Harry Potter. La colección completa (219 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Es que últimamente Dumbledore no está muy bien visto en el Ministerio —agregó Fred—. Todos creen que sólo causa problemas al decir que Quien-tú-sabes ha regresado.

—Papá dice que Fudge ha dejado muy claro que todo el que tenga algo que ver con Dumbledore ya puede ir vaciando su mesa —dijo George.

—El problema es que Fudge sospecha de papá, pues sabe que se lleva bien con Dumbledore, y siempre ha creído que papá es un poco raro por su obsesión con los
muggles
.

—Pero ¿eso qué tiene que ver con Percy? —preguntó Harry confundido.

—A eso quería llegar. Papá cree que Fudge sólo quiere tener a Percy en su oficina porque pretende utilizarlo para espiar a nuestra familia y a Dumbledore.

Harry emitió un débil silbido.

—Me imagino que eso a Percy le encantó.

Ron soltó una risa un tanto sarcástica.

—Se puso hecho una fiera. Dijo… Bueno, dijo un montón de cosas terribles. Dijo que había tenido que luchar contra la mala reputación de papá desde que entró a trabajar en el Ministerio, y que papá no tiene ambición y que por eso siempre hemos sido… Bueno, ya sabes, que por eso nunca hemos tenido mucho dinero…

—¿Qué? —se extrañó Harry, incrédulo, mientras Ginny hacía un ruido de gato enfadado.

—Ya, ya —musitó Ron con un hilo de voz—. Y eso no es todo. Dijo que papá era un idiota por relacionarse con Dumbledore, que Dumbledore iba a tener graves problemas y papá se iba a hundir con él, y que él, Percy, sabía dónde estaba su lealtad: con el Ministerio. Y que si papá y mamá iban a convertirse en traidores al Ministerio, él pensaba asegurarse de que todo el mundo supiera que ya no pertenecía a nuestra familia. Hizo el equipaje aquella misma noche y se marchó. Ahora vive aquí, en Londres.

Harry maldijo por lo bajo. Percy siempre había sido el que menos le gustaba de todos los hermanos de Ron, pero jamás habría imaginado que pudiera decirle semejantes cosas al señor Weasley.

—Mamá lo ha pasado muy mal —prosiguió Ron—. Ya te imaginas, llorando y eso. Vino a Londres para intentar hablar con Percy, pero él le cerró la puerta en las narices. No sé qué hace Percy cuando se encuentra a papá en el trabajo, supongo que ignorarlo.

—Pero Percy tiene que saber que Voldemort ha regresado —opinó Harry—. No es idiota, tiene que saber que vuestros padres no se expondrían a perderlo todo si no tuvieran pruebas.

—Sí, bueno, tu nombre también salió en la discusión —siguió explicando Ron, y le lanzó a Harry una mirada furtiva—. Percy dijo que la única prueba que tenían era tu palabra, y…, no sé…, no creía que eso fuera suficiente.

—Percy se toma muy en serio todo lo que dice
El Profeta
—añadió Hermione con aspereza, y los demás asintieron.

—¿De qué estás hablando? —quiso saber Harry, mirando alrededor. Todos lo observaban con recelo.

—¿No…, no recibías
El Profeta?
—preguntó Hermione, nerviosa.

—¡Sí, claro! —respondió Harry.

—¿Lo has… leído bien? —insistió ella, aún más nerviosa.

—No de cabo a rabo —confesó Harry, poniéndose a la defensiva—. Si tenían que informar de algo relacionado con Voldemort, lo harían en la primera plana, ¿no?

Los otros hicieron una mueca de dolor al oír aquel nombre. Hermione prosiguió:

—Bueno, tendrías que haberlo leído de cabo a rabo para pillarlo, pero… Bueno, el caso es que te mencionan un par de veces por semana.

—Pero yo lo habría visto…

—Si sólo leías la primera plana no —dijo Hermione, moviendo negativamente la cabeza—. No estoy hablando de grandes artículos. Sólo te incluían de pasada, como si fueras un personaje de chiste.

—¿Qué demonios…?

—Es muy desagradable, la verdad —prosiguió Hermione con una voz que denotaba una calma forzada—. Están siguiendo los pasos de Rita.

—Pero ella ya no escribe para el periódico, ¿verdad?

—Oh, no, Rita ha cumplido su promesa. Porque no tiene alternativa, claro —añadió Hermione con satisfacción—. Pero ella sentó las bases de lo que ellos intentan hacer ahora.

—¿Y se puede saber qué intentan hacer? —preguntó Harry, impaciente.

—Bueno, ya sabes que en sus artículos decía que te habías derrumbado por completo y que ibas por ahí diciendo que te dolía la cicatriz y todo eso, ¿no?

—Sí —dijo Harry, que recordaba a la perfección las historias que Rita Skeeter había contado de él.

