Harry Potter. La colección completa (176 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry se dijo que era bastante raro que Bagman estuviera allí, en Las Tres Escobas, un fin de semana, cuando no había ningún acontecimiento relacionado con el Torneo y, por lo tanto, nada que juzgar. Miró el reflejo de Bagman. Parecía de nuevo tenso, tanto como lo había estado en el bosque aquella noche antes de que apareciera la Marca Tenebrosa. Pero en aquel momento Bagman miró hacia la barra, vio a Harry y se levantó.

—¡Un momento, sólo un momento! —oyó que les decía a los duendes, y Bagman se apresuró a acercarse a él cruzando la taberna—. ¡Harry! ¿Cómo estás? —lo saludó; había recuperado su sonrisa infantil—. ¡Tenía ganas de encontrarme contigo! ¿Va todo bien?

—Sí, gracias —respondió Harry.

—Me pregunto si podría decirte algo en privado, Harry —dijo Bagman—. ¿Nos podríais disculpar un momento?

—Eh... vale —repuso Ron, y se fue con Hermione en busca de una mesa.

Bagman condujo a Harry hasta el rincón de la taberna más alejado de la señora Rosmerta.

—Bueno, sólo quería felicitarte por tu espléndida actuación ante el colacuerno húngaro, Harry —dijo Bagman—. Fue realmente soberbia.

—Gracias —contestó Harry, pero sabía que aquello no era todo lo que Bagman quería decirle, porque sin duda podía haberlo felicitado delante de Ron y Hermione.

Sin embargo, Bagman no parecía tener ninguna prisa por hablar. Harry lo vio mirar por el espejo a los duendes, que a su vez los observaban a ellos en silencio con sus ojos oscuros y rasgados.

—Una absoluta pesadilla —dijo Bagman en voz baja al notar que Harry también observaba a los duendes—. Su inglés no es muy bueno... Es como volver a entendérselas con todos los búlgaros en los Mundiales de
Quidditch
... pero al menos aquéllos utilizaban unos signos que cualquier otro ser humano podía entender. Estos parlotean duendigonza... y yo sólo sé una palabra en duendigonza:
bladvak
, que significa «pico de cavar». Y no quiero utilizarla por miedo a que crean que los estoy amenazando. —Se rió con una risa breve y retumbante.

—¿Qué quieren? —preguntó Harry, notando que los duendes no dejaban de vigilar a Bagman.

—Eh... bueno... —dijo Bagman, que de pronto pareció muy nervioso—. Buscan a Barty Crouch.

—¿Y por qué lo buscan aquí? —se extrañó Harry—. Estará en el Ministerio, en Londres, ¿no?

—Eh... en realidad no tengo ni idea de dónde está —reconoció Bagman—. Digamos que... ha dejado de acudir al trabajo. Ya lleva ausente dos semanas. El joven Percy, su ayudante, asegura que está enfermo. Parece que ha estado enviando instrucciones por lechuza mensajera. Pero te ruego que no le digas nada de esto a nadie, porque Rita Skeeter mete las narices por todas partes, y es capaz de convertir la enfermedad de Barty en algo siniestro. Probablemente diría que ha desaparecido como Bertha Jorkins.

—¿Se sabe algo de Bertha Jorkins? —preguntó Harry.

—No —contestó Bagman, recuperando su aspecto tenso—. He puesto a alguna gente en su busca —«¡A buena hora!», pensó Harry—, y todo resulta muy extraño. Hemos comprobado que llegó a Albania, porque allí se vio con su primo segundo. Y luego dejó la casa de su primo para trasladarse al sur a visitar a su tía. Pero parece que desapareció por el camino sin dejar rastro. Que me parta un rayo si comprendo dónde se ha metido. No parece el tipo de persona que se fugaría con alguien, por ejemplo... Pero ¿qué hacemos hablando de duendes y de Bertha Jorkins? Lo que quería preguntarte es cómo te va con el huevo de oro.

—Eh... no muy mal —mintió Harry.

Pero, al parecer, Bagman se dio cuenta de que Harry no era sincero.

