Harry Potter. La colección completa (231 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Sólo hay dos nuevos —comentó leyendo la lista—.
Libro reglamentario de hechizos, 5° curso,
de Miranda Goshawk, y
Teoría de defensa mágica,
de Wilbert Slinkhard.

¡CRAC!

Fred y George se habían aparecido al lado de Harry. Él ya estaba tan acostumbrado a que lo hicieran que ni siquiera se cayó de la silla.

—Nos gustaría saber quién ha elegido el libro de Slinkhard —comentó Fred.

—Porque eso significa que Dumbledore ha encontrado un nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras añadió George.

—Y ya era hora, por cierto —dijo Fred.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Harry saltando de la silla.

—Verás, hace unas semanas captamos con las orejas extensibles una conversación de papá y mamá —le explicó Fred—, y por lo que decían, a Dumbledore le estaba costando mucho trabajo encontrar a alguien que estuviera dispuesto a dar esa asignatura este año.

—Lo cual no es de extrañar, teniendo en cuenta lo que les ha pasado a los cuatro anteriores —apuntó George.

—Uno despedido, uno muerto, uno sin memoria y uno encerrado nueve meses en un baúl —contó Harry ayudándose con los dedos—. Sí, ya te entiendo.

—¿Qué te pasa, Ron? —le preguntó Fred a su hermano.

Ron no contestó, y Harry se dio la vuelta y vio que su amigo estaba de pie, muy quieto, con la boca un poco abierta, contemplando la carta que había recibido de Hogwarts.

—¿Qué pasa? —insistió Fred, y se colocó detrás de Ron para ver el trozo de pergamino por encima de su hombro. Fred también abrió la boca—. ¿Prefecto? —dijo, mirando la nota con incredulidad—. ¿Tú, prefecto?

George se abalanzó sobre su hermano menor, le arrancó el sobre que tenía en la otra mano y lo puso boca abajo. Harry vio que una cosa de color escarlata y dorado caía en la palma de la mano de George.

—No puede ser —murmuró éste en voz baja.

—Tiene que haber un error —aseguró Fred arrancándole la carta de la mano a Ron y poniéndola a contraluz, como si buscara una filigrana—. Nadie en su sano juicio nombraría prefecto a Ron. —Los gemelos giraron la cabeza al unísono y se quedaron mirando a Harry—. ¡Estábamos seguros de que te nombrarían a ti! —exclamó Fred con un tono que sugería que Harry los había engañado.

—¡Creíamos que Dumbledore se vería obligado a nombrarte a ti! —dijo George con indignación.

—¡Después de ganar el Torneo de los tres magos! —añadió Fred.

—Supongo que todo el jaleo lo ha perjudicado —le comentó George a su gemelo.

—Sí —repuso Fred—. Sí, has causado demasiados problemas, amigo. Bueno, al menos uno de vosotros dos tiene claro cuáles son sus prioridades. —Y se acercó a Harry y le dio una palmada en la espalda mientras le lanzaba una mirada mordaz a Ron—. Prefecto… El pequeño Ronnie, prefecto…

—¡Oh, no va a haber quien aguante a mamá! —gruñó George poniéndole la insignia de prefecto en la mano a Ron, como si pudiera contaminarse con ella.

Ron, que todavía no había dicho nada, cogió la insignia, se quedó mirándola un momento y luego se la mostró a Harry. Parecía que le pedía una confirmación de su autenticidad. Harry la cogió. Había una gran «P» superpuesta en el león de Gryffindor. Había visto una insignia idéntica en el pecho de Percy en su primer día en Hogwarts.

En ese momento la puerta se abrió de par en par y Hermione irrumpió en la habitación con las mejillas coloradas y el pelo por los aires. Llevaba un sobre en la mano.

—¿Vosotros… también…? —Vio la insignia que Harry tenía en la mano y soltó un chillido—. ¡Lo sabía! —gritó emocionada blandiendo su carta—. ¡Yo también, Harry, yo también!

—No —se apresuró a decir Harry, y le puso la insignia en la mano a Ron—. No es mía, es de Ron.

