Harry Potter. La colección completa (229 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—No si actualmente los
dementores
estuvieran recibiendo órdenes de alguien que no es el Ministerio de Magia —repuso Dumbledore sin perder la calma—. Ya te he explicado lo que opino de este asunto, Cornelius.

—Sí, ya me lo has explicado —dijo Fudge con energía—, y no tengo ningún motivo para creer que tus opiniones sean otra cosa que paparruchas, Dumbledore. Los
dementores
están donde tienen que estar, en Azkaban, y hacen todo lo que nosotros les ordenamos.

—En ese caso —prosiguió Dumbledore en voz baja pero con mucha claridad— tenemos que preguntarnos por qué alguien del Ministerio ordenó a un par de
dementores
que fueran a ese callejón el dos de agosto…

En medio del absoluto silencio con que fueron recibidas las palabras de Dumbledore, la bruja que estaba sentada a la derecha de Fudge se inclinó hacia delante y Harry pudo verla por primera vez.

Le pareció que era como un sapo, enorme y blanco. Era bajita y rechoncha, con una cara ancha y fofa, muy poco cuello, como tío Vernon, y una boca también muy ancha y flácida. Tenía los ojos grandes, redondos y un poco saltones. Hasta el pequeño lazo de terciopelo negro que llevaba en el pelo, corto y rizado, le recordó a una gran mosca que la bruja fuese a cazar con una larga y pegajosa lengua en cualquier momento.

—La presidencia le concede la palabra a Dolores Jane Umbridge, subsecretaría del ministro —dijo Fudge.

La bruja habló con una voz chillona, cantarina e infantil que sorprendió a Harry, pues estaba esperando oírla croar.

—Estoy segura de que no lo he entendido bien, profesor Dumbledore —afirmó con una sonrisa tonta que hizo aún más fríos sus redondos ojos—. ¡Qué necia soy! Pero ¡por un brevísimo instante me ha parecido que insinuaba usted que el Ministerio de Magia había ordenado a los
dementores
que atacaran a este muchacho!

Soltó una risa clara que hizo que a Harry se le erizara el vello de la nuca. Algunos miembros del Wizengamot rieron con ella. Sin embargo, estaba más claro que el agua que ninguno de ellos lo encontraba divertido.

—Si es cierto que los
dementores
sólo reciben órdenes del Ministerio de Magia, y si también es cierto que dos
dementores
atacaron a Harry y a su primo hace una semana, se deduce, por lógica, que alguien del Ministerio ordenó el ataque —aventuró Dumbledore con educación—. Aunque, evidentemente, esos dos
dementores
en particular podían estar fuera del control del Ministerio…

—¡No hay
dementores
fuera del control del Ministerio! —le espetó Fudge, que se había puesto rojo como un tomate.

Dumbledore, condescendiente, inclinó la cabeza.

—Entonces no cabe duda de que el Ministerio llevará a cabo una rigurosa investigación para averiguar qué hacían dos
dementores
tan lejos de Azkaban y por qué atacaron sin autorización.

—¡No te corresponde a ti decidir lo que el Ministerio de Magia tiene que hacer o dejar de hacer, Dumbledore! —exclamó Fudge, cuyo rostro estaba adquiriendo un tono morado del que tío Vernon habría estado orgulloso.

—Por supuesto que no —dijo Dumbledore con la misma serenidad—. Me he limitado a expresar mi convencimiento de que este asunto no dejará de ser investigado.

Dumbledore miró a Madame Bones, que se colocó bien el monóculo y observó con atención a Dumbledore frunciendo el entrecejo.

—¡Quiero recordar a todos los presentes que el comportamiento de esos
dementores
, suponiendo que no sean producto de la imaginación de este chico, no es el tema de la presente vista! —aclaró Fudge—. ¡Estamos aquí para analizar el atentado de Harry Potter contra el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad!

—Claro que sí —coincidió Dumbledore—, pero la presencia de dos
dementores
en ese callejón está relacionada con el caso. La cláusula número siete del Decreto estipula que se puede emplear la magia delante de
muggles
en circunstancias excepcionales, y dado que esas circunstancias excepcionales incluyen situaciones en que se ve amenazada la vida de un mago o de una bruja, ellos mismos o cualquier otro mago, bruja o
muggle
que se encuentre en el lugar de los hechos en el momento de…

—¡Ya conocemos la cláusula número siete, muchas gracias! —gruñó Fudge.

—Por supuesto —aceptó Dumbledore con cortesía—. Entonces estamos de acuerdo en que el hecho de que Harry utilizara un encantamiento
patronus
en ese momento encaja perfectamente en la categoría de circunstancias excepcionales que describe la cláusula, ¿no?

—Suponiendo que sea cierto que había
dementores
, lo cual pongo en duda.

