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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El reverso de la medalla

 

Basado en el famoso juicio por estafa a la Bolsa contra Thomas Cochrane, 'El reverso de la medalla' plantea en profundidad y con rigor un tema poco tratado por otros autores de novelas naúticas: la situación económica de los capitanes en tiempos de Nelson. O'Brian muestra con enorme poder de convicción cómo un capitán podía pasar del elogio desmedido al ostracismo, y hasta qué punto su carrera estaba sujeta a los bandazos del azar.

Patrick O'Brian

El reverso de la medalla

Aubrey y Maturin 11

ePUB v1.0

Mezki
30.12.11

ISBN 13: 978-84-350-1692-6

ISBN 10: 84-350-1692-7

Título: El reverso de la medalla : una novela de la Armada inglesa

Autor/es: O'Brian, Patrick (1914-2000) [Ver títulos]

Traducción: Lama Montes de Oca, Aleida ; tr. [Ver títulos]

Lengua de publicación: Castellano

Lengua/s de traducción: Inglés

Edición: 1ª. ed. , 2ª. imp.

Fecha Impresión: 03/2004

Publicación: Edhasa

Colección: Pocket/Edhasa,192

Materia/s: 821.111-3 - Literatura en lengua inglesa. Novela y cuento.

NOTA A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Éste es el decimoprimer relato de la más apasionante serie de novelas históricas marítimas jamás publicada; por considerarlo de indudable interés, aunque los lectores que deseen prescindir de ello pueden perfectamente hacerlo, se incluye un capítulo adicional con un amplio y detallado Glosario de términos marinos

Se ha mantenido el sistema de medidas de la Armada real inglesa, como forma habitual de expresión de terminología náutica.

1 yarda = 0,9144 metros

1 pie = 0,3048 metros — 1 m = 3,28084 pies

1 cable =120 brazas = 185,19 metros

1 pulgada = 2,54 centímetros — 1 cm = 0,3937 pulg.

1 libra = 0,45359 kilogramos — 1 kg = 2,20462 lib.

1 quintal = 112 libras = 50,802 kg.

NOTA DEL AUTOR

Quienes han leído alguno de los numerosos libros que se han escrito sobre lord Cochrane o, como pasó a llamarse cuando murió su padre, el duque de Dundonald, recordarán que fue juzgado en Guildhall por un tribunal presidido por lord Ellenborough por cometer fraude en la bolsa, y que fue declarado culpable.

Tanto lord Cochrane como sus descendientes siempre sostuvieron enérgicamente que no era culpable y que lord Ellenborough no había hecho un juicio justo, y la mayoría de los biógrafos, incluido el mejor de ellos, el profesor Christopher Lloyd, están de acuerdo con los descendientes. Por su parte, lord Ellenborough y sus sucesores mantuvieron lo contrario, y uno de ellos decidió escribir un libro para refutar las afirmaciones del décimo, el undécimo y el duodécimo duques; sin embargo, al comprender que no tenía suficientes conocimientos acerca de cuestiones legales, entregó los documentos y encomendó la tarea al señor Attlay, un renombrado abogado del bufete Lincoln que se documentó muy bien y escribió un largo libro con una lógica argumentación, capaz de conmover a todos menos a los más tenaces defensores de lord Cochrane.

En relación con esta historia, el libro del señor Attlay tiene valor no porque intente demostrar la culpabilidad o la inocencia de las partes, sino porque muestra cómo se desarrolló exactamente el juicio. He usado esa información sobre el juicio y, a pesar de que he simplificado los complejos asuntos legales y he eliminado montones de testigos, he conservado la estructura de éste y su curioso orden; por tanto, el lector puede aceptar como auténtica la secuencia de acontecimientos, que en nuestros días parece increíble.