—¿Cómo dices?

—El prefecto es Ron, no yo.

—¿Ron? —se extrañó la chica, y se quedó con la boca abierta—. Pero… ¿estás seguro? Quiero decir…

Se puso muy roja cuando Ron la miró con expresión desafiante.

—El sobre va dirigido a mi nombre —afirmó él.

—Yo… —balbuceó Hermione muy apabullada—. Yo… Bueno… ¡Vaya! ¡Felicidades, Ron! Es totalmente…

—Inesperado —acabó George haciendo un movimiento afirmativo con la cabeza.

—No —dijo Hermione ruborizándose aún más—, no, no es nada inesperado. Ron ha hecho cantidad de… Es verdaderamente…

La puerta que había a su espalda se abrió un poco más y la señora Weasley entró en la habitación cargada de ropa recién planchada.

—Ginny me ha dicho que por fin han llegado las listas de libros —comentó echando un vistazo a los sobres mientras iba hacia la cama y empezaba a ordenar la ropa en dos montones—. Si me las dais, iré al callejón Diagon esta tarde y os compraré los libros mientras vosotros hacéis el equipaje. Ron, tendré que comprarte más pijamas, éstos se te han quedado al menos quince centímetros cortos. No puedo creer que hayas crecido tanto… ¿De qué color los quieres?

—Cómpraselos rojos y dorados para que hagan juego con su insignia —dijo George con una sonrisita de suficiencia.

—¿Para que hagan juego con qué? —preguntó la señora Weasley, distraída, mientras doblaba unos calcetines granates y los colocaba en el montón de ropa de Ron.

—Con su insignia —respondió Fred como quien quiere liquidar un asunto desagradable cuanto antes—. Su preciosa y reluciente nueva insignia de prefecto.

Las palabras de Fred tardaron un momento en llegar al cerebro de la señora Weasley, pero fulminaron su preocupación por los pijamas de su hijo.

—Su… Pero si… Ron, tú no… —Ron le enseñó la insignia y la señora Weasley soltó un chillido muy parecido al de Hermione—. ¡No puedo creerlo! ¡No puedo creerlo! ¡Oh, Ron, qué maravilla! ¡Prefecto! ¡Como todos en la familia!

—¿Y quiénes somos Fred y yo, los vecinos de enfrente? —preguntó George, indignado, cuando su madre lo apartó de un empujón y se lanzó a abrazar a su hijo menor.

—¡Ya verás cuando lo sepa tu padre! ¡Ron, estoy tan orgullosa de ti, qué noticia tan fabulosa, quizá acaben nombrándote delegado, como a Bill y a Percy, es el primer paso! ¡Oh, qué gran noticia en medio de todos estos problemas, estoy encantada, oh, Ronnie!

A espaldas de su madre, Fred y George se pusieron a fingir que vomitaban, pero la señora Weasley no se dio ni cuenta porque estaba abrazada a Ron, cubriéndole la cara de besos. Ron estaba más colorado que su insignia.

—Mamá…, no… Mamá, contrólate… —balbuceó intentando apartarla.

La señora Weasley lo soltó y, casi sin aliento, dijo:

—Bueno, ¿qué quieres que te regalemos? A Percy le regalamos una lechuza, pero tú ya tienes una, claro.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el chico, que no podía dar crédito a sus oídos.

—¡Mereces una recompensa por esto! —afirmó la señora Weasley con cariño— ¿Qué te parece una túnica de gala nueva?

—Nosotros ya le hemos comprado una —dijo Fred con amargura, como si lamentara sinceramente tanta generosidad.

—O un caldero nuevo. El de Charlie está tan viejo que está agujereándose. O una rata nueva; siempre te gustó Scabbers…

—Mamá —aventuró Ron esperanzado—, ¿podéis comprarme una escoba? —El rostro de la mujer se ensombreció un poco, pues las escobas eran caras—. ¡No hace falta que sea muy buena! —se apresuró a añadir Ron—. Me conformo con que sea nueva…

La señora Weasley vaciló, pero acabó sonriendo.

