Harry Potter. La colección completa (221 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Gracias, Mundungus, pero creo que podemos pasar sin los detalles de tus negocios —dijo la señora Weasley con aspereza mientras Ron se inclinaba sobre la mesa, riendo a carcajadas.

—Perdona, Molly —se apresuró a decir Mundungus, secándose las lágrimas y guiñándole un ojo a Harry—, pero es que Will se los había robado a Warty Harris, o sea, que en realidad yo no hice nada malo.

—No sé dónde aprendiste los conceptos del bien y del mal, Mundungus, pero creo que te perdiste un par de lecciones fundamentales —respondió la señora Weasley con frialdad.

Fred y George escondieron la cara detrás de sus copas de cerveza de mantequilla; George no paraba de hipar. Por algún extraño motivo, la señora Weasley le lanzó una mirada muy desagradable a Sirius antes de levantarse e ir a buscar un enorme pastel de ruibarbo que había de postre. Harry miró a su padrino.

—A Molly no le cae bien Mundungus —le dijo Sirius en voz baja.

—¿Cómo es posible que pertenezca a la Orden? —preguntó Harry, también en voz baja.

—Porque es útil —contestó Sirius—. Conoce a todos los sinvergüenzas; es lógico, puesto que él también lo es. Pero también es muy fiel a Dumbledore, que una vez lo sacó de un apuro. Conviene contar con alguien como Dung, porque él oye cosas que nosotros no oímos. Pero Molly cree que invitarlo a cenar es ir demasiado lejos. Todavía no lo ha perdonado por haber abandonado su puesto cuando se suponía que estaba vigilándote.

Tras tres raciones de pastel de ruibarbo con crema, a Harry empezó a apretarle la cintura de los vaqueros (lo cual resultaba un tanto alarmante, pues los había heredado de Dudley). Dejó la cuchara en el plato en el momento en que se hizo una pausa en la conversación general: el señor Weasley estaba recostado en el respaldo de la silla, saciado y relajado; Tonks, cuya nariz había recuperado su aspecto habitual, bostezaba abiertamente; y Ginny, que había conseguido hacer salir a
Crookshanks
de debajo del aparador, estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo, lanzándole al gato corchos de cerveza de mantequilla para que fuera a buscarlos.

—Creo que ya es hora de acostarse —dijo la señora Weasley con un bostezo.

—Todavía no, Molly —intervino Sirius, apartando su plato vacío y volviéndose para mirar a Harry—. Mira, estoy sorprendido. Creía que lo primero que harías en cuanto llegaras aquí sería empezar a hacer preguntas sobre Voldemort.

La atmósfera de la habitación cambió con aquella rapidez que Harry asociaba a la llegada de
dementores
. Hasta hacía unos segundos había reinado un ambiente relajado y soñoliento, pero de pronto se había vuelto tenso. Un escalofrío recorrió la mesa cuando Sirius pronunció el nombre de Voldemort. Lupin, que se disponía a beber un sorbo de vino, bajó con lentitud la copa y adoptó una expresión vigilante.

—¡Lo he hecho! —repuso Harry indignado—. Les he preguntado por él a Ron y a Hermione, pero me han dicho que como ellos no pertenecían a la Orden no…

—Y tienen razón —lo interrumpió la señora Weasley—. Sois demasiado jóvenes.

Estaba sentada, muy tiesa, en su silla, con los puños apretados sobre los reposabrazos; ya no había ni rastro de somnolencia en ella.

—¿Desde cuándo tiene uno que pertenecer a la Orden del Fénix para hacer preguntas? —terció Sirius—. Harry se ha pasado un mes encerrado en esa casa de
muggles
. Creo que tiene derecho a saber qué ha pasa…

—¡Un momento! —le cortó George.

—¿Por qué Harry puede hacer preguntas? —quiso saber Fred enojado.

—¡Nosotros llevamos un mes intentando sonsacaros algo y no habéis soltado prenda! —protestó George.

—«Sois demasiado jóvenes, no pertenecéis a la Orden» —dijo Fred con una vocecilla aguda increíblemente parecida a la de su madre—. ¡Harry ni siquiera es mayor de edad!