—Escucha, Harry —dijo en voz muy baja—, todo esto me hace sentirme culpable. Te metieron en el Torneo, tú no te presentaste, y... —su voz se hizo tan sutil que Harry tuvo que inclinarse para escuchar— si puedo ayudarte, darte un empujoncito en la dirección correcta... Siento debilidad por ti... ¡La manera en que burlaste al dragón! Bueno, sólo espero una indicación por tu parte.

Harry miró la cara de Bagman, redonda y sonrosada, y los azules ojos de bebé, completamente abiertos.

—Se supone que tenemos que descifrarlo por nosotros mismos, ¿no? —repuso, poniendo mucho cuidado en decirlo como sin darle importancia y que no sonara a una acusación contra el director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

—Bueno, sí —admitió Bagman—, pero... En fin, Harry, todos queremos que gane Hogwarts, ¿no?

—¿Le ha ofrecido ayuda a Cedric?

Bagman frunció levemente el entrecejo.

—No, no lo he hecho —reconoció—. Yo... bueno, como te dije, siento debilidad por ti. Por eso pensé en ofrecerte...

—Bueno, gracias —respondió Harry—, pero creo que ya casi lo tengo... Me faltan un par de días.

No sabía muy bien por qué rechazaba la ayuda de Bagman. Tal vez fuera porque era para él casi un extraño, y aceptar su ayuda le parecía que estaba mucho más cerca de hacer trampas que si se la pedía a Ron, Hermione o Sirius.

Bagman parecía casi ofendido, pero no pudo decir mucho más porque en ese momento se acercaron Fred y George.

—Hola, señor Bagman —saludó Fred con entusiasmo—. ¿Podemos invitarlo?

—Eh... no —contestó Bagman, dirigiéndole a Harry una última mirada decepcionada—. No, muchachos, muchas gracias.

Fred y George se quedaron tan decepcionados como Bagman, que miraba a Harry como si éste lo hubiera defraudado.

—Bueno, tengo prisa —dijo—. Me alegro de veros a todos. Buena suerte, Harry.

Salió de la taberna a toda prisa. Los duendes se levantaron de las sillas y fueron tras él. Harry se reunió con Ron y Hermione.

—¿Qué quería? —preguntó Ron en cuanto Harry se sentó.

—Quería ayudarme con el huevo de oro —explicó Harry.

—¡Eso no está bien! —exclamó Hermione muy sorprendida—. ¡Es uno de los jueces! Y además, tú ya lo tienes, ¿no?

—Eh... casi —repuso Harry.

—¡Bueno, no creo que a Dumbledore le gustara enterarse de que Bagman intenta convencerte de que hagas trampa! —opinó Hermione, con expresión muy reprobatoria—. ¡Espero que intente ayudar igual a Cedric!

—Pues no. Se lo he preguntado —respondió Harry.

—¿Y a quién le importa si a Diggory lo están ayudando? —dijo Ron.

Harry, en su interior, se mostró de acuerdo con su amigo

—Esos duendes no parecían muy amistosos —comentó Hermione, sorbiendo la cerveza de mantequilla—. ¿Qué harían aquí?

—Según Bagman, buscar a Crouch —explicó Harry—. Sigue enfermo. No ha ido a trabajar.

—A lo mejor lo está envenenando Percy —sugirió Ron—. Probablemente piensa que, si Crouch la palma, a él lo nombrarán director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

Hermione le dirigió a Ron una mirada que quería significar «no se bromea sobre esas cosas», y dijo:

—Es curioso que los duendes busquen al señor Crouch... Normalmente tratarían con el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas.

—Pero Crouch sabe un montón de lenguas —le recordó Harry—. A lo mejor buscan un intérprete.

—¿Ahora te preocupas por los duendecitos? —inquirió Ron—. ¿Estás pensando en fundar la
S.P.A.D.A.
,o algo así? ¿La Sociedad Protectora de los Asquerosos Duendes Atontados?

—Ja, ja, ja —replicó Hermione con sarcasmo—. Los duendes no necesitan protección. ¿No os habéis enterado de lo que ha contado el profesor Binns sobre las revueltas de los duendes?

