Harry Potter. La colección completa (285 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¿Qué os traigo, queridos? —preguntó Madame Pudipié, una mujer muy robusta, peinada con un negro y reluciente moño, al pasar con dificultad entre su mesa y la de Roger Davies.

—Dos cafés, por favor —pidió Cho.

En el rato que siguió hasta que les sirvieron los cafés, Roger Davies y su novia habían empezado a besarse por encima del azucarero. Harry habría preferido que no lo hicieran porque tenía la impresión de que Davies estaba sentando un precedente con el que quizá Cho esperaba que Harry compitiera. Notaba un intenso calor en las mejillas e intentó mirar por la ventana, pero estaba demasiado empañada y no veía el exterior. Para retrasar el momento en que tendría que mirar a Cho, contempló el techo, fingiendo examinar la pintura, y entonces recibió en la cara un puñado de confeti que le había lanzado el querubín suspendido sobre su mesa.

Tras unos tensos minutos más, Cho mencionó a la profesora Umbridge. Harry se agarró al cable con alivio, y pasaron un rato agradable insultando a la profesora, pero aquel tema ya lo habían explotado tanto en las reuniones del
ED
que no duró mucho. Volvieron a quedarse callados. Harry oía los sorbetones procedentes de la mesa de al lado como si estuvieran amplificados, y, desesperado, buscó algo más que decir.

—Oye…, esto…, ¿quieres ir conmigo a Las Tres Escobas a la hora de comer? He quedado allí con Hermione Granger.

Cho arqueó las cejas.

—¿Has quedado con Hermione Granger? ¿Hoy?

—Sí. Bueno, me ha pedido que me reúna con ella allí y le he dicho que iría. ¿Quieres ir conmigo? Hermione ha dicho que no le importaba.

—Ah, bueno… Muy amable por su parte.

Pero no parecía que Cho encontrara el gesto amable. Al contrario: su tono de voz era frío, y de pronto adoptó una expresión muy adusta.

Pasaron unos minutos más en silencio absoluto. Harry se estaba bebiendo el café tan deprisa que pronto necesitaría otra taza. A su lado, Roger Davies y su novia parecían pegados por los labios.

Cho tenía una mano posada sobre la mesa, junto a su taza de café, y Harry sentía una urgencia cada vez mayor por cogérsela. «Hazlo —se dijo, y notó una oleada de pánico y emoción mezclados en su pecho—; estira el brazo y cógele la mano.» Era asombroso que le costara mucho más estirar el brazo treinta centímetros y tocarle la mano a Cho que agarrar al vuelo una
snitch
que iba a toda pastilla…

Pero justo cuando movió la mano hacia delante, Cho retiró la suya de la mesa. En ese momento, ella miraba con expresión de ligero interés cómo Roger Davies besaba a su novia.

—¿Sabes qué? —dijo en voz baja—. Me pidió salir. Hace un par de semanas. Sí, Roger. Pero le dije que no.

Harry, que había agarrado el azucarero para justificar el repentino movimiento de su mano sobre la mesa, no entendía por qué Cho se lo estaba contando. Si le hubiera gustado estar sentada en la mesa de al lado y que Roger Davies la besara apasionadamente, ¿por qué había accedido a ir con él a Hogsmeade?

Harry no dijo nada. El querubín les lanzó otro puñado de confeti, y unos cuantos copos fueron a parar en los restos de café frío que Harry se disponía a beber.

—El año pasado vine aquí con Cedric —comentó Cho.

Harry tardó un segundo en asimilar lo que ella acababa de decir, y eso mismo fue lo que tardó en helársele la sangre. No podía creer que Cho quisiera hablar de Cedric entonces, rodeados como estaban de parejas que se besaban y con un querubín flotando sobre sus cabezas.

Cuando volvió a hablar, Cho lo hizo en voz mucho más alta.

—Hace siglos que quería preguntártelo… ¿Me…, me mencionó Cedric antes de morir?