—Yo no tengo la culpa de que no os hayan contado a qué se dedica la Orden —comentó Sirius con calma—, eso lo han decidido vuestros padres. Harry, por otra parte…

—¡Tú no eres nadie para decidir lo que le conviene a Harry! —saltó la señora Weasley. Su rostro, por lo general amable, había adoptado una expresión amenazadora—. Supongo que no habrás olvidado lo que dijo Dumbledore.

—¿A qué te refieres en concreto? —preguntó Sirius con educación, pero con el tono de quien se prepara para pelear.

—A lo de que no teníamos que contarle a Harry más de lo que necesita saber —dijo la señora Weasley poniendo mucho énfasis en las dos últimas palabras.

Ron, Hermione, Fred y George giraban la cabeza de un lado a otro, de Sirius a la señora Weasley, como si estuvieran mirando un partido de tenis. Ginny estaba arrodillada en medio de un montón de corchos de cerveza de mantequilla abandonados, y escuchaba la conversación con la boca entreabierta. Lupin no apartaba los ojos de Sirius.

—No pretendo contarle más de lo que necesita saber, Molly —aseguró Sirius— Pero dado que fue él quien vio regresar a Voldemort —una vez más, un estremecimiento colectivo recorrió la mesa después de que Sirius pronunciara ese nombre—, tiene más derecho que nadie a…

—¡Harry no es miembro de la Orden del Fénix! —dijo la señora Weasley—. Sólo tiene quince años y…

—Y se ha enfrentado a situaciones más graves que muchos de nosotros —afirmó Sirius.

—¡Nadie pone en duda lo que ha hecho! —exclamó la señora Weasley elevando la voz; sus puños temblaban sobre los reposabrazos de la silla—. Pero sigue siendo…

—¡No es ningún niño! —soltó Sirius con impaciencia.

—¡Tampoco es ningún adulto! —insistió la señora Weasley, cuyas mejillas estaban poniéndose coloradas—. ¡Harry no es James, Sirius!

—Sé perfectamente quién es, Molly, muchas gracias —dijo Sirius en un tono frío.

—¡No estoy muy segura! —le espetó la señora Weasley—. A veces, por cómo le hablas, se diría que crees que has recuperado a tu amigo.

—¿Y qué hay de malo en eso? —preguntó Harry.

—¡Lo que hay de malo, Harry, es que tú no eres tu padre, por mucho que te parezcas a él! —le respondió la señora Weasley sin apartar los ojos de Sirius—. ¡Todavía vas al colegio, y los adultos responsables de ti no deberían olvidarlo!

—¿Significa eso que soy un padrino irresponsable? —preguntó Sirius elevando la voz.

—Significa que otras veces has actuado con precipitación, Sirius, y por eso Dumbledore no para de recordarte que debes quedarte en casa y…

—¡Si no te importa, vamos a dejar a un lado las instrucciones que he recibido de Dumbledore! —gritó Sirius.

—¡Arthur! —exclamó la señora Weasley buscando con la mirada a su marido— ¡Apóyame, Arthur!

El señor Weasley no habló de inmediato. Se quitó las gafas y se puso a limpiarlas parsimoniosamente con su túnica sin mirar a su mujer. No contestó hasta que se las hubo colocado de nuevo con mucho cuidado.

—Dumbledore sabe que la situación ha cambiado, Molly. Está de acuerdo en que habrá que informar a Harry, hasta cierto punto, ahora que va a quedarse en el cuartel general.

—¡Sí, pero eso no es lo mismo que invitarlo a preguntar todo lo que quiera!

—Personalmente —terció Lupin con voz queda, apartando por fin la vista de Sirius, mientras la señora Weasley giraba con rapidez la cabeza hacia él, creyendo que por fin iba a tener un aliado— creo que es mejor que nosotros le expliquemos a Harry los hechos, no todos, Molly, sino la idea general, a que obtenga una versión tergiversada a través de… otros.