—Pues ahora te describen como un pobre iluso que sólo quiere llamar la atención y que se cree un gran héroe trágico o algo así —explicó Hermione, muy deprisa, como si de esa forma sus palabras fueran a dolerle menos a su amigo—. No paran de incluir comentarios insidiosos sobre ti. Si aparece alguna historia rocambolesca, dicen algo como: «Una historia digna de Harry Potter», y si alguien sufre un accidente divertido, escriben: «Esperemos que no le quede una cicatriz en la frente, o luego tendremos que idolatrarlo como a…»

—Yo no quiero que me idolatren… —saltó Harry acalorado.

—Ya lo sé —lo interrumpió Hermione, asustada—. Ya lo sé, Harry. Pero ¿no ves lo que están haciendo? Quieren minar tu credibilidad. Me apuesto algo a que Fudge está detrás de todo esto. Quieren hacer creer a los magos de a pie que no eres más que un niño estúpido, un poco ridículo, que va por ahí contando cuentos chinos porque le gusta ser famoso y quiere que se hable de él.

—Yo nunca he buscado… Yo no quería… ¡Voldemort mató a mis padres! —farfulló Harry—. ¡Me hice famoso porque él mató a mi familia y porque no consiguió matarme a mí! ¿Quién va a querer ser famoso por algo así? ¿No se dan cuenta de que preferiría no haber…?

—Ya lo sabemos, Harry —dijo Ginny de todo corazón.

—Y como es lógico no han mencionado ni una sola palabra del ataque de los
dementores
—añadió Hermione—. Alguien se lo ha prohibido. Y eso sí habría sido una historia sonada:
dementores
sueltos… Ni siquiera han informado de que violaste el Estatuto Internacional del Secreto. Creíamos que lo harían, porque eso encaja perfectamente con esa imagen de ti, de fanfarrón estúpido. Creemos que están aguardando el momento de tu expulsión; entonces se van a poner las botas… Si te expulsan, claro —especificó—. Pero no deberían echarte; si se atienen a sus propias normas no pueden hacerlo, no tienen argumentos.

Había vuelto a salir el tema de la vista, y Harry no quería pensar en eso. Intentó hablar de otra cosa, pero no hizo falta que buscara nuevos temas de conversación porque en ese instante se oyeron pasos que subían por la escalera.

—¡Oh!

Fred le dio un fuerte tirón a la oreja extensible; se oyó otro estampido, y él y George se desaparecieron. Pasados unos segundos, la señora Weasley entró por la puerta del dormitorio.

—La reunión ha terminado, ya podéis bajar a cenar. Todos se mueren de ganas de verte, Harry. Por cierto, ¿quién ha dejado esas bombas fétidas frente a la puerta de la cocina?


Crookshanks
—dijo Ginny descaradamente—. Le encanta jugar con ellas.

—¡Ah! —dijo la señora Weasley—. Creía que quizá hubiera sido Kreacher; siempre está haciendo cosas raras. Bueno, no olvidéis bajar la voz cuando paséis por el vestíbulo. Ginny, llevas las manos sucias, ¿qué has estado haciendo? Ve y lávatelas antes de cenar, por favor.

Ginny sonrió a los otros y salió con su madre de la habitación, dejando solos a Harry, Ron y Hermione. Ron y Hermione se quedaron mirando a Harry con aprensión, como si temieran que empezara a gritar de nuevo ahora que se habían ido los demás. Al verlos tan nerviosos, Harry se sintió un poco avergonzado.

—Mirad… —masculló, pero Ron negó con la cabeza, y Hermione dijo en voz baja:

—Ya sabíamos que te enfadarías, Harry, no te culpamos de nada, de verdad, pero tienes que entenderlo, nosotros intentamos persuadir a Dumbledore…

—Sí, ya lo sé —dijo Harry de manera cortante. Buscó un tema de conversación que no estuviera relacionado con el director del colegio, porque cada vez que pensaba en Dumbledore le hervía la sangre.

—¿Quién es Kreacher? —preguntó.

—El elfo doméstico que vive aquí —contestó Ron—. Un auténtico chiflado.

Hermione miró a Ron frunciendo el entrecejo.

—No es ningún chiflado, Ron.

—Su única ambición es que le corten la cabeza y la coloquen en una placa, como hicieron con su madre —repuso Ron con enojo—. ¿Te parece eso normal, Hermione?

—Bueno, mira, si es un poco raro, él no tiene la culpa.

Ron miró al techo y luego a Harry.

—Hermione todavía anda liada con el
PEDDO
.

—¡No lo llames así! —protestó Hermione con indignación—. Es la pe, e, de, de, o, Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros. Y no soy sólo yo, Dumbledore también dice que hemos de ser amables con Kreacher.

—Vale, vale —admitió Ron—. Vamos, estoy muerto de hambre.