—Pues… no —contestó Harry con voz queda—. No tuvo… tiempo para decir nada. Esto…, ¿ves mucho
quidditch
durante las vacaciones? Eres seguidora de los Tornados, ¿verdad?

Harry habló con una voz falsamente jovial y a continuación comprobó, horrorizado, que Cho volvía a tener los ojos bañados en lágrimas, igual que después de la última reunión del
ED
antes de las Navidades.

—Mira —dijo, desesperado, acercando la cabeza a la de ella para que nadie más pudiera oírlo—, no hablemos de Cedric ahora… Hablemos de otra cosa…

Pero por lo visto no era eso lo que tenía que haber dicho.

—¡Pensé… —balbuceó Cho salpicando la mesa de lágrimas— pensé que tú… lo entenderías! ¡Necesito hablar de ello! ¡Y seguro que tú ta-también necesitas hablar! No sé, tú viste co-cómo pasó, ¿no?

Aquello parecía una pesadilla; todo estaba saliendo al revés. Hasta Roger Davies se despegó de su novia para girar la cabeza y mirar a la llorosa Cho.

—Bueno, he hablado de ello con Ron y Hermione —dijo Harry en un susurro—, pero…

—¡Ah, con Hermione Granger sí puedes hablar! —exclamó ella con voz estridente mientras las lágrimas seguían resbalando por sus mejillas. Otras parejas que también estaban besándose se separaron para observar a Cho y a Harry—. ¡Pero conmigo no! ¡Qui-quizá sería mejor que pa-pagáramos y fueras a reunirte co-con Hermione Granger, si eso es lo que estás deseando!

Harry se quedó mirándola absolutamente perplejo mientras ella cogía una servilleta con flecos y se secaba las lágrimas.

—¡Cho! —dijo Harry con voz débil.

Le habría gustado que Roger agarrara a su novia y empezara a besarla otra vez para que no los mirara como un pasmado a él y a Cho.

—¡Vete si quieres! —exclamó ésta, que ahora lloraba con la servilleta en la cara—. No sé por qué me pediste que saliera contigo si luego ibas a quedar con otras chicas… ¿A cuántas tienes que ver después de Hermione?

—¡Pero qué dices! —explotó Harry, aunque sintió tanto alivio al comprender por fin por qué estaba enfadada Cho, que se rió; y una milésima de segundo más tarde se dio cuenta de que aquello también había sido un error.

La chica se puso en pie de un brinco. En el salón de té reinaba un silencio absoluto y todos los observaban.

—Hasta la vista, Harry —se despidió Cho con dramatismo, e hipando ligeramente corrió hacia la puerta, la abrió de un tirón y salió a la calle bajo una intensa lluvia.

—¡Cho! —la llamó él, pero la puerta ya se había cerrado tras ella produciendo un melódico tintineo.

En el salón de té no se oía ni una mosca. Harry era el blanco de todas las miradas. Dejó un galeón sobre la mesa, se quitó el confeti de color rosa del pelo y salió a la calle en busca de Cho.

Llovía a cántaros, y Harry no la vio por ninguna parte. No entendía nada de lo que había pasado; hasta hacía media hora se llevaban de perlas.

«¡Mujeres! —masculló, enojado, chapoteando por la calle con las manos en los bolsillos—. ¿Para qué querría hablar de Cedric? ¿Por qué siempre saca un tema que hace que se convierta en una manguera viviente?»

Torció a la derecha y echó a correr bajo la lluvia; unos minutos más tarde entraba por la puerta de Las Tres Escobas. Sabía que era demasiado pronto para que Hermione hubiera llegado, pero pensó que probablemente encontraría a alguien allí con quien pasar el rato. Se apartó el pelo mojado moviendo la cabeza y miró alrededor. Hagrid estaba sentado solo en un rincón con aire taciturno.

—¡Hola, Hagrid! —lo saludó Harry tras abrirse paso entre las abarrotadas mesas, y acercó una silla a la de su amigo.