—Claro que sí, hijo mío… Bueno, será mejor que me dé prisa si también tengo que comprar una escoba. Ya os veré más tarde… ¡El pequeño Ronnie, prefecto! Y no os olvidéis de hacer el equipaje… ¡Prefecto! ¡Oh, qué nerviosa estoy!

Volvió a besar a Ron en la mejilla, aspiró ruidosamente por la nariz y salió a toda velocidad de la habitación.

Fred y George se miraron.

—No te importará que nosotros no te besemos, ¿verdad, Ron? —dijo Fred con una voz falsamente nerviosa.

—Si quieres, podemos hacerte una reverencia —añadió George.

—Dejadme en paz —replicó Ron frunciendo el entrecejo.

—Y si no te dejamos en paz, ¿qué? —dijo Fred dibujando una maliciosa sonrisa—. ¿Vas a castigarnos?

—Me encantaría ver cómo lo intenta —se burló George.

—¡Podría hacerlo si no os andáis con cuidado! —intervino una enojada Hermione.

Fred y George rompieron a reír, y Ron murmuró:

—Déjalo ya, Hermione.

—Vamos a tener que ir con mucho cuidado, George —dijo Fred fingiendo que temblaba—, con estos dos vigilándonos…

—Sí, por lo visto se nos ha acabado lo de hacer el gamberro —añadió George moviendo la cabeza.

Y con otro sonoro ¡crac!, los gemelos se desaparecieron.

—¡Vaya par! —exclamó Hermione, furiosa, mirando al techo, a través del cual oían a Fred y a George, que se reían a carcajadas en la habitación del piso de arriba—. No les hagas caso, Ron, lo que ocurre es que están celosos.

—No lo creo —dijo Ron mirando también hacia el techo—. Siempre han dicho que sólo nombran prefectos a los imbéciles… —Luego, con un tono de voz más alegre, continuó—: Pero ¡ellos nunca han tenido escobas nuevas! Me habría gustado ir con mamá y elegirla… Ella no me puede comprar una Nimbus, pero ha salido una Barredora nueva que me encantaría… Sí, creo que voy a decirle que me gustaría que me comprara una Barredora, para que lo sepa…

Salió corriendo de la habitación, y Harry y Hermione se quedaron solos.

Por algún extraño motivo, a Harry no le apetecía nada mirar a Hermione. Se volvió hacia su cama, cogió el montón de ropa limpia que la señora Weasley había dejado encima y fue hacia su baúl.

—Harry… —empezó a decir la muchacha con timidez.

—Felicidades, Hermione —dijo Harry tan efusivamente que no parecía su voz; y, todavía sin mirarla, añadió—: Es fantástico. Prefecta. Genial.

—Gracias —contestó Hermione—. Esto… Harry, ¿me prestas a
Hedwig
para que pueda contárselo a mis padres? Se pondrán muy contentos. Bueno, creo que entenderán lo que significa que me hayan nombrado prefecta.

—¡Sí, claro! —exclamó Harry con aquella espantosa voz efusiva que no le pertenecía—. ¡Cógela!

Se inclinó sobre su baúl, puso las túnicas en el fondo y fingió que buscaba algo dentro, mientras Hermione iba hacia el armario y llamaba a
Hedwig
. Pasaron unos momentos; Harry oyó que se cerraba la puerta, pero siguió doblado por la cintura, escuchando; lo único que oía eran las risitas del cuadro en blanco de la pared y los eructos de la papelera del rincón.

Se enderezó y giró la cabeza. Hermione se había marchado y
Hedwig
no estaba. Harry volvió con lentitud a su cama y se sentó en ella, clavando la vista en las patas del armario.

Había olvidado por completo que elegían a los prefectos en quinto. Había estado tan preocupado con la posibilidad de que lo expulsaran del colegio que no se había parado a considerar que las insignias debían de estar viajando hacia sus destinatarios. Pero si lo hubiera recordado…, si hubiera pensado en ello… ¿qué expectativas habría tenido?

«Ésta no, desde luego», dijo una discreta pero sincera voz en su cerebro.

