Gengis Kan, el soberano del cielo (19 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Khasar se volvió, mareado, preguntándose por qué Temujin no lo había defendido.

—Escúchame, Bekter —dijo Temujin con su voz suave—. Te lo advierto por última vez. Será mejor que jures que dejarás de robar y de buscar pelea. Si te apropias de este pez, sólo Tengri sabe lo que podría ocurrirte.

Khasar se estremeció ante el tono helado de la voz de su hermano. Belgutei tiró de la manga a Bekter, con expresión temerosa, pero su hermano se liberó de él con violencia.

—Temujin pelea ahora con palabras —dijo Bekter en tono de burla. Coge el cubo, Belgutei.

Belgutei vaciló, pero finalmente obedeció. Khasar alzó los puños, dispuesto a luchar él solo. Temujin le cogió un brazo, conteniéndolo.

—Veo que estás aprendiendo —dijo Bekter—. Me llevaré lo que quiera y tú harás lo que yo diga, o recibirás una tunda como la que te di antes.

Khasar se debatió para liberarse de las manos de su hermano. Belgutei retrocedió llevando el cubo. Bekter se volvió para seguir al otro, después giró la cabeza.

—Mujer —masculló—. Sodomita.

Khasar sabía que la palabra era una injuria mortal. Temujin estaba pálido, sus ojos de gato llameantes de furia y odio.

Khasar se liberó.

—No los sigas —dijo Temujin en voz baja.

—¿Vas a aguantar esto? —Khasar llevó la mano al cuchillo que portaba en la cintura—. Merece morir por lo que ha dicho.

—Esto acabará. Ya te lo he dicho.

—Las palabras y las amenazas no lo detendrán.

Temujin irguió la cabeza.

—Te prometí que esto acabaría. —Su voz, extrañamente suave, estremeció a Khasar—. Tú me ayudarás.

Khasar sintió miedo; los ojos de su hermano, duros como gemas, eran los de un demonio de pesadilla. Entonces supo que tendría que obedecer a cualquier cosa que Temujin le pidiera. "Si alguna vez Temujin se volviera contra mí —pensó Khasar—, el cielo no podría protegerme".

—Recoge tu línea —dijo Temujin—, y ven conmigo.

Esperaron dentro del "yurt" hasta que volvieron las mujeres. Hoelun dejó su canasta llena de raíces, escrutó en silencio el rostro sombrío de Temujin, y después le dijo a Sochigil que saliera con Temulun.

Se sentó frente a sus hijos.

—Vosotros dos tenéis algo que decirme.

—Atrapamos un hermoso pez —dijo Temujin—. Bekter y Belgutei nos lo quitaron.

—Entonces, en vez de pescar otro —dijo Hoelun—, regresáis con las manos vacías.

—Ayer, Khasar cazó un pájaro, y hoy atrapó un pez. Madre, esto debe terminar.

—Sí, debe terminar —dijo Hoelun, inclinándose hacia adelante—. ¿Acaso no tengo bastantes preocupaciones? ¿Quién queda para luchar con nosotros ahora? Sólo nuestras propias sombras. ¿Qué látigos tienen nuestros caballos? Sólo sus propias colas. ¿Cómo podrás enfrentarte a tus enemigos si ni siquiera eres capaz de convertir en aliado a tu hermano? ¿Debo repetirte lo que Alan Ghoa dijo a sus hijos cuando se pelearon?

—Si hubieran tenido un hermano como Bekter —intervino Khasar—, nunca habrían dejado de pelear.

—No escucharé esto —dijo Hoelun—. Temujin, fuiste capaz de convertirte en amigo de un extraño. Seguramente encontrarás la manera de hacer las paces con Bekter.

—No puede haber paz con él —dijo Temujin.

