Gengis Kan, el soberano del cielo (57 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Sorkhatani mantuvo una expresión impasible, luchando por no delatar el dolor que le traspasaba el corazón.

—Nos haces un gran honor —murmuró su padre.

Ella sería la esposa principal del hijo de Temujin, en tanto que Ibakha ocuparía un lugar inferior entre las esposas de éste; Sorkhatani suponía que su hermana estaría complacida. Ella misma sabía cuál era su deber: sería una buena esposa para Tolui, y esperaba que hubiera en él algo de su padre. Seguramente el Kan pensaba bien de ella si la entregaba a su hijo. "Tendrías que haberte casado conmigo", pensó la joven ferozmente, y después agachó la cabeza.

84.

Ibakha curtía una piel de oveja con un hueso. Había pensado que tendría menos cosas que hacer, ya que, por ser esposa del Kan, habría muchas criadas y esclavas a su servicio. Sin embargo, cuando les hubo preguntado todo acerca de las ovejas, la leche, la preparación de la comida, los nuevos paneles de fieltro que pronto tendría que agregar a su tienda, y todo lo demás, le parecía que había hecho el trabajo de todas, además del suyo.

A Bortai Khatun no le gustaba ver ociosas a las otras esposas del Kan. La esposa principal de Temujin todavía era bella, a pesar de su edad, ya que debía de tener cuarenta años. Ibakha había esperado encontrarse con una vieja, no con alguien que todavía podía rivalizar en belleza con una mujer más joven.

Tal vez Bortai le había pagado al chamán principal del Kan a cambio de algún hechizo para conservarse bella. El chamán frecuentaba la compañía del Kan; Teb-Tenggeri, lo llamaban. Ibakha debía reprimir la urgencia por persignarse siempre que el chamán estaba presente, con su rostro lampiño y su piel tan suave como la de una muchacha.

—Khadagan me enseñó un hermoso punto para mi bordado —dijo Yisui. Las dos hermanas tártaras estaban sentadas sobre cojines y habían llevado su trabajo de costura a la tienda de Ibakha—. Lo usa para bordar florecillas… Te lo enseñaré cuando termine de aprenderlo.

—¡Khadagan! —dijo Ibakha, soltando una carcajada—. Resulta difícil de creer que el Kan haya reclamado a una mujer tan fea.

Yisugen alzó los ojos de la camisa que estaba remendando.

—El Kan nunca ha olvidado que ella le salvó la vida.

Ibakha siguió raspando el cuero. Yisui y Yisugen habían simpatizado con ella, tal vez porque las tres tenían aproximadamente la misma edad, pero a veces la regañaban como solía hacerlo su propia hermana.

—Ruego que nuestro esposo nos deje embarazadas pronto —dijo Yisui—. Si no le tuviera tanto miedo, le pediría a Teb-Tenggeri algún hechizo.

Ibakha dejó el hueso y se persignó.

—Mis sacerdotes pueden decir una plegaria… no necesitáis los hechizos del Celestial.

Yisugen palideció e hizo un signo contra el mal.

—No lo menciones. Vi cómo hacía llover en Baljuna. Cabalga hasta el cielo en su caballo blanco… todo el mundo lo dice.

—Yo no le tengo miedo —dijo Ibakha.

—Te oirá —susurró Yisui—. Puede oír desde lejos. Nunca se sabe cuándo su espíritu está cerca, escuchando. —Sus almendrados ojos negros se hicieron más fríos—. Harías bien en recordar que los poderes de Teb-Tenggeri son de gran utilidad para nuestro esposo.

Ibakha odiaba al chamán, cuyos ojos siempre parecían burlarse silenciosamente de ella. Su padre había encontrado útiles a los chamanes, pero había dado un lugar más elevado a sus sacerdotes. El chamán principal del Kan era como todos ellos: siempre haciendo sortilegios y recibiendo una buena paga por ello. La magia de la cruz era más poderosa que la de Teb-Tenggeri.

