Harry Potter. La colección completa (212 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¡No guardes eso, necio! —le gritó la señora Figg—. ¿Y si hay alguno más suelto por aquí? ¡Oh, voy a matar a Mundungus Fletcher!

2
Una bandada de lechuzas

—¿Qué? —preguntó Harry sin comprender.

—¡Se ha marchado! —dijo la señora Figg, retorciéndose las manos—. ¡Ha ido a ver a no sé quién por un asunto de un lote de calderos robados! ¡Ya le dije que iba a desollarlo vivo si se marchaba, y mira! ¡
dementores
! ¡Suerte que informé del caso al
señor
Tibbles! Pero ¡no hay tiempo que perder! ¡Corre, tienes que volver a tu casa! ¡Oh, los problemas que va a causar esto! ¡Voy a matarlo!

—Pero… —La revelación de que su chiflada vecina, obsesionada con los gatos, sabía qué eran los
dementores
supuso para Harry una conmoción casi tan grande como encontrarse a dos de ellos en el callejón—. ¿Usted es…? ¿Usted es bruja?

—Soy una
squib
, como Mundungus sabe muy bien, así que ¿cómo demonios iba a ayudarte para que te defendieras de unos
dementores
? Te ha dejado completamente desprotegido, cuando yo le advertí…

—¿Ese tal Mundungus ha estado siguiéndome? Un momento…, ¡era él! ¡El se desapareció delante de mi casa!

—Sí, sí, sí, pero por fortuna yo había apostado al señor Tibbles debajo de un coche, por si acaso, y el señor Tibbles vino a avisarme, pero cuando llegué a tu casa ya no estabas, y ahora… ¡Oh! ¿Qué dirá Dumbledore? ¡Eh, tú! —le gritó a Dudley, que estaba tumbado en el suelo del callejón en posición supina—. ¡Levanta tu gordo trasero del suelo, rápido!

—¿Usted conoce a Dumbledore? —preguntó Harry, mirando fijamente a la señora Figg.

—Pues claro que conozco a Dumbledore. ¿Quién no conoce a Dumbledore? Pero vámonos ya porque no voy a poder ayudarte si vuelven; nunca he transformado ni siquiera una bolsita de té.

La señora Figg se inclinó, agarró uno de los inmensos brazos de Dudley con sus apergaminadas manos y tiró de él.

—¡Levántate, zoquete! ¡Levántate!

Pero Dudley o no podía o no quería moverse, así que permaneció en el suelo, tembloroso y pálido como la cera, con los labios muy apretados.

—Ya me encargo yo —dijo Harry, que cogió a Dudley por el brazo y dio un tirón.

Haciendo un gran esfuerzo consiguió ponerlo de pie. Parecía que su primo estaba a punto de desmayarse. Sus diminutos ojos giraban en sus órbitas y tenía la cara cubierta de sudor; en cuanto Harry lo soltó, Dudley se tambaleó peligrosamente.

—¡Deprisa! —insistió la señora Figg histérica.

Harry se colocó uno de los enormes brazos de Dudley sobre los hombros y lo arrastró hacia la calle, encorvándose un poco bajo su peso. La señora Figg iba dando tumbos delante de ellos, y al llegar a la esquina asomó la cabeza, nerviosa, y miró hacia la calle.

—Ten la varita preparada —le dijo a Harry cuando entraron en el paseo Glicinia—. Ahora no importa el Estatuto del Secreto; de todos modos lo vamos a pagar caro, tanto da que nos cuelguen por un dragón o por un huevo de dragón. ¡Ay, el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad!… Esto es ni más ni menos lo que temía Dumbledore. ¿Qué es eso que hay al final de la calle? Ah, es el señor Prentice… No escondas la varita, muchacho, ¿no te he dicho que yo no te serviría de nada?

