Fragmentos de una enseñanza desconocida (4 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

—¿Vale la pena pensar sobre ello? le pregunté. ¿Y cree usted que pueda encontrar allí lo que busco?

—Está bien ir allá para un descanso, de vacaciones, dijo G., pero para lo que usted busca no vale la pena. Todo ello puede encontrarse aquí."

Comprendí que estaba hablando de trabajar con él. Le pregunté:

—Pero, ¿no ofrecen ciertas ventajas las escuelas que se encuentran en el Oriente, en el seno de todas las tradiciones?"

Al contestar, G. desarrolló varias ideas que no comprendí sino mucho más tarde.

—Suponiendo que encontrase escuelas, usted no encontraría sino escuelas filosóficas, dijo. En la India hay sólo escuelas filosóficas. Hace mucho tiempo las cosas quedaron repartidas así: en la India la «filosofía», en Egipto la «teoría» y en la región que corresponde hoy a Persia, Mesopotamia y Turquestán, la «práctica».

—Y ¿aún continúa eso en la misma forma? pregunté.

—En parte, aún hasta ahora, respondió. Pero usted no capta claramente lo que yo quiero decir por «filosofía», «teoría» y «práctica». Estas palabras no deben entenderse en el sentido ordinario.

"Hoy en día en el Oriente se encuentran sólo escuelas
especiales;
no hay escuelas generales. Cada maestro o
gurú,
es un especialista en alguna materia. Uno es astrónomo, otro escultor, un tercero es músico. Y los alumnos deben ante todo estudiar la materia que es la especialidad de su maestro, luego otra materia y así sucesivamente. Tomaría mil años estudiar todo.

—Pero, ¿cómo estudió usted?

—Yo no estaba solo. Entre nosotros había toda clase de especialistas. Cada uno estudiaba según los métodos de su ciencia particular. Luego, al reunirnos compartíamos los resultados que habíamos obtenido.

—¿Y dónde están ahora sus compañeros?"

G. guardó silencio por un tiempo y luego, mirando a lo lejos, dijo lentamente:

—Algunos han muerto, otros prosiguen sus trabajos, otros están enclaustrados."

Este término monástico, oído en el momento en que menos lo esperaba, me produjo un sentimiento de extraña incomodidad.

De repente me di cuenta de que G. estaba haciendo una especie de "juego" conmigo, como si deliberadamente tratara de lanzarme de vez en cuando una palabra que me pudiera interesar, y orientar mis pensamientos en una dirección definida.

Cuando traté de preguntarle más concretamente dónde había encontrado lo que sabía, de qué fuentes había extraído sus conocimientos y hasta dónde alcanzaban éstos, no me dio una respuesta directa.

—Usted sabe, me dijo él, cuando usted partió para la India los diarios hablaron de su viaje y de sus búsquedas; entonces les di a mis alumnos la tarea de leer sus libros, de determinar por sí mismos
quién
era usted y de establecer sobre esta base lo que sería usted capaz de encontrar. Es así que cuando usted todavía estaba en camino, nosotros ya sabíamos lo que encontraría.

Un día le pregunté a G. sobre el ballet que había sido mencionado en los diarios bajo el nombre de "La Lucha de los Magos", del cual hablaba el relato titulado "Vislumbres de la Verdad". Le pregunté si este ballet tendría el carácter de un "misterio".

—Mi ballet no es un «misterio», dijo G. Tenía en mente producir un espectáculo a la vez significativo y magnifico. Pero no he intentado poner en evidencia, ni subrayar, el sentido oculto.

"Ciertas danzas ocupan un lugar importante. Le explicaré brevemente el porqué. Imagínese que para estudiar los movimientos de los cuerpos celestes, por ejemplo de los planetas del sistema solar, se construya un mecanismo especial a fin de darnos una representación animada y hacernos recordar las leyes de estos movimientos. En este mecanismo, cada planeta representado por una esfera de dimensión apropiada, está colocado a una cierta distancia de una esfera central que representa el sol, Una vez puesto en movimiento el mecanismo, todas las esferas comienzan a rotar al desplazarse a lo largo de las trayectorias que les habían sido asignadas, reproduciendo en forma visible las leyes que gobiernan los movimientos de los planetas. Este mecanismo le recuerda todo lo que usted sabe acerca del sistema solar. Hay algo análogo en el ritmo de ciertas danzas. Por los movimientos estrictamente definidos de los ejecutantes y sus combinaciones, se reproducen visualmente ciertas leyes que son inteligibles para aquellos que las conocen. Estas son las danzas llamadas «sagradas». En el curso de mis viajes en el Oriente, muchas veces he sido testigo de tales danzas, ejecutadas en los antiguos templos durante los oficios divinos. Algunas de ellas están reproducidas en mi ballet.

"Además la «Lucha de los Magos», está basada en tres ideas. Pero el público no las comprenderá jamás si represento este ballet en un escenario ordinario."

