Harry Potter. La colección completa (206 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¡A la otra mitad nos cuesta más conciliar el sueño, Cornelius, sabiendo que has puesto a los partidarios más peligrosos de lord Voldemort bajo la custodia de unas criaturas que se unirán a él en cuanto se lo pida! —repuso Dumbledore—. ¡No te serán leales, Fudge, porque Voldemort puede ofrecerles muchas más satisfacciones que tú a sus apetitos! ¡Con el apoyo de los
dementores
y el retorno de sus antiguos partidarios, te resultará muy difícil evitar que recupere la fuerza que tuvo hace trece años!

Fudge abría y cerraba la boca como si no encontrara palabras apropiadas para expresar su ira.

—El segundo paso que debes dar, y sin pérdida de tiempo —siguió Dumbledore—, es enviar mensajeros a los gigantes.

—¿Mensajeros a los gigantes? —gritó Fudge, recuperando la capacidad de hablar—. ¿Qué locura es ésa?

—Debes tenderles una mano ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde —repuso Dumbledore—, o de lo contrario Voldemort los persuadirá, como hizo antes, de que es el único mago que está dispuesto a concederles derechos y libertad.

—No... no puedes estar hablando en serio —dijo Fudge entrecortadamente, negando con la cabeza y alejándose un poco más de Dumbledore—. Si la comunidad mágica sospechara que yo pretendo un acercamiento a los gigantes... La gente los odia, Dumbledore... Sería el fin de mi carrera...

—¡Estás cegado por el miedo a perder la cartera que ostentas, Cornelius! —dijo Dumbledore, volviendo a levantar la voz y con los ojos de nuevo resplandecientes, evidenciando otra vez su aura poderosa—. ¡Le das demasiada importancia, y siempre lo has hecho, a lo que llaman «limpieza de sangre»! ¡No te das cuenta de que no importa lo que uno es por nacimiento, sino lo que uno es por sí mismo! Tu
dementor
acaba de aniquilar al último miembro de una familia de sangre limpia, de tanta raigambre como la que más... ¡y ya ves lo que ese hombre escogió hacer con su vida! Te lo digo ahora: da los pasos que te aconsejo, y te recordarán, con cartera o sin ella, como uno de los ministros de Magia más grandes y valerosos que hayamos tenido; pero, si no lo haces, ¡la Historia te recordará como el hombre que se hizo a un lado para concederle a Voldemort una segunda oportunidad de destruir el mundo que hemos intentado construir!

—¡Loco! —susurró Fudge, volviendo a retroceder—. ¡Loco...!

Se hizo el silencio. La señora Pomfrey estaba inmóvil al pie de la cama de Harry, tapándose la boca con las manos. La señora Weasley seguía de pie al lado de Harry, poniéndole la mano en el hombro para impedir que se levantara. Bill, Ron y Hermione miraban a Fudge fijamente.

—Si sigues decidido a cerrar los ojos, Cornelius —dijo Dumbledore—, nuestros caminos se separarán ahora. Actúa como creas conveniente. Y yo... yo también actuaré como crea conveniente.

La voz de Dumbledore no sonó a amenaza, sino como una mera declaración de principios, pero Fudge se estremeció como si Dumbledore hubiera avanzado hacia él apuntándole con una varita.

—Veamos pues, Dumbledore —dijo blandiendo un dedo amenazador—. Siempre te he dado rienda suelta. Te he mostrado mucho respeto. Podía no estar de acuerdo con algunas de tus decisiones, pero me he callado. No hay muchos que en mi lugar te hubieran permitido contratar hombres lobo, o tener a Hagrid aquí, o decidir qué enseñar a tus estudiantes sin consultar al Ministerio. Pero si vas a actuar contra mí...

—El único contra el que pienso actuar —puntualizó Dumbledore— es lord Voldemort. Si tú estás contra él, entonces seguiremos del mismo lado, Cornelius.

Fudge no encontró respuesta a aquello. Durante un instante se balanceó hacia atrás y hacia delante sobre sus pequeños pies, e hizo girar en las manos el sombrero hongo. Al final, dijo con cierto tono de súplica:

—No puede volver, Dumbledore, no puede...

Snape se adelantó, levantándose la manga izquierda de la túnica. Descubrió el antebrazo y se lo enseñó a Fudge, que retrocedió.

—Mire —dijo Snape con brusquedad—. Mire: la Marca Tenebrosa. No está tan clara como lo estuvo hace una hora aproximadamente, cuando era de color negro y me abrasaba, pero aún puede verla. El Señor Tenebroso marcó con ella a todos sus
mortífagos
. Era una manera de reconocernos entre nosotros, y también el medio que utilizaba para convocarnos. Cuando él tocaba la marca de cualquier
mortífago
teníamos que desaparecernos donde estuviéramos y aparecernos a su lado al instante. Esta marca ha ido haciéndose más clara durante todo este curso, y la de Karkarov también. ¿Por qué cree que Karkarov ha huido esta noche? Porque los dos hemos sentido la quemazón de la Marca. Entonces, los dos supimos que él había retornado. Karkarov teme la venganza del Señor Tenebroso porque traicionó a demasiados de sus compañeros
mortífagos
para esperar una bienvenida si volviera al redil.