Su expresión era afable, pero Harry estaba seguro de que por lo menos Lupin sabía que algunas orejas extensibles habían sobrevivido a la purga de la señora Weasley.

—Bueno —cedió ésta, respirando hondo y recorriendo la mesa con la mirada por si alguien le ofrecía su apoyo, lo cual no ocurrió—; bueno…, ya veo que mi opinión queda invalidada. Sólo voy a decir una cosa: Dumbledore debía de tener sus razones para no querer que Harry supiera demasiado, y hablo como alguien que desea lo mejor para Harry…

—Harry no es hijo tuyo —dijo Sirius en voz baja.

—Como si lo fuera —repuso la señora Weasley con fiereza—. ¿A quién más tiene?

—¡Me tiene a mí!

—Sí —respondió la señora Weasley torciendo el gesto—, pero no te ha resultado nada fácil cuidar de él mientras estabas encerrado en Azkaban, ¿verdad?

Sirius hizo ademán de levantarse de la silla.

—Molly, tú no eres la única de los que estamos aquí que se preocupa por Harry —intervino Lupin con dureza—. Siéntate, Sirius. —A la señora Weasley le temblaba el labio inferior. Sirius volvió a sentarse con lentitud en la silla, pálido como la cera—. Creo que Harry tiene derecho a opinar en este asunto —continuó Lupin—. Es lo bastante mayor para decidir por sí mismo.

—Quiero saber qué ha estado pasando —dijo Harry de inmediato.

No miró a la señora Weasley. Le había conmovido que hubiera dicho que lo consideraba casi como un hijo suyo, pero también estaba un poco harto de sus mimos. Sirius tenía razón: ya no era un crío.

—Muy bien —dijo la señora Weasley con la voz quebrada—. Ginny, Ron, Hermione, Fred y George: salid ahora mismo de la cocina.

Hubo un repentino revuelo.

—¡Nosotros somos mayores de edad! —gritaron Fred y George al unísono.

—Si a Harry le dejan, ¿por qué a mí no? —protestó Ron.

—¡Mamá, yo quiero oírlo! —gimoteó Ginny.

—¡No! —sentenció la señora Weasley, levantándose y echando chispas por los ojos—. Os prohíbo terminantemente…

—Molly, a Fred y a George no puedes impedírselo —dijo el señor Weasley con tono cansino—. Son mayores de edad.

—Todavía van al colegio.

—Pero legalmente ya son adultos —replicó el señor Weasley de nuevo con la misma voz cansada.

La señora Weasley estaba colorada de ira.

—Pero ¿cómo…? Bueno, está bien, Fred y George pueden quedarse, pero Ron…

—¡De todos modos, Harry nos lo contará todo a Hermione y a mí! —aseguró Ron con vehemencia—. ¿Verdad? —añadió con aire vacilante mirando a su amigo.

Durante una fracción de segundo Harry estuvo a punto de decirle a Ron que no pensaba contarle ni una sola palabra, que así se enteraría de lo que era quedarse en la inopia y podría ver si le gustaba. Pero ese malvado impulso se desvaneció cuando Harry y Ron se miraron.

—Pues claro —afirmó Harry.

Ron y Hermione sonrieron radiantes.

—¡Muy bien! —gritó la señora Weasley—. ¡Muy bien! ¡Ginny! ¡A la cama!

Ginny no obedeció sin quejarse. Pudieron oír cómo protestaba y despotricaba contra su madre mientras subía la escalera, y cuando llegó al vestíbulo, los ensordecedores chillidos de la señora Black se añadieron al barullo. Lupin salió corriendo para tapar el retrato. Sirius esperó a que éste hubiera regresado a la cocina, hubiera cerrado la puerta tras él y se hubiera sentado de nuevo a la mesa, y entonces habló:

—Está bien, Harry… ¿Qué quieres saber?

Harry respiró hondo y formuló la pregunta que lo había obsesionado durante un mes.

—¿Dónde está Voldemort? —preguntó, ignorando los nuevos estremecimientos y las muecas de dolor que provocó al pronunciar otra vez ese nombre—. ¿Qué está haciendo? He mirado las noticias
muggles
y todavía no he visto nada que llevara su firma, ni muertes extrañas ni nada.

