Harry Potter. La colección completa (199 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Voldemort volvió a reírse. Seguía paseando, observándolo todo mientras andaba, en tanto la serpiente describía círculos en la hierba.

—¿Ves la casa de la colina, Potter? En ella vivió mi padre. Mi madre, una bruja que vivía en la aldea, se enamoró de él. Pero mi padre la abandonó cuando supo lo que era ella: no le gustaba la magia.

»La abandonó y se marchó con sus padres
muggles
antes incluso de que yo naciera, Potter, y ella murió dándome a luz, así que me crié en un orfanato
muggle
... pero juré encontrarlo... Me vengué de él, de este loco que me dio su nombre, Tom Ryddle.

Siguió paseando, dirigiendo sus rojos ojos de una tumba a otra.

—Lo que son las cosas: yo reviviendo mi historia familiar... —dijo en voz baja—. Vaya, me estoy volviendo sentimental... ¡Pero mira, Harry! Ahí vuelve mi verdadera familia...

El aire se llenó repentinamente de ruido de capas. Por entre las tumbas, detrás del tejo, en cada rincón umbrío, se aparecían magos, todos encapuchados y con máscara. Y uno a uno se iban acercando lenta, cautamente, como si apenas pudieran dar crédito a sus ojos. Voldemort permaneció en silencio, aguardando a que llegaran junto a él. Entonces uno de los
mortífagos
cayó de rodillas, se arrastró hacia Voldemort y le besó el bajo de la negra túnica.

—Señor... señor... —susurró.

Los
mortífagos
que estaban tras él hicieron lo mismo. Todos se le fueron acercando de rodillas, y le besaron la túnica antes de retroceder y levantarse para formar un círculo silencioso en torno a la tumba de Tom Ryddle, de forma que Harry, Voldemort y Colagusano, que yacía en el suelo sollozando y retorciéndose, quedaron en el centro. Dejaban huecos en el círculo, como si esperaran que apareciera más gente. Voldemort, sin embargo, no parecía aguardar a nadie más. Miró a su alrededor los rostros encapuchados y, aunque no había viento, un ligero temblor recorrió el círculo, haciendo crujir las túnicas.

—Bienvenidos,
mortífagos
—dijo Voldemort en voz baja—. Trece años... trece años han pasado desde la última vez que nos encontramos. Pero seguís acudiendo a mi llamada como si fuera ayer... ¡Eso quiere decir que seguimos unidos por la Marca Tenebrosa!, ¿no es así?

Echó atrás su terrible cabeza y aspiró, abriendo los agujeros de la nariz, que tenían forma de rendijas.

—Huelo a culpa —dijo—. Hay un hedor a culpa en el ambiente.

Un segundo temblor recorrió el círculo, como si cada uno de sus integrantes sintiera la tentación de retroceder pero no se atreviera.

—Os veo a todos sanos y salvos, con vuestros poderes intactos... ¡qué apariciones tan rápidas!... y me pregunto: ¿por qué este grupo de magos no vino en ayuda de su señor, al que juraron lealtad eterna?

Nadie habló. Nadie se movió salvo Colagusano, que no dejaba de sollozar por su brazo sangrante.

—Y me respondo —susurró Voldemort—: debieron de pensar que yo estaría acabado, que me había ido. Volvieron ante mis enemigos, adujeron que habían actuado por inocencia, por ignorancia, por encantamiento...

»Y entonces me pregunto a mí mismo: ¿cómo pudieron creer que no volvería? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que sabían las precauciones que yo había tomado, tiempo atrás, para preservarme de la muerte? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que habían sido testigos de mi poder, en los tiempos en que era más poderoso que ningún otro mago vivo?

»Y me respondo: quizá creyeron que existía alguien aún más fuerte, alguien capaz de derrotar incluso a lord Voldemort. Tal vez ahora son fieles a ese alguien... ¿tal vez a ese paladín de la gente común, de los sangre sucia y de los
muggles
, Albus Dumbledore?