CAPÍTULO 1

La escuadra de las Antillas se encontraba frente a Bridgetown, bajo los rayos del brillante sol y protegida de los vientos alisios del noreste. Se había reducido a unos cuantos navíos: el viejo
Irresistible
, que llevaba el estandarte rojo de sir William Pellew en el palo trinquete, dos o tres corbetas medio destrozadas con pocos tripulantes, un transporte y un barco avituallador. Los demás buques que la formaban, los que podían navegar sin dificultad, estaban lejos, en el Atlántico o en el Caribe, intentando encontrar los barcos de guerra franceses y norteamericanos que posiblemente surcaban sus aguas, aparte de los innumerables barcos corsarios bien armados, bien gobernados y con numerosa tripulación que navegaban por allí buscando afanosamente sus presas: los mercantes de Inglaterra y sus aliados.

A pesar de que los barcos eran viejos y de que las inclemencias del tiempo los habían corroído y estropeado, parecían muy hermosos en medio de las aguas de color azul oscuro. Estaban en tan buen estado como era posible en las Antillas; los daños ocasionados por el paso del tiempo se disimulaban con masilla y pintura, y todos los objetos de metal brillaban. Algunos habían perdido muchos tripulantes a causa de la epidemia de fiebre amarilla de Jamaica y de la zona española del continente americano, por lo que apenas quedaban suficientes para levar anclas; sin embargo, aún había a bordo bastantes oficiales y marineros que conocían tan bien la fragata que en ese momento se acercaba navegando contra el fuerte viento como a muchos de sus tripulantes. Era la
Surprise
, una fragata de veintiocho cañones que tenía como misión proteger los balleneros británicos que faenaban en el Pacífico sur de una fragata norteamericana de similar potencia, la
Norfolk
. Era más vieja que el
Irresistible
(en realidad, iba camino del desguace cuando la habían destinado a aquella misión), pero, a diferencia de éste, navegaba con facilidad, sobre todo de bolina. Si no fuera porque llevaba a remolque un barco desarbolado, se habría reunido con la escuadra poco después de la comida; sin embargo, en esas circunstancias era dudoso que lo consiguiera antes del cañonazo de la tarde.

El almirante creía que lo lograría, pero no era objetivo, ya que en su juicio influía su enorme deseo de saber si el capitán de la
Surprise
había cumplido con su misión y si el barco que remolcaba era una presa capturada en las extensas aguas que estaban bajo su protección o simplemente un ballenero neutral o británico desmantelados. En el primer caso, sir William obtendría un doceavo de su valor, y en el segundo, nada, ni siquiera unos pocos marineros reclutados a la fuerza, pues los balleneros que faenaban en el Pacífico sur estaban protegidos. También influía su deseo de celebrar una velada musical. Sir William era un viejo corpulento de expresión resuelta y mirada penetrante. Tenía el aspecto de un sencillo marinero y el uniforme daba a su robusto cuerpo una apariencia extraña. Le gustaba mucho la música, y en la Armada todos sabían que nunca se hacía a la mar sin al menos un clavicordio y que había obligado a su asistente a acudir a clases de afinar instrumentos en Portsmouth, en Valletta, en Ciudad de El Cabo y en Madrás. Asimismo todos sabían que era aficionado a la compañía de hermosos jóvenes, pero como satisfacía su afición discretamente, sin alterar el orden ni provocar escándalos, la Armada la aceptaba de tan buen grado como su pasión por Händel, no por explícita menos ilógica.

Uno de esos hermosos jóvenes, el primer teniente del buque insignia, se encontraba en ese instante junto a él en la toldilla. El joven había empezado su carrera naval como guardiamarina y tenía entonces tantos granos en la cara que le habían puesto el sobrenombre de Dick
el Manchado
, pero cuando su piel recuperó la tersura, se convirtió en un Apolo marinero; sin embargo, a pesar de ser un Apolo marinero, no se daba cuenta de su belleza y pensaba que había conseguido el puesto únicamente gracias a su diligencia y a los méritos acumulados durante el desempeño de su profesión.