Ella ganaría gloria ante Dios si conseguía que el Kan abrazara la fe verdadera. Teb-Tenggeri sería expulsado y sólo practicaría su magia cuando fuese necesario expulsar algún espíritu maligno del cuerpo de un enfermo o cuando hubiera que leer los huesos. Todos verían cuánto la amaba el Kan si ella conseguía que se convirtiese.

Después de la gran cacería, cuando las pieles estuvieron curtidas y la carne seca y guardada, una tormenta de nieve se abatió sobre el campamento del Kan. Ibakha ayudó a las criadas a llevar las ovejas a los "yurts" y después avanzó dificultosamente a través de la nieve hasta su gran tienda. Encontró allí al Kan, esta vez solo; estaba calentándose delante del fogón mientras el cocinero Asigh vigilaba el caldero.

Ibakha se acercó a toda prisa.

—A pesar de la tormenta has venido a mí —dijo casi sin aliento.

—Tu tienda era la más cercana, mi caballo no podía ir más allá, y tu cocina es la mejor de todas.

—Hago cuanto puedo —dijo Asigh, y sonrió.

Ibakha se sacudió la nieve, entregó su abrigo a la anciana que era la otra criada presente, después acomodó al Kan junto a la cama. Los dos criados se sentaron cerca, y sólo comenzaron a comer una vez que Temujin y su esposa se sirvieron la carne.

A la joven se le presentaba una oportunidad inmejorable para hablar con el Kan. Rara vez lo tenía para ella, sin que sus otras esposas vinieran a compartir la comida o sin que sus Noyan vinieran a beber con él, y cuando estaba en su cama, él no quería hablar.

—Hay algo que quiero decirte —dijo la joven.

—Entonces dilo —respondió Temujin.

—Quiero hablarte de mi fe.

El Kan enarcó las cejas y suspiró.

—Continúa.

—Por supuesto que mis sacerdotes podrían decirte más, ya que su saber es mayor.

—Ibakha, dime lo que quieres decirme.

—Bien. —Lajoven se retorció las manos—. Seguramente, por mi padre o por otros, habrás oído hablar del Hijo de Dios, de cómo murió en la cruz por nuestros pecados.

—Lo he oído, pero los hombres tenemos otras cosas en qué pensar.

—Cristo habló a sus seguidores —dijo ella—, del amor de Dios, y dijo que si creían en la verdadera fe tendrían vida eterna.

Él encogió los hombros.

—He oído hablar de sabios de Khitai que también conocen el secreto de la inmortalidad.

—Yo estoy hablando del alma —dijo ella—. Cristo murió por nuestros pecados, luego se levantó de entre los muertos y prometió que viviríamos eternamente en el cielo. Si crees en el Hijo de Dios…

—Dios tiene muchos hijos —dijo Temujin—. Dio a mi antepasada Alan Ghoa tres hijos y los convirtió en padres de Kanes.

Ibakha se persignó. No sabía cómo seguir. Las letanías de los sacerdotes mientras hacían oscilar sus incensarios de oro siempre la llenaba de alegría, y la idea de que Cristo la cuidaba le proporcionaba felicidad; deseaba poder explicárselo.

—Me haría feliz que compartieras mi fe.

—Ibakha, te permito conservar tus sacerdotes. Cree en lo que te plazca, pero no me pidas que rece como lo haces tú.

—Mi fe es mi escudo contra el mal —dijo ella—. En todo el mundo, el bien y el mal deben luchar. Tu chamán Teb-Tenggeri… Ya no necesitarías de sus hechizos —insistió ella— si…

Algo en los ojos de Temujin le advirtió que se callara.

—Mi hermanastro me ha servido bien con sus poderes —dijo el

Kan con suavidad—, y no soy tan tonto como para convertirlo en mi enemigo.

Los criados se incorporaron y se llevaron las fuentes vacías. Le habría sorprendido, pensó ella, que su esposo aceptara sus palabras fácilmente, pero no todo estaba perdido. En algún momento él necesitaria una plegaria de sus sacerdotes, y entonces…

Él le hizo un gesto; ella se acercó y le quitó las botas.

