Harry Potter. La colección completa (210 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Siguió manteniendo su espantosa sonrisa de maníaco hasta que los vecinos curiosos hubieron desaparecido de sus respectivas ventanas; entonces la sonrisa de tío Vernon se convirtió en una mueca de ira y le hizo señas a Harry para que se acercara.

Harry dio unos pasos hacia donde estaba su tío, procurando detenerse fuera del alcance de sus manos para que no pudiera seguir estrangulándolo.

—Pero ¿qué demonios te propones con eso, chico? —preguntó tío Vernon con una voz ronca que temblaba de rabia.

—¿Qué me propongo con qué? —replicó fríamente Harry, que no paraba de mirar a uno y otro lado de la calle con la esperanza de descubrir a la persona que había producido aquel estruendo.

—Haciendo ese ruido; parecía el pistoletazo de salida de una carrera debajo de nuestra…

—No he sido yo —dijo Harry con firmeza.

El delgado y caballuno rostro de tía Petunia apareció junto a la cara, redonda y morada, de tío Vernon. Tía Petunia estaba pálida.

—¿Qué hacías acechando debajo de nuestra ventana?

—Sí, eso es… ¡Bien dicho, Petunia! ¿Qué hacías debajo de nuestra ventana, chico?

—Escuchar las noticias —contestó Harry con tono resignado.

Su tío y su tía se miraron indignados.

—¡Escuchar las noticias! ¿Otra vez?

—Bueno, es que cada día son diferentes, ¿sabes? —dijo Harry.

—¡No te hagas el listo conmigo, chico! ¡Quiero saber qué es lo que tramas en realidad, y no vuelvas a venirme con el cuento ése de que estabas «escuchando las noticias»! Sabes perfectamente que tu gente…

—¡Cuidado, Vernon! —susurró tía Petunia, y el hombre bajó la voz hasta que Harry apenas pudo oírlo.

—¡… que tu gente no sale en nuestras noticias!

—Eso es lo que tú te crees —repuso Harry.

Los Dursley lo miraron con los ojos desorbitados unos segundos; entonces tía Petunia dijo:

—Eres un pequeño embustero. ¿Qué hacen todas esas… —ella también bajó la voz, de modo que Harry tuvo que leerle los labios para entender la siguiente palabra— lechuzas, sino traerte noticias?

—¡Aja! —exclamó tío Vernon con un susurro triunfante—. ¿Nos tomas por tontos, chico? ¡Como si no supiéramos que son esos pestilentes pajarracos los que te traen las noticias!

Harry vaciló un instante. Esa vez le costaba trabajo decir la verdad, aunque era imposible que sus tíos supieran lo mucho que le dolía admitirlo.

—Las lechuzas… no me traen noticias —dijo con voz monótona.

—No te creo —le espetó tía Petunia al instante.

—Yo tampoco —agregó tío Vernon con ímpetu.

—Sabemos que estás tramando algo raro —continuó tía Petunia.

—No somos idiotas —dijo tío Vernon.

—Bueno, eso sí que es una noticia para mí —afirmó Harry, cada vez más enojado, y antes de que los Dursley pudieran ordenarle que regresara, había girado sobre sus talones, cruzado el jardín delantero, saltado la valla y empezado a alejarse por la calle dando grandes zancadas.

Había metido la pata, y lo sabía. Más tarde tendría que enfrentarse a sus tíos y pagar por su grosería, pero en ese momento eso no le importaba demasiado: tenía asuntos mucho más urgentes en la cabeza.

Harry estaba convencido de que aquella detonación la había causado alguien al aparecerse o desaparecerse. Era el mismo ruido que Dobby, el elfo doméstico, hacía cuando se esfumaba. ¿Y si Dobby estuviera allí, en Privet Drive? ¿Y si Dobby lo estuviera siguiendo en ese mismo instante? En cuanto se le ocurrió esa idea, Harry se dio la vuelta y se quedó mirando la calle, pero ésta parecía completamente desierta, y Harry estaba seguro de que Dobby no sabía cómo hacerse invisible.

Siguió andando, sin fijarse apenas por dónde iba, porque paseaba tan a menudo por aquellas calles que sus pies lo llevaban automáticamente a sus sitios preferidos. Miraba hacia atrás con frecuencia. Algún ser mágico había estado cerca de él mientras se encontraba tumbado entre las marchitas begonias del parterre de tía Petunia, de eso no tenía ninguna duda, pero ¿por qué no le había hablado, por qué no se había manifestado, por qué se escondía?

Y entonces, cuando su sentimiento de frustración alcanzó el punto máximo, su certeza se difuminó.

Al fin y al cabo, quizá no hubiera sido un ruido mágico. Quizá estuviera tan ansioso por detectar la más mínima señal de contacto con el mundo al que él pertenecía que reaccionaba de forma exagerada ante ruidos normales. ¿Estaba seguro de que no se trataba del ruido de algo que se había roto en la casa de algún vecino?

Harry notó un vacío en el estómago, y casi sin darse cuenta volvió a invadirlo la sensación de desesperanza que lo había atormentado todo el verano.

