Harry Potter. La colección completa (234 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¡Te lo suplico, Sirius, haz el favor de comportarte como un perro!

—¡Hasta pronto! —gritó Harry desde la ventanilla abierta cuando el tren se puso en marcha, mientras Ron, Hermione y Ginny saludaban con la mano.

Las figuras de Tonks, Lupin, Moody y el señor y la señora Weasley se encogieron con rapidez, pero el perro negro corrió por el andén junto a la ventana, agitando la cola; la gente que había en el andén reía viéndolo perseguir el tren; entonces éste tomó una curva y Sirius desapareció.

—No ha debido acompañarnos —comentó Hermione, preocupada.

—Vamos, no seas así —dijo Ron—, hacía meses que no veía la luz del sol, pobre hombre.

—Bueno —dijo Fred dando una palmada—, no podemos pasarnos el día charlando, tenemos asuntos de los que hablar con Lee. Hasta luego —se despidió, y George y él desaparecieron por el pasillo hacia la derecha.

El tren iba adquiriendo velocidad, y las casas que se veían por la ventana pasaban volando mientras ellos se mecían acompasadamente.

—¿Vamos a buscar nuestro compartimento? —propuso Harry.

Ron y Hermione se miraron.

—Esto… —empezó a decir Ron.

—Nosotros… Bueno, Ron y yo tenemos que ir al vagón de los prefectos —dijo Hermione sintiéndose muy violenta.

Ron no miraba a su amigo, pues parecía muy interesado en las uñas de su mano izquierda.

—¡Ah! —exclamó Harry—. Bueno, vale.

—No creo que tengamos que quedarnos allí durante todo el trayecto —se apresuró a añadir Hermione—. Nuestras cartas decían que teníamos que recibir instrucciones de los delegados, y luego patrullar por los pasillos de vez en cuando.

—Vale —repitió Harry—. Bueno, entonces ya…, ya nos veremos más tarde.

—Sí, claro —dijo Ron lanzándole una furtiva y nerviosa mirada a su amigo—. Es una lata que tengamos que ir al vagón de los prefectos, yo preferiría… Pero tenemos que hacerlo, es decir, a mí no me hace ninguna gracia. Yo no soy Percy —concluyó con tono desafiante.

—Ya lo sé —afirmó Harry, y sonrió.

Pero cuando Hermione y Ron arrastraron sus baúles y a
Crookshanks
y a
Pigwidgeon
en su jaula hacia el primer vagón del tren, Harry tuvo una extraña sensación de abandono. Nunca había viajado en el expreso de Hogwarts sin Ron.

—¡Vamos! —le dijo Ginny—. Si nos damos prisa podremos guardarles sitio.

—Tienes razón —replicó Harry, y cogió la jaula de
Hedwig
con una mano y el asa de su baúl con la otra.

Luego echaron a andar por el pasillo mirando a través de las puertas de paneles de cristal para ver el interior de los compartimentos, que ya estaban llenos. Harry se fijó, inevitablemente, en que mucha gente se quedaba contemplándolo con gran interés, y varios daban codazos a sus compañeros y lo señalaban. Tras observar aquel comportamiento en cinco vagones consecutivos, recordó que
El Profeta
se había pasado el verano contando a sus lectores que Harry era un mentiroso y un fanfarrón. Desanimado, se preguntó si esa gente que lo miraba y susurraba se habría creído aquellas historias.

En el último vagón encontraron a Neville Longbottom, que, como Harry, también iba a hacer el quinto año en Gryffindor; tenía la cara cubierta de sudor por el esfuerzo de tirar de su baúl por el pasillo mientras con la otra mano sujetaba a su sapo,
Trevor.

—¡Hola, Harry! —lo saludó, jadeando—. ¡Hola, Ginny! El tren va lleno… No encuentro asiento…

—Pero ¿qué dices? —se extrañó Ginny, que se había colado por detrás de Neville para mirar en el compartimento que había tras él—. En este compartimento hay sitio, sólo está Lunática Lovegood.

