Gengis Kan, el soberano del cielo (40 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

—Es una bienvenida bastante pobre tratándose de un viejo amigo —dijo Temujin—. Pronto nos reuniremos contigo.

Se puso de pie y ambos hombres se abrazaron.

Khasar condujo a Munglik fuera; una de las criadas recogió los cuencos y la fuente. Hoelun observó a su hijo mientras éste volvía a tomar asiento. Por una vez lo tenía sólo para ella, y parecía de buen humor, seguramente por la llegada de un viejo amigo.

—Munglik —murmuró Hoelun— tiene talento para los discursos.

—También tiene talento para saber hacia dónde sopla el viento. Jamukha no será feliz al saber que está aquí.

Temulun entró, seguida de Guchu y Kukuchu.

—¡Temujin! —exclamó. Colgó su arco y su carcaj y corrió hacia él—. Tienes que ver mi halcón.

Temujin apoyó un codo en el cojín.

—Vi tu halcón hace tiempo.

—Deberías verlo ahora. —Temulun se quitó el abrigo y lo arrojó sobre un cofre; la faja que rodeaba su breve cintura hacía más evidentes las curvas de sus caderas y de sus pechos—. Apuesto a que mis halcones son mejores cazadores que los tuyos. —Se sentó a la izquierda de Temujin y llamó con un gesto a sus dos hermanos adoptivos; los muchachos se sentaron a la diestra del Kan, con expresión de respeto y admiración en el rostro.

—He visto a Khasar —dijo Temulun—. ¿Quién es el hombre que estaba con él?

—Nuestro viejo amigo Munglik. Los Khongkhotat se han unido a nosotros.

—Mejor… así tendrás más guerreros.

—Esta noche lo celebraremos —dijo Temujin—. El retorno de un antiguo camarada siempre es motivo de alegría.

—Bien —dijo su hermana, con una sonrisa que reveló sus dientes blanquísimos—. Estoy tan hambrienta que me comería medio cordero yo sola. —Se echó las trenzas hacia atrás—. Cuando todos los clanes se unan a ti no tendrás que luchar y entonces podrás salir a cazar conmigo.

Temujin rio.

—Todavía habrá que aplastar a los Merkit, y a esos condenados tártaros, pues el Kan Naiman no sentirá placer si ve que me he vuelto demasiado fuerte. Tendré otras batallas que librar.

—Te tomaste mucho tiempo para regresar —le dijo Hoelun a su hija.

Temulun hizo una mueca, y después tiró de la manga de su hermano.

—Quiero mostrarte mi halcón.

—Primero tengo algo que deciros a ti y a nuestra madre. —Hizo una pausa; sus ojos tenían esa expresión distante tan común en él últimamente—. Pronto tendrás catorce años, Temulun.

—¡Todavia te acuerdas! —exclamó ella, haciendo otra mueca—. Pensé que ahora el poderoso Kan tenía tantas cosas en qué pensar que tal vez habría olvidado algo tan poco importante.

—Edad suficiente —prosiguió él—, para que pienses en dejar de lado tus ropas de niña y las cambies por la túnica y el tocado de una mujer. Tengo buenas noticias para ti, hermana. Muy pronto te comprometerás, y te casarás antes del otoño.

Temulun se puso rígida.

—¿Por qué me dices esto? ¿Por qué mi pretendiente no está aquí contigo?

—Vendrá muy pronto y te ofrecerá muchos presentes, y el más importante será la confirmación del juramento de lealtad que me ha hecho. Tendrás el honor de ser su esposa principal, y confío en que lo servirás fielmente.

Temulun se mordió los labios.

—¿Quién es? —susurró.

—Chohos-chagan, jefe de los Khorola.

La joven se echó hacia atrás.

—¡Nunca! —Se puso de pie de un salto y giró para enfrentarlo—. ¡No puedes entregarme a él! Es feo… ¡y cuando ríe parece un asno salvaje rebuznando! No puedes…

—Hace tiempo que insinúa que te quiere, y es un buen partido —respondió Temujin.

