Harry Potter. La colección completa (208 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Eh... claro... claro... —contestó Hermione, algo confusa, y siguió a Krum por entre la multitud hasta perderse de vista.

—¡Será mejor que te des prisa! —le gritó Ron—. ¡Los carruajes llegarán dentro de un minuto!

Pero dejó que Harry se ocupara de mirar si llegaban o no los carruajes, y él se pasó los minutos siguientes levantando el cuello para vigilar a Krum y Hermione por encima de la multitud. No tardaron en volver. Ron observó a Hermione, pero su rostro estaba impasible.

—Me gustaba «Diggorry» —le dijo Krum a Harry de repente—. «Siemprre erra» amable conmigo. «Siemprre.» Aunque yo «estuvierra» en «Durrmstrrang», con «Karrkarrov» —añadió, ceñudo.

—¿Tenéis ya nuevo director? —preguntó Harry.

Krum se encogió de hombros. Tendió la mano como había hecho Fleur, y estrechó la de Harry y la de Ron.

Ron parecía inmerso en una lucha interna. Krum ya se iba cuando él le gritó:

—¿Me firmas un autógrafo?

Hermione se volvió, sonriendo, y observó los carruajes sin caballos que rodaban hacia ellos, subiendo por el camino, mientras Krum, sorprendido pero halagado, le firmaba a Ron un pedazo de pergamino.

El tiempo no pudo ser más diferente en el viaje de vuelta a King's Cross de lo que había sido a la ida en septiembre. No había ni una nube en el cielo. Harry, Ron y Hermione habían conseguido un compartimiento para ellos solos.
Pigwidgeon
iba de nuevo tapado bajo la túnica de gala de Ron, para que no estuviera todo el tiempo chillando.
Hedwig
dormitaba con la cabeza bajo el ala, y
Crookshanks
se había hecho un ovillo sobre un asiento libre, y parecía un peluche de color canela. Harry, Ron y Hermione hablaron más y más libremente que en ningún momento de la semana precedente, mientras el tren marchaba hacia el sur. Parecía que el discurso de Dumbledore en el banquete de fin de curso había hecho desaparecer la reserva de Harry. Ya no le resultaba tan doloroso tratar de lo ocurrido. Sólo dejaron de hablar de lo que Dumbledore podría hacer para detener a Voldemort cuando llegó el carrito de la comida.

Cuando Hermione regresó del carrito y guardó el dinero en la mochila, sacó un ejemplar de
El Profeta
que llevaba en ella.

Harry lo miró, no muy seguro de querer saber lo que decía, pero Hermione, al ver su actitud, le comento con voz tranquila:

—No viene nada. Puedes comprobarlo por ti mismo: no hay nada en absoluto. Lo he estado mirando todos los días. Sólo una breve nota al día siguiente de la tercera prueba diciendo que ganaste el Torneo. Ni siquiera mencionaron a Cedric. Nada de nada. Si queréis mi opinión, creo que Fudge los ha obligado a silenciarlo.

—Nunca silenciará a Rita Skeeter —afirmó Harry—. No con semejante historia.

—Ah, Rita no ha escrito absolutamente nada desde la tercera prueba —aseguró Hermione con voz extrañamente ahogada—. De hecho, Rita Skeeter no escribirá nada durante algún tiempo. No a menos que quiera que le descubra el pastel.

—¿De qué hablas? —inquirió Ron.

—He averiguado cómo se las arregla para escuchar conversaciones privadas cuando tiene prohibida la entrada a los terrenos del colegio —dijo Hermione rápidamente.

Harry tuvo la impresión de que ella llevaba días muriéndose de ganas de contarlo, pero que se reprimía por todo lo que había ocurrido.

—¿Cómo lo hacía? —preguntó Harry de inmediato.

—¿Cómo lo averiguaste? —preguntó a su vez Ron, mirándola.

—Bueno, en realidad fuiste tú quien me dio la idea, Harry.

—¿Yo? ¿Cómo?