Al día siguiente por la mañana el despertador sonaría a las cinco en punto para que Harry pudiera pagar a la lechuza que le entregaba
El Profeta;
pero ¿tenía sentido que siguiera recibiéndolo? Últimamente Harry se limitaba a echarle un vistazo a la primera plana antes de dejarlo tirado en cualquier sitio; cuando los idiotas que dirigían el periódico se dieran cuenta por fin de que Voldemort había regresado, ésa sería la noticia de la portada en grandes titulares, y ésa era la única que a Harry le importaba.

Si tenía suerte, a la mañana siguiente también llegarían lechuzas con cartas de sus mejores amigos, Ron y Hermione, aunque ya se habían agotado sus esperanzas de que sus cartas le llevaran noticias.

«Como comprenderás, no podemos hablar mucho de ya-sabes-qué… Nos han pedido que no digamos nada importante por si nuestras cartas se pierden… Estamos muy ocupados, pero ahora no puedo darte detalles… Están pasando muchas cosas, ya te lo contaremos todo cuando te veamos…»

Pero ¿cuándo irían a verlo? A nadie parecía importarle que no hubiera una fecha exacta. Hermione había escrito en su tarjeta de felicitación de cumpleaños: «Creo que te veremos pronto», pero ¿qué quería decir «pronto»? Por lo que Harry había podido deducir de las vagas pistas que contenían sus cartas, Hermione y Ron estaban en el mismo sitio, seguramente en casa de los padres de Ron. Harry no soportaba imaginárselos divirtiéndose en La Madriguera cuando él estaba atrapado en Privet Drive. De hecho, estaba tan enfadado con ellos que había tirado, sin abrirlas, las dos cajas de chocolatinas de Honeydukes que le habían enviado por su cumpleaños. Después, cuando vio la mustia ensalada que tía Petunia puso en la mesa a la hora de cenar, se arrepintió de haberlo hecho.

¿Y qué era eso que tenía tan ocupados a Ron y a Hermione? ¿Por qué no estaba él ocupado? ¿Acaso no había demostrado que era capaz de llevar a cabo cosas mucho más importantes que las que hacían ellos? ¿Había olvidado todo el mundo su proeza? ¿Acaso no había sido él quien había entrado en aquel cementerio y había visto cómo asesinaban a Cedric, y al que habían atado a aquella lápida y casi habían matado?

«No pienses en eso», se dijo Harry, severo, por enésima vez a lo largo del verano. Ya era bastante desagradable que el cementerio apareciera continuamente en sus pesadillas para que también pensara en él durante el día.

Dobló una esquina y continuó andando por la calle Magnolia; un poco más allá, pasó por delante del estrecho callejón que discurría junto a la pared de un garaje donde había visto por primera vez a su padrino. Al menos Sirius parecía entender cómo se sentía Harry. Había que reconocer que sus cartas contenían tan pocas noticias de verdad como las de Ron y Hermione, pero por lo menos incluían palabras de precaución y de consuelo en lugar de tentadoras insinuaciones: «Ya sé que esto debe de ser frustrante para ti… No te metas en líos y todo saldrá bien… Ten cuidado y no hagas nada precipitadamente…»

Bueno, pensó Harry mientras cruzaba la calle Magnolia, torcía por la avenida Magnolia y se dirigía hacia el parque, él había seguido, en general, los consejos de Sirius. Al menos había dominado el impulso de atar su baúl al palo de su escoba e ir por su cuenta a La Madriguera. De hecho, Harry creía que su comportamiento había sido muy bueno, teniendo en cuenta lo decepcionado y enfadado que estaba por llevar tanto tiempo confinado en Privet Drive, sin poder hacer otra cosa que esconderse en los parterres con la esperanza de oír algo que indicara qué estaba haciendo lord Voldemort. Con todo, era muy mortificante que el que te aconsejaba que no hicieras nada precipitadamente fuera un hombre que había cumplido doce años de condena en Azkaban, la prisión de magos, que se había fugado de ella, había intentado cometer el asesinato por el que lo habían condenado y luego había desaparecido con un
hipogrifo
robado.

Harry saltó la verja del parque, que estaba cerrado, y echó a andar por la reseca hierba. El parque estaba tan vacío como las calles de los alrededores. Cuando llegó a los columpios se sentó en el único que Dudley y sus amigos todavía no habían conseguido romper, pasó un brazo alrededor de la cadena y se quedó mirando el suelo con aire taciturno. Ya no podría volver a esconderse en el parterre de los Dursley. Tendría que pensar otra manera de escuchar las noticias del día siguiente. Entre tanto no tenía más perspectiva que la de pasar otra noche de impaciencia y agitación, porque incluso cuando se salvaba de las pesadillas sobre Cedric, tenía sueños inquietantes en los que aparecían largos y oscuros pasillos que terminaban en muros y puertas cerradas con llave, y que él suponía que tenían algo que ver con la sensación de estar prisionero que lo acosaba cuando estaba despierto. Notaba a menudo unos desagradables pinchazos en la vieja cicatriz de la frente, pero sabía que eso ya no les interesaría mucho ni a Ron, ni a Hermione, ni a Sirius. En el pasado, el dolor en su cicatriz era una señal de que Voldemort estaba volviendo a cobrar fuerza, aunque, ahora que Voldemort había regresado, seguramente sus amigos le recordarían que aquella sensación crónica era de esperar…, pero no significaba nada por lo que tuviera que preocuparse… Nada nuevo.