—¡Jamás me casaré con él! —gritó Temulun.

Kukuchu y Guchu soltaron una carcajada; Hoelun les lanzó una mirada de advertencia.

—Lo harás —dijo Temujin en tono suave pero terminante—, aunque tenga que darte una paliza y arrojarte en su cama con mis propias manos.

La muchacha dio una patada en el suelo.

—¡No lo haré!

Temujin se incorporó de un salto. Le dio una bofetada y la joven cayó al suelo. Hoelun se acercó rápidamente y se arrodilló junto a su hija, protegiéndola con sus brazos.

—Harás lo que yo diga —masculló el Kan—. Necesito a Chohos-chagan, y no estoy tan seguro de él como desearía. Si se siente afrentado, puede llegar a renovar sus vínculos con mi "anda", y no quiero correr ese riesgo. Si te tiene como esposa se mantendrá cerca de mí.

Temulun se limpió la sangre de la boca, después ocultó el rostro en el pecho de Hoelun.

—Basta —le dijo Hoelun a la muchacha, que sollozaba—. Es un buen partido. Tal vez no sea un hombre apuesto, pero parece amable. Un esposo suele ser lo que su mujer hace de él.

—Eres mi hermana —dijo Temujin—. ¿Crees que ser la hermana de un Kan sólo significa que puedes jugar con tus halcones y hacer lo que te venga en gana? Tienes la oportunidad de servirme, de ser mi voz dentro de la tienda de Chohos-chagan. Esperaba más de ti, Temulun.

—Tu hermano tiene razón. —A pesar de sus palabras, Hoelun estaba de parte de su hija—. No complacerás a tu esposo si gimes y lloriqueas y le haces pensar que lo desprecias. Debes buscar lo mejor en él.

—Juzgas mal a Chohos-chagan —dijo Temujin—. Sabe cómo eres, y que sólo piensas en tus halcones, y a pesar de ello te quiere como esposa. Seguirás teniendo tus placeres si lo complaces. Soy el Kan y el jefe de nuestro clan… debes obedecerme. —Alzó la voz—. Si haces algo que ofenda al hombre que será tu esposo, perderás mi protección. Y sólo Dios sabe lo que te ocurrirá entonces.

Temulun palideció ante la amenaza. Hoelun se puso de pie y se interpuso entre ambos hijos.

—Basta —dijo—. No estoy dispuesta a oír palabras tan crueles en mi "yurt". —Abrazó a su hija—. ¿Recuerdas, Temulun, cuando me decías que deseabas llevar el estandarte de tu hermano en el combate? Pues ahora puedes serle de más ayuda casándote con ese hombre. Tendrás tiempo de conocer mejor a tu prometido antes de la boda; utilízalo para ganarte su amor y su respeto, de modo que más tarde sepa escucharte.

Temulun bajó la cabeza.

—No tengo elección, ¿verdad? Mis sentimientos no importan. Debo sonreír y parecer feliz.

—Sí —dijo Temujin—, por ti y por mí. Piensa en lo que puedo perder si él se aleja de mi lado, y lo que podrías sufrir si tal cosa ocurriera. Sé que me obedecerás, Temulun. —Le puso una mano sobre el hombro. La muchacha retrocedió—. Ahora ve con tus halcones y cambia esa cara. No quiero que Munglik te vea tan triste. Iré a ver tus halcones cuando haya terminado de hablar con nuestra madre.

Las lágrimas de Temulun se congelarían fuera; Hoelun se las enjugó con la manga. Su hija recogió su abrigo y se dispuso a salir. Guchu y Kukuchu observaban con expresión de admiración a Temujin, evidentemente impresionados por su espíritu decidido.

—Vosotros dos no diréis ni una palabra de esto —les dijo Hoelun en tono firme—. Si lo hacéis os castigaré. Ahora id a buscar estiércol seco.

Los dos muchachos se marcharon detrás de Temulun.

Temujin exhaló un suspiro.