—No —respondieron al unísono Harry y Ron.

—Bueno, pues son perfectamente capaces de tratar con los magos —dijo Hermione sorbiendo más cerveza de mantequilla—. Son muy listos. No son como los elfos domésticos, que nunca defienden sus derechos.

—¡Oh! —exclamó Ron, mirando hacia la puerta.

Acababa de entrar Rita Skeeter. Aquel día llevaba una túnica amarillo plátano y las uñas pintadas de un impactante color rosa, e iba acompañada de su barrigudo fotógrafo. Pidió bebidas, y junto con su fotógrafo pasó por en medio de la multitud hasta una mesa cercana a la de Harry, Ron y Hermione, que la miraban mientras se acercaba. Hablaba rápido y parecía muy satisfecha por algo.

—... no parecía muy contento de hablar con nosotros, ¿verdad, Bozo? ¿Por qué será, a ti qué te parece? ¿Y qué hará con todos esos duendes tras él? ¿Les estaría enseñando la aldea? ¡Qué absurdo! Siempre ha sido un mentiroso. ¿Estará tramando algo? ¿Crees que deberíamos investigar un poco?
El infortunado ex director de Deportes Mágicos, Ludo Bagman
... Ése es un comienzo con mucha garra, Bozo: sólo necesitamos encontrar una historia a la altura del titular.

—¿Qué, tratando de arruinar la vida de alguien más? —preguntó Harry en voz muy alta.

Algunos se volvieron a mirar. Al ver quién le hablaba, Rita Skeeter abrió mucho los ojos, escudados tras las gafas con incrustaciones.

—¡Harry! —dijo sonriendo—. ¡Qué divino! ¿Por qué no te sientas con nos...?

—No me acercaría a usted ni con una escoba de diez metros —contestó Harry furioso—. ¿Por qué le ha hecho eso a Hagrid?

Rita Skeeter levantó sus perfiladísimas cejas.

—Nuestros lectores tienen derecho a saber la verdad, Harry. Sólo cumplo con mi...

—¿Y qué más da que sea un semigigante? —gritó Harry—. ¡Él no tiene nada de malo!

Toda la taberna se había sumido en el silencio. La señora Rosmerta observaba desde detrás de la barra, sin darse cuenta de que el pichel que llenaba de hidromiel rebosaba.

La sonrisa de Rita Skeeter vaciló muy ligeramente, pero casi de inmediato tiró de los músculos de la cara para volver a fijarla en su lugar. Abrió el bolso de piel de cocodrilo, sacó la pluma a vuelapluma y le preguntó:

—¿Me concederías una entrevista para hablarme del Hagrid que tú conoces?, ¿el hombre que hay detrás de los músculos?, ¿sobre vuestra inaudita amistad y las razones que hay para ella? ¿Crees que puede ser para ti algo así como un sustituto del padre?

Hermione se levantó de pronto, agarrando la cerveza de mantequilla como si fuera una granada.

—¡Es usted una mujer horrible! —le dijo con los dientes apretados—. No le importa nada con tal de conseguir su historia, ¿verdad? Cualquiera valdrá, ¿eh? Hasta Ludo Bagman...

—Siéntate, estúpida, y no hables de lo que no entiendes —contestó fríamente Rita Skeeter, arrojándole a Hermione una dura mirada—. Yo sé cosas sobre Ludo Bagman que te pondrían los pelos de punta... y casi les iría bien —añadió, observando el pelo de Hermione.

—Vámonos —dijo Hermione—. Vamos, Harry... Ron.

Salieron. Mucha gente los observó mientras se iban. Harry miró atrás al llegar a la puerta: la pluma a vuelapluma de Rita Skeeter estaba fuera del bolso y se deslizaba de un lado a otro por encima de un pedazo de pergamino puesto sobre la mesa.

—Ahora la tomará contigo, Hermione —dijo Ron con voz baja y preocupada mientras subían la calle, deshaciendo el camino por el que habían llegado.