A la mención del nombre de Dumbledore, los integrantes del círculo se agitaron, y algunos negaron con la cabeza o murmuraron algo.

Voldemort no les hizo caso.

—Me resulta decepcionante. Lo confieso, me siento decepcionado...

Uno de los hombres avanzó hacia Voldemort, rompiendo el círculo. Temblando de pies a cabeza, cayó a sus pies.

—¡Amo! —gritó—. ¡Perdonadme, señor! ¡Perdonadnos a todos!

Voldemort rompió a reír. Levantó la varita.


¡Crucio!

El
mortífago
que estaba en el suelo se retorció y gritó. Harry pensó que los aullidos llegarían a las casas vecinas. «Que venga la policía —pensó desesperado—; cualquiera, quien sea...»

Voldemort levantó la varita. El
mortífago
torturado yacía en el suelo, jadeando.

—Levántate, Avery —dijo Voldemort con suavidad—. Levántate. ¿Ruegas clemencia? Yo no tengo clemencia. Yo no olvido. Trece largos años... Te exigiré que me pagues por estos trece años antes de perdonarte. Colagusano ya ha pagado parte de su deuda, ¿no es así, Colagusano?

Bajó la vista hacia éste, que seguía sollozando.

—No volviste a mí por lealtad sino por miedo a tus antiguos amigos. Mereces el dolor, Colagusano. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, señor —gimió Colagusano—. Por favor, señor, por favor...

—Aun así, me ayudaste a recuperar mi cuerpo —dijo fríamente Voldemort, mirándolo sollozar en la hierba—. Aunque eres inútil y traicionero, me ayudaste... y lord Voldemort recompensa a los que lo ayudan.

Volvió a levantar la varita e hizo con ella una floritura en el aire. Un rayo de lo que parecía plata derretida salió brillando de ella. Sin forma durante un momento, adquirió luego la de una brillante mano humana, de color semejante a la luz de la luna, que descendió y se adhirió a la muñeca sangrante de Colagusano.

Los sollozos de éste se detuvieron de pronto. Respirando irregular y entrecortadamente, levantó la cabeza y contempló la mano de plata como si no pudiera creerlo. Se había unido al brazo limpiamente, sin señales, como si se hubiera puesto un guante resplandeciente. Flexionó los brillantes dedos y luego, temblando, cogió del suelo una pequeña ramita seca y la estrujó hasta convertirla en polvo.

—Señor —susurró—. Señor... es hermosa... Gracias... mil gracias.

Avanzó de rodillas y besó el bajo de la túnica de Voldemort.

—Que tu lealtad no vuelva a flaquear, Colagusano —le advirtió Voldemort.

—No, mi señor... nunca.

Colagusano se levantó y ocupó su lugar en el círculo, sin dejar de mirarse la mano nueva. En la cara aún le brillaban las lágrimas. Voldemort se acercó entonces al hombre que estaba a la derecha de Colagusano.

—Lucius, mi escurridizo amigo —susurró, deteniéndose ante él—. Me han dicho que no has renunciado a los viejos modos, aunque ante el mundo presentas un rostro respetable. Tengo entendido que sigues dispuesto a tomar la iniciativa en una sesión de tortura de
muggles
. Sin embargo, nunca intentaste encontrarme, Lucius. Tu demostración en los Mundiales de
Quidditch
estuvo bien, divertida, me atrevería a decir... pero ¿no hubieras hecho mejor en emplear tus energías en encontrar y ayudar a tu señor?

—Señor, estuve en constante alerta —dijo con rapidez la voz de Malfoy, desde debajo de la capucha—. Si hubiera visto cualquier señal vuestra, una pista sobre vuestro paradero, habría acudido inmediatamente a vuestro lado. Nada me lo habría impedido...

—Y aun así escapaste de la Marca Tenebrosa cuando un fiel
mortífago
la proyectó en el aire el verano pasado —lo interrumpió Voldemort con suavidad, y el señor Malfoy dejó bruscamente de hablar—. Sí, lo sé todo, Lucius. Me has decepcionado... Espero un servicio más leal en el futuro.