Pero no resultaba fácil sujetar con firmeza una varita mágica y al mismo tiempo arrastrar a Dudley. Harry, impaciente, le dio un codazo en las costillas a su primo, pero éste parecía haber perdido todo interés por moverse por sí mismo. Dejaba caer todo su peso sobre los hombros de Harry y arrastraba sus grandes pies por el suelo.

—¿Por qué no me dijo que era una
squib
, señora Figg? —preguntó Harry, jadeando por el esfuerzo que tenía que hacer para seguir andando—. Con la de veces que he ido a su casa… ¿Por qué no me dijo nada?

—Órdenes de Dumbledore. Tenía que vigilarte, pero sin revelar mi identidad porque eres demasiado joven. Perdona que te haya hecho pasarlo tan mal, Harry, pero los Dursley no te habrían dejado ir a mi casa si hubieran creído que conmigo te lo pasabas bien. No fue fácil, te lo aseguro… Pero ¡oh, cielos! —exclamó trágicamente, y empezó a retorcerse las manos otra vez—. Cuando Dumbledore se entere de esto… ¿Cómo ha podido marcharse Mundungus? Se suponía que estaba de guardia hasta medianoche. ¿Dónde se habrá metido? ¿Cómo voy a explicarle a Dumbledore lo que ha sucedido? Yo no puedo aparecerme.

—Tengo una lechuza; si quiere, puedo prestársela —se ofreció Harry, quien luego emitió un gruñido y se preguntó si su columna vertebral acabaría partiéndose bajo el peso de Dudley.

—¡No lo entiendes, Harry! Dumbledore tendrá que actuar cuanto antes porque los del Ministerio tienen sus formas de detectar la magia hecha por menores de edad; ya deben de saberlo, te lo digo yo.

—Pero si estaba defendiéndome de unos
dementores
…, tenía que usar la magia. Seguro que les preocupará más saber qué hacían unos
dementores
flotando por el paseo Glicinia, ¿no cree?

—¡Ay de mí, ojalá fuera así! Pero me temo que…
¡MUNDUNGUS FLETCHER, VOY A MATARTE!

Se oyó un fuerte estampido, y un fuerte olor a licor mezclado con el de tabaco rancio llenó el aire al mismo tiempo que un individuo achaparrado y sin afeitar, con un abrigo harapiento, se materializaba justo delante de ellos. Tenía las piernas cortas y arqueadas, el cabello, de color rojo anaranjado, largo y desgreñado, y unos ojos con bolsas que le daban el aire compungido de un basset. En las manos llevaba un bulto plateado que Harry reconoció al instante: era una capa invisible.

—¡Cállate, Figgy! —exclamó el individuo mirando a la señora Figg y luego a Harry y a Dudley—. ¿No teníamos que operar en secreto?

—¡Ya te daré yo secreto! —gritó la señora Figg—. ¡
dementores
! ¡Inútil, ladrón, holgazán!

—¿
dementores
? —repitió Mundungus horrorizado—. ¿
dementores
, aquí?

—¡Sí, aquí mismo, saco de cagarrutas de murciélago, aquí! —chilló la señora Figg—. ¡Los
dementores
han atacado al muchacho durante tu guardia!

—¡Caramba! —dijo Mundungus atemorizado; observó a Harry y luego volvió a mirar a la señora Figg—. Caramba, yo…

—¡Y tú por ahí, comprando calderos robados! ¿No te dije que no te marcharas? ¿No te avisé?

—Yo…, bueno…, yo… —Mundungus estaba muy abochornado—. Es que…, es que era una buenísima ocasión…

La señora Figg levantó el brazo del que colgaba la cesta de la compra y dio un porrazo con él en la cara y en el cuello de Mundungus; a juzgar por el ruido metálico que hizo la cesta, debía de estar llena de latas de comida para gatos.

—¡Ay! ¡Uy! ¡Vieja destornillada! ¡Alguien va a tener que contarle lo ocurrido a Dumbledore!