—¿Sabes por qué te tomé como esposa? —preguntó el Kan.

Ella lo miró.

—Seguramente porque me encontraste agradable —dijo.

—Porque eres bella, pero tu hermana es igualmente bella. Podría haberte entregado a uno de mis hijos y haberla tomado a ella como esposa a pesar de su juventud.

Ibakha se sintió desconcertada.

—Te agradezco que me hayas elegido.

—Sí, te elegí a ti. Khasar me habló de la belleza de las hijas de Jakha Gambu. También me dijo que una de ella tenía la mirada de un águila joven, en tanto que la otra parecía tan traviesa como un pajarillo pequeño. Ahora te diré por qué te elegí a ti como esposa, y no a tu hermana.

Ibakha se puso de pie; también lo hizo él y le sonrió.

—Mi hijo Tolui necesita tener una mujer sabia como esposa principal, alguien que sea para él lo que es su madre para mí. Cuando vi el fuego en el rostro de Sorkhatani, me recordó a mi Bortai cuando era niña. Pero no me pareció correcto reclamaros a las dos cuando todavía tengo hijos en edad de casarse, de modo que te elegí a tí. Yo ya tengo esposas sabias… no tiene demasiada importancia que una de ellas sea tonta.

A Ibakha le llevó algunos momentos comprenderlo. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Ahora, ven —dijo él, sin dejar de sonreír—. Como dije, no tiene importancia. Puedes ser tan tonta como quieras, pero no finjas ser más sabia de lo que eres, no hables de cosas que no comprendes. —La tomó del hombro—. Ven a la cama.

Una noche, ese mismo invierno, el Kan despertó junto a Yisugen, gritando tan desesperadamente que los guardias acudieron a ver qué ocurría. Había sido perturbado por un sueño que no podía recordar, aunque estaba seguro de que los espíritus querían decirle algo.

La noche siguiente la pasó con Ibakha, pero estaba tan inquieto que ella no pudo dormir. Cuando Temujin gimió y se sentó bruscamente en la cama, la joven llamó a sus sacerdotes.

Su esposo estaba más tranquilo cuando llegaron los tres sacerdotes, pero los miró con ceño cuando se acercaron a su cama.

—Necesito a un chamán —gritó—, no a estos sacerdotes.

Ibakha lo abrazó.

—Deja que recen por ti —le dijo—. Tu sueño no volverá a turbarte.

Los sacerdotes rezaron, quemaron incienso e hicieron sobre él el signo de la cruz. Cuando se marcharon, el Kan dormía profundamente; Ibakha no cabía en sí de alegría.

Al otro día, las criadas hicieron correr el rumor de que los sacerdotes habían dado paz al Kan. Después de que Temujin pasara una noche tranquila con Bortai y otra con Khadagan, Ibakha estuvo segura de que sus pesadillas habían desaparecido. En varias ocasiones antes de aquélla el Kan había pasado malas noches acosado por espíritus malignos, y sólo Teb-Tenggeri había sido capaz de darle alivio. Algunos murmuraban que el chamán estaba enfadado por no haber sido llamado, pero Ibakha nunca le había temido. Pocos días después, cuando Yisui y Yisugen vinieron a decirle que ambas estaban embarazadas, Ibakha admitió que sus sacerdotes habían rezado por ellas. Yisui se preguntó en voz alta por qué las plegarias aún no habían abierto el vientre de Ibakha, pero ni siquiera eso disminuyó la alegría de la mujer más joven.

Sin embargo, su alegría duró poco. Una noche en que el Kan dormía con ella, despertó sobresaltado y llamó a gritos a los guardias, ordenándoles que buscaran a su chamán principal.

—¿Por qué? —preguntó Ibakha—. ¿Acaso mis sacerdotes no te ayudaron antes?

—Quiero a Teb-Tenggeri.