—Por supuesto, señor, por supuesto... Sois misericordioso, gracias.

Voldemort se movió, y se detuvo mirando fijamente al hueco que separaba a Malfoy del siguiente hombre, en el que hubieran cabido bien dos personas.

—Aquí deberían encontrarse los Lestrange —dijo Voldemort en voz baja—. Pero están en Azkaban, sepultados en vida. Fueron fieles, prefirieron Azkaban a renunciar a mí... Cuando asaltemos Azkaban, los Lestrange recibirán más honores de los que puedan imaginarse. Los
dementores
se unirán a nosotros: son nuestros aliados naturales. Y llamaremos a los gigantes desterrados. Todos mis vasallos devotos volverán a mí, y un ejército de criaturas a quienes todos temen...

Siguió su recorrido. Pasaba ante algunos
mortífagos
sin decir nada, pero se detenía ante otros y les hablaba:

—Macnair... Colagusano me ha dicho que ahora te dedicas a destruir bestias peligrosas para el Ministerio de Magia. Pronto dispondrás de mejores víctimas, Macnair. Lord Voldemort te proveerá de ellas.

—Gracias, señor... gracias —musitó Macnair.

—Y aquí —Voldemort llegó ante las dos figuras más grandes— tenemos a Crabbe. Esta vez lo harás mejor, ¿no, Crabbe? ¿Y tú, Goyle?

Se inclinaron torpemente, musitando:

—Sí, señor...

—Así será, señor...

—Te digo lo mismo que a ellos, Nott —dijo Voldemort en voz baja, desplazándose hasta una figura encorvada que estaba a la sombra del señor Goyle.

—Señor, me postro ante vos. Soy vuestro más fiel servidor...

—Eso espero —repuso Voldemort.

Llegó ante el hueco más grande de todos, y se quedó mirándolo con sus rojos ojos, inexpresivos, como si pudiera ver a los que faltaban.

—Y aquí tenemos a seis
mortífagos
desaparecidos... tres de ellos muertos en mi servicio. Otro, demasiado cobarde para venir, lo pagará. Otro que creo que me ha dejado para siempre... ha de morir, por supuesto. Y otro que sigue siendo mi vasallo más fiel, y que ya se ha reincorporado a mi servicio.

Los
mortífagos
se agitaron. Harry vio que se dirigían miradas unos a otros a través de las máscaras.

—Ese fiel vasallo está en Hogwarts, y gracias a sus esfuerzos ha venido aquí esta noche nuestro joven amigo...

»Sí —continuó Voldemort, y una sonrisa le torció la boca sin labios, mientras los ojos de todos se clavaban en Harry—. Harry Potter ha tenido la bondad de venir a mi fiesta de renacimiento. Me atrevería a decir que es mi invitado de honor.

Se hizo el silencio. Luego, el
mortífago
que se encontraba a la derecha de Colagusano avanzó, y la voz de Lucius Malfoy habló desde debajo de la máscara.

—Amo, nosotros ansiamos saber... Os rogamos que nos digáis... como habéis logrado... este milagro... cómo habéis logrado volver con nosotros...

—Ah, ésa es una historia sorprendente, Lucius —contestó Voldemort—. Una historia que comienza... y termina... con el joven amigo que tenemos aquí.

Se acercó a Harry con desgana, y ambos fueron entonces el centro de atención. La serpiente seguía dando vueltas alrededor de Harry.

—Naturalmente, sabéis que a este muchacho lo han llamado «mi caída» —dijo Voldemort suavemente, clavando sus rojos ojos en Harry; la cicatriz empezó a dolerle tanto que éste estuvo a punto de chillar de dolor—. Todos sabéis que, la noche en que perdí mis poderes y mi cuerpo, había querido matarlo. Su madre murió para salvarlo, y sin saberlo fue para él un escudo que yo no había previsto... No pude tocarlo.

Voldemort levantó uno de sus largos dedos blancos, y lo puso muy cerca de la mejilla de Harry.