—Podría ser perfectamente una presa —dijo el almirante y, después de mirar por el telescopio durante un buen rato, se refirió al capitán de la
Surprise—
: Después de todo, le llaman Jack Aubrey
el Afortunado
. Recuerdo cuando entró en el largo y estrecho puerto de Mahón con una hilera de mercantes apresados detrás que parecía el cometa Halley. En aquella época, lord Keith estaba al mando de la escuadra del Mediterráneo. Aubrey debió de haber conseguido una pequeña fortuna cada vez que salía a patrullar la zona. Tiene ojo para las presas, aunque… Pero se me olvidaba… Usted navegó con él, ¿verdad?

—¡Oh, sí, señor! —exclamó Apolo—. ¡Así es! Me enseñó todo lo que sé de matemáticas y nos explicó a todos muy bien los fundamentos de la navegación. No ha existido nunca un marino mejor; quiero decir, entre los capitanes de navío, señor.

El almirante sonrió al notar el entusiasmo y la genuina admiración del joven. Entonces dirigió otra vez el telescopio hacia la
Surprise
y dijo:

—Además es un virtuoso del violín. Tocamos juntos durante una larga cuarentena.

Sin embargo, no todos compartían el entusiasmo del primer teniente del buque insignia. Pocos metros más abajo, el capitán del
Irresistible le
explicaba a su esposa en su cabina que ni Jack Aubrey ni su barco eran tan buenos.

—Esas viejas fragatas de veintiocho cañones deberían haberse llevado al desguace hace mucho tiempo. Pertenecen a una época pasada y no sirven más que para ponernos en ridículo cuando una fragata norteamericana de cuarenta y cuatro cañones apresa alguna. Las dos se llaman fragatas y, como los que no son hombres de mar no ven la diferencia entre ellas, dicen: «¡Vaya, una fragata norteamericana ha capturado una de las nuestras! ¡La Armada se ha deteriorado! ¡La Armada ya no es lo que era!».

—Debe de ser una dolorosa experiencia, cariño —afirmó su esposa.

—¡Cañones de veinticuatro libras y escantillones como los de un navío de línea! —exclamó el capitán Goole, que nunca había logrado digerir las victorias norteamericanas—. En cuanto a Aubrey… Le llaman Jack
el Afortunado
, y es innegable que capturó muchas presas en el Mediterráneo. Lord Keith le benefició mucho, pues le mandaba a hacer un crucero tras otro, lo que molestaba a gran número de personas. También ganó dinero en el océano Índico, cuando fue tomada la isla Mauricio, en 1809, ¿o fue en 1810?, pero desde entonces no he oído que haya ganado mucho. Creo que exageró y que se le acabó la suerte. En todos los asuntos de los hombres hay altibajos… —concluyó, vacilante.

—Estoy segura de que los hay, cariño —dijo su esposa.

—Harriet, te ruego que no me interrumpas cada vez que abro la boca. Has hecho que me olvidara otra vez de lo que iba a decir.

—Lo siento, cariño —añadió la señora Goole, cerrando los ojos.

Había llegado de Jamaica para reponerse de la fiebre amarilla y evitar ser enterrada entre cangrejos, pero a veces se preguntaba si su decisión había sido acertada.

—Sin embargo, aunque el refrán dice que la ocasión la pintan calva, no se deben forzar las cosas. En cuanto notas que la suerte ha dejado de acompañarte, debes bajar los mastelerillos a la cubierta, tomar un rizo en las gavias y prepararte para tapar las escotillas con tablas y navegar con una vela de capa si el tiempo empeora. Pero ¿qué hizo Jack Aubrey? Siguió navegando a toda vela como si la suerte fuera a durarle siempre. Aparte del dinero que consiguió en el Mediterráneo, debió de haber obtenido una buena suma en la operación Mauricio, pero ¿lo invirtió en acciones fuertes al dos y medio por ciento de interés? No, no lo hizo. Empezó a pavonearse por ahí, llegó a tener una cuadra de caballos de carrera, ofreció banquetes como si fuera un gobernador y cubrió a su esposa de diamantes y vestidos de tafetán.

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