Harry Potter. La colección completa (277 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—No te levantaste de la cama, Harry —intervino Ron—. Yo te vi retorciéndote en sueños, por lo menos durante un minuto, antes de que consiguiéramos despertarte.

Harry empezó a pasearse de nuevo por la habitación. Cavilaba. Lo que todos afirmaban no sólo resultaba consolador, sino que tenía sentido… Cogió sin darse cuenta un sandwich del plato que había encima de la cama y, hambriento, se lo metió entero en la boca.

«Resulta que no soy el arma», pensó Harry, quien de pronto sintió una gran alegría y un gran alivio, y le entraron ganas de ponerse también a cantar cuando oyeron a Sirius, que pasaba en ese momento por delante de su puerta hacia la habitación de Buckbeak, cantando
Hacia Belén va un hipogrifo
a pleno pulmón.

¿Cómo podía habérsele ocurrido la idea de regresar a Privet Drive por Navidad? La alegría que sentía Sirius por volver a tener la casa llena y, sobre todo, por volver a tener a Harry a su lado, era contagiosa. Había dejado de ser el huraño anfitrión del verano y en esos momentos parecía decidido a que se divirtieran tanto como se habrían divertido en Hogwarts, o quizá más, y por eso trabajó infatigablemente en el periodo previo al día de Navidad; lo limpió y lo decoró todo con la ayuda de los chicos, de modo que en Nochebuena, cuando fueron a acostarse, la casa estaba irreconocible. De las lámparas de cristal, anteriormente carentes de brillo, ya no colgaban telarañas, sino guirnaldas de acebo y serpentinas plateadas y doradas; había montoncitos de reluciente nieve mágica sobre las raídas alfombras; un gran árbol de Navidad, que había conseguido Mundungus y que estaba decorado con hadas de verdad, tapaba el árbol genealógico de la familia de Sirius; y hasta las cabezas reducidas de elfos domésticos de la pared del vestíbulo llevaban gorros y barbas de Papá Noel.

La mañana del día de Navidad, Harry despertó y encontró un montón de regalos a los pies de su cama. Ron ya había empezado a abrir los paquetes de su montón, aún más grande.

—¡Mira cuántos regalos nos han hecho este año! —exclamó a través de una nube de papel—. ¡Gracias por la brújula para escobas, es fabulosa! Supera el regalo de Hermione: un planificador de deberes…

Entonces Harry buscó entre sus regalos y encontró uno con la letra de Hermione. A él también le había regalado un libro que parecía una agenda, sólo que cada vez que lo abría por cualquier página gritaba cosas como: «¡No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy!»

Sirius y Lupin, por su parte, le habían regalado una estupenda colección de libros titulada
Magia defensiva práctica y cómo utilizarla contra las artes oscuras,
con soberbias ilustraciones móviles en color de todos los maleficios y contraembrujos que describía. Harry hojeó el primer volumen con avidez; le encantó porque iba a resultarle muy útil para lo que tenía planeado en las reuniones del
ED
. Hagrid le había enviado una cartera marrón y peluda con unos colmillos que supuestamente eran un sistema antirrobo, aunque en realidad lo que hacían era que Harry se arriesgara a que le arrancaran un dedo cada vez que ponía dinero dentro. El regalo de Tonks era una pequeña maqueta de una Saeta de Fuego; Harry la hizo volar por la habitación y entonces lamentó no tener su escoba de tamaño real. Ron le había regalado una caja enorme de grageas de todos los sabores; el señor y la señora Weasley, el jersey tejido a mano de rigor y unos cuantos pastelillos de frutos secos, y Dobby, un cuadro francamente espantoso que Harry sospechó que había pintado el propio elfo. Acababa de colocarlo del revés para ver si de ese modo tenía mejor aspecto cuando, con un fuerte ¡crac!, Fred y George se aparecieron a los pies de su cama.

