Harry Potter. La colección completa (174 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Supe... supe que eras como yo... ¿Fue tu madre o tu padre?

—Eh... no entiendo lo que «quiegues decig», Hagrid.

—En mi caso fue mi madre —explicó Hagrid en voz baja—. Fue una de las últimas de Gran Bretaña. Naturalmente, no la recuerdo muy bien... Me abandonó, ya ves. Cuando yo tenía unos tres años. No era lo que se dice del tipo maternal. Bueno, lo llevan en su naturaleza, ¿no? No sé qué fue de ella... Tal vez haya muerto.

Madame Maxime no decía nada. Y Harry, a pesar de si mismo, apartó los ojos del escarabajo y echó un vistazo por encima de las astas del reno, escuchando... Nunca había oído a Hagrid hablar de su infancia.

—A mi padre se le partió el corazón cuando ella se fue. Mi padre era muy pequeño. Con seis años yo ya podía levantarlo y ponerlo encima del aparador si me enfadaba. Solía hacerlo reír... —La voz de Hagrid era profunda, pero de repente cambió porque lo embargó la emoción. Madame Maxime escuchaba sin moverse, según parecía con la vista fija en la fuente plateada—. Mi padre me crió... pero murió, claro, justo después de que yo vine al colegio. Entonces, me las tuve que apañar por mí mismo. Aunque Dumbledore fue una gran ayuda: fue muy bueno conmigo... —Hagrid sacó un pañuelo grande de seda de lunares y se sonó la nariz muy fuerte—. Bueno... en fin... basta de hablar de mí. ¿Y tú? ¿De qué parte te viene?

Pero Madame Maxime acababa de ponerse repentinamente en pie.

—Hace demasiado «fguío» —dijo, pero el tiempo no era tan frío como su voz—. Me «paguece» que voy a «entgag».

—¿Eh? —exclamó Hagrid, sin entender—. ¡No, no te vayas! ¡Yo no... nunca había conocido a otro!

—¿«Otgo» qué, exactamente? —preguntó Madame Maxime, con un tono gélido.

Harry le hubiera aconsejado a Hagrid que no respondiera. Oculto en la sombra, apretó los dientes, esperando contra toda esperanza que no lo hiciera, pero de nada valía.

—¡Otro semigigante, por supuesto! —repuso Hagrid.

—¡Cómo te «atgueves»! —gritó Madame Maxime. Su voz resonó en el silencioso aire de la noche como la sirena de un barco. Tras él, Harry oyó a Fleur y Roger caerse de su rosal—. ¡Jamás en mi vida me han insultado así! ¿Semigigante?
Moi?
Yo... ¡yo soy de esqueleto grande!

Se marchó furiosa. A medida que pasaba, apartando enojada los arbustos, se levantaban en el aire enjambres de hadas multicolores. Hagrid permaneció sentado en el banco, mirándola. Estaba demasiado oscuro para ver su expresión. Luego, aproximadamente un minuto después, se levantó y se fue a grandes zancadas, no de regreso al castillo sino atravesando los oscuros terrenos de camino a su cabaña.

—Vamos —le dijo Harry a Ron en voz muy baja—, vámonos.

Pero Ron no se movió.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry mirándolo.

Ron tenía una expresión realmente muy seria.

—¿Lo sabías —susurró—, lo de que Hagrid fuera un semigigante?

—No —contestó Harry, encogiéndose de hombros—. ¿Y qué?

Al ver la mirada de Ron comprendió enseguida que una vez más estaba revelando su ignorancia respecto del mundo mágico. Criado con los Dursley, había muchas cosas que todos los magos conocían y que para él continuaban siendo un secreto, aunque aquellas revelaciones se iban haciendo menos frecuentes conforme iba pasando cursos. En aquel momento, sin embargo, se dio cuenta de que la mayoría de los magos no habría dicho «¿y qué?» al averiguar que uno de sus amigos tenía como madre a una giganta.

—Te lo explicaré dentro —contestó Ron en voz baja—. Vamos...

Fleur y Roger Davies habían desaparecido, probablemente metiéndose en algún hueco aún más íntimo entre los arbustos. Harry y Ron volvieron al Gran Comedor. Parvati y Padma estaban sentadas a una mesa distante, entre una multitud de chicos de Beauxbatons, y Hermione seguía bailando con Krum. Harry y Ron ocuparon una mesa bastante alejada de la zona de baile.

—¿Y? —le preguntó Harry a Ron—. ¿Cuál es el problema con los gigantes?

—Bueno, que son, son... —Ron se esforzó por hallar las palabras adecuadas—. No son muy agradables —concluyó de forma poco convincente.

—¿Y eso qué más da? —observó Harry—. ¡Hagrid sí que lo es!

—Ya lo sé, pero... caray, no me extraña que lo mantenga en secreto —dijo Ron, sacudiendo la cabeza—. Siempre creí que alguien le había echado un encantamiento aumentador cuando era niño, o algo así. No quería mencionarlo...