—Por las venas de Temulun corre mi misma sangre —dijo mientras se sentaba—. Muy pocos se atreverían a hablarme como ella lo ha hecho. Pensaba en su felicidad, ¿sabes? A Chohos-chagan le gusta la muchacha.

—No me digas palabras tiernas, Temujin. Nada de eso importaría si el matrimonio no fuera beneficioso para ti. Tal vez fui demasiado permisiva con ella, pero fue valiente cuando no tuvimos a nadie que nos ayudase, y no me parecía mal que durante un tiempo siguiera siendo una joven despreocupada.

—Tendrás que enseñarle cuáles son sus obligaciones —dijo él—. Cuando viaje al campamento de su esposo para la celebración de la boda, ya habrá olvidado que alguna vez se sintió infeliz por ello.

Las criadas se habían ubicado junto al fogón ocupadas con la costura; Hoelun se sentó junto a su hijo.

—Tienes otras cosas que decirme.

Temujin asintió.

—Tengo buenas noticias para ti, madre. También te he encontrado un esposo.

Ella se puso tensa.

—De modo que soy otro animal que está en venta.

Él entrecerró los ojos.

—Mostraste más sabiduría cuando se trataba de mi hermana.

—Temulun debe casarse, es joven… yo soy demasiado vieja para darle hijos a un hombre.

—Mujeres más viejas que tú dan a luz, pero este hombre ya tiene varios hijos. Todavía te encuentra bella y dice que no desea otra esposa que no seas tú. Creí que la idea te complacería, madre… es con Munglik con quien deseo que te cases.

Ella no sintió nada. Había hombres peores; Munglik no sería un mal esposo. Había sentido un fugaz deseo por él después de la muerte de Yesugei, pero todo eso había sido mucho tiempo atrás, y Munglik estaba hecho con la misma madera que el Bahadur.

—Me doy cuenta de por qué deseas esta boda —dijo ella en voz baja—. Munglik no fue el más leal de los amigos en el pasado, pero al convertirse en tu padrastro sin duda tendrá mucho que ganar si te jura fidelidad. —Su hijo también sabía que ella era lo bastante fuerte para hacer que Munglik siguiera siendo un aliado seguro—. Como dijiste, Munglik siempre supo hacia dónde soplaba el viento.

—Te ama, madre… dice que siempre te ha amado.

—Y eso también te conviene si nos casamos. Ama a la mujer que fui, pero ama más la idea de casarse con una Kathun. —Bajó la cabeza—. Debo dar un buen ejemplo a mi hija, y mostrarme conforme cuando él me corteje.

—Estará complacido, y también yo. —Se puso de pie—. Debo visitar los halcones de Temulun. Tal vez se sienta más feliz si le cuento algo sobre los hermosos halcones de Chohos-chagan.

—Tendrás lo que deseas, a pesar de lo que sintamos nosotras.

Él se marchó. Como Kan, no podía permitir que los ruegos de una madre y una hermana lo conmovieran. Tenía que estar dispuesto a castigar a cualquiera que desobedeciera sus órdenes; Hoelun debía agradecer que fuera tan decidido. A pesar del calor que reinaba dentro de la tienda, la mujer sintió frío. Se puso de pie y se acercó al fogón.

58.

Gurbesu se arrodilló, luego se prosternó. Los tres sacerdotes entonaron sus plegarias, rociaron agua bendita sobre la piedra azul de su pequeño altar y después le ofrecieron una cruz de oro.

La reina Naiman oprimió los labios contra ella y oró en silencio, dando gracias a Dios y a su Hijo el triunfo de su esposo. Ella le había aconsejado que no dirigiera sus ejércitos contra los Kereit, pero Inancha no la había escuchado. El hombre había creído que ella pensaba que fracasaría, pero en realidad ésa no había sido la preocupación de Gurbesu. Ella sabía que Inancha Bilge, Tayang de los Naiman, vencería y depondría a Toghril Kan, pero temía que se tratara de una victoria fugaz.