Lo que dijo G. luego me hizo comprender que éste no sería un ballet en el sentido estricto de la palabra, sino una serie de escenas dramáticas y mímicas ligadas por una intriga, todo esto acompañado de música y entremezclado con cantos y danzas. El nombre más apropiado para denominar esta serie de escenas habría sido el de "revista", pero sin ningún elemento cómico.

Las escenas importantes representaban la escuela de un "Mago Negro" y la de un "Mago Blanco", con los ejercicios de sus alumnos y los episodios de una lucha entre las dos escuelas. La acción debía situarse en el corazón de una ciudad oriental e incluir una historia de amor que tendría un sentido alegórico —entrelazado todo con diversas danzas nacionales asiáticas, danzas derviches y danzas sagradas.

Me interesó particularmente cuando G. dijo que
los mismos
actores debían actuar y bailar en las escenas del "Mago Blanco" y en las del "Mago Negro"; y que en la primera escena debían ser tan bellos y atrayentes, por ellos mismos y por sus movimientos, como deformes y feos en la segunda.

—Compréndalo, dijo G., de esta manera podrán ver y estudiar todos los lados de sí mismos; este ballet tendrá entonces un inmenso interés para el estudio de sí."

En esa época estaba bien lejos de poder darme cuenta de esto y me llamó la atención sobre todo cierta discrepancia.

—La noticia que yo había leído en el diario decía que este ballet se representaría en Moscú y que tomarían parte en él algunos bailarines célebres. ¿Cómo concilia usted esto con la idea del estudio de si? Éstos no actuarán ni bailarán para estudiarse a sí mismos.

—Nada se ha decidido todavía, contestó G., y el autor de la noticia que usted ha leído no estaba bien informado. Quizás lo hagamos de una manera totalmente distinta. Sin embargo, lo que si es cierto es que aquellos que actúan en este ballet tendrán que verse a si mismos, quiéranlo o no.

—Y ¿quién está escribiendo la música?

— Eso no está decidido tampoco."

G. no agregó nada. y no volví a oír hablar de este ballet por cinco años.

* * *

"Un día, en Moscú, hablaba con G. acerca de Londres, adonde había estado algunos meses atrás por corto tiempo. Le hablaba de la terrible mecanización que invadía las grandes ciudades europeas y sin la cual era probablemente imposible vivir y trabajar en el torbellino de estos enormes "juguetes mecánicos".

—La gente se está convirtiendo en máquinas, dije, y no me cabe duda que un día se convertirán en máquinas perfectas. ¿Pero son capaces todavía de pensar? No lo creo. Si trataran de pensar, no serían tan buenas máquinas.

—Sí, contestó G., es cierto, pero sólo en parte. La verdadera pregunta es ésta: ¿de qué
mente
se sirven en su trabajo? Si usan la mente adecuada, podrán pensar aún mejor en su vida activa en medio de las máquinas. Pero una vez más, con la condición de que usen la mente adecuada."

No comprendí lo que G. quería decir por "mente adecuada" y sólo mucho más tarde llegué a comprenderlo.

—En segundo lugar, continuó él, la mecanización de que usted habla no es peligrosa en absoluto. Un hombre puede ser
un hombre
—recalcó esta palabra— aun trabajando con máquinas. Hay otra clase de mecanización muchísimo más peligrosa: ser uno mismo una máquina. ¿Nunca ha pensado usted en el hecho de que todos los hombres son
ellos mismos
máquinas?

—Sí, dije, desde un punto de vista estrictamente científico. todos los hombres son máquinas gobernadas por influencias exteriores. Pero la cuestión está en saber si se puede aceptar totalmente el punto de vista científico.

—Científico o no científico, me da lo mismo, dijo G. Quiero que comprenda lo que digo. ¡Mire! Toda esa gente que usted ve —señaló la calle— son simplemente máquinas, nada más.

—Creo comprender lo que usted quiere decir, dije. Y a menudo he pensado cuan pocos son en el mundo los que pueden resistir a esta forma de mecanización y elegir su propio camino.

—¡Este es justamente su más grave error! dijo G. Usted cree que algo puede escoger su propio camino o resistir a la mecanización; usted cree que todo no es igualmente mecánico.

—¡Pero por supuesto que no! exclamé yo. El arte, la poesía, el pensamiento, son fenómenos de un orden totalmente distinto.

—Exactamente del mismo orden, dijo G. Estas actividades son exactamente tan mecánicas como todas las demás. Los hombres son máquinas, y de las máquinas no puede esperarse otra cosa que acciones mecánicas.

—Muy bien, le dije, pero ¿no hay quienes no sean máquinas?

—Puede que los haya, dijo G. Pero usted no los puede ver. Usted no los conoce. Esto es lo que quiero hacerle comprender."