—Pero ¿qué problema hay porque su madre fuera una giganta? —inquirió Harry.

—Bueno, ninguno para los que lo conocemos, porque sabemos que no es peligroso —dijo Ron pensativamente—. Pero... los gigantes son muy fieros, Harry. Como Hagrid dijo, lo llevan en su naturaleza. Son como los trols: les gusta matar; todo el mundo lo sabe. Pero ya no queda ninguno en Gran Bretaña.

—¿Qué les ocurrió?

—Bueno, se estaban extinguiendo, y luego los
aurores
mataron a muchos. Pero se supone que quedan gigantes en otros países... la mayor parte ocultos en las montañas.

—No sé a quién piensa Maxime que engaña —comentó Harry, observando a Madame Maxime sentada sola en la mesa principal, con aspecto muy sombrío—. Si Hagrid es un semigigante, ella desde luego también lo es. Esqueleto grande... Sólo los dinosaurios tienen un esqueleto mayor que el de ella.

Harry y Ron se pasaron el resto del baile en su rincón hablando sobre los gigantes, sin ningunas ganas de bailar. Harry intentaba no mirar a Cho y Cedric: hacerlo le producía un enorme deseo de dar patadas.

Cuando a la medianoche terminaron de tocar Las Brujas de Macbeth, todo el mundo les dedicó un fuerte aplauso antes de emprender el camino hacia el vestíbulo. Muchos se quejaban de que el baile no durara más, pero Harry estaba muy contento de irse a la cama. Por lo que se refería a él, la noche no había sido muy divertida.

Fuera, en el vestíbulo, Harry y Ron vieron a Hermione despedirse de Krum antes de que volviera al barco. Ella le dirigió a Ron una mirada gélida, y pasó por su lado al subir la escalinata de mármol sin decirle nada. Harry y Ron la siguieron, pero a mitad de la escalinata Harry oyó que alguien lo llamaba:

—¡Eh... Harry!

Era Cedric Diggory. Harry vio que Cho lo esperaba abajo, en el vestíbulo.

—¿Sí? —dijo Harry con frialdad, cuando Cedric hubo subido hasta donde estaba él.

Parecía que Cedric no quería decir nada delante de Ron, así que éste se encogió de hombros, malhumorado, y siguió subiendo la escalinata.

—Escucha... —dijo Cedric en voz muy baja cuando Ron se perdió de vista—. Te debo una por haberme dicho lo de los dragones. ¿Tu huevo de oro gime cuando lo abres?

—Sí —contestó Harry.

—Bien... toma un baño, ¿vale?

—¿Qué?

—Que tomes un baño y... eh... te lleves el huevo contigo, y... eh... reflexiona sobre las cosas en el agua caliente. Te ayudará a pensar... Hazme caso.

Harry se quedó mirándolo.

—Y otra cosa —añadió Cedric—: usa el baño de los prefectos. Es la cuarta puerta a la izquierda de esa estatua de Boris
el Desconcertado
del quinto piso. La contraseña es «Frescura de pino». Tengo que irme... Me quiero despedir.

Volvió a sonreír a Harry y bajó la escalera apresuradamente hasta donde estaba Cho.

Harry regresó solo a la torre de Gryffindor. Aquél era un consejo muy extraño. ¿Por qué un baño podía ayudarlo a desentrañar el enigma del huevo? ¿Le tomaba el pelo Cedric? ¿Trataba de hacerlo quedar en ridículo, para valer más a los ojos de Cho?

La Señora Gorda y su amiga Violeta dormitaban en el cuadro. Harry tuvo que gritar «¡Luces de colores!» para despertarlas, y cuando lo hizo se mostraron muy enfadadas. Entró en la sala común y vio a Hermione y Ron envueltos en una violenta disputa. Se gritaban a tres metros de distancia, los dos rojos como tomates.

—Bueno, pues si no te gusta, ya sabes cuál es la solución, ¿no? —gritó Hermione; el pelo se le estaba desprendiendo de su elegante moño, y tenía la cara tensa de ira.

—¿Ah, sí? —le respondió Ron—, ¿cuál es?

—¡La próxima vez que haya un baile, pídeme que sea tu pareja antes que ningún otro, y no como último recurso!

Ron movió la boca sin articular ningún sonido, como una carpa fuera del agua, mientras Hermione se daba media vuelta y subía como un rayo la escalera que llevaba al dormitorio. Ron se volvió hacia Harry.

—Bueno —balbuceó, atónito—, bueno... ahí está la prueba... Hasta ella se da cuenta de que no tiene razón.

Harry no le contestó. Estaba demasiado contento de haber vuelto a ser amigo de Ron para decir lo que pensaba justo en aquel momento. Pero sabía que Hermione tenía mucha más razón que él.

