Gengis Kan, el soberano del cielo (20 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Khasar alimentó el fuego, después apoyó la espalda en un árbol. Había hecho lo que Temujin dijo que debían hacer. Una vez que comenzó a arrastrarse por la hierba fue demasiado tarde para echarse atrás.

Ni por un momento se le ocurrió pensar en lo que ocurriría después de la muerte de Bekter. Sochigil-eke lloraría y gemiría, pero poco tenían que temer de ella. Belgutei se lamentaría, pero también temería más a Temujin; incluso podía sentirse secretamente aliviado al verse libre de un hermano que lo maltrataba como a los otros. Temuge y Khachigun no querían para nada a Bekter, y Temulun era demasiado pequeña para darse cuenta. Pero ignoraba cómo reaccionaría su madre.

Tal vez los echara. Hasta Temujin temería enfrentarse a ella si los expulsaba de la tienda. Podrían ir al campamento de Jamukha, pero tal vez los Jajirat no se mostraran demasiado dispuestos a aceptar a dos muchachos descastados.

Khasar supo entonces por qué Temujin se había visto forzado a matar a Bekter. También él había deseado poner punto final a los robos y las peleas, pero no de aquella manera. La rivalidad entre Bekter y Temujin podría haberse resuelto cuando ambos fueran hombres. Sin embargo, se dio cuenta de que tal vez hubiera otra razón por la que Temujin había resuelto eliminar a su medio hermano, y ello estaba relacionado con la horrible injuria que éste había lanzado junto al río Onon. Quizá Bekter tuviese razón respecto de la relación entre Jamukha y Temujin. Khasar se estremeció al recordar la risa y el extraño sonido que había escuchado en medio de la noche.

Decidió desechar esos pensamientos. Bekter siempre había sido un mentiroso redomado. Su muerte era una cuestión de honor; Temujin había silenciado las mentiras dirigidas contra él y su "anda".

Ya era casi de noche cuando Khasar oyó pasos entre los árboles. Ya había cogido el arco cuando advirtió la presencia de Hoelun, que caminaba alrededor del corral recogiendo estiércol seco. Al cabo de un rato, se sentó frente a ellos.

—He hecho lo que he podido por consolar a Sochigil —dijo—. Ha dejado de llorar, pero se niega a comer y está sentada mirando el fogón. Tuve que decirles a Temuge y Khachigun que no está bien que se muestren alegres por la muerte de un hermano. —Su rostro estaba oculto por las sombras, más allá del resplandor del fuego; Khasar se sintió aliviado por no verle los ojos—. Supongo que no os molestasteis en cavar una tumba.

Temujin no respondió.

—Eso creí. No hablemos más sobre ello. —Puso una mano sobre su canasta—. Belgutei está con su madre. Demuestra poseer cierta sabiduría. No ha dicho nada de vengar a su hermano y sólo le preocupa tratar de aliviar el dolor de Sochigil-eke. Creo que sabe que este enfrentamiento tenía que terminar para que todos pudiéramos seguir adelante.

—Entonces no hay motivo para matarlo —dijo Temujin—. Sin su hermano, no nos causará problemas. Intentaré ser mejor hermano para él de lo que lo fue Bekter.

—Por lo que veo, con un crimen tienes suficiente. —Hoelun se aclaró la garganta—. En parte la culpa es mía. No debí dejar que arreglaras las cosas por tu cuenta. Pero ahora comprendo, por cruel que sea aceptarlo, que tu malvado acto ha resuelto un problema. —Miró a Temujin—. Tú te has librado de tu rival, y yo no tendré que mediar más entre vosotros.

—Tal como dices —murmuró Temujin—, se ha resuelto un problema, y no me arrepiento de ello.

Hoelun respiró profundamente.

—Y ahora debo ser tan sabia y práctica como tú. A pesar de lo que habéis hecho, sois mis hijos y debo aprender a vivir con el pasado.

