agua borboteando en los arroyos—. Estoy seguro de que muchos habéis oído los rumores relacionados con el atentado a mi vida durante la cacería de hace tres días. Cuando se cortó la cincha de mi silla.

Dalinar miró a Navani. Ella alzó la mano libre hacia él y la movió, indicando que no creía que los rumores fueran convincentes. Los conocía, claro. Dale a Navani cinco minutos en una ciudad y lo sabría todo de cualquier chisme importante.

—Os aseguro que nunca corrí verdadero peligro —dijo Elhokar—. Gracias, en parte, a la protección de la Guardia Real y a la vigilancia de mi tío. Sin embargo, creo aconsejable tratar a todas las amenazas con la prudencia y la seriedad debidas. Por tanto, nombré al brillante señor Torol Sadeas alto príncipe de información, encargándole de desentrañar la verdad en lo referido a este atentado contra mi vida.

Dalinar parpadeó aturdido. Luego cerró los ojos y dejó escapar un leve gemido.

—Desentrañar la verdad —dijo Navani, escéptica—. ¿Sadeas?

—Sangre de mis… Cree que ignoro las amenazas contra él, así que recurre a Sadeas.

—Bueno, supongo que hace bien —dijo ella—. Yo confío en Sadeas.

—Navani —dijo Dalinar, abriendo los ojos—. El incidente sucedió en una cacería que yo había planeado, bajo la protección de mi guardia y mis soldados. El caballo del rey fue preparado por mis mozos de cuadra. Él me pidió públicamente que investigara este asunto de la correa, y ahora me aparta de la investigación.

—Oh, cielos.

Navani comprendió. Esto era casi lo mismo que si Elhokar proclamara que sospechaba de Dalinar. Cualquier información que Sadeas desentrañara referida a este «intento de asesinato» solo podría ser desfavorable para Dalinar.

Cuando el odio de Sadeas hacia Dalinar y su amor por Gavilar entraran en conflicto, ¿cuál ganaría? «Pero la visión…, dijo que confiara en él.»

Elhokar volvió a sentarse, y el murmullo de la conversación volvió a iniciarse con tono más agudo. El rey parecía ajeno a lo que acababa de hacer. Sadeas sonreía de oreja a oreja. Se levantó de su sitio, se despidió del rey y empezó a mezclarse con la gente.

—¿Sigues sosteniendo que no es un mal rey? —susurró Navani—. Mi pobre, distraído y abstraído hijo.

Dalinar se levantó y se acercó a la mesa donde el rey continuaba comiendo.

Elhokar alzó la cabeza.

—Ah, Dalinar. Creo que querrás proporcionar tu ayuda a Sadeas.

Dalinar se sentó. La cena de Sadeas, a medio comer, todavía estaba en la mesa, el plato de metal regado con trozos de carne y pan rallado.

—Elhokar, hablé contigo hace unos pocos días. ¡Te pedí ser alto príncipe de la guerra, y dijiste que era demasiado peligroso!

—Lo es —respondió Elhokar—. Le hablé a Sadeas del tema, y estuvo de acuerdo. Los altos príncipes nunca tolerarán que haya nadie por encima de ellos en la guerra. Sadeas mencionó que si empezaba con algo menos amenazador, como nombrar a alguien alto príncipe de información, podría preparar a los demás para lo que quieres hacer.

—Sadeas sugirió esto… —concluyó Dalinar.

—Naturalmente —dijo Elhokar—. Ya era hora de que tuviéramos un alto príncipe de información, y él mencionó el corte de la correa como algo que quería investigar. Sabe que siempre has dicho que no eres adecuado para este tipo de cosas.

«Sangre de mis padres, acaban de superarme. Brillantemente», pensó Dalinar, mirando el centro de la isla, donde un grupo de ojos claros estaba reunido en torno a Sadeas.

El alto príncipe de información tenía autoridad sobre las investigaciones criminales, sobre todo las de interés para la corona. En cierto modo, era casi tan amenazador como un alto príncipe de la guerra, pero a Elhokar no se lo parecía. Lo único que veía era que alguien por fin estaba dispuesto a escuchar sus temores paranoicos.

Sadeas era un hombre muy, muy listo.

—No pongas esa cara, tío —dijo Elhokar—. No tenía ni idea de que querías el puesto, y Sadeas parecía entusiasmado con la idea. Tal vez no descubra nada y el cuero simplemente se gastara por el uso. Quedarás reivindicado por decirme siempre que no corro tanto peligro como creo.

—¿Reivindicado? —preguntó Dalinar en voz baja, sin dejar de mirar a Sadeas. «De algún modo, dudo que eso sea posible.»

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