Harry Potter. La colección completa (282 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga


¡YA LO SÉ! ¡LO SÉ!

Volvía a estar a cuatro patas en el suelo del despacho de Snape, y le dolía la cicatriz, pero la voz que acababa de salir por su boca denotaba triunfo. Se puso en pie y vio que Snape lo miraba fijamente con la varita levantada. Tenía la impresión de que esa vez Snape había detenido el hechizo antes incluso de que Harry hubiera intentado defenderse.

—¿Qué ha pasado, Potter? —le preguntó Snape mirándolo fijamente.

—Lo he visto —dijo Harry, jadeante—. Lo he recordado. Acabo de darme cuenta…

—¿Darte cuenta de qué? —inquirió Snape con brusquedad.

Harry no contestó de inmediato; todavía estaba saboreando lo que se le había ocurrido de pronto, mientras se frotaba la frente…

Llevaba meses soñando con un pasillo sin ventanas que terminaba en una puerta cerrada, y no se había percatado de que aquel lugar existía realmente. Pero en ese momento, al volver a contemplar el recuerdo, supo que lo que había soñado tantas veces era el pasillo que había recorrido con el señor Weasley el 12 de agosto cuando iban a toda prisa hacia las salas del tribunal del Ministerio; era el pasillo que conducía al Departamento de Misterios, y el señor Weasley estaba allí la noche que lo atacó la serpiente de Voldemort.

Harry levantó la cabeza y miró a Snape.

—¿Qué hay en el Departamento de Misterios?

—¿Qué has dicho? —le preguntó Snape en voz baja, y Harry comprendió, con profunda satisfacción, que Snape se había puesto nervioso.

—He preguntado qué hay en el Departamento de Misterios, señor —repitió Harry.

—¿Y a qué viene esa pregunta? —dijo Snape lentamente.

—Pues viene a que llevo meses soñando con ese pasillo que acabo de ver —respondió Harry mientras escudriñaba el rostro de Snape, atento a su reacción—. Acabo de reconocerlo. Conduce al Departamento de Misterios… y creo que Voldemort quiere algo que hay…

—¡Te he dicho que no pronuncies el nombre del Señor Tenebroso! —Ambos se fulminaron con la mirada. A Harry volvió a dolerle la cicatriz, pero no le importó. Snape parecía turbado, pero cuando volvió a hablar dio la impresión de que intentaba mostrar indiferencia y despreocupación—. En el Departamento de Misterios hay muchas cosas, Potter, muy pocas de las cuales entenderías y ninguna de las cuales te incumbe. ¿Queda claro?

—Sí —respondió Harry, que seguía frotándose la cicatriz, que cada vez le dolía más.

—Quiero que vengas aquí el miércoles a la misma hora que hoy. Seguiremos trabajando.

—De acuerdo —repuso Harry muriéndose de ganas de salir del despacho de Snape y reunirse con Ron y Hermione.

—Quiero que todas las noches, antes de dormir, limpies tu mente de toda emoción; vacíala, ponla en blanco y relájala, ¿entendido?

—Sí —dijo Harry, que apenas lo escuchaba.

—Y te lo advierto, Potter… Si no has practicado, lo sabré…

—De acuerdo —murmuró Harry. Cogió su mochila, se la colgó del hombro y fue rápidamente hacia la puerta del despacho. Al abrirla, giró la cabeza y miró a Snape, que estaba de espaldas y sacaba sus pensamientos del
pensadero
con la punta de la varita y los devolvía con cuidado al interior de su cabeza. Harry se marchó sin decir nada más y cerró la puerta con suavidad. Notaba un fuerte dolor pulsante en la cicatriz.

Harry encontró a Ron y Hermione en la biblioteca, haciendo los últimos deberes que la profesora Umbridge les había mandado. Había otros estudiantes, casi todos de quinto curso, sentados a las mesas cercanas, iluminadas con lámparas; tenían la nariz pegada a los libros y rasgueaban febrilmente con las plumas, mientras detrás de las ventanas con parteluz el cielo se iba oscureciendo poco a poco. Lo único que se oía, aparte del rasgueo de las plumas, eran los débiles crujidos de uno de los zapatos de la señora Pince mientras la bibliotecaria se paseaba amenazadoramente por los pasillos vigilando a los estudiantes que tocaban sus valiosos libros.

Harry tenía escalofríos; todavía le dolía la cicatriz y se sentía como si tuviera fiebre. Cuando se sentó frente a Ron y Hermione, se vio reflejado en la ventana que tenía delante; estaba muy pálido y la cicatriz de la frente destacaba más de lo normal.

—¿Cómo te ha ido? —le preguntó Hermione en un susurro, y al momento añadió con preocupación—: ¿Te encuentras bien, Harry?

—Sí, estoy bien… Bueno, no lo sé… —respondió él, impaciente, e hizo una mueca de dolor al notar otra punzada en la frente—. Escuchad, acabo de darme cuenta de una cosa…

Y les contó lo que acababa de ver y deducir.