Ella no podía discutir. Tal vez Teb-Tenggeri fracasara, y entonces Temujin tendría que volver a llamar a sus sacerdotes.

El hermanastro del Kan no dirigió la palabra a la mujer cuando llegó acompañado de otros dos chamanes. Ibakha se sentó en el lado este de la tienda, junto con las criadas, mientras los chamanes sacrificaban un cordero y lo hervian en el caldero. Teb-Tenggeri entonó una letanía, sacudió los huesos y danzó alrededor de la cama inclinándose varias veces para susurrar algo al oído del Kan mientras los otros chamanes tocaban sus tambores. Finalmente, le ofreció una pócima.

Cuando los chamanes terminaron, Ibakha ya estaba agotada.

—Mi hermano duerme —susurró Teb-Tenggeri alejándose de la cama—. Un sueño que perturba el descanso de un hombre suele contener un mensaje que debe ser atendido. —Miró a Ibakha con sus ojos oscuros—. El Kan oirá muy pronto el mensaje.

—Ibakha.

La mujer despertó con esfuerzo. Su esposo estaba sentado en la cama, mirándola .

—Sé lo que mi sueño trataba de decirme —dijo.

Ella se sentó y se alisó la camisa. La tienda sólo estaba iluminada por la luz del fogón; las criadas dormían.

—No te agradará escucharlo —continuó el hombre—. Tú no debías ser mi esposa. Los espíritus me han ordenado que te abandone.

A ella se le cerró la garganta. Aferró las mantas; finalmente su voz se libero.

—Esto es obra de Teb-Tenggeri… ¡no puedes decirlo en serio! —gritó—. El te ha hechizado, te ha…

El Kan la cogió por los brazos. Desde las sombras llegaron toses y murmullos.

—Mis sueños nunca me han mentido —dijo él entre dientes—. Siempre me han mostrado la verdad. Éste me dice que debo abandonarte.

—No puedes creer…

—Silencio. —El hombre se inclinó hacia ella—. No permitiré protestas, pues de lo contrario le contaré a otros lo que me ha dicho mi sueño, y no creo que eso te ayude.

—¿Qué decía el sueño?

—Que hasta un Kan puede resultar dañado por los tontos ambiciosos que lo rodean. —Llamó a los guardias; entró un soldado—. ¿Quién es el oficial de guardia esta noche?—preguntó el Kan.

—Jurchedei.

—Dile que venga. —El Kan se puso de pie y se envolvió en su abrigo. —Vístete, Ibakha, y cúbrete la cabeza.

Ibakha se puso la túnica y un pañuelo, demasiado atónita para sentir miedo. El chamán había puesto ese sueño dentro de él. Los criados estaban despiertos; ella no soportaba pensar lo que le dirían a los demás.

Entró Jurchedei y se aproximó a ellos.

—Jurchedei —le dijo el Kan—, me has servido fielmente.

Ibakha miró el rostro curtido y duro del hombre y luego desvió la vista.

—Mereces una recompensa y deseo ofrecerte ahora mismo un premio. Mi bella Ibakha Beki es tuya.

El Noyan lo miró atónito.

—¡Temujin!

—Quiero que sepas que ella está libre de todo reproche, que ha sido una esposa buena y fiel. Esperaba poder conservarla, pero he tenido un sueño que me ha ordenado cederla. Si debo perderla, ninguno la merece tanto como tú. —El Kan bajó la voz—. Su único defecto es que a veces carece de sentido común, pero tú eres capaz de arreglarte con eso, y su belleza te compensará con creces.

—Me haces un gran honor —dijo el general.

—Ella conservará su tienda y la mitad de las criadas que trajo. Me quedaré con su cocinero Asigh, pero el otro cocinero es casi igual de bueno. Comerás bien en la tienda de tu nueva esposa.

Ibakha contempló el rostro de su esposo. No vio en sus ojos pálidos alivio por librarse de ella, pero tampoco dolor por perderla.

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