El camino de los reyes (80 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

—¿Tenías otro propósito, entonces?

—Bueno, verás, he oído las cosas más maravillosas sobre la habilidad artística de tu pupila. Pensaba que tal vez… —Le sonrió a Shallan.

—Por supuesto, majestad —dijo Shallan—. Con mucho gusto dibujaré tu retrato.

Él sonrió al levantarse, dejando su comida a medias antes de recoger sus cosas. Miró a Jasnah, pero el rostro de la otra mujer era indescifrable.

—¿Preferirías un retrato sencillo contra un fondo negro? —preguntó Shallan—. ¿O una perspectiva más amplia, incluyendo las inmediaciones?

—Quizá deberías esperar a que hayamos terminado de comer, Shallan —recalcó Jasnah.

Shallan se ruborizó, sintiéndose como una idiota por su entusiasmo.

—Por supuesto.

—No, no —dijo el rey—. Yo he terminado ya. Un boceto detallado sería perfecto, niña. ¿Cómo te gustaría que me sentara?

Acercó su silla, posó y sonrió como si fuera un abuelo.

Ella parpadeó, fijando la imagen en su mente.

—Así está perfecto, majestad. Puedes volver a tu comida.

—¿No necesitas que me quede quieto? He posado para retratos antes.

—Así está bien —le aseguró Shallan, sentándose.

—Muy bien —dijo él, volviendo a la mesa—. Pido disculpas por hacer que me utilices, a mí nada menos, como sujeto de tu arte. Este rostro mío no es el más expresivo que habrás dibujado, estoy seguro.

—Oh, no —dijo Shallan—. Un rostro como el tuyo es justo lo que necesita una artista.

—¿Ah, sí?

—Sí, la… —Shallan se interrumpió. Había estado a punto de decir: «Sí, la piel se parece lo suficiente al pergamino para ser un lienzo ideal»—… la hermosa nariz que tienes, y esa piel arrugada por la sabiduría. Destacará con el carboncillo.

—Oh, bien, entonces. Adelante. Aunque no comprendo cómo vas a trabajar sin que yo esté posando.

—La brillante Shallan tiene un talento único —dijo Jasnah. Shallan empezó su dibujo.

—¡Supongo que así debe ser! —dijo el rey—. He visto el dibujo que hizo para Varas.

—¿Varas? —preguntó Jasnah.

—El ayudante jefe de las colecciones del Palaneo —contestó el rey—. Un primo lejano mío. Dice que el personal está sorprendido con tu joven pupila. ¿Cómo la encontraste?

—Inesperadamente, y necesitada de educación. —El rey alzó una ceja—. No puedo atribuirme su habilidad artística —dijo Jasnah—. Existía ya.

—Ah, una bendición del Todopoderoso.

—Podrías decir que sí.

—¿Pero asumo que tú no? —Taravangian se rio, incómodo.

Shallan dibujó con rapidez, estableciendo la forma de la cabeza. El rey se agitó, incómodo.

—¿Es duro para ti, Jasnah? Doloroso, quiero decir.

—El ateísmo no es ninguna enfermedad, majestad —repuso Jasnah secamente—. No es que haya pillado un sarpullido en el pie.

—Por supuesto que no, por supuesto que no. Pero…, ¿no es difícil no tener nada en lo que creer?

Shallan se inclinó hacia delante, todavía abocetando, pero atenta a la conversación. Shallan había supuesto que formarse a las órdenes de una hereje sería un poco más emocionante. Con Kasbal (el ingenioso fervoroso que había conocido en su primer día en Kharbranth) había hablado varias veces de la fe de Jasnah. Sin embargo, con la propia Jasnah, el tema no se presentaba casi nunca. Cuando lo hacía, Jasnah solía cambiar a otra cosa.

Hoy, sin embargo, no lo hizo. Tal vez notaba la sinceridad de la pregunta del rey.