—¡Que lo intente! —replicó Hermione con voz chillona. Temblaba de rabia—. ¡Ya verá! ¿Conque soy una estúpida? Pagará por esto. Primero Harry, luego Hagrid...

—No hay que hacer enfadar a Rita Skeeter —añadió Ron nervioso—. Te lo digo en serio, Hermione. Te buscará algo para ponerte en evidencia...

—¡Mis padres no leen
El Profeta
, así que no me va a meter miedo! —contestó Hermione, dando tales zancadas que a Harry y Ron les costaba trabajo seguirla. La última vez que Harry había visto a Hermione tan enfadada, le había pegado una bofetada a Draco Malfoy—. ¡Y Hagrid no va a seguir escondiendo la cabeza! ¡Nunca tendría que haber permitido que lo alterara esa imitación de ser humano! ¡Vamos!

Hermione echó a correr y precedió a sus amigos durante todo el camino de vuelta por la carretera, a través de las verjas flanqueadas por cerdos alados y de los terrenos del colegio, hacia la cabaña de Hagrid.

Las cortinas seguían corridas, y al acercarse oyeron los ladridos de
Fang
.

—¡Hagrid! —gritó Hermione, aporreando la puerta delantera—. ¡Ya está bien, Hagrid! ¡Sabemos que estás ahí dentro! ¡A nadie le importa que tu madre fuera una giganta! ¡No puedes permitir que esa asquerosa de Skeeter te haga esto! ¡Sal, Hagrid, deja de...!

Se abrió la puerta. Hermione dijo «hacer el... » y se calló de repente, porque acababa de encontrarse cara a cara no con Hagrid sino con Albus Dumbledore.

—Buenas tardes —saludó el director en tono agradable, sonriéndoles.

—Que... que... queríamos ver a Hagrid —dijo Hermione con timidez.

—Sí, lo suponía—repuso Dumbledore con ojos risueños—. ¿Por qué no entráis?

—Ah... eh... bien —aceptó Hermione.

Los tres amigos entraron en la cabaña. En cuanto Harry cruzó la puerta,
Fang
se abalanzó sobre él ladrando como loco, e intentó lamerle las orejas. Harry se libró de
Fang
y miró a su alrededor.

Hagrid estaba sentado a la mesa, en la que había dos tazas de té. Parecía hallarse en un estado deplorable. Tenía manchas en la cara, y los ojos hinchados, y, en cuanto al cabello, se había pasado al otro extremo: lejos de intentar dominarlo, en aquellos momentos parecía un entramado de alambres.

—Hola, Hagrid —saludó Harry.

Hagrid levantó la vista.

—... la —respondió, con la voz muy tomada.

—Creo que nos hará falta más té —dijo Dumbledore, cerrando la puerta tras ellos.

Sacó la varita e hizo una floritura con ella, y en medio del aire apareció, dando vueltas, una bandeja con el servicio de té y un plato de bizcochos. Dumbledore la hizo posarse sobre la mesa, y todos se sentaron. Hubo una breve pausa, y luego el director dijo:

—¿Has oído por casualidad lo que gritaba la señorita Granger, Hagrid?

Hermione se puso algo colorada, pero Dumbledore le sonrió y prosiguió:

—Parece ser que Hermione, Harry y Ron aún quieren ser amigos tuyos, a juzgar por la forma en que intentaban echar la puerta abajo.

—¡Por supuesto que sí! —exclamó Harry mirando a Hagrid—. Te tiene que importar un bledo lo que esa vaca... Perdón, profesor —añadió apresuradamente, mirando a Dumbledore.

—Me he vuelto sordo por un momento y no tengo la menor idea de qué es lo que has dicho —dijo Dumbledore, jugando con los pulgares y mirando al techo.

—Eh... bien —dijo Harry mansamente—. Sólo quería decir... ¿Cómo pudiste pensar, Hagrid, que a nosotros podía importarnos lo que esa... mujer escribió de ti?

Dos gruesas lágrimas se desprendieron de los ojos color azabache de Hagrid y cayeron lentamente sobre la barba enmarañada.

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