Harry Potter. La colección completa (271 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Ron cuando Harry se sentó en la butaca que había al lado de la de Hermione.

Harry no contestó. Estaba conmocionado. Por una parte quería contarles a sus amigos lo que acababa de suceder, pero por otra prefería llevarse aquel secreto a la tumba.

—¿Estás bien, Harry? —preguntó Hermione mirándolo con ojos escrutadores por encima del extremo de la pluma.

Harry se encogió de hombros con poco entusiasmo. La verdad era que no sabía si estaba bien o no.

—¿Qué pasa? —inquirió Ron, y se incorporó un poco apoyándose en el codo para verlo mejor—. ¿Te ha ocurrido algo?

Harry no estaba seguro de por dónde empezar, y tampoco estaba seguro de que quisiera explicárselo. Cuando por fin decidió no decir nada, Hermione tomó las riendas de la situación.

—¿Es Cho? —preguntó con seriedad—. ¿Te ha abordado después de la reunión?

Harry, muy sorprendido, asintió con la cabeza. Ron rió por lo bajo, pero paró cuando Hermione lo miró con severidad.

—¿Y… qué quería? —preguntó Ron fingiendo indiferencia.

—Pues… —empezó a decir Harry con voz ronca; luego se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo—. Pues… ella…

—¿Os habéis besado? —inquirió Hermione bruscamente.

Ron se incorporó tan deprisa que derramó el tintero sobre la alfombra. Ignorando por completo el desastre, miró con interés a Harry.

—Bueno, ¿qué? —dijo.

Harry miró a Ron, que lo miraba a su vez entre risueño y curioso; luego dirigió la vista hacia Hermione, que tenía el entrecejo ligeramente fruncido, y asintió con la cabeza.

—¡Toma!

Ron hizo un ademán de triunfo con el puño y se puso a reír a carcajadas; unos estudiantes de segundo año de aspecto tímido que estaban más allá, junto a la ventana, se sobresaltaron. Harry esbozó una sonrisa de mala gana al ver que Ron se revolcaba sobre la alfombra. Hermione, por su parte, lanzó a Ron una mirada de profundo disgusto y siguió escribiendo su carta.

—¿Y qué? —preguntó Ron por fin mirando a su amigo—. ¿Cómo ha sido?

Harry reflexionó un momento.

—Húmedo —respondió sinceramente. Ron hizo un ruido que podía interpretarse tanto como expresión de júbilo como de asco, no estaba muy claro—. Porque ella estaba llorando —aclaró Harry.

—¡Ah! —dijo Ron, y su sonrisa se apagó un poco—. ¿Tan malo eres besando?

—No lo sé —contestó Harry, que no se lo había planteado, e inmediatamente lo asaltó la preocupación—. Quizá sí.

—Claro que no —intervino Hermione distraídamente sin dejar de escribir.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Ron.

—Porque últimamente Cho se pasa el día llorando —respondió Hermione con toda tranquilidad—. En las comidas, en los lavabos… En todas partes.

—Y tú, Harry, creíste que unos besos la animarían, ¿no? —preguntó Ron, y sonrió burlonamente.

—Ron —dijo Hermione con gravedad mientras mojaba la punta de la pluma en el tintero—, eres el ser más insensible que jamás he tenido la desgracia de conocer.

—¿Qué se supone que significa eso? —replicó Ron, indignado—. ¿Qué clase de persona llora mientras están besándola?

—Sí —dijo Harry con un deje de desesperación—. ¿Quién?

Hermione los miró a los dos como si le dieran lástima.

—¿Es que no entendéis cómo debe de sentirse Cho?

—No —contestaron Harry y Ron a la vez.

Hermione suspiró y dejó la pluma sobre la mesa.