—¡Feliz Navidad! —exclamó George—. Pero no bajéis hasta dentro de un rato.

—¿Por qué? —preguntó Ron.

—Porque mamá está llorando otra vez —contestó Fred con gravedad—. Percy le ha devuelto el jersey de Navidad.

—Sin ninguna nota —añadió George—. No ha preguntado cómo se encuentra papá, ni ha ido a visitarlo ni nada.

—Hemos intentado consolarla —prosiguió Fred, y rodeó la cama para ver el cuadro de Harry—. Le hemos dicho que Percy no es más que un montón de excrementos de rata podridos.

—Pero no ha funcionado —continuó George, que cogió una rana de chocolate—. Entonces Lupin ha tomado el relevo. Creo que será mejor que dejemos que él intente animarla antes de bajar a desayunar.

—Oye, ¿qué se supone que representa? —preguntó Fred escudriñando el cuadro de Dobby—. Parece un gibón con dos ojos negros.

—¡Es Harry! —exclamó George, y señaló el dorso del cuadro—. ¡Lo pone aquí!

—Es un buen retrato —opinó Fred sonriendo. Harry le lanzó su nueva agenda de deberes, que chocó contra la pared y cayó al suelo, desde donde gritó alegremente: «¡Si el trabajo has terminado puedes ir a comprarte un helado!»

Luego se levantaron y se vistieron. Desde arriba oían a los distintos habitantes de la casa deseándose feliz Navidad unos a otros. Cuando bajaban por la escalera se encontraron con Hermione.

—Gracias por el libro, Harry —dijo ella alegremente—. ¡Hacía siglos que buscaba
Nueva teoría de numerología
! Y ese perfume es muy especial, Ron.

—Me alegro de que te haya gustado —repuso Ron—. Pero ¿para quién es eso? —añadió señalando el paquete cuidadosamente envuelto que Hermione llevaba en las manos.

—Para Kreacher —contestó ella, muy satisfecha.

—¡Espero que no sea ropa! —la previno Ron—. Ya sabes lo que dice Sirius: Kreacher sabe demasiado, no podemos darle la libertad.

—No, no es ropa —lo tranquilizó Hermione—, aunque si por mí fuera desde luego que le habría regalado algo para ponerse que no sea ese trapo viejo y mugriento. Es una colcha de patchwork. Pensé que alegraría un poco su dormitorio.

—¿Qué dormitorio? —preguntó Harry bajando la voz al pasar por delante del retrato de la madre de Sirius.

—Bueno, Sirius dice que en realidad no es un dormitorio, sino una especie de… guarida —contestó Hermione—. Por lo visto, Kreacher duerme debajo de la caldera que hay en ese armario de la cocina.

Cuando llegaron al sótano, sólo encontraron a la señora Weasley. Estaba de pie frente a la cocina, y todos esquivaron la mirada cuando les deseó feliz Navidad con la voz tomada.

—¿Así que esto es el dormitorio de Kreacher? —dijo Ron mientras caminaba hacia una deslucida puerta que había en un rincón, frente a la despensa. Harry nunca la había visto abierta.

—Sí —confirmó Hermione, que ahora parecía un poco nerviosa—. Esto…, creo que será mejor que llamemos.

Ron golpeó la puerta con los nudillos, pero no obtuvo respuesta.

—Debe de estar espiando por arriba —comentó, y sin pensárselo dos veces abrió la puerta—. ¡Puaj!