—¿Estás diciendo…, estás insinuando… —susurró Ron cuando la señora Pince hubo pasado por su lado, produciendo ligeros crujidos al caminar— que el arma…, eso que busca Quien-tú-sabes…, está en el Ministerio de Magia?

—En el Departamento de Misterios, sí, estoy convencido —dijo Harry en voz baja—. Vi esa puerta cuando tu padre me acompañó a las salas del tribunal donde se celebró mi vista, y estoy seguro de que es la misma que él estaba vigilando cuando lo mordió la serpiente.

Hermione exhaló un largo y lento suspiro.

—Claro —dijo.

—Claro ¿qué? —inquirió Ron, alterado.

—Piensa un poco, Ron… Sturgis Podmore intentaba entrar por una puerta del Ministerio de Magia… ¡Debía de ser ésa, no puede tratarse de una coincidencia!

—¿Cómo iba a querer entrar Sturgis por esa puerta si está en nuestro bando? —objetó Ron.

—No lo sé —admitió Hermione—. Es un poco raro…

—¿Y qué hay en el Departamento de Misterios? —le preguntó Harry a Ron—. ¿Alguna vez ha mencionado algo tu padre?

—Sé que a los que trabajan allí los llaman los
inefables
—explicó Ron frunciendo el entrecejo—, porque en realidad nadie sabe qué hacen. Me parece un lugar extraño para guardar un arma.

—No, no tiene nada de extraño. Al revés: tiene mucho sentido —lo contradijo Hermione—. Debe de ser algo muy secreto que ha estado creando el Ministerio… ¿Seguro que te encuentras bien, Harry?

Éste acababa de pasarse ambas manos con fuerza por la frente, como si quisiera plancharla.

—Sí, estoy bien… —afirmó, y bajó las manos, que le temblaban—. Aunque estoy un poco… No me gusta mucho la Oclumancia.

—Cualquiera se sentiría débil si acabaran de atacar su mente un montón de veces seguidas —opinó Hermione, comprensiva—. Mira, volvamos a la sala común, allí estaremos más cómodos.

Pero la sala común estaba abarrotada de encantados alumnos que reían a carcajadas; Fred y George estaban haciendo una exhibición de su último artículo de broma.

—¡Sombreros acéfalos! —gritó George mientras Fred exhibía ante los estudiantes un sombrero puntiagudo decorado con una suave y sedosa pluma de color rosa—. ¡Dos galeones cada uno! ¡Mirad a Fred!

Fred, sonriente, se puso el sombrero en la cabeza. Al principio no pasó nada, sólo que Fred tenía pinta de estúpido; pero a continuación sombrero y cabeza desaparecieron. Varias chicas chillaron, pero los demás se desternillaban de risa.

—¡Y ahora…! —gritó George, y la mano de Fred tanteó un momento sobre sus hombros; entonces le volvió a aparecer la cabeza y él se quitó el sombrero con la pluma de color rosa.

—¿Cómo funcionarán esos sombreros? —se preguntó Hermione, que dejó un momento sus deberes y se puso a observar a los gemelos—. Evidentemente, se trata de algún tipo de hechizo de invisibilidad, pero hay que ser muy hábil para extender el campo de invisibilidad más allá de los límites del objeto encantado… Aunque me imagino que el encantamiento no debe de durar mucho.

Harry no hizo ningún comentario; estaba mareado.

—Esto tendré que hacerlo mañana —musitó, y guardó los libros que acababa de sacar de su mochila.

—¡Pues anótalo en tu planificador de deberes! —lo alentó Hermione—. ¡Así no lo olvidarás!

Harry y Ron se miraron al mismo tiempo que Harry metía la mano en su mochila, sacaba el planificador y lo abría con vacilación.

—«No lo dejes para más tarde o acabarás convertido en un tunante» —lo reprendió el libro mientras Harry anotaba los deberes de la profesora Umbridge. Hermione sonrió encantada.

—Creo que me voy a la cama —dijo Harry, que metió el planificador de deberes en la mochila y se propuso arrojarlo al fuego en cuanto tuviera una oportunidad.

Luego atravesó la sala común esquivando a George, que intentó ponerle un sombrero acéfalo, y llegó a la tranquila y fresca escalera de piedra que conducía a los dormitorios de los chicos. Volvía a estar mareado, como la noche que había tenido la visión de la serpiente, pero pensó que si se tumbaba un rato se le pasaría.

Abrió la puerta de su dormitorio, y en cuanto puso un pie dentro, notó un dolor tan intenso que creyó que alguien le había partido la cabeza por la mitad. No sabía dónde se encontraba, ni si estaba de pie o tumbado; ni siquiera sabía cómo se llamaba.