—Eso es porque todavía no ha habido ninguna muerte extraña —le explicó Sirius—, al menos que nosotros sepamos. Y sabemos bastante.

—Más de lo que él cree —añadió Lupin.

—¿Cómo puede ser que haya dejado de matar gente? —preguntó Harry. Sabía que Voldemort había matado más de una vez en el último año.

—Porque no quiere llamar la atención —contestó Sirius—. Eso sería peligroso para él. Verás, su regreso no fue como él lo había planeado. Lo estropeó todo.

—O, mejor dicho, tú se lo estropeaste todo —apuntó Lupin con una sonrisa de satisfacción.

—¿Cómo? —preguntó Harry, perplejo.

—¡Él no esperaba que sobrevivieras! —dijo Sirius—. Nadie, aparte de sus
mortífagos
, tenía que saber que él había regresado. Pero tú sobreviviste para atestiguarlo.

—Y la última persona que él quería que se enterara de su regreso era Dumbledore —añadió Lupin—. Y tú te encargaste de que Dumbledore lo supiera de inmediato.

—¿De qué ha servido eso? —continuó Harry.

—¿Lo dices en broma? —se extrañó Bill, incrédulo—. ¡Dumbledore era la única persona a la que Quien-tú-sabes había tenido miedo!

—Gracias a ti, Dumbledore pudo llamar a la Orden del Fénix una hora después del regreso de Voldemort —aclaró Sirius.

—¿Y qué ha hecho la Orden del Fénix hasta ahora? —preguntó Harry mirando a todos los presentes.

—Trabajar duro para asegurarnos de que Voldemort no pueda llevar a cabo sus planes —respondió Sirius.

—¿Cómo sabéis cuáles son sus planes? —preguntó rápidamente Harry.

—Dumbledore tiene una idea aproximada —dijo Lupin—, y en general las ideas aproximadas de Dumbledore resultan ser muy exactas.

—¿Y qué se imagina Dumbledore que está planeando?

—Bueno, en primer lugar quiere reconstruir su ejército —explicó Sirius—. En el pasado disponía de un grupo muy numeroso: brujas y magos a los que había intimidado o cautivado para que lo siguieran, sus leales
mortífagos
, una gran variedad de criaturas tenebrosas. Tú oíste que planeaba reclutar a los gigantes; pues bien, ellos son sólo uno de los grupos detrás de los que anda. Como es lógico, no va a tratar de apoderarse del Ministerio de Magia con sólo una docena de
mortífagos
.

—Entonces, ¿vosotros intentáis impedir que capte a más seguidores?

—Hacemos todo lo que podemos —respondió Lupin.

—¿Cómo?

—Bueno, lo principal es convencer a cuantos más mejor de que es verdad que Quien-tú-sabes ha regresado, y de ese modo ponerlos en guardia —dijo Bill—. Pero no está resultando fácil.

—¿Por qué?

—Por la actitud del Ministerio —terció Tonks—. Ya viste a Cornelius Fudge después del regreso de Quien-tú-sabes, Harry. Y no ha modificado en absoluto su postura. Se niega rotundamente a creer que haya ocurrido.

—Pero ¿por qué? —se extrañó Harry, desesperado—. ¿Por qué es tan idiota? Si Dumbledore…

—Precisamente: has puesto el dedo en la llaga —lo interrumpió el señor Weasley con una sonrisa irónica—. Dumbledore.

—Fudge le tiene miedo —dijo Tonks con tristeza.

—¿Que le tiene miedo a Dumbledore? —repitió Harry, incrédulo.

—Tiene miedo de sus planes —explicó el señor Weasley—. Fudge cree que Dumbledore se ha propuesto derrocarlo y que quiere ser ministro de Magia.

Other books

After The Storm by Nee, Kimberly
This Glittering World by T. Greenwood
Sex Ed by Myla Jackson
Chasing the Dragon by Jackie Pullinger
Beyond Me by Jennifer Probst