Harry se asomó al interior. Gran parte del armario lo ocupaba una enorme y anticuada caldera, pero en el reducido espacio que quedaba debajo de las tuberías, Kreacher se había construido algo que parecía un nido. Había un revoltijo de mantas y harapos viejos y apestosos amontonado en el suelo, y la pequeña marca que había en el centro indicaba el sitio donde el elfo se acurrucaba para dormir por las noches. Aquí y allá, entre la tela, había mendrugos de pan y pedazos de queso mohoso. En un rincón brillaban unos pequeños objetos y monedas que Harry imaginó que Kreacher había salvado, como una urraca, de la purga que Sirius había hecho en la casa, y también había conseguido rescatar las fotografías familiares con marco de plata que su padrino había tirado aquel verano. Los cristales de los marcos estaban rotos, pero aun así las pequeñas figuras en blanco y negro que había dentro lo miraron con arrogancia, incluida la de la mujer morena de párpados caídos, Bellatrix Lestrange (Harry sintió una breve sacudida en el estómago), cuyo juicio Harry había visto en el
pensadero
de Dumbledore. Al parecer, esa fotografía era la favorita de Kreacher, pues la había colocado delante de todas las demás y había hecho una chapuza para arreglar el cristal con celo mágico.

—Creo que le voy a dejar el regalo aquí —dijo Hermione. Puso el paquete en medio del hueco de los trapos y de las mantas y cerró la puerta sin hacer ruido—. Ya lo encontrará más tarde.

—Por cierto —comentó Sirius al salir de la despensa con un enorme pavo mientras ellos cerraban la puerta del armario—, ¿alguien ha visto a Kreacher últimamente?

—Yo no lo he visto desde la noche en que volvimos aquí —contestó Harry—. Le ordenaste que saliera de la cocina.

—Sí… —repuso Sirius con el entrecejo fruncido—. Creo que ésa fue también la última vez que lo vi yo… Debe de estar escondido arriba.

—No puede haberse marchado, ¿verdad? —añadió Harry—. A lo mejor, cuando le dijiste que se largara, interpretó que querías que se marchara de la casa.

—No, no, los elfos domésticos no pueden marcharse a menos que les regalen ropa. Están atados a la casa de su familia —respondió Sirius.

—Pueden dejar la casa si de verdad quieren hacerlo —lo contradijo Harry—. Dobby se marchó de la casa de los Malfoy hace tres años para avisarme de que corría peligro. Después tuvo que autocastigarse, pero de todos modos lo hizo.

Sirius se quedó pensativo un momento, y luego dijo:

—Ya lo buscaré más tarde, supongo que lo encontraré arriba llorando a lágrima viva sobre los bombachos de mi madre o algo así. Aunque podría haberse ahogado en el depósito de agua caliente. Pero no, no caerá esa breva.

Fred, George y Ron rieron; Hermione, en cambio, miró a Sirius con expresión de reproche.

Después de la comida de Navidad, los Weasley, Harry y Hermione planearon ir de nuevo a visitar al señor Weasley, escoltados por
Ojoloco
y Lupin. Mundungus llegó a tiempo para compartir con ellos el pudín de Navidad y los bizcochos borrachos; había «pedido prestado» un coche para la ocasión porque el metro no funcionaba ese día. Mundungus había realizado un hechizo en el coche para agrandarlo (Harry dudaba mucho que lo hubiera cogido con el consentimiento de su propietario), igual que habían hecho con el Ford Anglia de los Weasley. Aunque por fuera tenía las proporciones normales, dentro cabían cómodamente diez personas, incluido Mundungus, que iba al volante. La señora Weasley se lo pensó antes de entrar (Harry se dio cuenta de que ella seguía teniéndole poca simpatía a Mundungus y de que no le hacía ninguna gracia viajar sin magia), pero finalmente se impusieron el frío que hacía en la calle y las súplicas de sus hijos, y se sentó en el asiento trasero entre Fred y Bill de buen talante.

El viaje hasta San Mungo fue rápido porque había muy poco tráfico. Asimismo, había un discreto goteo de magos y de brujas que iban con disimulo por la calle desierta hacia el hospital. Harry y los demás salieron del coche y Mundungus aparcó en la esquina y se quedó esperándolos. Fueron caminando con toda tranquilidad hasta el escaparate donde estaba el maniquí vestido con el pichi de nailon verde, y una vez allí, uno a uno, atravesaron el cristal.