—Si no puedes tratar con él, nunca serás jefe. —Hoelun recogió una raíz y empezó a rasparla con el cuchillo—. No olvides jamás que el hermano de tu padre nos abandonó. Tal vez no lo hubiese hecho si tu padre hubiera tratado de ganarse su lealtad, y los jefes Taychiut podrían haberse sometido a Daritai si él hubiera jurado apoyarte. —Terminó de limpiar la raíz y recogió otra de la canasta—. Tu padre era un gran hombre, y nunca dejaré de lamentar su pérdida, pero no consiguió mantener un vínculo fuerte con el Odchigin. No es sorprendente que otros nos abandonaran al ver que el propio hermano de tu padre no nos defendía.

—Eso significa que no harás nada —dijo Temujin.

—¿Qué esperas que haga? ¿Que lo golpee cada vez que tú te quejas de el? Ya es demasiado fuerte para aceptar que lo castigue. He hecho lo que he podido… ya no está en mi mano controlarlo, y su propia madre no sirve para eso. Tienes que encontrar la manera de vivir con él.

—¡No hay manera de vivir con él! —estalló Khasar.

—¡Es vuestro hermano! Déjalo que se salga con la suya por ahora. Se aburrirá si no le ofreces resistencia, y tal vez entonces te deje en paz.

—Te equivocas madre —respondió Temujin—. Creerá que soy débil e incapaz de enfrentarme a él.

—Un hombre, me han dicho, sabe cuándo la lucha no le reportará nada y cuándo ha llegado el momento de retirarse. Compórtate como un hombre ahora.

—Entonces debo arreglar este asunto yo solo.

—Sí.

Hoelun siguió limpiando su raíz. Temujin la miró durante largo rato, después se puso de pie y se marchó. Khasar lo siguió. Temujin pasó rápidamente junto a Sochigil y desapareció detrás de los árboles; Khasar corrió tras él.

Lo alcanzó casi en la linde del bosque.

—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó Khasar.

Temujin se apoyó en un árbol, después se volvió hacia su hermano; sus ojos centelleaban. Sin pensarlo, Khasar hizo un signo contra el mal.

—Tú mismo has dicho lo que hay que hacer —susurró Temujin—. Hace un momento, en el "yurt", dijiste que no hay manera de vivir con él. Antes, junto al río, me dijiste que merecía morir.

Khasar se estremeció, con el corazón contraído de temor.

Repentinamente deseó no haber pronunciado esas palabras.

—Tienes que ayudarme —dijo Temujin—. Es enemigo mío tanto como tuyo. No puedo arriesgarme a hacerlo solo.

Khasar no podía hablar.

—Le di una última oportunidad —dijo Temujin—. Madre ha dejado las cosas en mis manos. Debe ser así, Khasar. Esto no terminará hasta que uno de los dos, Bekter o yo, haya muerto.

Khasar luchó contra la idea. Todo terminaría; debía pensarlo así. No habría más robos, peleas, insultos malignos contra su hermano, ni miedo de que Bekter lo avergonzara revelando su secreto.

Escuchó con atención cuando Temujin empezó a explicarle lo que harían, sabiendo que aceptaría hacerlo.

29.

Khasar estaba agazapado detrás de un árbol; Temujin observaba oculto tras un arbusto. Bekter estaba sentado sobre una pequeña loma, entre la hierba, vigilando los caballos, con el arco a su lado. Miró hacia los bosques, por encima del hombro izquierdo; Khasar permaneció inmóvil.

Habían esperado tres días para encontrar a Bekter a solas. Esa mañana Belgutei había ido a cazar pájaros y se había llevado a Temuge con él. Temujin no pudo evitar sonreír cuando los dos muchachos salieron del "yurt".

Temujin se agachó, cogió su arco y dos flechas y empezó a arrastrarse hacia la loma; se aproximaría a Bekter por detrás. La misión de Khasar era más difícil: tenía que acercarse por el frente, y Bekter podría verlo desde su diminuta elevación. Temujin siempre podría atacarlo por la espalda, pero era posible que Bekter tuviera tiempo de disparar contra Khasar.

Khasar tendría que tener mucho cuidado, pero si Temujin le había asignado la parte más arriesgada de la tarea era porque tenía confianza en su pericia.