—Con tus micrófonos ocultos —contestó Hermione muy contenta.

—Pero los micrófonos no funcionan...

—No los electrónicos. No, pero Rita Skeeter es ella misma como un minúsculo micrófono negro... Rita Skeeter es una animaga no registrada. Puede convertirse... —Hermione sacó de la mochila un pequeño tarro de cristal cerrado— en un escarabajo.

—¡Bromeas! —exclamó Ron—. Tú no has... Ella no...

—Sí, ella sí —declaró Hermione muy contenta, blandiendo el tarro ante ellos.

Dentro había ramitas, hojas y un escarabajo grande y gordo.

—Eso no puede ser... Nos estás tomando el pelo —dijo Ron, poniendo el tarro a la altura de los ojos.

—No, en serio —afirmó Hermione sonriendo—. Lo cogí en el alféizar de la ventana de la enfermería. Si lo miráis de cerca veréis que las marcas alrededor de la antena son como las de esas espantosas gafas que lleva.

Harry miró y vio que tenía razón. Recordó algo.

—¡Había un escarabajo en la estatua la noche en que oímos a Hagrid hablarle a Madame Maxime de su madre!

—¡Exacto! —confirmó Hermione—. Y Viktor Krum me quitó un escarabajo del pelo después de nuestra conversación junto al lago. Y, si no me equivoco, Rita estaría en el alféizar de la clase de Adivinación el día en que te dolió la cicatriz. Se ha pasado el año revoloteando por ahí en busca de historias.

—Cuando vimos a Malfoy debajo de aquel árbol... —dijo Ron pensativo.

—Estaba contándole cosas, la tenía en la mano —continuó Hermione—. Por supuesto, él lo sabía. Así es como ella ha obtenido esas entrevistas tan encantadoras con los de Slytherin. A ellos les daba igual que ella estuviera haciendo algo ilegal mientras pudieran contarle cosas horribles sobre nosotros y Hagrid.

Hermione cogió el tarro de cristal que le había pasado a Ron, y sonrió al escarabajo, que revoloteaba pegándose furiosos golpes contra el cristal.

—Le he explicado que la dejaré salir cuando lleguemos a Londres. Al tarro le he echado un encantamiento
irrompibilizador
, para que ella no pueda transformarse. Y ya sabe que tiene que estar calladita un año entero. Veremos si puede dejar el hábito de escribir horribles mentiras sobre la gente.

Sonriendo serenamente, Hermione volvió a meter el escarabajo en la mochila.

La puerta del compartimiento se abrió.

—Muy lista, Granger —dijo Draco Malfoy.

Crabbe y Goyle estaban tras él. Los tres parecían más satisfechos, arrogantes y amenazadores que nunca.

—O sea que has pillado a esa patética periodista —añadió Malfoy pensativamente, asomándose y mirándolos con una leve sonrisa en los labios—, y Potter vuelve a ser el niño favorito de Dumbledore. Mola. —Su sonrisa se acentuó. Crabbe y Goyle también los miraban con sonrisas malévolas—. Intentando no pensar en ello, ¿eh? ¿Haciendo como si no hubiera ocurrido?

—Fuera —dijo Harry.

No había vuelto a tener a Malfoy cerca desde que lo había visto cuchichear con Crabbe y Goyle durante el discurso de Dumbledore sobre Cedric. Sintió un zumbido en los oídos. Bajo la túnica, su mano agarró la varita.

—¡Has elegido el bando perdedor, Potter! ¡Te lo advertí! Te dije que debías escoger tus compañías con más cuidado, ¿recuerdas? Cuando nos encontramos en el tren, el día de nuestro ingreso en Hogwarts. ¡Te dije que no anduvieras con semejante chusma! —señaló con la cabeza a Ron y Hermione—. ¡Ya es demasiado tarde, Potter! ¡Ahora que ha retornado el Señor Tenebroso, los sangre sucia y los amigos de los
muggles
serán los primeros en caer! Bueno, los primeros no, los segundos: el primero ha sido Digg...