Harry hizo una mueca y se tapó la cara con ambas manos. No podía engañarse a sí mismo: si hubiera sabido que una insignia de prefecto iba en camino, se habría imaginado que sería para él, no para Ron. ¿Lo convertía eso en una persona tan arrogante como Draco Malfoy? ¿Se consideraba superior a los demás? ¿De verdad creía que era mejor que Ron?

«No», dijo la voz, desafiante.

¿Era eso cierto?, se preguntó Harry, angustiado, poniendo a prueba sus sentimientos.

«Yo soy mejor en
quidditch
—afirmó la voz—. Pero no soy mejor en nada más.»

Era la pura verdad, pensó Harry; no era mejor que Ron en clase. Pero ¿y fuera de clase? ¿Y las aventuras que él, Ron y Hermione habían vivido juntos desde que llegaron a Hogwarts, arriesgándose muchas veces a cosas peores que la expulsión?

«Bueno, Ron y Hermione casi siempre estaban conmigo», aseguró la voz.

«Pero no siempre —discutió Harry—. Ellos no pelearon conmigo contra Quirrell. Ellos no se enfrentaron a Ryddle ni al basilisco, ni se libraron de los
dementores
la noche que Sirius escapó, ni estaban conmigo en el cementerio la noche que regresó Voldemort…»

Y volvió a asaltarlo aquella sensación de injusticia que había tenido la noche de su llegada a la casa.

«Es evidente que yo he hecho muchas más cosas —pensó Harry con indignación—. ¡He hecho muchas más cosas que ellos dos!»

«Pero, a lo mejor —aventuró la vocecita con imparcialidad—, Dumbledore no elige a los prefectos por haberse metido en un montón de situaciones peligrosas… Quizá los elija por otros motivos… Ron debe de tener algo que tú no tienes…»

Harry abrió los ojos y miró entre sus dedos las patas con forma de garras del armario, recordando lo que había dicho Fred: «Nadie en su sano juicio nombraría prefecto a Ron…»

Harry soltó una breve risotada. Un segundo más tarde estaba asqueado de sí mismo.

Ron no le había pedido a Dumbledore que le diera una insignia de prefecto. Ron no era culpable de nada. ¿Iba a deprimirse Harry, el mejor amigo que Ron tenía en el mundo, porque él no tenía una insignia? ¿Iba a reírse con los gemelos a espaldas de Ron, iba a estropearle la fiesta a su amigo cuando, por primera vez, lo había superado a él en algo?

Entonces Harry volvió a oír los pasos de Ron por la escalera. Se levantó, se colocó bien las gafas y sonrió cuando Ron entró dando saltos por la puerta.

—¡La he pillado! —exclamó alegremente—. Dice que si puede me comprará la Barredora.

—Qué bien —dijo Harry, y sintió un gran alivio al comprobar que su voz había dejado de sonar efusiva—. Oye, Ron… Bueno, te felicito, amigo.

La sonrisa de los labios de Ron se esfumó de inmediato.

—¡Nunca pensé que fueran a dármela a mí! —aseguró, haciendo un gesto negativo con la cabeza—. ¡Estaba convencido de que te la darían a ti!

—No, yo he causado demasiados problemas —afirmó Harry, repitiendo las palabras de Fred.

—Ya. Sí, debe de ser por eso… Bueno, será mejor que hagamos el equipaje, ¿no?

Parecía mentira cómo se habían esparcido sus cosas desde que habían llegado a la casa. Les llevó casi toda la tarde recoger sus libros y sus objetos personales, que estaban desperdigados por todas partes, y meterlos en los baúles del colegio. Harry se fijó en que Ron llevaba su insignia de prefecto de un lado a otro: primero la dejó en la mesilla de noche, luego se la puso en el bolsillo de los vaqueros, y por fin la sacó y la dejó sobre sus túnicas dobladas, como si quisiera ver cómo quedaba el rojo sobre el negro. Pero cuando Fred y George entraron en la habitación y amenazaron con pegársela en la frente con un encantamiento de presencia permanente, Ron la envolvió con ternura con sus calcetines granates y la guardó bajo llave en el baúl.

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