Fudge también se alejó un paso de Snape, negando con la cabeza. Daba la impresión de que no había entendido ni una palabra de lo que éste le había dicho. Miró fijamente, con repugnancia, la fea marca que Snape tenía en el brazo. A continuación, levantó la vista hacia Dumbledore y susurró:

—No sé a qué estáis jugando tú y tus profesores, Dumbledore, pero creo que ya he oído bastante. No tengo más que añadir. Me pondré en contacto contigo mañana, Dumbledore, para tratar sobre la dirección del colegio. Ahora tengo que volver al Ministerio.

Casi había llegado a la puerta cuando se detuvo. Se volvió, regresó a zancadas hasta la cama de Harry.

—Tu premio —dijo escuetamente, sacándose del bolsillo una bolsa grande de oro y dejándola caer sobre la mesita de la cama de Harry—. Mil galeones. Tendría que haber habido una ceremonia de entrega, pero en estas circunstancias...

Se encasquetó el sombrero hongo y salió de la sala, cerrando de un portazo. En cuanto desapareció, Dumbledore se volvió hacia el grupo que rodeaba la cama de Harry.

—Hay mucho que hacer —dijo—. Molly... ¿me equivoco al pensar que puedo contar contigo y con Arthur?

—Por supuesto que no se equivoca —respondió la señora Weasley. Hasta los labios se le habían quedado pálidos, pero parecía decidida—. Arthur conoce a Fudge. Es su interés por los
muggles
lo que lo ha mantenido relegado en el Ministerio durante todos estos años. Fudge opina que carece del adecuado orgullo de mago.

—Entonces tengo que enviarle un mensaje —dijo Dumbledore—. Tenemos que hacer partícipes de lo ocurrido a todos aquellos a los que se pueda convencer de la verdad, y Arthur está bien situado en el Ministerio para hablar con los que no sean tan miopes como Cornelius.

—Iré yo a verlo —se ofreció Bill, levantándose—. Iré ahora.

—Muy bien —asintió Dumbledore—. Cuéntale lo ocurrido. Dile que no tardaré en ponerme en contacto con él. Pero tendrá que ser discreto. Fudge no debe sospechar que interfiero en el Ministerio...

—Déjelo de mi cuenta —dijo Bill.

Le dio una palmada a Harry en el hombro, un beso a su madre en la mejilla, se puso la capa y salió de la sala con paso decidido.

—Minerva —dijo Dumbledore, volviéndose hacia la profesora McGonagall—, quiero ver a Hagrid en mi despacho tan pronto como sea posible. Y también... si consiente en venir, a Madame Maxime.

La profesora McGonagall asintió con la cabeza y salió sin decir una palabra.

—Poppy —le dijo Dumbledore a la señora Pomfrey—, ¿serías tan amable de bajar al despacho del profesor Moody, donde me imagino que encontrarás a una elfina doméstica llamada Winky sumida en la desesperación? Haz lo que puedas por ella, y luego llévala a las cocinas. Creo que Dobby la cuidará.

—Muy... muy bien —contestó la señora Pomfrey, asustada, y también salió.

Dumbledore se aseguró de que la puerta estaba cerrada, y de que los pasos de la señora Pomfrey habían dejado de oírse, antes de volver a hablar.

—Y, ahora —dijo—, es momento de que dos de nosotros se acepten. Sirius... te ruego que recuperes tu forma habitual.

El gran perro negro levantó la mirada hacia Dumbledore, y luego, en un instante, se convirtió en hombre.

La señora Weasley soltó un grito y se separó de la cama.

—¡Sirius Black! —gritó.

—¡Calla, mamá! —chilló Ron—. ¡Es inocente!

Snape no había gritado ni retrocedido, pero su expresión era una mezcla de furia y horror.

—¡Él! —gruñó, mirando a Sirius, cuyo rostro mostraba el mismo desagrado—. ¿Qué hace aquí?

—Está aquí porque yo lo he llamado —explicó Dumbledore, pasando la vista de uno a otro—. Igual que tú, Severus. Yo confió tanto en uno como en otro. Ya es hora de que olvidéis vuestras antiguas diferencias, y confiéis también el uno en el otro.

Harry pensó que Dumbledore pedía un milagro. Sirius y Snape se miraban con intenso odio.

—Me conformaré, a corto plazo, con un alto en las hostilidades —dijo Dumbledore con un deje de impaciencia—. Daos la mano: ahora estáis del mismo lado. El tiempo apremia, y, a menos que los pocos que sabemos la verdad estemos unidos, no nos quedará esperanza.