Neville murmuró algo parecido a que no quería molestar a nadie.

—No digas tonterías —soltó Ginny riendo—. Es muy simpática. —Y entonces abrió la puerta del compartimento y metió su baúl dentro. Harry y Neville la siguieron—. ¡Hola, Luna! —la saludó Ginny—. ¿Te importa que nos quedemos aquí?

La muchacha que había sentada junto a la ventana levantó la cabeza. Tenía el pelo rubio, sucio y desgreñado, largo hasta la cintura, cejas muy claras y unos ojos saltones que le daban un aire de sorpresa permanente. Harry comprendió de inmediato por qué Neville había decidido pasar de largo de aquel compartimento. La muchacha tenía un aire inconfundible de chiflada. Quizá contribuyera a ello que se había colocado la varita mágica detrás de la oreja izquierda, o que llevaba un collar hecho con corchos de cerveza de mantequilla, o que estaba leyendo una revista al revés. La chica miró primero a Neville y luego a Harry, y a continuación asintió con la cabeza.

—Gracias —dijo Ginny, sonriente.

Harry y Neville pusieron los tres baúles y la jaula de
Hedwig
en la rejilla portaequipajes y se sentaron. Luna los observaba por encima del borde de su revista,
El Quisquilloso,
y parecía que no parpadeaba tanto como el resto de los seres humanos. Miraba fijamente a Harry, que se había sentado enfrente de ella y que ya empezaba a lamentarlo.

—¿Has pasado un buen verano, Luna? —le preguntó Ginny.

—Sí —respondió ella en tono soñador sin apartar los ojos de Harry—. Sí, me lo he pasado muy bien. Tú eres Harry Potter —añadió.

—Sí, ya lo sé —repuso el chico.

Neville rió entre dientes y Luna dirigió sus claros ojos hacia él.

—Y tú no sé quién eres.

—No soy nadie —se apresuró a decir Neville.

—Claro que sí —intervino Ginny, tajante—. Neville Longbottom, Luna Lovegood. Luna va a mi curso, pero es una Ravenclaw.

—«Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres» —recitó Luna con sonsonete.

Luego levantó su revista, que seguía sosteniendo del revés, lo bastante para ocultarse la cara y se quedó callada. Harry y Neville se miraron arqueando las cejas y Ginny contuvo una risita.

El tren avanzaba traqueteando a través del campo. Hacía un día extraño, un tanto inestable; tan pronto el sol inundaba el vagón como pasaban por debajo de unas amenazadoras nubes grises.

—¿Sabéis qué me regalaron por mi cumpleaños? —preguntó de repente Neville.

—¿Otra recordadora? —aventuró Harry acordándose de la bola de cristal que la abuela de Neville le había enviado en un intento de mejorar la desastrosa memoria de su nieto.

—No. Aunque no me vendría mal una, porque perdí la vieja hace mucho tiempo… No, mirad…

Metió la mano con la que no sujetaba con firmeza a Trevor en su mochila y, tras hurgar un rato, sacó una cosa que parecía un pequeño cactus gris en un tiesto, aunque estaba cubierto de forúnculos en lugar de espinas.

—Una
Mimbulus mimbletonia
—dijo con orgullo, y Harry se quedó mirando aquella cosa que latía débilmente y tenía el siniestro aspecto de un órgano enfermo—. Es muy, muy rara —afirmó Neville, radiante—. No sé si hay alguna en el invernadero de Hogwarts. Me muero de ganas de enseñársela a la profesora Sprout. Mi tío abuelo Algie me la trajo de Asiria. Voy a ver si puedo conseguir más ejemplares a partir de éste.

Harry ya sabía que la asignatura favorita de Neville era la Herbología, pero por nada del mundo podía entender que le interesara tanto aquella raquítica plantita.