Fue como si alguien hubiera encendido una caja de bengalas en el compartimiento. Cegado por el resplandor de los encantamientos que habían partido de todas direcciones, ensordecido por los estallidos, Harry parpadeó y miró al suelo.

Malfoy, Crabbe y Goyle estaban inconscientes en el hueco de la puerta. Harry, Ron y Hermione se habían puesto de pie después de lanzarles distintos maleficios. Y no eran los únicos que lo habían hecho.

—Quisimos venir a ver qué buscaban estos tres —dijo Fred como sin querer la cosa, pisando a Goyle para entrar en el compartimiento. Había sacado la varita, igual que George, que tuvo buen cuidado de pisar a Malfoy al entrar tras Fred.

—Un efecto interesante —dijo George mirando a Crabbe—. ¿Quién le lanzó la maldición
furnunculus
?

—Yo —admitió Harry.

—Curioso —comentó George—. Yo le lancé el embrujo piernas de gelatina. Se ve que no hay que mezclarlos: se le ha llenado la cara de tentáculos. Vamos a sacarlos de aquí, no pegan con la decoración.

Ron, Harry y George los sacaron al pasillo empujándolos con los pies. No se sabía cuál de ellos tenía peor pinta, con la mezcla de maleficios que les habían echado. Luego volvieron al compartimiento y cerraron la puerta.

—¿Alguien quiere echar una partida con los naipes explosivos? —preguntó Fred, sacando un mazo de cartas.

Iban por la quinta partida cuando Harry se decidió a preguntarles:

—¿Nos lo vais a decir? ¿A quién le hacíais chantaje?

—Ah —dijo George con cierto misterio—. ¡Eso!

—No importa —contestó Fred, moviendo la cabeza hacia los lados—. No tiene importancia. Ya no la tiene, por lo menos.

—Hemos desistido —añadió George encogiéndose de hombros.

Pero Harry, Ron y Hermione siguieron insistiendo, hasta que Fred dijo al fin:

—Bien, de acuerdo. Si de verdad lo queréis saber... se trataba de Ludo Bagman.

—¿Bagman? —exclamó Harry con brusquedad—. ¿Quieres decir que estaba envuelto en...?

—Qué va —repuso George con un dejo sombrío—. Ni mucho menos. Es un cretino. No tiene bastante cerebro para eso.

—¿Entonces? —preguntó Ron.

Fred vaciló un momento antes de responder.

—¿Os acordáis de la apuesta que hicimos con él, en los Mundiales de
Quidditch
? Apostamos a que ganaría Irlanda pero que Krum atraparía la
snitch
.

—Nos acordamos —dijeron Harry y Ron.

—Bien, el muy cretino nos pagó en oro
leprechaun
que había cogido de las mascotas del equipo de Irlanda.

—¿Sí?

—Sí —confirmó Fred con malhumor—. Y se desvaneció, claro. A la mañana siguiente, ¡no quedaba nada!

—Pero... habrá sido una equivocación, ¿no? —comentó Hermione.

George se rió con cierta amargura.

—Sí, eso fue lo que pensamos al principio. Creímos que si le escribíamos explicándole el error que había cometido, soltaría la pasta. Pero de eso nada. No hizo caso de nuestra carta. Intentamos repetidamente hablar con él en Hogwarts, pero siempre tenía alguna excusa para marcharse.

—Al final se volvió bastante desagradable —explicó Fred—. Nos dijo que éramos demasiado jóvenes para apostar, y que no nos daría nada.

—Así que le pedimos que al menos nos devolviera nuestro dinero.

—¡No se negaría a eso! —exclamó Hermione casi sin voz.

—¡Ya lo creo que se negó! —dijo Fred.

—Pero ¡eran todos vuestros ahorros!

