Harry Potter. La colección completa (144 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Era tradición que los de primero llegaran al castillo de Hogwarts atravesando el lago con Hagrid.

—¡Ah, no me haría gracia pasar el lago con este tiempo! —aseguró Hermione enfáticamente, tiritando mientras avanzaban muy despacio por el oscuro andén con el resto del alumnado. Cien carruajes sin caballo los esperaban a la salida de la estación. Harry, Ron, Hermione y Neville subieron agradecidos a uno de ellos, la puerta se cerró con un golpe seco y un momento después, con una fuerte sacudida, la larga procesión de carruajes traqueteaba por el camino que llevaba al castillo de Hogwarts.

12
El Torneo de los tres magos

Los carruajes atravesaron las verjas flanqueadas por estatuas de cerdos alados y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un temporal. Pegando la cara a la ventanilla, Harry podía ver cada vez más próximo el castillo de Hogwarts, con sus numerosos ventanales iluminados reluciendo borrosamente tras la cortina de lluvia. Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra. Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo. También Harry, Ron, Hermione y Neville saltaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol.

—¡Caray! —exclamó Ron, sacudiendo la cabeza y poniéndolo todo perdido de agua—. Si esto sigue así, va a terminar desbordándose el lago. Estoy empapado... ¡Ay!

Un globo grande y rojo lleno de agua acababa de estallarle en la cabeza. Empapado y farfullando de indignación, Ron se tambaleó y cayó contra Harry, al mismo tiempo que un segundo globo lleno de agua caía... rozando a Hermione. Estalló a los pies de Harry, y una ola de agua fría le mojó las zapatillas y los calcetines. A su alrededor, todos chillaban y se empujaban en un intento de huir de la línea de fuego.

Harry levantó la vista y vio, flotando a seis o siete metros por encima de ellos, a Peeves el
poltergeist
, una especie de hombrecillo con un gorro lleno de cascabeles y pajarita de color naranja. Su cara, ancha y maliciosa, estaba contraída por la concentración mientras se preparaba para apuntar a un nuevo blanco.


¡PEEVES!
—gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí
AHORA MISMO!

Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall, que era la subdirectora del colegio y jefa de la casa de Gryffindor. Resbaló en el suelo mojado y para no caerse tuvo que agarrarse al cuello de Hermione.

—¡Ay! Perdón, señorita Granger.

—¡No se preocupe, profesora! —dijo Hermione jadeando y frotándose la garganta.

—¡Peeves, baja aquí
AHORA!
—bramó la profesora McGonagall, enderezando su sombrero puntiagudo y mirando hacia arriba a través de sus gafas de montura cuadrada.

—¡No estoy haciendo nada! —contestó Peeves entre risas, arrojando un nuevo globo lleno de agua a varias chicas de quinto, que gritaron y corrieron hacia el Gran Comedor—. ¿No estaban ya mojadas? ¡Esto son unos chorritos! ¡Ja, ja, ja! —Y dirigió otro globo hacia un grupo de segundo curso que acababa de llegar.

—¡Llamaré al director! —gritó la profesora McGonagall—. Te lo advierto, Peeves...

Peeves le sacó la lengua, tiró al aire los últimos globos y salió zumbando escaleras arriba, riéndose como loco.

—¡Bueno, vamos! —ordenó bruscamente la profesora McGonagall a la empapada multitud—. ¡Vamos, al Gran Comedor!

Harry, Ron y Hermione cruzaron el vestíbulo entre resbalones y atravesaron la puerta doble de la derecha. Ron murmuraba entre dientes y se apartaba el pelo empapado de la cara.

El Gran Comedor, decorado para el banquete de comienzo de curso, tenía un aspecto tan espléndido como de costumbre, y el ambiente era mucho más cálido que en el vestíbulo. A la luz de cientos y cientos de velas que flotaban en el aire sobre las mesas, brillaban las copas y los platos de oro. Las cuatro largas mesas pertenecientes a las casas estaban abarrotadas de alumnos que charlaban. Al fondo del comedor, los profesores se hallaban sentados a lo largo de uno de los lados de la quinta mesa, de cara a sus alumnos. Harry, Ron y Hermione pasaron por delante de los estudiantes de Slytherin, de Ravenclaw y de Hufflepuff, y se sentaron con los demás de la casa de Gryffindor al otro lado del Gran Comedor, junto a Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor. De color blanco perla y semitransparente, Nick llevaba puesto aquella noche su acostumbrado jubón, con una gorguera especialmente ancha que servía al doble propósito de dar a su atuendo un tono festivo y de asegurar que la cabeza se tambaleara lo menos posible sobre su cuello, parcialmente cortado.