—A ver, es evidente que está muy triste por la muerte de Cedric. Supongo que, además, está hecha un lío porque antes le gustaba Cedric y ahora le gusta Harry, y no puede decidir cuál de los dos le gusta más. Por otra parte, debe de sentirse culpable, porque a lo mejor cree que es un insulto a la memoria de Cedric besarse con Harry y esas cosas, y también debe de preocuparle qué dirá la gente si empieza a salir con Harry. De todos modos, lo más probable es que no esté segura de lo que siente por Harry, porque él estaba con Cedric cuando éste murió, así que todo es muy complicado y doloroso. ¡Ah, y por si fuera poco, teme que la echen del equipo de
quidditch
de Ravenclaw porque últimamente vuela muy mal!

Cuando Hermione terminó su discurso, se produjo un silencio de perplejidad. Entonces Ron dijo:

—Nadie puede sentir tantas cosas a la vez. ¡Explotaría!

—Que tú tengas la variedad de emociones de una cucharilla de té no significa que los demás seamos iguales —repuso Hermione con crueldad, y volvió a coger su pluma.

—Fue ella la que empezó —explicó Harry—. Yo no habría… Vino hacia mí y… cuando me di cuenta, estaba llorando desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer…

—No me extraña, Harry —comentó Ron, alarmado sólo de pensarlo.

—Lo único que tenías que hacer era ser cariñoso con ella —aclaró Hermione levantando la cabeza con impaciencia—. Lo fuiste, ¿verdad?

—Bueno —contestó Harry, y un desagradable calor se extendió por su cara—, más o menos… Le di unas palmaditas en la espalda… —Parecía que Hermione estaba conteniéndose con muchísima dificultad para no poner los ojos en blanco.

—Bueno, supongo que pudo ser peor. ¿Vas a volver a verla?

—Me imagino que sí. En las reuniones del
ED
, ¿no?

—Ya sabes a qué me refiero —contestó Hermione, impaciente.

Harry no dijo nada. Las palabras de su amiga le abrían un nuevo mundo de aterradoras posibilidades. Intentó imaginar que iba a algún sitio con Cho (a Hogsmeade, quizá) y que estaba a solas con ella durante varias horas seguidas. Después de lo que había pasado, lo lógico era que Cho esperase que le pidiera salir con él… Aquella idea hizo que el estómago se le encogiera dolorosamente.

—No te preocupes —continuó Hermione, que volvía a estar enfrascada en la redacción de su carta—, tendrás oportunidades de sobra para pedírselo.

—¿Y si Harry no quiere? —insinuó Ron, que había estado observando a su amigo con una expresión de perspicacia poco habitual en él.

—No seas tonto —repuso Hermione distraídamente—. Hace siglos que a Harry le gusta Cho, ¿verdad, Harry?

El no contestó. Sí, Cho le gustaba desde hacía siglos, pero siempre que se había imaginado una escena en la que aparecían los dos, ella estaba divirtiéndose, y no llorando desconsoladamente sobre su hombro.

—Oye, ¿para quién es esa novela que estás escribiendo? —le preguntó Ron a Hermione mientras intentaba leer lo que había escrito en el trozo de pergamino que ya llegaba al suelo. Ella lo subió para que Ron no pudiera ver nada.

—Para Viktor —contestó.

—¿Viktor Krum?

—¿A cuántos Viktor más conocemos?

Ron no dijo nada, pero parecía contrariado. Permanecieron en silencio durante otros veinte minutos: Ron terminaba su redacción de Transformaciones entre resoplidos de impaciencia y tachaduras; Hermione escribía sin parar hasta que llegó al final del pergamino, que enrolló y selló con mucho cuidado; y Harry contemplaba el fuego deseando más que nunca que la cabeza de Sirius apareciera entre las llamas y le diera algún consejo sobre cómo comportarse con las chicas. Pero las llamas sólo crepitaban, cada vez más pequeñas, hasta que las brasas quedaron reducidas a cenizas; entonces Harry giró la cabeza y vio que, una vez más, se habían quedado solos en la sala común.

—Buenas noches —dijo entonces Hermione bostezando, y se marchó por la escalera de los dormitorios de las chicas.