—Lo ha confirmado un testigo presencial —le recordó Dumbledore—. Si todavía dudas de su veracidad, vuelve a llamarla e interrógala otra vez. Estoy seguro de que no tendrá ningún inconveniente en declarar de nuevo.

—Yo…, eso… no… —rugió Fudge moviendo los papeles que tenía delante—. ¡Quiero liquidar este asunto hoy mismo, Dumbledore!

—Pero, como es lógico, no te importaría tener que escuchar a un testigo las veces que hiciera falta, a no ser que, por no hacerlo, te arriesgaras a cometer una grave injusticia —insinuó Dumbledore.

—¡Una grave injusticia! ¡Por las barbas de…! —gritó Fudge—. ¿Te has molestado alguna vez en enumerar los cuentos chinos que se ha inventado este chico, Dumbledore, mientras intentabas encubrir sus flagrantes usos indebidos de la magia fuera del colegio? Supongo que ya te has olvidado del encantamiento levitatorio que empleó hace tres años…

—¡No fui yo! ¡Fue un elfo doméstico! —protestó Harry.

—¿Lo ves? —bramó Fudge señalando aparatosamente a Harry—. ¡Un elfo doméstico! ¡En una casa de
muggles
! Ya me contarás.

—El elfo doméstico en cuestión trabaja en la actualidad para el Colegio Hogwarts —aclaró Dumbledore—. Si quieres puedo hacerlo venir aquí de inmediato para declarar.

—¡No tengo tiempo de escuchar a elfos domésticos! Además, ésa no fue la única vez que… ¡Recuerda que infló a su tía, por todos los demonios! —chilló Fudge, que luego dio un puñetazo en el estrado y volcó un tintero.

—Y en aquella ocasión tuviste la amabilidad de no presentar cargos contra él, aceptando, supongo, que ni siquiera los mejores magos controlan siempre sus emociones —afirmó Dumbledore con calma mientras Fudge intentaba quitar la mancha de tinta de sus notas.

—Y todavía no me he metido con lo que hace en el colegio.

—Pero como el Ministerio no tiene autoridad para castigar a los alumnos de Hogwarts por faltas cometidas en el colegio, la conducta de Harry allí no viene al caso en esta vista —sentenció Dumbledore con mayor educación que nunca, pero con un deje de frialdad en la voz.

—¡Vaya! —exclamó Fudge—. ¡Así que lo que haga en el colegio no es asunto nuestro! ¿Eso crees?

—El Ministerio no tiene competencia para expulsar a los alumnos de Hogwarts, Cornelius, como ya te recordé la noche del dos de agosto —dijo Dumbledore—. Y tampoco tiene derecho a confiscar varitas mágicas hasta que los cargos hayan sido comprobados satisfactoriamente, como también te recordé la noche del dos de agosto. Con tus admirables prisas por asegurarte de que se respete la ley, creo que tú mismo has pasado por alto, sin querer, eso sí, unas cuantas leyes.

—Las leyes pueden cambiarse —afirmó Fudge con rabia.

—Por supuesto que pueden cambiarse —admitió Dumbledore inclinando la cabeza—. Y por lo visto tú estás introduciendo muchos cambios, Cornelius. ¡Porque, en las pocas semanas que hace que se me pidió que abandonara el Wizengamot, se juzga en un tribunal penal un simple caso de magia en menores de edad!

Unos cuantos magos de los bancos superiores se removieron incómodos en los asientos. Fudge adquirió un tono morado algo más oscuro. La bruja con cara de sapo que estaba sentada a su derecha, sin embargo, se limitó a mirar a Dumbledore con gesto inexpresivo.

—Que yo sepa —continuó Dumbledore— todavía no hay ninguna ley que diga que la misión de este tribunal es castigar a Harry por todas las veces que ha empleado la magia. Ha sido acusado de un delito concreto y ha presentado su defensa. Lo único que nos queda por hacer a él y a mí es esperar el veredicto.

Dumbledore volvió a juntar las yemas de los dedos y no dijo nada más. Fudge lo observaba con odio, claramente indignado. Harry miró de reojo a Dumbledore buscando algún gesto tranquilizador; no estaba del todo convencido de que Dumbledore hubiera hecho bien diciéndole al Wizengamot que, en efecto, ya iba siendo hora de que tomara una decisión. Sin embargo, Dumbledore seguía sin percatarse, en apariencia, de que Harry intentaba establecer una mirada cómplice con él, y continuaba dirigiendo la vista hacia los bancos, donde todos los miembros del Wizengamot se habían puesto a hablar entre sí con apremiantes susurros.