—No diría que no tengo nada en qué creer, majestad. De hecho, tengo mucho en qué creer. Mi hermano y mi tío, mis propias capacidades. Las cosas que me enseñaron mis padres.

—Pero lo que está bien y lo que está mal. Eso…, bueno, lo has descartado.

—Que no acepte las enseñanzas de los devotarios no significa que haya dejado de creer en el bien y el mal.

—¡Pero el Todopoderoso determina lo que es el bien!

—¿Debe alguien, un ser invisible, declarar qué es el bien para que sea bueno? Yo creo que mi propia moralidad, que responde solo ante mi corazón, es más segura y veraz que la moralidad de aquellos que hacen el bien solo porque temen el castigo.

—Pero eso es el alma de la ley —dijo el rey, confundido—. Si no hay castigo, solo puede haber caos.

—Si no hubiera ley, algunos hombres harían lo que quisieran, sí —dijo Jasnah—. ¿Pero no es notable que, dada la posibilidad de obtener ganancias personales a costa de otros, tanta gente escoja lo que está bien?

—Porque temen al Todopoderoso.

—No. Creo que algo innato en nosotros comprende que buscar el bien de la sociedad suele ser mejor para el individuo también. La humanidad es noble cuando tiene la oportunidad de serlo. Esa nobleza es algo que existe independientemente de los decretos de ningún dios.

—No veo cómo puede existir nada fuera de los decretos de Dios. —El rey sacudió la cabeza, divertido—. Brillante Jasnah, no pretendo discutir, ¿pero no es la misma definición del Todopoderoso que todas las cosas existen por él?

—Si sumas uno y uno, hacen dos, ¿no?

—Bueno, sí.

—Ningún dios necesita declararlo para que sea cierto —dijo Jasnah—. Por tanto ¿no podríamos decir que las matemáticas existen fuera del Todopoderoso, independientes de él?

—Tal vez.

—Bien. Yo digo simplemente que la moralidad y la voluntad humana son también independientes de él.

—¡Si dices eso —dijo el rey, riendo—, entonces has eliminado de la existencia todo propósito para el Todopoderoso!

—Ciertamente.

El cubículo quedó en silencio. Las lámparas de esferas de Jasnah proyectaban una luz blanca, fría y regular sobre ellos. Durante un incómodo momento, el único sonido fue el roce del carboncillo de Shallan sobre su libreta. Trabajaba con movimientos rápidos, preocupada por las cosas que había dicho Jasnah, pues la hacían sentirse vacía por dentro. Eso era en parte porque el rey, debido a su afabilidad, no era bueno discutiendo. Era un hombre adorable, pero no podía ser rival de Jasnah en una controversia.

—Bueno —dijo Taravangian—. He de decir que presentas tus argumentos de manera muy efectiva. Pero no los acepto.

—Mi intención no es convertir, majestad. Me contento guardando mis creencias para mí, algo que la mayoría de mis colegas de los devotarios tienen problemas para hacer. Shallan, ¿has terminado ya?

—Casi, brillante.

—¡Pero si apenas han sido unos minutos!

—Su habilidad es notable, majestad —dijo Jasnah—. Como creo que ya he mencionado.

Shallan se inclinó hacia atrás, inspeccionando su obra. Se había concentrado tanto en la conversación que había dejado que sus manos dibujaran solas, confiando en sus instintos. El boceto describía al rey sentado en su silla con expresión de sabiduría, las paredes del reservado tras él. La puerta quedaba a su derecha. Sí, era un buen retrato. No su mejor obra, pero…

Shallan se detuvo, conteniendo la respiración, el corazón sobresaltado. Había dibujado
algo
de pie en la puerta junto al rey. Dos criaturas altas y delgadas con capas abiertas por delante y que colgaban a los lados demasiado tiesas, como si estuvieran hechas de cristal. Sobre los altos y envarados cuellos, donde deberían estar las cabezas de las criaturas, cada una tenía un gran símbolo flotante de retorcido diseño, lleno de imposibles ángulos y geometrías.