—¿Hace… algo? —preguntó.

—¡Ya lo creo! ¡Un montón de cosas! —exclamó Neville con orgullo—. Tiene un mecanismo de defensa asombroso. Mira, sujétame a
Trevor…

Entonces puso el sapo en el regazo de Harry y sacó una pluma de su mochila. Los saltones ojos de Luna Lovegood volvieron a asomar por el borde de su revista para ver qué hacía Neville. Éste, con la lengua entre los dientes, colocó la
Mimbulus mimbletonia
a la altura de sus ojos, eligió un punto y le dio un pinchazo con la punta de su pluma.

Inmediatamente empezó a salir líquido por todos los forúnculos de la planta, unos chorros densos y pegajosos de color verde oscuro. El líquido salpicó el techo y las ventanas y manchó la revista de Luna Lovegood; Ginny, que se había tapado la cara con los brazos justo a tiempo, quedó como si llevara un viscoso sombrero verde, y Harry, que tenía las manos ocupadas impidiendo que
Trevor
escapara, recibió un chorro en toda la cara. El líquido olía a estiércol seco.

Neville, que también se había manchado la cara y el pecho, sacudió la cabeza para quitarse el líquido de los ojos.

—Lo…, lo siento —dijo entrecortadamente—. Todavía no lo había probado… No me imaginaba que pudiera ser tan… Pero no os preocupéis, su jugo fétido no es venenoso —añadió, nervioso, al ver que Harry escupía un trago en el suelo.

En ese preciso instante se abrió la puerta de su compartimento.

—¡Oh…, hola, Harry! —lo saludó una vocecilla—. Humm…, ¿te pillo en mal momento?

Harry limpió los cristales de sus gafas con la mano con la que no sujetaba a Trevor. Una chica muy guapa, cuyo cabello era negro, largo y reluciente, estaba plantada en la puerta, sonriéndole. Era Cho Chang, la buscadora del equipo de
quidditch
de Ravenclaw.

—¡Ah, hola…! —respondió Harry, desconcertado. —Humm… —dijo Cho—. Bueno… Sólo venía a decirte hola… Hasta luego.

Y con las mejillas muy coloradas cerró la puerta y se marchó. Harry se recostó en el asiento y soltó un gruñido. Le habría gustado que Cho lo encontrara sentado con un grupo de gente interesante, muerta de risa por un chiste que él acababa de contar, y no con Neville y Lunática Lovegood, con un sapo en la mano y chorreando jugo fétido.

—Bueno, no importa —dijo Ginny con optimismo—. Mirad, podemos librarnos de todo esto con facilidad. —Sacó su varita y exclamó—:
¡Fregotego!

Y el jugo fétido desapareció.

—Lo siento —volvió a decir Neville con un hilo de voz. Ron y Hermione no aparecieron hasta al cabo de una hora, después de que pasase el carrito de la comida. Harry, Ginny y Neville se habían terminado las empanadas de calabaza y estaban muy entretenidos intercambiando cromos de ranas de chocolate cuando se abrió la puerta del compartimento y Ron y Hermione entraron acompañados de
Crookshanks
y
Pigwidgeon
, que ululaba estridentemente en su jaula.

—Estoy muerto de hambre —dijo Ron; dejó a
Pigwidgeon
junto a
Hedwig
, le quitó una rana de chocolate de las manos a Harry y se sentó a su lado. Abrió el envoltorio, mordió la cabeza de la rana y se recostó con los ojos cerrados, como si hubiera tenido una mañana agotadora.

—Hay dos prefectos de quinto en cada casa —explicó Hermione, que parecía muy contrariada, y se sentó también—. Un chico y una chica.

—Y a ver si sabéis quién es uno de los prefectos de Slytherin —preguntó Ron, que todavía no había abierto los ojos.

—Malfoy —contestó Harry al instante, convencido de que sus peores temores se confirmarían.