Éste se sobresaltó y lo miró como si apenas lo reconociera. Harry vio que tenía dos nuevos cortes en la cara y varios cardenales más.

—¡Ah, eres tú, Harry! ¿Estás bien?

—Sí, muy bien —mintió Harry; pero junto a su magullado y triste amigo tuvo la impresión de que en realidad él no tenía motivos para quejarse—. ¿Y tú? ¿Estás bien?

—¿Yo? Sí, claro, fenomenal, Harry, fenomenal.

Hagrid hundió la mirada en su jarra de peltre, del tamaño de un cubo grande, y suspiró. Harry no sabía qué decirle. Permanecieron un rato sentados en silencio. De repente Hagrid dijo:

—Tú y yo estamos en la misma situación, ¿no es cierto, Harry?

—Pues…

—Sí, ya lo decía yo… Ambos somos unos intrusos, por definirnos de alguna manera… —afirmó asintiendo con la cabeza sabiamente—. Y ambos somos huérfanos. Sí…, ambos huérfanos. —Bebió un enorme trago de la jarra—. Si tienes una familia decente todo cambia —prosiguió—. Mi padre era decente. Y tus padres eran decentes. Si no hubieran muerto, tu vida habría sido muy distinta, ¿verdad?

—Sí, supongo que sí —admitió Harry con cautela pensando que Hagrid estaba de un humor muy extraño.

—Familia —repitió Hagrid con tristeza—. Digan lo que digan, la sangre es importante…

Y se limpió un hilillo de sangre que le goteaba del ojo.

—Hagrid —lo interrumpió Harry sin poder contenerse—, ¿dónde te haces todas esas heridas?

—¿Eh? —se extrañó Hagrid, sorprendido—. ¿Qué heridas?

—¡Todas ésas! —exclamó Harry señalándole la cara.

—Ah… Esto no son más que golpes y contusiones, Harry —contestó quitándole importancia—. Gajes del oficio. —Vació su jarra, la dejó en la mesa y se levantó—. Hasta luego, Harry. Cuídate.

Y dicho eso salió caminando pesadamente del pub, con gesto mustio, y desapareció bajo la lluvia torrencial. Harry lo vio marchar y se sintió mal. Hagrid se sentía desdichado y ocultaba algo, pero parecía decidido a rechazar cualquier ayuda. ¿Qué estaba pasando? Pero antes de que Harry pudiera seguir reflexionando sobre ello, oyó una voz que lo llamaba.

—¡Harry! ¡Aquí, Harry!

Hermione le hacía señas con una mano desde el otro extremo del pub. Harry se levantó y fue hacia ella atravesando el concurrido local. Cuando todavía estaba a varias mesas de distancia, se dio cuenta de que Hermione no estaba sola. Estaba sentada a una mesa con dos personas a las que jamás habría imaginado encontrar con ella: Luna Lovegood y nada más y nada menos que Rita Skeeter, exreportera de
El Profeta
y una de las personas a las que Hermione más despreciaba en el mundo.

—¡Qué pronto has llegado! —exclamó su amiga mientras se apartaba para hacerle sitio—. Pensaba que estabas con Cho. ¡No esperaba que llegaras hasta al menos dentro de una hora!

—¿Con Cho? —saltó Rita de inmediato retorciéndose en la silla para mirar con avidez a Harry—. ¿Una chica?

Agarró su bolso de piel de cocodrilo y se puso a hurgar en él.

—¿A ti qué te importa que Harry haya salido con un centenar de chicas? —le dijo Hermione a la periodista con descaro—. No es asunto tuyo, así que guarda eso ahora mismo.

Rita se disponía a sacar una pluma de color verde amarillento de su bolso, pero lo cerró y puso una cara horrible, como si le hubieran hecho beber jugo fétido.

—¿Qué estáis tramando? —preguntó Harry, que se sentó y miró sin comprender a Rita, Luna y Hermione.