Salió seguido de sus amigos y fueron hasta el rellano, pero antes de que empezaran a bajar la escalera…

—¡Un momento! —dijo Ron por lo bajo, y extendió un brazo para impedir que Harry y Hermione siguieran caminando—. Todavía están en el vestíbulo, quizá oigamos algo.

Se asomaron con cautela por encima del pasamanos. El lúgubre vestíbulo que había debajo estaba abarrotado de magos y de brujas, entre ellos la guardia de Harry. Susurraban con emoción. En el centro del grupo, Harry vio la oscura y grasienta cabeza y la prominente nariz del profesor de Hogwarts que menos le gustaba: el profesor Snape. Harry se inclinó un poco más sobre el pasamanos. Le interesaba mucho saber qué hacía Snape en la Orden del Fénix…

En ese instante un delgado trozo de cuerda de color carne descendió ante los ojos de Harry. Miró hacia arriba y vio a Fred y a George en el rellano superior, bajando con cuidado la oreja extensible hacia el oscuro grupo de gente que había abajo. Pero, al cabo de un momento, todos empezaron a desfilar hacia la puerta de la calle y se perdieron de vista.

—¡Maldita sea! —oyó Harry susurrar a Fred mientras recogía de nuevo la oreja extensible.

Oyeron también cómo se abría la puerta de la calle, y luego cómo se cerraba.

—Snape nunca come aquí —le dijo Ron a Harry en voz baja—. Por suerte. ¡Vamos!

—Y no olvides hablar en voz baja en el vestíbulo, Harry —le susurró Hermione.

Cuando pasaban por delante de la hilera de cabezas de elfos domésticos colgadas en la pared, vieron a Lupin, a la señora Weasley y a Tonks junto a la puerta de la calle, cerrando mediante magia los numerosos cerrojos y cerraduras en cuanto los restantes magos hubieron salido.

—Comeremos en la cocina —susurró la señora Weasley al reunirse con ellos al pie de la escalera—. Harry, querido, si quieres cruzar el vestíbulo de puntillas, es esa puerta de ahí…

¡PATAPUM!

—¡Tonks! —gritó la señora Weasley, exasperada, y se dio la vuelta para mirar a la bruja.

—¡Lo siento! —gimoteó Tonks, que estaba tumbada en el suelo—. Es ese ridículo paragüero, es la segunda vez que tropiezo con…

Pero sus últimas palabras quedaron sofocadas por un espantoso, ensordecedor y espeluznante alarido.

Las apolilladas cortinas de terciopelo en que Harry se había fijado al llegar a la casa se habían separado, pero no había ninguna puerta detrás de ellas. Durante una fracción de segundo, Harry creyó que estaba mirando por una ventana, una ventana detrás de la cual una anciana con una gorra negra gritaba sin parar, como si estuvieran torturándola; pero entonces cayó en la cuenta de que no era más que un retrato de tamaño natural, aunque el más realista y desagradable que había visto en su vida.

La anciana echaba espuma por la boca, sus ojos giraban descontrolados y tenía la amarillenta piel de la cara tensa y tirante; los otros retratos que había en el vestíbulo detrás de ellos despertaron y empezaron a chillar también, hasta tal punto que Harry cerró con fuerza los ojos y se tapó las orejas con las manos para protegerse del ruido.

Lupin y la señora Weasley fueron corriendo hacia el retrato e intentaron cerrar las cortinas y tapar a la anciana, pero no podían con ellas y la anciana cada vez gritaba más fuerte y movía sus manos como garras; parecía que intentaba arañarles la cara.

—¡Cerdos! ¡Canallas! ¡Subproductos de la inmundicia y de la cochambre! ¡Mestizos, mutantes, monstruos, fuera de esta casa! ¿Cómo os atrevéis a contaminar la casa de mis padres?

Tonks seguía disculpándose por su torpeza mientras levantaba la enorme y pesada pierna de trol del suelo; la señora Weasley desistió de su intento de cerrar las cortinas y echó a correr por el vestíbulo, haciéndoles hechizos aturdidores a los otros retratos con su varita; y un hombre de largo cabello negro salió disparado por una puerta que Harry tenía enfrente.

—¡Cállate, vieja arpía! ¡Cállate! —bramó, y agarró la cortina que la señora Weasley acababa de soltar.

La anciana palideció de golpe.

—¡Tú! —rugió, mirando con los ojos como platos a aquel hombre—. ¡Traidor, engendro, vergüenza de mi estirpe!

—¡Te digo que te calles! —le gritó el hombre, y haciendo un esfuerzo descomunal, Lupin y él consiguieron cerrar las cortinas.

Cesaron los gritos de la anciana, y aunque todavía resonaba su eco, el silencio fue apoderándose del vestíbulo.

Jadeando ligeramente y apartándose el largo y negro cabello de la cara, Sirius, el padrino de Harry, se dio la vuelta.

—Hola, Harry —lo saludó con gravedad—. Veo que ya has conocido a mi madre.

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