Harry se miró los pies. Su corazón, que parecía haberse inflado hasta adquirir un tamaño desmesurado, latía con violencia bajo las costillas. Se había imaginado que la vista duraría más, y no estaba seguro de haber causado una buena impresión. En realidad no había hablado mucho. Tendría que haber dado más detalles sobre el ataque de los
dementores
, tendría que haber explicado cómo había caído al suelo y cómo los
dementores
habían estado a punto de besarlos a él y a Dursley…

En dos ocasiones levantó la cabeza, miró a Fudge y despegó los labios para hablar, pero su desbocado corazón le apretaba las vías respiratorias, y en las dos ocasiones se limitó a respirar hondo y a agachar de nuevo la cabeza para seguir mirándose los pies.

De pronto cesaron los susurros. Harry estaba deseando mirar a los jueces, pero se dio cuenta de que era muchísimo más fácil seguir examinando los cordones de sus zapatillas.

—Los que estén a favor de absolver al acusado de todos los cargos… —anunció la atronadora voz de Madame Bones.

Harry levantó la cabeza con una sacudida. Vio varias manos levantadas, muchas… ¡Más de la mitad! Respirando entrecortadamente intentó contarlas, pero antes de que hubiera terminado Madame Bones dijo:

—Los que estén a favor de condenarlo…

Fudge levantó la mano; lo mismo hicieron media docena más, entre ellos la bruja que tenía a la derecha, el mago del poblado bigote y la bruja de pelo crespo de la segunda fila.

Fudge los recorrió a todos con la mirada. Parecía que tuviera algo atascado en la garganta. Luego bajó la mano, respiró hondo dos veces y dijo con la voz alterada por la rabia contenida:

—Muy bien. Muy bien… Absuelto de todos los cargos.

—Excelente —dijo Dumbledore con contundencia, y se puso de inmediato en pie. Sacó su varita e hizo desaparecer las dos butacas de chintz—. Bueno, debo irme. Que tengan todos un buen día.

Y sin mirar siquiera una vez a Harry, salió majestuosamente de la mazmorra.

9
Las tribulaciones de la señora Weasley

La súbita partida de Dumbledore pilló por sorpresa a Harry, que se quedó sentado donde estaba, en la silla con cadenas, debatiéndose entre la conmoción y el alivio. Los miembros del Wizengamot empezaron a levantarse, hablando entre ellos, mientras recogían sus papeles y los guardaban. Harry también se levantó. Nadie le prestaba la más mínima atención, excepto la bruja con cara de sapo que había estado sentada a la derecha de Fudge, y que en ese instante lo miraba a él en lugar de a Dumbledore desde el estrado. Harry no le hizo caso e intentó captar la mirada de Fudge o la de Madame Bones, porque quería preguntarles si ya podía marcharse; pero el ministro parecía decidido a hacer caso omiso de Harry, y Madame Bones estaba muy ocupada con su maletín, así que el muchacho dio unos pasos vacilantes hacia la salida y, como nadie lo llamó, echó a andar muy deprisa.

Los últimos metros los hizo corriendo; abrió la puerta de un tirón y casi chocó con el señor Weasley, que estaba de pie fuera, pálido y con gesto preocupado.

—Dumbledore no me ha dicho…

—¡Absuelto! —gritó Harry cerrando la puerta tras el—. ¡Absuelto de todos los cargos!

El señor Weasley sonrió, radiante, y agarró al chico por los hombros.

—¡Eso es fantástico, Harry! Bueno, era evidente que no podían declararte culpable con las pruebas que tenían, pero, aun así, no puedo decir que no estuviera… —Pero el hombre no terminó la frase porque la puerta de la sala del tribunal acababa de abrirse otra vez. Los miembros del Wizengamot comenzaron a desfilar por ella—. ¡Por las barbas de Merlín! —exclamó el señor Weasley, sorprendido, y apartó a Harry para dejarlos pasar—. ¿Te ha juzgado el tribunal en pleno?

—Creo que sí —contestó Harry.

Uno o dos magos saludaron a Harry al pasar, y otros, entre ellos Madame Bones, dijeron al señor Weasley: «Buenos días, Arthur.» Sin embargo, la mayoría esquivó su mirada. Cornelius Fudge y la bruja con cara de sapo fueron de los últimos en abandonar la mazmorra. Fudge se comportó como si el señor Weasley y Harry fueran parte de la pared, pero la bruja, una vez más, miró de arriba abajo a Harry al pasar a su lado. El último en salir fue Percy. Al igual que había hecho Fudge, ignoró por completo a su padre y a Harry; pasó sin decir nada con un gran rollo de pergamino y un puñado de plumas de recambio en las manos, con la espalda rígida y la barbilla levantada. Los labios del señor Weasley se tensaron ligeramente, pero aparte de eso no dio señales de haber visto a su tercer hijo.

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