—Su madre dejó en él las huellas de su sacrificio... esto es magia antigua; tendría que haberlo recordado, no me explico cómo lo pasé por alto... Pero no importa: ahora sí que puedo tocarlo.

Harry sintió el contacto de la fría yema del dedo largo y blanco, y creyó que la cabeza le iba a estallar de dolor.

Voldemort rió suavemente en su oído; luego retiró el dedo y siguió dirigiéndose a los
mortífagos
.

—Me equivoqué, amigos, lo admito. Mi maldición fue desviada por el loco sacrificio de la mujer y rebotó contra mí. Aaah... un dolor por encima de lo imaginable, amigos. Nada hubiera podido prepararme para soportarlo. Fui arrancado del cuerpo, quedé convertido en algo que era menos que espíritu, menos que el más sutil de los fantasmas... y, sin embargo, seguía vivo. Lo que fui entonces, ni siquiera yo lo sé... Yo, que he ido más lejos que nadie en el camino hacia la inmortalidad. Vosotros conocéis mi meta: conquistar la muerte. Y entonces fui puesto a prueba, y resultó que alguno de mis experimentos funcionó bien... porque no llegué a morir aunque la maldición debiera haberme matado. No obstante, quedé tan desprovisto de poder como la más débil criatura viva, y sin ningún recurso que me ayudara... porque no tenía cuerpo, y cualquier hechizo que pudiera haberme ayudado requería la utilización de una varita.

»Sólo recuerdo que me obligué a mí mismo a existir, sin desfallecer. Me establecí en un lugar alejado, en un bosque, y esperé... Sin duda, alguno de mis fieles
mortífagos
trataría de encontrarme... alguno de ellos vendría y practicaría la magia que yo no podía, para devolverme a un cuerpo. Pero esperé en vano.

Un estremecimiento recorrió de nuevo el círculo de los
mortífagos
. Voldemort dejó que aquel estremecimiento creciera horriblemente antes de continuar:

—Sólo conservaba uno de mis poderes: el de ocupar los cuerpos de otros. Pero no me atrevía a ir a donde hubiera abundancia de humanos, porque sabía que los
aurores
seguían buscándome por el extranjero. En ocasiones habité el cuerpo de animales (por supuesto, las serpientes fueron mis preferidos), pero en ellos no estaba mucho mejor que siendo puro espíritu, porque sus cuerpos son poco aptos para realizar magia... y, además, mi posesión de ellos les acortaba la vida. Ninguno duró mucho.

»Luego... hace cuatro años... encontré algo que parecía asegurarme el retorno. Un mago joven y confiado vagaba por el camino del bosque que había convertido en mi hogar. Era la oportunidad con la que había estado soñando, pues se trataba de un profesor del colegio de Dumbledore. Fue fácil doblegarlo a mi voluntad... Me trajo de vuelta a este país, y después de un tiempo ocupé su cuerpo para vigilarlo de cerca mientras cumplía mis órdenes. Pero el plan falló: no logré robar la piedra filosofal. Perdí la oportunidad de asegurarme la vida inmortal. Una vez más, Harry Potter frustró mi intento...

Volvió a hacerse el silencio. Nada se movía, ni siquiera las hojas del tejo. Los
mortífagos
estaban completamente inmóviles, y en las máscaras les brillaban los ojos, fijos en Voldemort y en Harry.

—Mi vasallo murió cuando dejé su cuerpo, y yo quedé tan debilitado como antes —prosiguió Voldemort—. Volví a mi lejano refugio temiendo que nunca recuperaría mis poderes. Sí, aquéllos fueron mis peores días: no podía esperar encontrarme otro mago cuyo cuerpo pudiera ocupar... y ya había perdido toda esperanza de que mis
mortífagos
se preocuparan por lo que hubiera sido de mí.

Other books

After Love by Subhash Jaireth
The Green Room by Deborah Turrell Atkinson
Niubi! by Eveline Chao
Someday Beach by Jill Sanders
imperfect by Tina Chan
The Tombs of Atuan by Ursula K. Le Guin