Gengis Kan, el soberano del cielo (38 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Chakhurkhan sonrió.

—Llevaremos todos los mensajes que quieras darnos, amigo.

Jamukha se puso de pie.

—Podéis descansar aquí… Yo debo acostumbrar a otro caballo a la brida. Más tarde beberemos mientras me contáis todo acerca del "kuriltai" y del acceso al trono de Temujin. Espero que podáis recitarme de memoria todos los discursos.

—Todos los que consigamos recordar —dijo Arkhai, soltando una sonora carcajada—. Estábamos bastante borrachos.

—Entonces debemos ocuparnos de que bebáis lo suficiente como para recuperar la memoria.

Jamukha salió rápidamente, con Taychar pisándole los talones. Sn primo lo cogió del brazo cuando llegaban al corral de los potros.

—Gengis Kan —masculló Taychar—. Temujin lo tenía todo planeado. Ese maldito Altan…

—Tal vez ya esté arrepentido de su elección —dijo Jamukha—. Temujin tiene su trono. Veremos si lo conserva.

54.

Hoelun oyó voces en la entrada y al instante Temulun apareció al pie de su cama.

—Madre —susurró la muchacha—. Una de las criadas de Bortai pide que vayas de inmediato a su tienda.

Hoelun se levantó y se vistió rápidamente. Un muchacho le trajo un caballo; ella montó y cabalgó la corta distancia que la separaba del "yurt" de Bortai. Las criadas estaban fuera. Salió una esclava llevando la cuna de Chagadai y a Jochi de la mano. Sentado entre dos hogueras había un chamán, y detrás de él se veía una lanza clavada en tierra.

—No entres —le dijo el chamán.

Hoelun desmontó, paso entre las hogueras y entró a toda prisa.

Bortai estaba arrodillada junto a la cama de Khokakhchin, con el rostro bañado en lágrimas. Hoelun se acercó y se arrodilló a su lado. El lado izquierdo del rostro de la anciana estaba paralizado; sólo un ojo parpadeó cuando Hoelun le tomó la mano.

—No deberías estar aquí, Khatun —dijo la anciana en voz tan baja que Hoelun apenas comprendió sus palabras—. Le dije a la joven Khatun que me dejara, pero en vez de hacerlo te mandó a buscar. —Se quedó sin aliento pero logró agregar—: Antes de que amanezca me habré ido.

—No puedo dejar que mueras sola —dijo Bortai.

—Qué tontería —suspiró la vieja criada—. Esta tienda deberá ser purificada. Tendrías que llevarme lejos del campamento. No soy más que una vieja que…

—No me importa. —Bortai se enjugó a lágrimas—. Buscaré a un chamán que levante la prohibición. Le pagaré lo que me pida.

—Todas las riquezas del mundo no podrían levantar la prohibición. —Khokakhchin jadeó; Hoelun advirtió la inminencia de la muerte—. Viví para verte convertida en Khatun, niña. Viví para ver a Temujin convertido en Kan. Ya puedo marcharme en paz.

—Anoche mi esposo vino a mí en sueños —dijo Hoelun—. Ahora creo que vino por ti, Khokakhchin-eke. Fuiste una buena servidora. Juro que no serás olvidada.

—Dejadme sola. —La anciana jadeó—. Es lo último que os pido.

Hoelun tomó a Bortai del brazo; la joven se soltó.

—Ven —le dijo Hoelun con firmeza—. ¿Qué pensará Temujin si regresa y descubre que tú estás impura y tu tienda fuera de los límites del campamento? Permanecerías aislada durante meses.

Bortai cayó en sus brazos, sollozando.

—Te prometo algo, Khokakhchin-eke —dijo Hoelun—. Serás sepultada con grandes honores. Un Kan dirá las plegarias sobre tu tumba, querida amiga. —Sabía que jamás volvería a encontrar criada más fiel. Miró por última vez a la anciana, y después salió del "yurt" con la esposa de su hijo.