Muy despacio, pero sin dejar de mirarse como si se desearan lo peor, Sirius y Snape se acercaron y se dieron la mano. Se soltaron enseguida.

—Con eso bastará por ahora —dijo Dumbledore, colocándose una vez más entre ellos—. Ahora, tengo trabajo que daros a los dos. La actitud de Fudge, aunque no nos pille de sorpresa, lo cambia todo. Sirius, necesito que salgas ahora mismo: tienes que alertar a Remus Lupin, Arabella Figg y Mundungus Fletcher: el antiguo grupo. Escóndete por un tiempo en casa de Lupin. Yo iré a buscarte.

—Pero... —protestó Harry.

Quería que Sirius se quedara. No quería decirle otra vez adiós tan pronto.

—No tardaremos en vernos, Harry —aseguró Sirius, volviéndose hacia él—. Te lo prometo. Pero debo hacer lo que pueda, ¿comprendes?

—Claro. Claro que comprendo.

Sirius le apretó brevemente la mano, asintió con la cabeza mirando a Dumbledore, volvió a transformarse en perro, y salió corriendo de la sala, abriendo con la pata la manilla de la puerta.

—Severus —continuó Dumbledore dirigiéndose a Snape—, ya sabes lo que quiero de ti. Si estás dispuesto...

—Lo estoy —contestó Snape.

Parecía más pálido de lo habitual, y sus fríos ojos negros resplandecieron de forma extraña.

—Buena suerte entonces —le deseó Dumbledore, y, con una mirada de aprehensión, lo observó salir en silencio de la sala, detrás de Sirius.

Pasaron varios minutos antes de que el director volviera a hablar.

—Tengo que bajar —dijo por fin—. Tengo que ver a los Diggory. Tómate la poción que queda, Harry. Os veré a todos más tarde.

Mientras Dumbledore se iba, Harry se dejó caer en las almohadas. Hermione, Ron y la señora Weasley lo miraban. Nadie habló por un tiempo.

—Te tienes que tomar lo que queda de la poción, Harry —dijo al cabo la señora Weasley. Al ir a coger la botellita y la copa, dio con la mano contra la bolsa de oro que estaba en la mesita—. Tienes que dormir bien y mucho. Intenta pensar en otra cosa por un rato... ¡piensa en lo que vas a comprarte con el dinero!

—No lo quiero —replicó Harry con voz inexpresiva—. Cogedlo vosotros. Quien sea. No me lo merezco. Se lo merecía Cedric.

Aquello contra lo que había estado luchando por momentos desde que había salido del laberinto amenazaba con ser más fuerte que él. Sentía una sensación ardorosa y punzante por dentro de los ojos. Parpadeó y miró al techo.

—No fue culpa tuya, Harry —susurró la señora Weasley.

—Yo le dije que cogiéramos juntos la Copa —musitó Harry.

En aquel momento tenía aquella sensación ardorosa también en la garganta. Le hubiera gustado que Ron desviara la mirada.

La señora Weasley posó la poción en la mesita, se inclinó y abrazó a Harry. Él no recordaba que nunca ningún ser humano lo hubiera abrazado de aquella manera, como a un hijo. Todo el peso de cuanto había visto aquella noche pareció caer sobre él mientras la señora Weasley lo aferraba. El rostro de su madre, la voz de su padre, la visión de Cedric muerto en la hierba, todo empezó a darle vueltas en la cabeza hasta que apenas pudo soportarlo y su rostro se tensó para contener el grito de angustia que pugnaba por salir.

Se oyó un ruido como de portazo, y la señora Weasley y Harry se separaron. Hermione estaba en la ventana. Tenía algo en la mano firmemente agarrado.

—Lo siento —se disculpó.

—La poción, Harry —dijo rápidamente la señora Weasley, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Harry se la bebió de un trago. El efecto fue instantáneo. Lo sumergió una ola de sueño grande e irresistible, y se hundió entre las almohadas, dormido sin pensamientos y sin sueños.

37
El comienzo

Incluso un mes después, al rememorar los días que siguieron, Harry se daba cuenta de que se acordaba de muy pocas cosas. Era como si hubiera pasado demasiado para añadir nada más. Las recapitulaciones que hacía resultaban muy dolorosas. Lo peor fue, tal vez, el encuentro con los Diggory que tuvo lugar a la mañana siguiente.

No lo culparon de lo ocurrido. Por el contrario, ambos le agradecieron que les hubiera llevado el cuerpo de su hijo. Durante toda la conversación, el señor Diggory no dejó de sollozar. La pena de la señora Diggory era mayor de la que se puede expresar llorando.

—Sufrió muy poco, entonces —musitó ella, cuando Harry le explicó cómo había muerto—. Y, al fin y al cabo, Amos... murió justo después de ganar el Torneo. Tuvo que sentirse feliz.

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