Gateó lentamente a través de las hierbas altas, agitadas por la brisa. Temujin había esperado con paciencia el momento de llevar a cabo su plan, en tanto que Khasar se había mostrado ansioso por concluir todo aquello cuanto antes, pues la tensión era excesiva para él. Temujin había convencido a Bekter de que finalmente se había sometido a él, y no había respondido a ninguna de sus pullas.

El sudor le bajaba por el cuello y le goteaba sobre los ojos, obligándolo a parpadear. A medida que se acercaba a la loma sus músculos se tensaron. Bekter miraba hacia la derecha, escrutando el horizonte. La mano de Khasar se cerró sobre el arco mientras lo tensaba. Temujin probablemente estuviera ya en su puesto, pero Khasar esperó unos momentos más para asegurarse.

—Él no se detendrá —le había dicho Temujin mientras establecían el plan—. Cree que estoy vencido, pero eso no le parece suficiente; me sacará de en medio apenas tenga ocasión.

Khasar respiró hondo, sorprendido ante su propia calma. Podía confiar en su puntería; no le resultaría tan difícil. Se puso de pie de un salto y aferró el arco; la cuerda estaba tensa en su mano mientras apuntaba. Bekter saltó hacia su propio arco.

—No lo toques —le gritó Temujin—, o puedes darte por muerto. —Bekter miró hacia atrás; Temujin estaba erguido entre la hierba, con el arco dispuesto, apuntando contra él—. Quiero escuchar tus últimas palabras.

Bekter se puso de pie lentamente, manteniendo las manos a la vista, si tenía miedo no lo demostraba.

—¿Qué es esto? —dijo, sin despegar los ojos de Khasar—. ¿Qué estás haciendo?

—Librándome de una paja en el ojo —respondió Temujin—. Escupiendo una espina que me atraganta.

—¿No tienes ya bastantes enemigos? Librarte de mí no te ayudará a hacerles frente.

—Pero me librará de una piedra que me obstruye el camino.

Las manos de Bekter temblaron.

—Haced lo que queráis conmigo —gritó—, pero no matéis también a mi hermano Belgutei.

Khasar bajó su arco, repentinamente inseguro. No había esperado que Bekter suplicara por la vida de su hermano.

—Pero no dispararéis —continuó Bekter—. Qué tonto soy por asustarme de vosotros. —Se sentó y cruzó las piernas; Khasar pudo ver el desprecio en su rostro—. Temujin no es más que una serpiente que ataca a su presa por la espalda. Y tú, Khasar, eres el perro que la acorrala. Sé quién es él, qué hace, y tal vez tú eres igual. ¿Crees que podrás ocultar la verdad?

Khasar se estremeció de furia. La mano de Bekter voló hacia su arco. Khasar apuntó y sintió la súbita liberación de la tensión en el arco cuando la flecha voló hacia su blanco. Se clavó en el pecho de Bekter mientras la flecha de Temujin se clavaba en su espalda. La boca de Bekter se abrió, una expresión de sorpresa cruzó por su rostro. Un líquido oscuro brotó de sus labios mientras caía lentamente de lado.

Los pies de Khasar parecían clavados en la tierra, el corazón le latía con fuerza. Corrió hacia la loma. Seguía esperando que Bekter se moviera, se sentara y se arrancara las flechas.

Temujin se acercó hasta estar junto al cuerpo. Khasar bajó la mirada. Los oscuros ojos de Bekter estaban abiertos todavía, fijos en él. Los caballos levantaron las cabezas, olfateando la muerte. Khasar tembló, aterrado por lo que había hecho.

—Lo hiciste bien, Khasar. —Los dedos de Temujin se clavaron en su hombro—. Hemos matado juntos a nuestro primer enemigo.—Soltó a Khasar, se arrodilló y extrajo las flechas del cadáver; después untó la mano de Khasar con un poco de sangre—. Nunca olvides lo que hoy hemos hecho.

Desnudaron el cadáver, lo dejaron en la loma y llevaron los caballos de regreso al bosque. Temujin marchaba en silencio. Khasar no sabía si su hermano estaba feliz por lo que habían hecho o si lo lamentaba.