—¡Sí!… ¡Ya lo creo!… —gritó la señora Figg sin parar de golpear con la cesta a Mundungus—. ¡Y… será… mejor… que lo hagas… tú… y le cuentes… por qué… no estabas… aquí… para ayudar!

—¡Se te va a caer la redecilla! —dijo Mundungus, encogiéndose y protegiéndose la cabeza con los brazos—. ¡Ya me voy! ¡Ya me voy!

Sonó otro fuerte estampido y Mundungus desapareció.

—¡Ojalá Dumbledore lo mate! —exclamó la señora Figg furiosa—. Y ahora, ¡vamos, Harry! ¿A qué esperas?

Harry decidió no gastar el poco aliento que le quedaba indicando que apenas podía caminar bajo el peso de Dudley, así que le dio un tirón a su primo, que seguía medio inconsciente, y echó a andar.

—Te acompañaré hasta la puerta —dijo la señora Figg cuando llegaron a Privet Drive—. Por si hay alguno más por aquí… ¡Oh, cielos, qué catástrofe! Y has tenido que defenderte de ellos tú solo… Y Dumbledore nos advirtió que teníamos que evitar a toda costa que hicieras magia… Bueno, supongo que no sirve de nada llorar cuando la poción ya se ha derramado… Pero ahora el mal está hecho.

—Entonces… —comentó Harry entrecortadamente—, ¿Dumbledore… me ha puesto… vigilancia?

—Por supuesto —respondió la señora Figg con impaciencia—. ¿Qué esperabas? ¿Que te dejara pasear por ahí solo después de lo que pasó en junio? ¡Vamos, muchacho, me habían dicho que eras inteligente! Bueno, entra y no salgas —le dijo cuando llegaron al número cuatro—. Supongo que alguien se pondrá en contacto contigo pronto.

—¿Qué va a hacer usted? —se apresuró a preguntar Harry.

—Me voy derechita a casa —contestó la señora Figg; echó un vistazo a la oscura calle y se estremeció—. Tendré que esperar a que me envíen más instrucciones. Tú quédate en casa. Buenas noches.

—¡Espere un momento! ¡No se marche todavía! Quiero saber…

Pero la señora Figg ya había echado a andar a buen paso, con las zapatillas de cuadros escoceses como chancletas, mientras la cesta de la compra continuaba produciendo aquel curioso ruido metálico.

—¡Espere! —le gritó Harry.

Tenía un millón de preguntas que hacerle a cualquiera que estuviera en contacto con Dumbledore; pero, pasados unos segundos, la oscuridad se tragó a la señora Figg. Con el entrecejo fruncido, Harry se colocó bien a Dudley sobre los hombros y se dirigió lenta y dolorosamente hacia el sendero del jardín del número cuatro.

La luz del vestíbulo estaba encendida. Harry se guardó la varita en la cintura de los vaqueros, tocó el timbre y vio cómo la silueta de tía Petunia se hacía más y más grande, distorsionada por el cristal esmerilado de la puerta de la calle.

—¡Diddy! Ya era hora, estaba poniéndome un poco…, un poco… ¡Diddy! ¿Qué te pasa?

Harry miró de reojo a Dudley y se escabulló de debajo de su brazo justo a tiempo. Su primo se quedó de pie un momento, oscilando, con la cara de un verde pálido… De pronto, abrió la boca y vomitó en el felpudo.

—¡Diddy! ¿Qué te pasa, Diddy? ¡Vernon! ¡Vernon!

El tío de Harry salió del salón, moviéndose con la gracia de un elefante y meneando el bigote de morsa de aquí para allá, como hacía siempre que se ponía nervioso. Corrió a ayudar a tía Petunia para conseguir que Dudley, que no se tenía en pie, cruzara el umbral, mientras él evitaba pisar el charco de vómito.

—¡Está enfermo, Vernon!

—¿Qué tienes, hijo? ¿Qué ha pasado? ¿Te ha dado la señora Polkiss algo raro con el té?