24
La primicia de Rita Skeeter

Todos se levantaron tarde el 26 de diciembre. La sala común de Gryffindor se encontraba más silenciosa de lo que había estado últimamente, y muchos bostezos salpicaban las desganadas conversaciones. El pelo de Hermione volvía a estar tan enmarañado como siempre, y ella confesó que había empleado grandes cantidades de poción alisadora; «pero es demasiado lío para hacerlo todos los días», añadió con sensatez mientras rascaba detrás de las orejas a
Crookshanks
, que ronroneaba.

Ron y Hermione parecían haber llegado al acuerdo de no tocar más el tema de su disputa. Volvían a ser muy amables el uno con el otro, aunque algo formales. Ron y Harry la pusieron al tanto de la conversación entre Madame Maxime y Hagrid, pero ella no pareció encontrar tan sorprendente la noticia de que Hagrid era un semigigante.

—Bueno, ya me lo imaginaba —dijo encogiéndose de hombros—. Sabía que no podía ser un gigante puro, porque miden unos siete metros de altura. Pero, la verdad, esa histeria con los gigantes... No creo que todos sean tan horribles. Son los mismos prejuicios que tiene la gente contra los hombres lobo. No es más que intolerancia, ¿verdad?

Daba la impresión de que a Ron le hubiera gustado dar una respuesta mordaz, pero tal vez no quería empezar otra discusión, porque se contentó con negar con la cabeza cuando Hermione no lo veía.

Había llegado el momento de pensar en los deberes que no habían hecho durante la primera semana de vacaciones. Una vez pasado el día de Navidad, todo el mundo se sentía desinflado. Todo el mundo salvo Harry, que otra vez comenzaba a preocuparse.

El problema era que, una vez terminadas las fiestas, el 24 de febrero parecía mucho más cercano, y aún no había hecho nada para descifrar el enigma que encerraba el huevo de oro. Así pues, empezó a sacar el huevo del baúl cada vez que subía al dormitorio; lo abría y lo escuchaba con atención, esperando que algo cobrara sentido de repente. Trataba de pensar a qué le recordaba aquel sonido, aparte de a una treintena de sierras musicales, pero nunca había oído nada que se le pareciera. Cerró el huevo, lo agitó vigorosamente y lo volvió a abrir para comprobar si el sonido había cambiado, pero no era así. Intentó hacerle al huevo varias preguntas, gritando por encima de los gemidos, pero no le respondía. Incluso tiró el huevo a la otra punta del dormitorio, aunque no creyó que fuera a servirle de nada.

Harry no olvidaba la pista que le había dado Cedric, pero los sentimientos de antipatía que éste le inspiraba entonces le hacían rechazar aquella ayuda siempre que fuera posible. En cualquier caso, le parecía que, si de verdad Cedric hubiera querido echarle una mano, habría sido algo más explícito. Él, Harry, le había explicado qué era exactamente a lo que se iba a enfrentar en la primera prueba... mientras que la idea que Cedric tenía de justa correspondencia consistía en aconsejarle que se tomara un baño. Bueno, él no necesitaba esa birria de ayuda, y menos de alguien que iba por los corredores cogido de la mano de Cho. Y así llegó el primer día del segundo trimestre, y Harry se fue a clase con el habitual peso de los libros, pergaminos y plumas, más el peso en el estómago de la preocupación por el enigma del huevo, como si también lo llevara de un lado a otro.

Todavía había una gruesa capa de nieve alrededor del colegio, y las ventanas del invernadero estaban cubiertas de un vaho tan espeso que no se podía ver nada por ellas en la clase de Herbología. Con aquel tiempo nadie tenía muchas ganas de que llegara la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, aunque, como dijo Ron, los
escregutos
seguramente los harían entrar en calor, ya fuera por tener que cazarlos o porque arrojarían fuego con la suficiente intensidad para prender la cabaña de Hagrid.

Sin embargo, al llegar a la cabaña de su amigo encontraron ante la puerta a una bruja anciana de pelo gris muy corto y barbilla prominente.

—Daos prisa, vamos, ya hace cinco minutos que sonó la campana —les gritó al verlos acercarse a través de la nieve.

—¿Quién es usted? —le preguntó Harry mirándola fijamente—. ¿Dónde está Hagrid?

—Soy la profesora Grubbly-Plank —dijo con entusiasmo—, la sustituta temporal de vuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.

—¿Dónde está Hagrid? —repitió Harry.

—Está indispuesto —respondió lacónicamente la mujer.

Hasta los oídos de Harry llegó una risa apenas audible pero desagradable. Se volvió. Estaban llegando Draco Malfoy y el resto de los de Slytherin. Todos parecían contentos, y ninguno se sorprendía de ver a la profesora Grubbly-Plank.

—Por aquí, por favor —les dijo ésta, y se encaminó a grandes pasos hacia el potrero en que tiritaban los enormes caballos de Beauxbatons.

Harry, Ron y Hermione la siguieron volviendo la vista atrás, a la cabaña de Hagrid. Habían corrido todas las cortinas. ¿Estaba allí Hagrid, solo y enfermo?

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