Se marchó. Khasar suspiró; ya no tendría que preocuparse por lo que su madre pudiera hacer. Se volvió hacia Temujin. La luz de las llamas jugueteaba sobre su rostro; Khasar vio que su hermano sonreía.

30.

Hoelun fue hacia el río con su canasta, pues a pesar de que la primavera acababa de comenzar, tal vez encontrase bayas maduras. Recordó el último banquete de que había disfrutado después de que Temujin y Khasar partieron a caballo para regresar con un cordero que habían robado. Se le hizo agua la boca y pensó con nostalgia en la cuajada, la leche y el cordero hervido.

Una brisa fría le heló el rostro. En las montañas, más allá del río, la nieve estaría derritiéndose en las laderas más altas. Cuando llegase el verano y las bandas de cazadores siguieran a los ciervos y las gacelas, tendrían que volver a trasladarse. Se preguntó si Jamukha regresaría pronto. No habían visto al "anda" de Temujin desde el otoño. Recordó el sabor del "kumiss" que él les había traído y suspiró.

La devoción del muchacho hacia su hijo era evidente; nunca se separaba de él, y eso a Hoelun le preocupaba. Pero el joven Jajirat era un amigo fiel, y en esto demostraba ser muy distinto de Toghril, el aliado Kereit de su clan. Jamukha había hablado de hallar el modo de que el Kan se enterase de la situación de la familia, pero Hoelun lo había disuadido. Era poco probable que el poderoso Kan Kereit se sintiese conmovido por unos descastados.

Hoelun miró hacia el Onon, a través de los árboles. Temujin y Belgutei estarían cerca del río con los caballos.

—No te acerques más —oyó que decía su hijo—, y mantén las manos en alto.

Hoelun dejó la canasta, cogió su arco y avanzó sigilosamente. A cierta distancia río abajo, cerca de los caballos, Temujin y Belgutei apuntaban con sus armas a un jinete. El extraño tenía los brazos en alto; su manera de montar le resultó conocida. Hoelun se acercó, hasta que pudo verlo con claridad.

—Munglik —susurró .

—Paz —gritó el hombre—. ¿No reconoces a tu viejo amigo? Exploré esta región durante días, siguiendo viejas huellas con la esperanza de que fueran vuestras. —Temujin no bajó el arco—. Te conozco, Temujin; los ojos de tu padre me miran desde tu rostro.

Hoelun corrió por la ribera hacia ellos.

—Y tú, Ujin —continuó Munglik—, te reconocería aunque hubiera transcurrido más tiempo. Apacigua a estos muchachos, que no quiero haceros ningún daño.

Ella rodeó los caballos y se acercó a él mientras desmontaba. Munglik caminó hacia ella y la abrazó, luego la soltó. Su rostro estaba más curtido y los bigotes le habían crecido hasta el mentón, pero por lo demás era el mismo.

—Rogaba que estuvieseis a salvo —dijo—. Temía no encontraros.

Temujin bajó el arco, después se echó hacia atrás mientras Munglik lo abrazaba.

—Has crecido muchacho —dijo Munglik. Rodeó a Belgutei con un brazo—. Y tú debes de ser Belgutei. Tu rostro no ha cambiado.

Belgutei se liberó del abrazo. Los muchachos observaban al Khongkhotat en silencio, con ojos llenos de suspicacia.

—Os he estado buscando —continuó Munglik—, con la esperanza de que las historias que escuché no fueran falsas.

—¿Qué historias? —preguntó Hoelun.

—Acerca de una tienda en esta región y de muchachos que huían de los extraños. No podía creer que aún estuvierais con vida, pero tenía que buscaros. Los espíritus me guiaron hasta vosotros. Cogió a Hoelun por el codo—. Cuatro años escondiéndote y todavía sigues siendo tan bella como te recordaba.

Ella se retiró y se ajustó el pañuelo, súbitamente consciente de su túnica raída y de su abrigo remendado.

—Me adulas, Munglik.