No dejó de extrañarme que insistiera tanto sobre este punto. Lo que decía me parecía evidente e incontestable. Sin embargo, nunca me habían gustado las metáforas tan breves que pretenden decirlo todo. Siempre omiten
las diferencias.
Por mi parte, siempre había sostenido que lo más importante son las diferencias y que, para comprender las cosas, era necesario ante todo considerar los puntos en que difieren. De modo que me pareció extraño que G. insistiera tanto sobre una verdad que me parecía innegable, siempre y cuando no se hiciera de ella algo absoluto y se le reconocieran algunas excepciones.

—Las personas se asemejan muy poco entre sí, dije. Considero imposible meterlos a todos en el mismo saco. Hay salvajes, hay personas mecanizadas, hay intelectuales, hay genios.

—Nada más exacto, dijo G. Las personas son muy diferentes, pero usted ni conoce, ni puede ver la diferencia real entre ellas. Usted habla de diferencias que sencillamente no existen. Esto debe ser comprendido. Todas las personas que usted ve, que usted conoce, que usted puede llegar a conocer, son máquinas, verdaderas máquinas que solamente trabajan bajo la presión de influencias exteriores, como usted mismo lo ha dicho. Nacen máquinas y como máquinas mueren. ¿Qué tienen que ver con esto los salvajes y los intelectuales? Ahora mismo, en este preciso momento, mientras hablamos, varios millones de máquinas se esfuerzan en aniquilarse unas a otras. ¿En qué difieren, entonces? ¿Dónde están los salvajes, y dónde los intelectuales? Todos son iguales...

"Pero es posible dejar de ser máquina. Es en esto en lo que usted debería pensar y no en las distintas clases de máquinas. Por supuesto que las máquinas difieren; un automóvil es una máquina, un gramófono es una máquina y un fusil es una máquina. ¿Y esto qué cambia? Es lo mismo, siempre son máquinas."

Esta conversación me recuerda otra.

—¿Qué piensa usted de la psicología moderna? le pregunté un día a G., con la intención de llegar al tema del psicoanálisis, del cual yo había desconfiado desde el primer día.

Pero G. no me permitió llegar tan lejos.

-Antes de hablar de psicología, dijo él, debemos comprender claramente de qué trata esta ciencia y de qué no trata. El verdadero objeto de la
psicología
es la gente, los hombres, los seres humanos. ¿Qué
psicología
—recalcó la palabra— puede haber cuando no se trata sino de máquinas? Para el estudio de las máquinas lo que se necesita es la mecánica y no la psicología. Por eso comenzamos por el estudio de la mecánica. El camino que lleva a la psicología es aún muy largo.

—¿Puede un hombre dejar de ser una máquina? pregunté.

—¡Ah! Esa es la pregunta, dijo G. Si usted hubiera planteado tales preguntas más a menudo, quizá nuestras conversaciones nos hubieran podido llevar a alguna parte. Sí, es posible dejar de ser una máquina, pero para esto es necesario, ante todo,
conocer la máquina.
Una máquina, una verdadera máquina, no se conoce a sí misma, y no puede conocerse. Cuando una máquina se conoce, desde ese instante ha dejado de ser una máquina; por lo menos, ya no es la misma máquina que antes. Ya comienza a ser responsable de sus acciones.

—¿Según usted, esto significa que un hombre no es responsable de sus acciones? pregunté.

—Un
hombre
—recalcó esta palabra— es responsable. Una
máquina
no es responsable."

En otra oportunidad, le pregunté a G.:

—En su opinión, ¿cuál es la mejor preparación para estudiar su método? Por ejemplo, ¿es útil estudiar lo que se llama literatura «oculta» o «mística»?"

Al decirle esto, tenía en mente en forma particular el "Tarot" y toda la literatura referente al "Tarot".

—Sí, dijo G. Se puede encontrar mucho por medio de la lectura. Por ejemplo, considere su caso: ya podría usted conocer bien las cosas,
si supiese leer.
Quiero decir: si usted hubiese comprendido todo lo que ha leído en su vida, ya tendría el conocimiento de lo que ahora busca. Si hubiese usted comprendido todo lo que está escrito en su propio libro, ¿cuál es su título? —chapurreó en una forma completamente imposible las palabras: "Tertium Organum"
[2]
— yo vendría a inclinarme ante usted y a suplicarle que me enseñara. Pero
usted no
comprende, ni lo que lee, ni lo que escribe. Ni siquiera comprende lo que significa la palabra comprender. Sin embargo, la comprensión es lo esencial, y la lectura no puede ser útil sino a condición de comprender, lo que se lee. Pero desde luego que ningún libro puede dar una preparación verdadera. Por lo tanto es imposible decir cuáles libros son los mejores. Lo que un hombre conoce
bien
—acentuó la palabra "bien"— eso es una preparación para él. Si un hombre sabe bien cómo hacer café o cómo hacer bien un par de botas, entonces ya se puede hablar con él. El problema estriba en que nadie sabe nada bien. Todo se conoce no importa cómo, de una manera completamente superficial."

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