55.

Los hombres cabalgaban al paso, manteniendo los caballos juntos. Jamukha llevaba la boca y la nariz cubiertas con un pañuelo; aun al paso los caballos levantaban polvo. Más adelante, cerca de las montañas que bordeaban la estepa, las manadas pastaban.

Había estado a campo abierto con los caballos desde mitad del verano. Dos sementales prometedores habían sido apartados de los que serían castrados; el trabajo le había impedido pensar mucho en la arrogancia de su "anda", que había aumentado desde que ostentaba el rango de Kan. Temujin había actuado correctamente al enviarle mensajeros para que se enterara de que había accedido al trono. Eso había ocurrido hacía ya un año, pero la sola idea lo seguía enfureciendo. Temujin debió de ser consciente de que semejante noticia sería como una lanza que se le hubiera clavado en el costado. Ahora Temujin iba a los campamentos de sus seguidores para exhibir su generosidad, para demostrarles que les pediría muy poco. Todos ellos se habían arrodillado ante el Kan y le habían ofrecido sus espadas.

Temujin sólo lo había utilizado para obtener lo que quería. Jamukha había juzgado mal a su "anda"; había estado demasiado seguro de que el viejo lazo lo mantendría atado un poco más, de que Temujin, como solía hacerlo, vacilaría antes de actuar.

El arrepentimiento volvió a atormentarlo. Pensó en los sanguinolentos testículos de uno de los caballos que había castrado. Ése sería un castigo adecuado para un enemigo: privarlo de su virilidad y sostenerla ante sus ojos antes de que muriera.

El hombre que iba a la cabeza aminoró la marcha; Jamukha se adelantó para ocupar su lugar. Se quitó el pañuelo de la cara y respiró con mayor facilidad ahora que había dejado el polvo atrás. Después volvió la cabeza a un costado. Ogin se acercó a él; el muchacho sonrió mientras miraba a Jamukha.

Ogin había empezado a irritarlo con sus miradas provocativas y sus pedidos de favores; parecía creer que unos pocos acoplamientos lo hacían merecedor de alguna recompensa. Le había complacido salir a cazar con Ogin, sentir placer con él lejos del campamento, pero ese fuego se había extinguido, y Jamukha no tenía ningún deseo de reavivarlo.

Una nube de polvo alrededor de una figura diminuta apareció a la distancia; un hombre cabalgaba hacia ellos por la llanura calcinada. Jamukha entrecerró los ojos, reconoció al jinete y se preguntó qué estaría haciendo allí Khuyhildar.

El jefe Manggud disminuyó el paso cuando estaba junto a la manada, y luego avanzó hacia Jamukha, deteniéndose al llegar cerca de él.

—Te saludo —dijo Khuyhildar alzando un brazo. Su caballo giró y empezó a trotar junto al de Jamukha—. Traigo una noticia grave, amigo; lamento tener que dártela. Muchos jefes se han reunido en tu campamento, y me han enviado a ti. Perdóname por decirte esto, pero tal vez tendrías que haber regresado antes. De ese modo habrías evitado…

—Dejé a Taychar a cargo. No vi motivos para…

Khuyhildar hizo un gesto con la mano.

—Tal vez deberías haber elegido a algún otro. Yo y los demás Noyan estamos dispuestos a ayudarte si decides vengarte ahora que otros te han traicionado.

El Manggud estaba agotando su paciencia. Demasiado a menudo sus hombres vacilaban antes de decirle las cosas. A oídos de Jamukha había llegado el rumor de que a veces echaban suertes para decidir quién le llevaría las malas noticias. Hacer que los hombres le temiesen tenía sus desventajas.

Jamukha se volvió hacia Ogin, quien se había aproximado más a él.

—Regresa a tu lugar, muchacho —dijo, y espoleó a su caballo para que apresurara el paso. Khuyhildar se mantuvo a su lado hasta que estuvieron separados de los demás—. Habla ahora —le dijo Jamukha.