—No nos lo tienes que explicar —dijo George—. Por supuesto, al final averiguamos lo que ocurría. El padre de Lee Jordan también había tenido muchos problemas para que Bagman le diera el dinero. Resulta que está metido en líos con los duendes. Le prestaron mucho dinero. Una banda de ellos lo acorraló en el bosque después de los Mundiales y le cogió todo el oro que llevaba con él, y aún no bastaba para pagar todo lo que les debía. Lo siguieron a Hogwarts para que no se les escabullera. Lo ha perdido todo en el juego. No tiene dónde caerse muerto. ¿Y sabéis cómo intentó pagar a los duendes?

—¿Cómo? —preguntó Harry.

—Apostó por ti, tío —explicó Fred—. Apostó un montón contra los duendes a que ganabas el Torneo.

—¡Por eso se empeñaba en ayudarme! —exclamó Harry—. Bueno... yo gané, ¿no? ¡Así que ahora puede daros lo que os debe!

—Nones —dijo George, negando con la cabeza—. Los duendes juegan tan sucio como él: dicen que empataste con Diggory, y que Bagman apostó a que ganabas de manera absoluta. Así que Bagman ha tenido que darse a la fuga. Escapó después de la tercera prueba.

George exhaló un hondo suspiro y volvió a repartir cartas.

El resto del viaje fue bastante agradable. Harry hubiera querido que durara todo el verano, de hecho, para no llegar nunca a King's Cross... Pero, como había aprendido aquel último curso, el tiempo no transcurre más despacio cuando nos espera algo desagradable, y el expreso de Hogwarts no tardó en acercarse al andén nueve y tres cuartos aminorando la marcha. La confusión y el alboroto usuales llenaron los pasillos mientras los estudiantes se apeaban. Ron y Hermione pasaron con dificultad los baúles por encima de Malfoy, Crabbe y Goyle. Harry, en cambio, no se movió.

—Fred... George... esperad un momento.

Los dos gemelos se volvieron. Harry abrió su baúl y sacó el dinero del premio.

—Cogedlo —les dijo, y puso la bolsa en las manos de George.

—¿Qué? —exclamó Fred, pasmado.

—Que lo cojáis —repitió Harry con firmeza—. Yo no lo quiero.

—Estás mal del coco —dijo George, tratando de devolvérselo.

—No, no lo estoy. Cogedlo y seguid inventando. Para la tienda de artículos de broma.

—Se ha vuelto majara —dijo Fred, casi con miedo.

—Escuchad: si no lo cogéis, pienso tirarlo por el váter. Ni lo quiero ni lo necesito. Pero no me vendría mal reírme un poco. Tal vez todos necesitemos reírnos. Me temo que dentro de poco nos van a hacer mucha falta las risas.

—Harry —musitó George, sopesando la bolsa—, aquí tiene que haber mil galeones.

—Sí —contestó Harry, sonriendo—. Piensa cuántas galletas de canarios se pueden hacer con eso.

Los gemelos lo miraron fijamente.

—Pero no le digáis a vuestra madre de dónde lo habéis sacado... aunque, bien pensado, tal vez ya no tenga tanto empeño en que os hagáis funcionarios del Ministerio.

—Harry... —comenzó Fred, pero Harry sacó su varita.

—Mira —dijo rotundamente—, si no os lo lleváis, os echo un maleficio. He aprendido algunos bastante buenos. Pero hacedme un favor, ¿queréis? Compradle a Ron una túnica de gala diferente, y decidle que es regalo vuestro.

Salió del compartimiento sin dejarlos decir ni una palabra más, pasando por encima de Malfoy, Crabbe y Goyle, que seguían tendidos en el suelo, con las señales de los maleficios.

Tío Vernon lo esperaba al otro lado de la barrera. La señora Weasley estaba muy cerca de él. Al ver a Harry, ella le dio un abrazo muy fuerte y le susurró al oído:

—Creo que Dumbledore te dejará venir un poco más avanzado el verano. Estaremos en contacto, Harry.

—Hasta luego, Harry —se despidió Ron, dándole una palmada en la espalda.

—¡Adiós, Harry! —le dijo Hermione, e hizo algo que no había hecho nunca: le dio un beso en la mejilla.

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