La injusticia de aquella situación iba minándolo poco a poco y le daban ganas de gritar de rabia. ¡De no haber sido por él, nadie sabría siquiera que Voldemort había regresado! ¡Y su recompensa era quedarse atrapado en Little Whinging durante cuatro semanas enteras, incomunicado con el mundo mágico, sin poder hacer otra cosa que agazaparse en medio de las marchitas begonias para poder oír la noticia de que un periquito practicaba esquí acuático! ¿Cómo podía ser que Dumbledore se hubiera olvidado de él con tanta facilidad? ¿Y por qué Ron y Hermione no lo habían invitado a reunirse con ellos? ¿Durante cuánto tiempo tendría que seguir soportando que Sirius le dijera que se portara bien y fuera un buen chico; o resistir la tentación de escribir a esos ineptos de
El Profeta
y explicarles que Voldemort había vuelto? Aquel torbellino de ideas daba vueltas en la cabeza de Harry, y las tripas se le retorcían de rabia, mientras una noche aterciopelada y sofocante iba cerrándose sobre él; el aire olía a hierba seca y recalentada, y lo único que se oía era el débil murmullo del tráfico de la calle, más allá de la valla del parque.

No sabía cuánto tiempo llevaba sentado en el columpio cuando unas voces lo sacaron de su ensimismamiento y levantó la cabeza. Las farolas de las calles de los alrededores proyectaban un resplandor neblinoso lo bastante intenso para distinguir la silueta de un grupo de personas que avanzaban por el parque. Una de ellas cantaba a voz en grito una canción muy ordinaria. Las otras reían. Al poco rato empezó a oírse también el débil ruidito de varias bicicletas de carreras caras, que aquellas personas llevaban cogidas por el manillar.

Harry sabía de quiénes se trataba. La figura que iba delante era, sin lugar a dudas, su primo Dudley Dursley, que regresaba a casa acompañado de su leal pandilla.

Dudley estaba más enorme que nunca, pero un año de riguroso régimen y el descubrimiento de un nuevo talento del muchacho habían operado un cambio considerable en su físico. Como tío Vernon explicaba encantado a todo el que estuviera dispuesto a escucharlo, desde hacía poco Dudley ostentaba el título de Campeón de los Pesos Pesados de la Liga de Boxeo Interescolar Juvenil del Sudeste. El «noble deporte», como lo llamaba tío Vernon, había conseguido que Dudley pareciera todavía más imponente de lo que a Harry le parecía en los tiempos de la escuela primaria, cuando Dudley lo utilizaba a él de
punching ball
. Harry ya no temía a su primo, pero aun así no creía que el hecho de que Dudley hubiera aprendido a golpear más fuerte y con mayor puntería fuera motivo de celebración. Los niños del vecindario le tenían pánico, más pánico incluso que el que le tenían a «ese Potter» que, según les habían contado, era un gamberro empedernido e iba al Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables.

Harry vio cómo las oscuras figuras cruzaban el césped y se preguntó a quién habrían estado pegando aquella noche. «Mirad alrededor —pensó Harry sin proponérselo mientras los observaba—. Vamos… Mirad alrededor… Estoy aquí sentado, solo… Venid y atreveos…»

Si los amigos de Dudley lo veían allí sentado, seguro que se iban derechitos hacia él, ¿y qué haría entonces Dudley? No querría quedar mal delante de la pandilla, pero le daba pánico provocar a Harry… Sería muy divertido plantearle ese dilema a Dudley, hostigarlo, mirarlo con atención, sin que él pudiera reaccionar… Y si alguno de los demás tenía la intención de pegar a Harry, él estaba preparado: llevaba su varita. Que lo intentaran… Harry estaría encantado de descargar parte de su frustración sobre los chicos que en otros tiempos habían hecho de su vida un infierno.

Pero no se dieron la vuelta, así que no vieron a Harry, y ya estaban llegando a la valla. Harry dominó el impulso de llamarlos…, pero provocar una pelea no habría estado bien… No debía emplear la magia…, volvería a exponerse a la expulsión.

Las voces de la pandilla de Dudley fueron apagándose; iban hacia la avenida Magnolia, y Harry ya no los distinguía.

«Ya lo ves, Sirius —pensó Harry con desánimo—. No hago nada con precipitación. No me meto en líos. Exactamente lo contrario de lo que hiciste tú.»

Se puso en pie y se desperezó. Por lo visto, tía Petunia y tío Vernon consideraban que la hora a la que Dudley aparecía en casa era la hora correcta de llegar, pero el tiempo que sobrepasara a esa hora ya era demasiado tarde. Tío Vernon había amenazado con encerrar a Harry en el cobertizo si volvía a llegar después que Dudley, así que, conteniendo un bostezo y todavía con el entrecejo fruncido, Harry echó a andar hacia la verja del parque.

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