Shallan se quedó allí mirando, aturdida. ¿Había dibujado ella esas cosas? ¿Qué la había llevado a…?

Alzó la cabeza. El pasillo estaba vacío. Las criaturas no eran parte del apunte que había tomado. Sus manos simplemente las habían dibujado por su cuenta.

—¿Shallan? —dijo Jasnah.

Por reflejo, Shallan dejó caer su carboncillo y agarró la hoja con la mano libre, arrugándola.

—Lo siento, brillante. Presté demasiada atención a la conversación. Me descuidé.

—Bueno, al menos podemos verlo, niña —dijo el rey, poniéndose en pie.

Shallan sujetó el papel con más fuerza.

—¡No!

—En ocasiones tiene ataques de temperamento artístico, majestad —suspiró Jasnah—. No se lo podrás quitar.

—Te haré otro, majestad —dijo Shallan—. Lo siento mucho.

El rey se frotó la barba canosa.

—Sí, bueno, iba a ser un regalo para mi nieta…

—Al final del día —prometió Shallan.

—Eso sería maravilloso. ¿Estás segura de que no necesitas que pose?

—No, no, no será necesario, majestad —dijo Shallan. Su pulso seguía latiendo desbocado y no podía apartar de su mente la imagen de aquellas dos figuras distorsionadas, así que tomó otro apunte del rey. Podría utilizarlo para recrear una imagen más adecuada.

—Muy bien —dijo el rey—. Supongo que debería marcharme. Quiero visitar los hospitales y a los enfermos. Puedes enviar el dibujo a mis aposentos, pero tómate tu tiempo. No pasa nada, tranquila.

Shallan hizo una reverencia, apretando contra su pecho el papel arrugado. El rey se retiró con sus ayudantes, y varios parshmenios entraron para llevarse la mesa.

—Nunca te he visto cometer ningún error en tus dibujos —dijo Jasnah, sentándose de nuevo—. Al menos no tan horrible como para que tuvieras que destruir el papel.

Shallan se ruborizó.

—Supongo que incluso una maestra de las artes puede errar. Ve y dedica la siguiente hora a hacer un retrato adecuado de su majestad.

Shallan contempló el boceto estropeado. Las criaturas eran simplemente su capricho, el producto de dejar deambular su mente. Eso era todo. Solo imaginaciones. Tal vez había algo en su subconsciente que necesitaba expresar. ¿Pero qué podían significar las figuras entonces?

—Me di cuenta de que hubo un momento en que, cuando hablabas con el rey, vacilaste —observó Jasnah—. ¿Qué no dijiste?

—Algo inadecuado.

—¿Pero ingenioso?

—Lo ingenioso nunca parece tan impresionante cuando se ve fuera del momento, brillante. Fue solo un pensamiento tonto.

—Y lo sustituiste por un cumplido vacío. Creo que malinterpretaste lo que pretendía explicar, niña. No deseo que permanezcas en silencio. Es bueno ser ingenioso.

—Pero si hubiera hablado, habría insultado al rey, y tal vez incluso lo habría confundido y le habría causado turbación. Estoy segura de que sabe lo que la gente dice sobre su falta de agilidad mental.

Jasnah hizo una mueca.

—Palabras necias. De gente necia. Pero tal vez hiciste bien en no hablar, aunque recuerda que canalizar tus capacidades y reprimirlas son dos cosas distintas. Preferiría que pensaras en algo que fuera a la vez ingenioso y adecuado.

—Sí, brillante.

—Además, creo que habrías hecho reír a Taravangian. Parece apurado por algo últimamente.

—¿No te parece aburrido entonces? —preguntó Shallan, curiosa. No creía que el rey fuera necio o aburrido, pero pensaba que alguien tan inteligente como Jasnah tal vez no tuviera paciencia para un hombre como él.