—No sé qué habrá visto en Krum —comentó Ron cuando Harry y él subían la escalera de los chicos.

—Bueno —dijo Harry deteniéndose a pensarlo—. Es mayor que nosotros, ¿no? Y es un jugador internacional de
quidditch

—Sí, pero aparte de eso… —continuó Ron, que parecía exasperado—. No sé, es un protestón y un imbécil, ¿no?

—Un poco protestón sí es —admitió Harry, que seguía pensando en Cho.

Se quitaron las túnicas y se pusieron los pijamas en silencio. Dean, Seamus y Neville ya dormían. Harry dejó sus gafas en la mesilla y se acostó, pero no cerró las cortinas de su cama adoselada, sino que se quedó contemplando el trozo de cielo estrellado que se veía por la ventana que había junto a la cama de Neville. Si la noche anterior a aquella misma hora hubiera sabido que veinticuatro horas más tarde iba a besar a Cho Chang…

—Buenas noches —gruñó Ron, que dormía a la derecha de Harry.

—Buenas noches —repuso él.

Quizá la próxima vez…, si es que había una próxima vez…, ella estaría un poco más contenta. Debería haberle pedido salir; seguramente ella estaría esperando que lo hiciera, y en esos momentos debía de estar furiosa con él… ¿O estaría tumbada en la cama llorando por la muerte de Cedric? Harry no sabía qué pensar. Las explicaciones que le había dado Hermione sólo habían conseguido que todo pareciera más complicado en lugar de ayudarlo a entender lo que sucedía.

«Eso es lo que deberían enseñarnos aquí —pensó, y se giró hacia un lado—, cómo funciona el cerebro de las chicas… Sería mucho más útil que lo que nos enseñan en Adivinación, desde luego…»

Neville gimoteaba en sueños. Se oyó el lejano ulular de una lechuza.

Harry soñó que estaba otra vez en la sala del
ED
. Cho lo acusaba de haberla obligado a ir allí mediante engaños; decía que había prometido regalarle ciento cincuenta cromos de ranas de chocolate si se presentaba. Harry protestaba… Cho gritaba: «¡Mira, Cedric me dio cientos de cromos de ranas de chocolate!» Y sacaba puñados de cromos de la túnica y los lanzaba al aire. Entonces Cho se volvía hacia Hermione, que decía: «Es verdad, Harry, se lo prometiste… Creo que será mejor que le regales otra cosa a cambio… ¿Qué te parece si la obsequias con tu Saeta de Fuego?» Y Harry respondía que no podía darle su Saeta de Fuego a Cho porque la tenía la profesora Umbridge, y que todo aquel]o era absurdo, que él sólo había ido a la sala del
ED
para colgar unos adornos navideños que tenían la forma de la cabeza de Dobby…

Entonces el sueño cambió…

Harry notaba su cuerpo liso, fuerte y flexible. Se deslizaba entre unos relucientes barrotes de metal, sobre una fría y oscura superficie de piedra… Iba pegado al suelo y se arrastraba sobre el vientre… Estaba oscuro, y, sin embargo, él veía a su alrededor brillantes objetos de extraños y vivos colores. Giraba la cabeza… A primera vista el pasillo estaba vacío, pero no… Había un hombre sentado en el suelo, enfrente de él, con la barbilla caída sobre el pecho, y su silueta destacaba contra la oscuridad…

Harry sacaba la lengua… Percibía el olor que desprendía aquel hombre, que estaba vivo pero adormilado, sentado frente a una puerta, al final del pasillo…

Harry se moría de ganas de morder a aquel hombre… Pero debía contener el impulso…, tenía cosas más importantes que hacer…

No obstante, el hombre se movía… Una capa plateada resbalaba de sus piernas cuando se ponía en pie de un brinco, y Harry veía cómo su oscilante y borrosa silueta se elevaba ante él; veía cómo el hombre sacaba una varita mágica de su cinturón… No tenía alternativa… Se elevaba del suelo y atacaba una, dos, tres veces, hundiéndole los colmillos al hombre, y notaba cómo sus costillas se astillaban entre sus mandíbulas y sentía el tibio chorro de sangre…