Gurbesu se sentó. Había llamado a los chamanes el día anterior y les había pedido que disiparan con un hechizo la tormenta invernal, para que su esposo pudiera volver a su lado rápidamente; al alba el cielo estaba claro. Con la parte maligna de la creación en constante lucha con la parte buena, era de sabios requerir la ayuda de tantos hombres sagrados como fuera posible.

"Gracias, Oh Señor, por darle a mi Tayang esta victoria. Te ruego que nunca ocurra lo que más temo".

Hizo el signo de la cruz y se puso de pie. Los criados de su casa se levantaron; Ta-ta-tonga, el escriba Uighur que era custodio del sello del Tayang, se persignó. Gurbesu le hizo una seña a otro escriba, quien entregó a los sacerdotes una pequeña bolsa de oro en pago por sus plegarias.

Fuera, una voz gritó algo; uno de los guardias que estaban dentro respondió. Gurbesu se volvió mientras entraba un hombre, que se arrodilló, apoyó la frente en el tapete bordado que estaba junto a la puerta y luego se puso de pie.

—Hemos avistado el ejército, mi Reina —dijo—. El estandarte del Tayang se divisa en el horizonte.

—Gracias por avisarme —respondió ella—. Esperaré fuera de la tienda para darle la bienvenida al Tayang.

El joven salió haciendo una reverencia. Una de las criadas fue hasta un baúl a buscar el manto de piel favorito de Gurbesu. La mujer había ordenado que el campamento principal se trasladara hasta allí, desplazándose de las montañas Altai hasta el valle del río Kobdo; Inancha se sentiría complacido de que ella hubiera viajado hasta allí para recibirlo. La criada le envolvió los hombros con el manto y luego le tendió los guantes. Las monedas de oro que adornaban su tocado tintinearon cuando la mujer avanzó. El Tayang esperaría ver su felicidad, no sus dudas.

Gurbesu se arrebujó en su manto. Inancha vería que su reina desafiaba el frío para recibirlo, impaciente por demostrar su alegría ante el regreso del esposo.

Había sido entregada al Tayang tres años atrás, cuando tenía quince, después de que la esposa principal de aquél hubiese muerto. Ahora Inancha raramente visitaba a sus otras esposas, y había elevado a Gurbesu por encima de las demás. Ella lo había oído deliberar con los generales, había aprendido todo lo posible de sus consejeros y después había empezado a darle consejo ella misma.

Eso divertía a Inancha. A veces hacía lo que ella le decía, pero con mayor frecuencia ocurría lo contrario. El Tayang de los Naiman había gobernado bien a su pueblo durante años sin los consejos de la joven, y casi siempre podía ignorar sus opiniones.

Ella lo amaba a pesar de eso. Inancha la honraba, la mimaba y era amable con ella. Tal vez la joven deseaba que la escuchara más a menudo, pero si hubiera sido un hombre fácilmente influenciable por los demás e inseguro de sí mismo, Gurbesu no lo habría amado.

Un hombre salió de un "yurt" y se acercó a ella y le hizo una reverencia.

—Te saludo, Reina y madre —murmuró Bai Bukha—. Supuse que te encontraría fuera, esperando a mi padre. No puedo por menos que esperar contigo.

—El Tayang se sentirá complacido.

Bai Bukha se acercó más. La miró intensamente, como solía hacerlo y ella se sintió desnuda; él la poseería si pudiera, incluso antes de que su padre muriera. Inancha le había pedido a su hijo menor, Buyrugh, que lo acompañara, pero había dejado atrás a Bai Bukha para que vigilase los campamentos.

Inancha Bilge merecía mejores herederos. Buyrugh sólo se dedicaba a discutir con su padre sobre asuntos tan poco importantes como el lugar al que se trasladaría el campamento. Bai Bukha obedecía al Tayang en silencio, pero con miradas cargadas de resentimiento; a sus veinticinco años había tomado parte en pocas batallas, y sólo había demostrado el escaso valor que poseía en las partidas de caza.

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