—¿Cómo es que vas manchado de tierra, cariño? ¿Te has tumbado en el suelo?

—Un momento… No te habrán atracado, ¿verdad, hijo?

Tía Petunia soltó un grito desgarrador.

—¡Llama a la policía, Vernon! ¡Llama a la policía! ¡Diddy, tesoro, dile algo a mami! ¿Qué te han hecho?

Con todo el follón, nadie se había fijado todavía en Harry, lo cual fue una suerte para él. Consiguió colarse dentro justo antes de que tío Vernon cerrara la puerta, y mientras los Dursley seguían avanzando ruidosamente por el vestíbulo hacia la cocina, Harry se dirigió con cautela y sin hacer ruido hacia la escalera.

—¿Quién ha sido, hijo? Danos nombres. Los atraparemos, no te preocupes.

—¡Chissst! ¡Está intentando decirnos algo, Vernon! ¿Qué es, Diddy? ¡Cuéntaselo a mami!

Harry tenía un pie en el primer escalón cuando Dudley recuperó la voz.

—Él.

Harry se quedó inmóvil, con una mueca en la cara, preparado para el estallido.

—¡Chico! ¡Ven aquí!

Con una mezcla de miedo y rabia, Harry levantó con lentitud el pie del escalón y se dio la vuelta para seguir a los Dursley.

La cocina, impecable, tenía un brillo casi irreal en contraste con la oscuridad del exterior. Tía Petunia hizo sentar a Dudley en una silla; el chico todavía estaba muy verde y sudoroso. Tío Vernon estaba de pie delante del escurreplatos, fulminando a Harry con sus diminutos y entrecerrados ojos.

—¿Qué le has hecho a mi hijo? —preguntó con un rugido amenazador.

—Nada —contestó Harry pese a saber que tío Vernon no iba a creérselo.

—¿Qué te ha hecho, Diddy? —dijo tía Petunia con voz insegura mientras con una esponja le limpiaba el vómito a su hijo de la chaqueta de cuero—. ¿Ha sido… con lo que tú ya sabes, tesoro? ¿Ha utilizado… esa cosa?

Dudley, tembloroso, asintió muy despacio.

—¡No es verdad! —saltó Harry; tía Petunia soltó un gemido y tío Vernon levantó los puños—. No le he hecho nada, no he sido yo, ha sido…

En ese preciso instante una lechuza entró como una flecha por la ventana, cruzó volando la cocina y rozó la coronilla de tío Vernon; a continuación, dejó a los pies de Harry el gran sobre de pergamino que llevaba en el pico, se dio la vuelta con agilidad, tocando ligeramente con las puntas de las alas la parte superior de la nevera, salió por donde había entrado y cruzó el jardín.

—¡Lechuzas! —bramó tío Vernon, y mientras cerraba de golpe la ventana de la cocina, la maltrecha vena de su sien empezó a latir con furia—. ¡Otra vez lechuzas! ¡No quiero ver más lechuzas en mi casa!

Pero Harry ya había empezado a abrir el sobre y sacó la carta que había dentro. Notaba los latidos del corazón en la garganta, a la altura de la nuez.

Querido señor Potter:

Nos han informado de que ha realizado usted el encantamiento
patronus
a las 21.23 horas de esta noche en una zona habitada por muggles y en presencia de un
muggle
.

La gravedad de esta infracción del Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad ha ocasionado su expulsión del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. En breve, representantes del Ministerio se desplazarán hasta su lugar de residencia para destruir su varita.

Dado que usted ya recibió una advertencia oficial por una infracción anterior de la Sección Decimotercera de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos, lamentamos comunicarle que se requiere su presencia en una vista disciplinar en el Ministerio de Magia el día 12 de agosto a las 09.00 horas.

Con mis mejores deseos.

Atentamente,

Mafalda Hopkirk
Oficina Contra el Uso
Indebido de la Magia
Ministerio de Magia

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