—Tu primo ha caído muerto por una flecha —dijo el hombre.

Jamukha se puso tenso y tiró de la riendas.

—¿Cómo ocurrió?

—Tu primo y sus camaradas se marcharon justo después de la luna nueva. Ya sabes cómo era. Uno de sus amigos dijo que estaba impaciente por saquear un campamento. Fueron hacia el Kerulen, a la estepa del Burro, y llegaron al campamento del jefe Jalair Jochi Darmala. A tu pariente le resultó fácil robarle los caballos, ya que el campamento de Jochi Darmala sólo tiene unos pocos "yurts".

Khuyhildar guardó silencio. Jamukha lo miró con ira.

—Continúa —le ordenó con voz ronca.

—Tu primo y sus camaradas acamparon junto a un arroyo. Debió de haber pensado que, como en el campamento Jalair había muy pocos hombres, no tenía nada que temer pues no lo persiguirían. Él estaba de guardia mientras los otros dormían. Despertaron y vieron que algo que parecía un caballo sin jinete se acercaba a la manada. Antes de que pudieran advertir a tu primo, una flecha Jalair se le había clavado en la espalda, y los caballos habían sido dispersados. —Khuyhildar se aclaró la garganta—. Más tarde tus hombres encontraron sus caballos vagando por la llanura, pero Jochi Darmala había escapado con los que eran de él. Ahora tu primo yace en un carro mientras su esposa llora por el esposo que ha perdido tan pronto.

Jamukha se dio cuenta de que el hombre no le había dicho todo. "Tendrías que haber reprimido a Taychar —pensó—. No deberías haberlo dejado en tu lugar; deberías haber sabido que haría algo así".

La furia vendría más tarde. Ahora sólo sentía consternación y un vacío en el pecho.

—Mi pariente será vengado.

—Unos pocos guerreros bastarán para apresar a los Jalair —masculló Khuyhildar.

—Han jurado fidelidad a Temujin. Si atacamos sus campamentos, el Kan lanzará sus ejércitos contra nosotros. ¿Por qué atacar un brazo si podemos atacar la cabeza?

La fea cara de Khuyhildar palideció.

—Tienes derecho. Pero ¿podrás hacerle la guerra a tu "anda"?

—No me ha dejado otra elección.

Había llegado el momento. Jamukha sentía que siempre lo había sabido. Temujin era el culpable por abandonarlo, por permitir que lo elevaran al trono. Taychar, advirtió, le había dado la excusa necesaria para actuar; tal vez su muerte no fuera en vano.

—Me dijiste que me ayudarías a vengarme, Khuyhildar.

—Y lo haré. —El Manggud se golpeó el pecho—. Mi promesa vive aquí. Juré seguirte, Jamukha.

—Debemos sepultar a mi primo, que me era tan querido como un hermano, y después alzaré mi estandarte, me pondré la coraza y haré resonar mis tambores. Atacaremos el campamento de Temujin.

56.

El ejército de Jamukha ocupaba la llanura mientras su filas aumentaban con los clanes que le habían jurado lealtad. Los chamanes leyeron los huesos e hicieron sacrificios antes de que miles de guerreros emprendieran la marcha con sus corceles de guerra. Cuando llegaron a las laderas de las montañas Turghagud y Alagud, las alas de caballería ligera de la derecha y de la izquierda se desplegaron para trasponer los pasos en grupos más pequeños; los exploradores ya se encontraban mucho más adelante. Jamukha, que cabalgaba en el centro con la caballería pesada, ordenó a los hombres que llevaban banderas blancas que indicaran al resto de la fuerza que se separara. Los exploradores le habían dicho que Temujin había acampado otra vez junto al Senggur. Las fuerzas de Jamukha convergerían en el campamento, rodeándolo.