—Por supuesto —afirmó Ron con amargura; luego se metió el resto de la rana en la boca y cogió otra.

—Y Pansy Parkinson, esa pava —añadió Hermione con malicia—. No sé cómo la han nombrado prefecta, si es más tonta que un trol con conmoción cerebral…

—¿Quiénes son los de Hufflepuff? —preguntó Harry.

—Ernie Macmillan y Hannah Abbott —contestó Ron.

—Y Anthony Goldstein y Padma Patil son los de Ravenclaw —añadió Hermione.

—Tú fuiste al baile de Navidad con Padma Patil —dijo una vocecilla.

Todos se volvieron para mirar a Luna Lovegood, que observaba sin pestañear a Ron por encima de
El Quisquilloso.
El chico se tragó el trozo de rana que tenía en la boca.

—Sí, ya lo sé —afirmó un tanto sorprendido.

—Ella no se lo pasó muy bien —le informó Luna—. No está contenta con cómo la trataste, porque no quisiste bailar con ella. A mí no me habría importado —añadió pensativa—. A mí no me gusta bailar —aseguró, y luego volvió a esconderse detrás de
El Quisquilloso.

Ron se quedó mirando la portada durante unos segundos con la boca abierta y después miró a Ginny en busca de algún tipo de explicación, pero su hermana se había metido los nudillos en la boca para no reírse. Ron movió negativamente la cabeza, desconcertado, y luego miró la hora.

—Tenemos que patrullar por los pasillos de vez en cuando —les comentó a Harry y a Neville—, y podemos castigar a los alumnos si se portan mal. Estoy deseando pillar a Crabbe y a Goyle haciendo algo…

—¡No debes aprovecharte de tu cargo, Ron! —lo regañó Hermione.

—Sí, claro, como si Malfoy no pensara sacarle provecho al suyo —replicó éste con sarcasmo.

—¿Qué vas a hacer? ¿Ponerte a su altura?

—No, sólo voy a asegurarme de pillar a sus amigos antes de que él pille a los míos.

—Ron, por favor…

—Obligaré a Goyle a copiar y copiar; eso le fastidiará mucho porque no soporta escribir —aseguró Ron muy contento. Luego bajó la voz imitando los gruñidos de Goyle y, poniendo una mueca de dolorosa concentración, hizo como si escribiera en el aire—: «No… debo… parecerme… al culo… de un… babuino.»

Todos rieron, pero nadie más fuerte que Luna Lovegood, quien soltó una sonora carcajada que hizo que
Hedwig
despertara y agitara las alas con indignación, y que
Crookshanks
saltara a la rejilla portaequipajes bufando. Luna rió tan fuerte que la revista salió despedida de sus manos, resbaló por sus piernas y fue a parar al suelo.

—¡Qué gracioso!

Sus saltones ojos se llenaron de lágrimas mientras intentaba recobrar el aliento, mirando fijamente a Ron. Éste, perplejo, observó a los demás, que en ese momento se reían de la expresión del rostro de su amigo y de la risa ridículamente prolongada de Luna Lovegood, que se mecía adelante y atrás sujetándose los costados.

—¿Me tomas el pelo? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.

—¡El culo… de un… babuino! —exclamó ella con voz entrecortada sin soltarse las costillas.

Todos los demás observaban cómo reía Luna, pero Harry se fijó en la revista que había caído al suelo y vio algo que lo hizo agacharse con rapidez y cogerla. Viéndola del revés no había identificado la imagen de la portada, pero entonces Harry se dio cuenta de que era una caricatura bastante mala de Cornelius Fudge; de hecho, Harry sólo lo reconoció por el bombín de color verde lima. Fudge tenía una bolsa de oro en una mano, y con la otra estrangulaba a un duende. La caricatura llevaba esta leyenda: «¿De qué será capaz Fudge para conseguir el control de Gringotts?»

Debajo había una lista de los títulos de otros artículos incluidos en la revista:

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