—Tu hijo es casi un hombre; pronto será tan alto como su padre.

—Me complace verte, viejo amigo —dijo Temujin con su voz suave, pero sin que al parecer le complaciese la presencia de aquel hombre—. Así que has oído rumores, ¿nuestros enemigos también han escuchado esas historias?

—Targhutai Kiriltugh las ha escuchado.

Temujin entrecerró los ojos.

—La última vez que estuvo en su campamento —prosiguió Munglik—, le oí decir que los hijos de Hoelun ya debían de haber crecido y serían lo bastante mayores para intentar vengarse de él. Hace unos días estuve en un campamento Dorben, y allí escuché que los Taychiut se disponen a buscaros después de que sus yeguas hayan parido.

Hoelun se puso tensa.

—Sabía que no podíamos permanecer ocultos para siempre —dijo su hijo—. ¿Qué harás ahora por nosotros, viejo amigo?

—¿Qué puedo hacer? Ya me he arriesgado bastante buscándoos. Si os llevara a mi campamento, los Taychiut se enterarían rápidamente. Targhutai ha levantado sus tiendas a cinco días de aquí, hacia el noreste. Aún estáis a tiempo de buscar refugio en otra parte.

Temujin estudió a Munglik con ojos calmos y fríos. Hoelun adivinó lo que su hijo estaba pensando: Munglik había corrido el riesgo de buscarlos porque aún debía de sentirse culpable por quebrantar el juramento que había hecho a Yesugei. Pero no se enfrentaría abiertamente a sus aliados Taychiut.

—Te lo agradezco —dijo Temujin—. Targhutai no se sentiría complacido si se enterara de que has venido a advertirnos, de modo que veo que te has arriesgado por nosotros. —Miró a Hoelun—. Pero Targhutai no nos encontrará aquí. Tenemos amigos que nos ofrecerán refugio.

Era posible que Munglik le creyera. ¿Acaso planeaba Temujin buscar refugio en el campamento del Jamukha? Hoelun no sabía a qué otro lugar podían huir.

—Debo partir —dijo Munglik—. Los camaradas que viajaron conmigo están acampados a un día de aquí, y seguramente se preguntarán qué ha sido de mí.—Cogió las riendas de su caballo y caminó hacia el río alejándose de los muchachos.

Hoelun lo siguió.

—No te alejes mucho —le dijo mientras el caballo abrevaba—. Mi hijo no querrá perdernos de vista.

—Ni tenernos lejos del alcance de sus flechas.

—Tiene motivos para desconfiar, hasta de un viejo amigo.

—No tenéis nada que temer de mí. Yo jamás os haría daño, Hoelun. Me duele saber que es muy poco lo que puedo hacer por vosotros.

—Mis hijos son fuertes, y ello a pesar de quienes nos abandonaron. El hijo mayor de Sochigil murió hace dos años.

—Lamento saberlo.

—Belgutei sufrió, pero Temujin trató de ocupar el lugar de hermano mayor. El muchacho sigue a mi hijo ahora.

El le tomó la mano.

—Sigo siendo tu amigo, Hoelun. Aún te haría mi esposa si fuera posible.

Sus palabras amables no la consolaron. Munglik podía resignarse a que los capturaran y después persuadir al jefe Taychiut de que se la entregase. Sin duda sentía que había cumplido la promesa hecha a Yesugei al ir hasta allí a prevenirlos, pero no lucharía por ella ni por sus hijos.

Regresaron con los muchachos. Munglik se despidió rápidamente, después montó.

—Buen viaje, amigo —le dijo Temujin—. Recordaré que pensaste en nosotros. No olvidaré a los que nos abandonaron, pero tampoco olvidaré a quienes nos ayudaron. Esa promesa vive en mi corazón.

—Que el cielo os proteja a todos.

Cuando Munglik partió, Temujin se acercó a Hoelun.

—¿Dónde iremos? —preguntó ella—. Es posible que ni siquiera tu "anda" pueda protegernos.