El hombre gritaba de dolor… y luego se quedaba callado… Se tambaleaba, se apoyaba en la pared… La sangre manchaba el suelo…

A Harry le dolía muchísimo la cicatriz… Le dolía como si su cabeza fuera a estallar…

—¡Harry!
¡HARRY!
—Abrió los ojos. Estaba empapado de pies a cabeza en un sudor frío, las sábanas de la cama se le enrollaban alrededor del cuerpo como una camisa de fuerza, y notaba un intenso dolor en la frente, como si le estuvieran poniendo un atizador al rojo vivo—. ¡Harry!

Ron lo miraba muy asustado de pie junto a su cama, donde había también otras personas. Harry se sujetó la cabeza con ambas manos; el dolor lo cegaba… Giró hacia un lado y vomitó desde el borde del colchón.

—Está muy enfermo —dijo una voz aterrada—. ¿Llamamos a alguien?

—¡Harry! ¡Harry!

Tenía que contárselo a Ron, era muy importante que se lo contara… Respiró hondo con la boca abierta y se incorporó en la cama. Esperaba no vomitar otra vez; el dolor casi no le dejaba ver.

—Tu padre —dijo entre jadeos—. Han… atacado… a tu padre.

—¡Qué! —exclamó Ron sin comprender.

—¡Tu padre! Lo han mordido. Es grave. Había sangre por todas partes…

—Voy a pedir ayuda —dijo la misma voz aterrada, y Harry oyó pasos que salían del dormitorio.

—Tranquilo, Harry —lo calmó un Ron titubeante—. Sólo…, sólo era un sueño…

—¡No! —saltó Harry, furioso; era fundamental que su amigo lo entendiera—. No era ningún sueño…, no era un sueño corriente… Yo estaba allí… y esa cosa… lo atacó.

Oyó que Seamus y Dean cuchicheaban, pero no le importó. El dolor de la frente estaba remitiendo un poco, aunque todavía sudaba y temblaba como si tuviera fiebre. Volvió a vomitar y Ron se apartó dando un salto hacia atrás.

—Estás enfermo, Harry —insistió con voz temblorosa—. Neville ha ido a pedir ayuda.

—¡Estoy bien! —dijo él con voz ahogada, y se limpió la boca con el pijama. Temblaba de modo incontrolable—. No me pasa nada, es por tu padre por quien tienes que preocuparte. Tenemos que averiguar dónde está… Está sangrando mucho… Yo era… Había una serpiente inmensa.

Intentó levantarse de la cama, pero Ron lo empujó contra ella; Dean y Seamus seguían hablando en susurros, allí cerca. Harry no supo si había pasado un minuto o diez; seguía allí sentado, temblando, y notaba que el dolor de la cicatriz remitía lentamente. Entonces oyó pasos que subían a toda prisa por la escalera y volvió a distinguir la voz de Neville.

—¡Aquí, profesora!

La profesora McGonagall entró corriendo en el dormitorio con su bata de cuadros escoceses y con las gafas torcidas sobre el puente de la huesuda nariz.

—¿Qué pasa, Potter? ¿Dónde te duele?

Harry nunca se había alegrado tanto de verla, pues lo que necesitaba en ese momento era a alguien que perteneciera a la Orden del Fénix, y no que lo mimaran ni le recetaran pociones inútiles.

—Es el padre de Ron —afirmó, y volvió a incorporarse—. Lo ha atacado una serpiente y está grave. Lo he visto todo.

—¿Qué quieres decir con eso de que lo has visto? —preguntó la profesora McGonagall juntando las oscuras cejas.

—No lo sé… Estaba durmiendo y de pronto estaba allí…

—¿Quieres decir que lo has soñado?

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