En la recepción reinaba una agradable atmósfera festiva: habían pintado de rojo y dorado las esferas de cristal que iluminaban San Mungo para que parecieran gigantescas y relucientes bolas de Navidad; había acebo colgado alrededor de las puertas, y en todos los rincones resplandecían unos relucientes árboles de Navidad blancos, cubiertos de nieve mágica y carámbanos de hielo y adornados con una brillante estrella de oro en lo alto. El vestíbulo no estaba tan abarrotado como la última vez que estuvieron allí, aunque hacia la mitad de la sala Harry tuvo que esquivar a una bruja que llevaba una mandarina metida en el orificio izquierdo de la nariz.

—Pelea familiar, ¿verdad? —dijo la bruja rubia que había detrás del mostrador con una sonrisita de suficiencia—. Son ustedes los terceros que veo hoy… Daños Provocados por Hechizos, cuarta planta.

Encontraron al señor Weasley sentado en la cama con los restos del pavo en una bandeja sobre el regazo y con expresión avergonzada.

—¿Va todo bien, Arthur? —le preguntó la señora Weasley cuando todos lo hubieron saludado y le hubieron dado sus regalos.

—Sí, sí, todo bien —contestó él, aunque no muy convencido—. Oye, no habéis… No habréis visto al sanador Smethwyck, ¿verdad?

—No —dijo la señora Weasley con recelo—. ¿Por qué?

—Por nada, por nada —contestó el señor Weasley quitándole importancia, y empezó a abrir los regalos—. Bueno, ¿lo habéis pasado bien? ¿Qué os han regalado por Navidad? ¡Oh, Harry, esto es maravilloso! —Acababa de abrir el regalo de Harry: un rollo de alambre fusible y un juego de destornilladores.

La señora Weasley no pareció quedar muy satisfecha con la respuesta de su marido, y cuando éste se inclinó para estrechar la mano de Harry, ella le miró el vendaje que llevaba debajo del pijama.

—Arthur —dijo con tono cortante, y su voz sonó como el chasquido de una ratonera—, te han cambiado los vendajes. ¿Por qué lo han hecho un día antes, Arthur? Me dijeron que no te los cambiarían hasta mañana.

—¿Qué? —dijo el señor Weasley, asustado, y se tapó con las sábanas hasta la barbilla—. No, no, no es nada, es que… —El señor Weasley se desinfló bajo la penetrante mirada de su esposa—. Mira, Molly, no te enfades, pero Augustus Pye tuvo una idea… Es el sanador en prácticas, ¿sabes?, un joven encantador, y muy interesado en la… humm… medicina complementaria… Ya sabes, esos remedios
muggles
… Bueno, se llaman «puntos», Molly, y dan muy buenos resultados en… en los
muggles
.

La señora Weasley emitió un ruido amenazador, entre un chillido y un gruñido. Lupin se alejó de la cama del señor Weasley y se acercó a la del hombre lobo, que no tenía visitas y contemplaba con nostalgia el corro que se había formado alrededor de su vecino. Bill murmuró que iba a ver si podía tomarse una taza de té, y Fred y George, sonriendo, se ofrecieron rápidamente para acompañar a su hermano.

—¿Me estás diciendo que has estado tonteando con remedios
muggles
? —masculló la señora Weasley subiendo la voz con cada palabra que pronunciaba, sin darse cuenta, al parecer, de que las personas que la acompañaban se escabullían para ponerse a cubierto.

—Tonteando no, Molly, querida —respondió el señor Weasley con tono suplicante—, no es más que… algo que a Pye y a mí nos pareció oportuno probar… Sólo que, desgraciadamente… Bueno, con este tipo de heridas… no parece funcionar tan bien como esperábamos…

—¿Y eso qué quiere decir con exactitud?

—Pues…, bueno, no sé si sabes qué son los puntos…

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