—Buenas noches —dijo sonriéndoles.

—¡Pues cómo serán las malas! —contestó Harry, quitándose las zapatillas y vaciándolas de agua—. Espero que se den prisa con la Ceremonia de Selección, porque me muero de hambre.

La selección de los nuevos estudiantes para asignarles casa tenía lugar al comienzo de cada curso; pero, por una infortunada combinación de circunstancias, Harry no había estado presente más que en la suya propia. Estaba deseando que empezara.

Justo en aquel momento, una voz entrecortada y muy excitada lo llamó:

—¡Eh, Harry!

Era Colin Creevey, un alumno de tercero para quien Harry era una especie de héroe.

—Hola, Colin —respondió con poco entusiasmo.

—Harry, ¿a que no sabes qué? ¿A que no sabes qué, Harry? ¡Mi hermano empieza este año! ¡Mi hermano Dennis!

—Eh... bien —dijo Harry.

—¡Está muy nervioso! —explicó Colin, casi saltando arriba y abajo en su asiento—. ¡Espero que le toque Gryffindor! Cruza los dedos, ¿eh, Harry?

—Sí, vale —accedió Harry. Se volvió hacia Hermione, Ron y Nick Casi Decapitado—. Los hermanos generalmente van a la misma casa, ¿no? —comentó. Estaba pensando en los Weasley, que eran siete y todos habían pertenecido a Gryffindor.

—No, no necesariamente —repuso Hermione—. La hermana gemela de Parvati Patil está en Ravenclaw, y son idénticas. Uno pensaría que tenían que estar juntas, ¿verdad?

Harry miró la mesa de los profesores. Había más asientos vacíos de lo normal. Hagrid, por supuesto, estaría todavía abriéndose camino entre las aguas del lago con los de primero; la profesora McGonagall se encontraría seguramente supervisando el secado del suelo del vestíbulo; pero había además otra silla vacía, y no caía en la cuenta de quién era el que faltaba.

—¿Dónde está el nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras? —preguntó Hermione, que también miraba la mesa de los profesores.

Nunca habían tenido un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que les durara más de un curso. Con diferencia, el favorito de Harry había sido el profesor Lupin, que había dimitido el curso anterior. Recorrió la mesa de los profesores de un lado a otro: no había ninguna cara nueva.

—¡A lo mejor no han podido encontrar a nadie! —dijo Hermione, preocupada.

Harry examinó la mesa con más cuidado. El pequeño profesor Flitwick, que impartía la clase de Encantamientos, estaba sentado sobre un montón de cojines al lado de la profesora Sprout, que daba Herbología y que en aquellos momentos llevaba el sombrero ladeado sobre el lacio pelo gris. Hablaba con la profesora Sinistra, del departamento de Astronomía. Al otro lado de la profesora Sinistra estaba Snape, el profesor de Pociones, con su pelo grasiento, su nariz ganchuda y su rostro cetrino: la persona a la que Harry tenía menos aprecio en todo Hogwarts. El odio que Harry le profesaba sólo tenía parangón con el que Snape le profesaba a él, un odio que, si eso era posible, parecía haberse intensificado el curso anterior después de que Harry había ayudado á huir a Sirius ante las desmesuradas narices de Snape. Snape y Sirius habían sido enemigos desde que eran estudiantes.

Al otro lado de Snape había un asiento vacío que Harry adivinó que era el de la profesora McGonagall. En la silla contigua, y en el mismo centro de la mesa, estaba sentado el profesor Dumbledore, el director: su abundante pelo plateado y su barba brillaban a la luz de las velas, y llevaba una majestuosa túnica de color verde oscuro bordada con multitud de estrellas y lunas. Dumbledore había juntado las yemas de sus largos y delgados dedos, y apoyaba sobre ellas la barbilla, mirando al techo a través de sus gafas de media luna, como absorto en sus pensamientos. Harry también miró al techo. Por obra de encantamiento, tenía exactamente el mismo aspecto que el cielo al aire libre, aunque nunca lo había visto tan tormentoso como aquel día. Se arremolinaban en él nubes de color negro y morado. Después de oír un trueno, Harry vio que un rayo dibujaba en el techo su forma ahorquillada.

—¡Que se den prisa! —gimió Ron, al lado de Harry—. Podría comerme un
hipogrifo
.