—No iremos a ningún lado —dijo Temujin.

—Pero aún estamos a tiempo de escapar —dijo Belgutei.

—Jamukha lucharía por nosotros, pero sus hombres no —dijo Temujin—. De nada nos servirá interponernos entre sus hombres y él. Conocemos esta región mejor que los Taychiut. Los hombres de Targhutai no pagarán un gran precio por librar a su jefe de una sola familia. Tenemos una oportunidad si no perdemos el valor.

Hoelun no podía permitir que su hijo advirtiera que estaba asustada.

—¿Qué quieres que hagamos?—preguntó.

—Ocultarnos en un lugar donde podamos defendernos. Uno de nosotros montará guardia en la linde del bosque. Si Targhutai no nos encuentra, tal vez crea que nos hemos marchado a otro lado. En caso contrario, lucharemos. —Hizo una pausa—. ¿Me seguiréis?

—Sí —dijo Belgutei.

Hoelun agachó la cabeza.

31.

Hoelun espió entre los árboles mientras Khasar ascendía por la ladera; su caballo estaba espumeante de sudor.

—Los vi —dijo, y desmontó—. Llegarán al bosque antes de que el sol esté alto.

Temujin despertó en un instante.

—¿Cuántos son? —le preguntó a su hermano.

—Treinta.

—Entonces tenemos una oportunidad.

Khasar llevó su caballo junto a los otros. Los animales, seis de ellos ensillados, estaban encerrados tras un muro de ramas. La familia había construido una improvisada barricada bajo los árboles, en la colina. Belgutei había hecho gran parte del trabajo, cortando ramas y apilándolas sobre troncos, pero los otros lo habían ayudado. Desde esa posición podían ver, a través de los árboles, el río que corría abajo.

Mientras esperaban, Hoelun sintió una opresión en el pecho; se esforzó por calmarse. Los Taychiut no encontrarían nada en el lugar donde había estado el campamento. Ella y Sochigil habían desarmado las tiendas y habían ocultado los carros y los paneles en el interior del bosque; los niños habían cubierto las huellas que conducían al nuevo escondite. Targhutai pensaría que se habían trasladado a otra parte. Tal vez se dedicara a buscarlos en la orilla del río y no se acercara a la colina. Hoelun había clavado el estandarte de su esposo detrás de la empalizada; ahora lo miró y rogó que su espíritu guardián los protegiera.

—Oculta a los niños —ordenó Temujin.

Hoelun cogió a Temulun de la mano; Sochigil hizo lo propio con Temuge. Los ojos de los niños brillaban como si lo que ocurría sólo fuese una aventura más. Khachigun abría la marcha en su ascensión por la ladera. Los árboles eran frondosos; sus ramas ocultaban el cielo.

Llegaron a una pared rocosa oculta por la vegetación. Una grieta estrecha, apenas visible hasta que uno se acercaba, se abría en la base del risco. Temulun y Temuge habían encontrado ese escondite poco tiempo atras. No tenían permiso para alejarse tanto, pero ahora Hoelun agradecía que le hubieran desobedecido.

Temulun se deslizó dentro, seguida de Temuge. Khachigun, más alto y corpulento, apenas si entraba. Sochigil tuvo que quitarse el abrigo antes de que Hoelun la ayudara a entrar empujándola. Hoelun devolvió el abrigo a la otra mujer, después observó la grieta: los Taychiut podrían pasar por allí sin sospechar que había alguien escondido.

—Queda justo el lugar para ti —dijo Sochigil, con voz sorprendentemente tranquila.

—Voy a regresar —dijo Hoelun—. Comed y bebed lo menos posible de lo que trajimos. No hagáis ningún ruido y no salgáis hasta que uno de nosotros venga a buscaros. —Se marchó a toda prisa antes de que Sochigil pudiera protestar.

Descendió la ladera. Belgutei estaba con los caballos, calmándolos. Temujin se acercó a ella cuando su madre se arrastró hasta la empalizada.

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