A la noche extinguían las hogueras para ocultarse, y dormían sobre los caballos. Dos días después de que dejaran atrás las montañas, un hombre se presentó ante Jamukha con un mensaje de los exploradores. Habían avistado un ejército; ya había habido escaramuzas entre los exploradores de ambos bandos.Jamukha supo entonces que alguien había dado la voz de alarma a su anda, pero sus fuerzas todavía superaban, aparentemente, a las de Temujin.

El enemigo avanzaba en dirección a Dalan-Galjut, los Setenta Pantanos. Los generales de Jamukha se reunieron bajo su estandarte. Todo indicaba que las fuerzas de Temujin estaban agrupándose.

Jamukha impartió órdenes. Se reunirían y presentarían batalla en Dalan-Galjut. El ala derecha saldría de los árboles que bordeaban los Setenta Pantanos y empujaría al ejército de Temujin hacia la izquierda. Los exploradores de Temujin aún no habían avistado gran parte del ala derecha de Jamukha, y podían subestimar su poder. Los generales se marcharon a ocupar sus puestos; hombres provistos de banderas blancas y antorchas transmitieron las órdenes de Jamukha. Aún estaba en ventaja. Temujin sólo habría tenido tiempo de preparar poco más que una defensa.

Llegaron a Dalan-Galjut al amanecer, seis días después de haber salido de las montañas. A la distancia, Jamukha vio las filas de la caballería pesada del enemigo, con las lanzas en ristre y las corazas de cuero oscurecidas con resina. El estandarte de nueve colas de Temujin ondeaba detrás de ellos.

Jamukha alzó un brazo y luego lo dejó caer.

Un rugido se alzó por encima del retumbar de los cascos y el redoble de los "naccaras". Caballos y jinetes se apiñaron alrededor de Jamukha, que abatió a un jinete con la lanza. Una espada le rozó el casco; lanzó una estocada a un pecho acorazado y vio manar la sangre. Delante de él, el caballo de un enemigo se encabritó, arrojando al suelo a su jinete; la espada de Jamukha le cercenó el brazo. Mientras luchaba, sus oídos latían: los castigaría a todos por la muerte de Taychar, por haberlo abandonado, por haber preferido a Temujin.

Siguió luchando, moviéndose al ritmo de la batalla, hasta que advirtió que el enemigo retrocedía. Los hombres que habían caído de su montura luchaban a pie, cortando las patas de los caballos enemigos con sus espadas. Jamukha acabó con la vida de otro jinete clavándole la lanza en el cuello. Temujin estaba llevando la peor parte: sus soldados se retiraban. Los guerreros del ala derecha de Jamukha se desplazaron hacia el frente, empujando a las fuerzas del Kan hacia la izquierda; los soldados que huían se volvían para disparar flechas contra sus perseguidores.

El aire era más cálido, el sol estaba más alto. Jamukha gritó una orden al comandante que estaba más próximo. Se alzó una bandera como señal; sus hombres hacían retroceder al enemigo, encerrándolo entre el ala izquierda y el ala derecha del ejército. Los jinetes avanzaron: la victoria sería suya.

Los arqueros de Jamukha persiguieron al enemigo y se retiraron cuando se les indicó por medio de una señal. Otros guerreros tomaron su lugar; Jamukha permitiría que Temujin se retirara, pero no quería darle oportunidad de reagrupar a los suyos.

Sus hombres cargaron a sus camaradas muertos en Dalan-Galjut, dejaron los cadáveres de los enemigos a los cuervos y los chacales, y acamparon en una ladera, lejos del pantano. Jamukha durmió un sueño sin sueños cerca de una hoguera, y despertó al amanecer cuando un jinete llegó a verlo. El ejército de Temujin se había desbandado, muchos se encaminaban hacia el Onon. El Kan había perdido gran cantidad de soldados.

Jurchedei ascendía la ladera. Jamukha se puso de pie para recibir al jefe Uruggud.

—Hemos conseguido la victoria —dijo Jurchedei—. El enemigo se ha dispersado.

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