Bekter estaba muerto. Khasar se sintió invadido por un intenso sentimiento, que podía ser triunfo o terror. Ya no debía temer a Bekter, pues éste nunca volvería a robar, a mofarse ni a golpear a nadie. Su flecha y la flecha de su hermano habían acabado con aquel que los atormentaba. Qué simple había resultado.

Cuando los caballos estuvieron dentro del corral, Temujin recogió la ropa y las armas de Bekter. Khasar siguió a su hermano hacia las tiendas, con la boca seca. Había supuesto que de algún modo Temujin encontraría la manera de ocultar lo que habían hecho. "Madre lo sabrá —pensó salvajemente—; sabrá lo que hicimos en cuanto nos vea".

Khachigun estaba fuera, afilando su lanza. Temujin le hizo un gesto.

—Ve al claro —le dijo—, y vigila los caballos. Yo te reemplazaré dentro de poco.

—Pero…

—Ve.

Khachigun miró el rostro de Temujin y abrió mucho los ojos; se puso de pie de un salto y partió a la carrera.

Entraron. Sochigil estaba sentada en su cama, remendando una camisa; Hoelun limpiaba de piojos el cabello trenzado de Temulun.

—¿Tan rápido encontrasteis caza? —preguntó sin levantar la vista.

—Hoy cazamos otra clase de presa —dijo Temujin—, y la matamos. Hemos regresado con los caballos… Khachigun los está vigilando. —Arrojó el bulto de ropas al suelo.

Lo había admitido. Khasar contuvo la respiración. Hoelun los miró fijamente, luego se incorporó de un salto.

—¡Veo lo que habéis hecho! —Hizo una señal—. ¿Qué espíritu maligno os llevó a hacerlo?

—Había que arreglarlo —dijo Temujin—, y yo le puse fin.

—¡Asesinos! —gritó Hoelun—. ¡Asesinos, los dos! ¿Cómo pudisteis hacerlo? ¿Cómo pude haber parido hijos semejantes? ¿Cuánto mal habéis hecho hoy? ¿Sólo matasteis a Bekter, o le habéis quitado a Sochigil sus dos hijos?

—Hice lo que debía hacer, madre —dijo Temujin con voz calma— Estoy libre de mi atormentador, y a Sochigil-eke aún le queda un hijo.

Hoelun golpeó a Temujin en la cabeza.

—¡Asesino! Saliste de mi vientre con un coágulo de sangre en la mano, ¡y ahora has oscurecido la tierra con la sangre de tu hermano! —Volvió a golpearlo; él se tambaleó bajo los golpes pero siguió observándola con mirada helada. Luego se acercó a Khasar, lo abofeteó con fuerza, y dijo—: ¡Y tú! ¡Eres como los salvajes perros Khasar que te dieron nombre! Sois animales, los dos, abatiendo sus presas sin pensar, atacando a vuestras propias sombras… ¡no sois mejores que un pájaro que devora a sus propios polluelos, o que un chacal que ataca a todas las criaturas que se le acercan! ¡Maldita sea por haberos parido!

Sus puños golpearon la cabeza de Khasar hasta que a éste le ardieron las orejas. Él trató de soltarse y escapar, pero ella lo aferró del cuello, lo arrojó al suelo, lo pateó en las costillas y después se volvió hacia Temujin.

—Tú impulsaste a tu hermano a obrar de esta manera maligna. ¡Tú lo convertiste en tu cómplice! ¡Asesino!

Levantó un brazo; Temujin le cogió la muñeca.

—No, madre —le dijo—. No me golpearás más.

Hoelun abrió los ojos como platos. Khasar esperó que su madre volviera a gritar, pero ella permaneció en silencio, hasta que pareció asustada. El chillido de Temulun se elevó por encima de los roncos sollozos de Sochigil.

Temujin soltó el brazo de su madre; ella lo miró sin moverse.

—Ha terminado —dijo Temujin, después se volvió y salió. Khasar corrió tras él.

Enviaron a Khachigun de regreso a la tienda. Temujin y Khasar se sentaron uno junto al otro.

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