Unas risotadas de maníaco resonaban en sus oídos… Se sentía más feliz de lo que se había sentido en mucho tiempo… Radiante de alegría, eufórico, triunfante… Había pasado algo maravilloso…

—¿Harry?
¡HARRY!

Alguien le había pegado en la cara. En ese momento, aquella risa loca tenía como contrapunto un grito de dolor. La felicidad se estaba esfumando, pero la risa continuaba…

Abrió los ojos y se dio cuenta de que la salvaje risa salía de su propia boca. En cuanto lo comprendió, la risa se apagó. Harry estaba tirado en el suelo jadeando, tenía la vista fija en el techo, y la cicatriz de la frente le dolía muchísimo. Ron estaba inclinado sobre él, muy preocupado.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó.

—No… lo sé… —contestó Harry entrecortadamente, y se incorporó—. Está muy contento…, muy contento…

—¿Te refieres a Quien-tú-sabes?

—Ha pasado algo bueno —murmuró Harry. Temblaba de pies a cabeza, igual que después de ver cómo la serpiente atacaba al señor Weasley, y estaba muy mareado—. Algo que él deseaba.

Pronunció aquellas palabras sin darse cuenta, igual que había sucedido en el vestuario de Gryffindor, como si un extraño hablara por su boca, y sin embargo sabía que eran ciertas. Respiró hondo varias veces confiando en no vomitarle encima a Ron. Se alegró mucho de que esa vez ni Dean ni Seamus estuvieran allí para ver lo que estaba sucediendo.

—Hermione me ha pedido que subiera a ver cómo estabas —dijo Ron en voz baja al mismo tiempo que ayudaba a Harry a levantarse—. Me ha dicho que debes de estar bajo de defensas después de que Snape haya estado hurgando en tu mente… Pero supongo que a la larga servirá de algo, ¿no?

Miró sin convicción a Harry mientras lo ayudaba a ir hasta su cama. Harry asintió, también sin convicción, y se desplomó sobre las almohadas. Le dolía todo el cuerpo por la cantidad de veces que había caído al suelo aquella tarde, y todavía le dolía la cicatriz. No podía dejar de pensar que su primera clase de Oclumancia le había debilitado la resistencia de la mente en lugar de fortalecerla, y se preguntó, con profunda inquietud, qué habría pasado para que lord Voldemort se sintiera más feliz de lo que se había sentido en catorce años.

25
El escarabajo, acorralado

A la mañana siguiente, Harry encontró la respuesta a su pregunta. Cuando llegó
El Profeta
de Hermione, ésta lo alisó, echó un vistazo a la primera plana y soltó un grito que hizo que todos los que estaban cerca se quedaran mirándola.

—¿Qué pasa? —preguntaron Harry y Ron a la vez.

Por toda respuesta, Hermione colocó el periódico sobre la mesa, delante de sus dos amigos, y señaló diez fotografías en blanco y negro que ocupaban la primera plana; eran las caras de nueve magos y una bruja. Algunas de las personas fotografiadas se burlaban en silencio; otras tamborileaban con los dedos en el borde inferior de la fotografía, con aire insolente. Cada fotografía llevaba un pie de foto con el nombre de la persona y el delito por el que había sido enviada a Azkaban.

«Antonin Dolohov, condenado por el brutal asesinato de Gideon y Fabian Prewett», rezaba el pie de foto de un mago con la cara larga, pálida y contrahecha, que miraba sonriendo burlonamente a Harry.

«Augustus Rookwood, condenado por filtrar secretos del Ministerio de Magia a Aquel-que-no-debe-ser-nombrado», rezaba el pie de foto de un individuo con la cara picada de viruela y el cabello grasiento, que estaba apoyado en el borde de su fotografía con pinta de aburrido.

Pero la foto que más llamó la atención de Harry fue la de la bruja, cuya cara había destacado entre las demás en cuanto él miró la página. Llevaba el cabello largo y era castaño, pero en la fotografía tenía aspecto de desgreñado y sucio, aunque él lo había visto bien arreglado, denso y reluciente. La bruja miraba a Harry fijamente con ojos de párpados caídos y una arrogante y desdeñosa sonrisa en los finos labios. Como Sirius, conservaba vestigios de la antigua belleza que algo, quizá Azkaban, le había robado.

«Bellatrix Lestrange, condenada por torturar a Frank y Alice Longbottom hasta causarles una incapacidad permanente.»

Hermione le dio un codazo a Harry y señaló el titular que había encima de las fotografías, que Harry, concentrado en la imagen de Bellatrix, todavía no había leído.

FUGA EN MASA DE AZKABAN
EL MINISTERIO TEME QUE BLACK SEA EL «PUNTO DE REUNIÓN» DE ANTIGUOS
MORTÍFAGOS

—¿Black? —dijo Harry en voz alta—. ¿No se…?

—¡Chissst! —susurró Hermione, alarmada—. ¡No hables tan alto, léelo y calla!

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