No había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando se abrieron las puertas del Gran Comedor y se hizo el silencio. La profesora McGonagall marchaba a la cabeza de una larga fila de alumnos de primero, a los que condujo hasta la parte superior del Gran Comedor, donde se encontraba la mesa de los profesores. Si Harry, Ron y Hermione estaban mojados, lo suyo no era nada comparado con lo de aquellos alumnos de primero. Más que haber navegado por el lago, parecían haberlo pasado a nado. Temblando con una mezcla de frío y nervios, llegaron a la altura de la mesa de los profesores y se detuvieron, puestos en fila, de cara al resto de los estudiantes. El único que no temblaba era el más pequeño de todos, un muchacho con pelo castaño desvaído que iba envuelto en lo que Harry reconoció como el abrigo de piel de topo de Hagrid. El abrigo le venía tan grande que parecía que estuviera envuelto en un toldo de piel negra. Su carita salía del cuello del abrigo con aspecto de estar al borde de la conmoción. Cuando se puso en fila con sus aterrorizados compañeros, vio a Colin Creevey, levantó dos veces el pulgar para darle a entender que todo iba bien y dijo sin hablar, moviendo sólo los labios: «¡Me he caído en el lago!» Parecía completamente encantado por el accidente.

Entonces la profesora McGonagall colocó un taburete de cuatro patas en el suelo ante los alumnos de primero y, encima de él, un sombrero extremadamente viejo, sucio y remendado. Los de primero lo miraban, y también el resto de la concurrencia. Por un momento el Gran Comedor quedó en silencio. Entonces se abrió un desgarrón que el sombrero tenía cerca del ala, formando como una boca, y empezó a cantar:

Hace tal vez mil años
que me cortaron, ahormaron y cosieron.
Había entonces cuatro magos de fama
de los que la memoria los nombres guarda:

El valeroso Gryffindor venía del páramo,
la justa Ravenclaw, de la cañada,
la dulce Hufflepuff del ancho valle,
y el astuto Slytherin, de los pantanos.

Compartían un deseo, una esperanza, un sueño:
idearon de común acuerdo un atrevido plan
para educar jóvenes brujos.
Así nació Hogwarts, este colegio.

Luego, cada uno de aquellos fundadores
fundó una casa diferente
para los diferentes caracteres
de su alumnado.

Para Gryffindor
el valor era lo mejor;
para Ravenclaw,
la inteligencia.

Para Hufflepuff el mayor mérito de todos
era romperse los codos.
El ambicioso Slytherin
ambicionaba alumnos ambiciosos.

Estando aún con vida
se repartieron a cuantos venían,
pero ¿cómo seguir escogiendo
cuando estuvieran muertos y en el hoyo?

Fue Gryffindor el que halló el modo:
me levantó de su cabeza,
y los cuatro en mí metieron algo de su sesera
para que pudiera elegiros a la primera.

Ahora ponme sobre las orejas.
No me equivoco nunca:
echaré un vistazo a tu mente
¡y te diré de qué casa eres!

En el Gran Comedor resonaron los aplausos cuando terminó de cantar el Sombrero Seleccionador.

—No es la misma canción de cuando nos seleccionó a nosotros —comentó Harry, aplaudiendo con los demás.

—Canta una canción diferente cada año —dijo Ron—. Tiene que ser bastante aburrido ser un sombrero, ¿verdad? Supongo que se pasa el año preparando la próxima canción.

La profesora McGonagall desplegaba en aquel momento un rollo grande de pergamino.

—Cuando pronuncie vuestro nombre, os pondréis el sombrero y os sentaréis en el taburete —dijo dirigiéndose a los de primero—. Cuando el sombrero anuncie la casa a la que pertenecéis, iréis a sentaros en la mesa correspondiente. ¡Ackerley, Stewart!

Un chico se adelantó, temblando claramente de la cabeza a los pies, cogió el Sombrero Seleccionador, se lo puso y se sentó en el taburete.

—¡Ravenclaw! —gritó el sombrero.

Stewart Ackerley se quitó el sombrero y se fue a toda prisa a sentarse a la mesa de Ravenclaw, donde todos lo estaban aplaudiendo. Harry vislumbró a Cho, la buscadora del equipo de Ravenclaw, que recibía con vítores a Stewart Ackerley cuando se sentaba. Durante un fugaz segundo, Harry sintió el extraño deseo de ponerse en la mesa de Ravenclaw.

—¡Baddock, Malcolm!

—¡Slytherin!

La mesa del otro extremo del Gran Comedor estalló en vítores. Harry vio cómo aplaudía Malfoy cuando Malcolm se reunió con ellos. Harry se preguntó si Baddock tendría idea de que la casa de Slytherin había dado más brujos y brujas oscuros que ninguna otra. Fred y George silbaron a Malcolm Baddock mientras tomaba asiento.

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