—Taravangian es un hombre maravilloso —dijo Jasnah—, y vale lo que cien expertos auto proclamados en modales cortesanos. Me recuerda a mi tío Dalinar. Formal, sincero, preocupado.

—Aquí los ojos claros dicen que es débil. Porque se pliega ante muchos otros monarcas, porque teme la guerra, porque no tiene una espada esquirlada.

Jasnah no respondió, aunque parecía preocupada.

—¿Brillante? —instó Shallan, acercándose a su asiento y ordenando sus carboncillos.

—En tiempos antiguos —dijo Jasnah—, un hombre que traía la paz a su reino era considerado de gran valor. Ahora el mismo hombre sería considerado un cobarde. —Sacudió la cabeza—. Este cambio ha tardado siglos en producirse. Debería aterrorizarnos. Nos vendría bien tener más hombres como Taravangian, y te pido que no vuelvas a llamarlo aburrido, ni siquiera en broma.

—Sí, brillante. —Shallan inclinó la cabeza—. ¿Crees de verdad las cosas que dijiste sobre el Todopoderoso?

Jasnah guardó silencio un instante.

—Lo creo. Aunque quizás exageré mi convicción.

—¿El Movimiento Asegurado de teoría retórica?

—Sí, supongo que fue eso. Debo tener cuidado de no darte la espalda mientras leo hoy. Una auténtica erudita no debería cerrar su mente a ningún tema —dijo Jasnah—, no importa lo segura que pueda sentirse. Que no haya encontrado todavía un motivo convincente para unirme a uno de los devotarios no significa que no lo vaya a hacer jamás. Aunque cada vez que tengo una discusión como la de hoy, mis convicciones se hacen más firmes.

Shallan se mordió los labios. Jasnah advirtió la expresión.

—Tendrás que aprender a controlar eso, Shallan. Hace que tus sentimientos sean obvios.

—Sí, brillante.

—Bueno, dilo.

—Es que tu conversación con el rey no fue del todo justa.

—¿No?

—Por su, ya sabes, capacidad limitada. Él se portó muy bien, pero no tenía los argumentos que podría haber tenido alguien más versado en teología vorin.

—¿Y qué argumentos podría haber dado alguien así?

—Bueno, yo tampoco tengo mucha formación en el tema. Pero creo que ignoraste, o al menos minimizaste, una parte vital de la discusión.

—¿Y es…?

Shallan se señaló el pecho.

—Nuestros corazones, brillante. Creo que porque siento algo, una cercanía al Todopoderoso, siento paz cuando vivo mi fe.

—La mente es capaz de proyectar las respuestas emocionales esperadas.

—¿Pero no argumentaste tú misma que la forma en que actuamos, la forma en que consideramos el bien y el mal, en un atributo que define a la humanidad? Usaste nuestra moralidad innata para demostrar tu argumento. ¿Cómo puedes entonces descartar mis sentimientos?

—¿Descartarlos? No. ¿Considerarlos con escepticismo? Tal vez. Tus sentimientos, Shallan, por poderosos que sean, son tuyos propios. No míos. Y lo que yo siento es que pasarme la vida tratando de ganarme el favor de un ser invisible, desconocido e incognoscible que me observa desde el cielo es un ejercicio completamente inútil —señaló a Shallan con su pluma—. Pero tu método retórico está mejorando. Todavía haremos una erudita de ti.

Shallan sonrió, sintiendo un arrebato de placer. Una alabanza de Jasnah era más preciosa que una broam de esmeralda.

«Pero…, no voy a ser una erudita. Voy a robar la animista y marcharme.»

No le gustaba pensar en eso. Era otra cosa que tendría que haber superado: tendía a evitar pensar en las cosas que la hacían sentirse incómoda.

—Ahora date prisa y ponte a trabajar en el dibujo del rey —dijo Jasnah, cogiendo un libro—. Tendrás mucho trabajo real que hacer cuando lo hayas terminado.

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