—Doña Perfecta estaba a punto de contármelo cuando has llegado tú —dijo la periodista, y dio un buen trago de su bebida—. Supongo que estoy autorizada a hablar con él, ¿no? —le espetó a Hermione.

—Sí, supongo que sí —repuso ella con frialdad.

A Rita no le sentaba nada bien el desempleo. Tenía el pelo lacio y despeinado y no llevaba los elaborados rizos de tiempo atrás. Se le había saltado el esmalte de las uñas de cinco centímetros de largo y a las gafas con alas les faltaban un par de joyas falsas. Dio otro gran trago de su bebida y dijo hablando por la comisura de la boca:

—¿Es guapa, Harry?

—Una palabra más sobre la vida amorosa de Harry y se anula el trato, te lo prometo —la amenazó Hermione.

—¿Qué trato? —preguntó Rita secándose la boca con el dorso de la mano—. Todavía no has mencionado ningún trato, señorita Repipi, sólo me dijiste que me presentara aquí. ¡Ah, un día de éstos…! —añadió con un estremecimiento.

—Sí, sí, un día de éstos te pondrás a escribir más historias horribles sobre Harry y sobre mí —comentó Hermione con indiferencia—. A ver si encuentras a alguien a quien le interese leerlas.

—Pues este año han publicado un montón de historias horribles sobre Harry sin mi ayuda —replicó Rita mirando al chico de soslayo por encima de sus gafas, y añadió—: ¿Cómo te ha sentado eso, Harry? ¿Te sientes traicionado? ¿Consternado? ¿Incomprendido?

—Está enfadado, como es lógico —repuso Hermione con voz fuerte y clara—. Porque le ha contado la verdad al ministro de Magia y el ministro es demasiado idiota para creerlo.

—De modo que sigues en tus trece, empeñado en que El-que-no-debe-ser-nombrado ha vuelto, ¿no? —dijo Rita bajando su copa y sometiendo a Harry a una penetrante mirada mientras acercaba una vez más un dedo hacia el cierre de su bolso de cocodrilo—. ¿Defiendes ese absurdo cuento que Dumbledore le va explicando a todo el mundo de que Quien-tú-sabes ha regresado y que tú eres el único testigo?

—Yo no soy el único testigo —gruñó Harry—. También había allí una docena de
mortífagos
. ¿Quieres que te dé sus nombres?

—Me encantaría —dijo Rita en voz baja, y se puso a hurgar de nuevo en su bolso observando a Harry como si él fuera lo más hermoso que había visto jamás—. Lo publicaremos con un gran titular: «Potter acusa…» Y con el subtítulo: «Harry Potter identifica a los
mortífagos
que siguen entre nosotros.» Y entonces, bajo una gran fotografía tuya: «El trastornado adolescente que sobrevivió al ataque de Quien-ustedes-saben, Harry Potter, de 15 años, provocó un escándalo ayer al acusar a respetados y prominentes miembros de la comunidad mágica de ser
mortífagos
…» —Rita tenía ya la pluma a vuelapluma en la mano e iba a llevársela a la boca cuando se esfumó de su rostro la expresión de embeleso—. Pero claro —continuó bajando la pluma y fulminando con la mirada a Hermione—, Doña Perfecta no querrá que se publique esa historia, ¿no?

—Pues resulta —dijo Hermione con voz melosa— que eso es exactamente lo que quiere Doña Perfecta.

Rita se quedó mirándola. Y lo mismo hizo Harry. Luna, en cambio, se puso a cantar por lo bajo «A Weasley vamos a coronar» con aire ensimismado mientras removía su bebida con una cebollita de cóctel pinchada en un palillo.

—¿Quieres que escriba una crónica sobre lo que Harry dice de Aquel-que-no-debe-ser-nombrado? —le preguntó Rita a Hermione con un hilo de voz.

—Sí, exacto. La verdadera historia. Con pelos y señales. Como la cuenta Harry. Te proporcionará todos los detalles, te dará los nombres de los
mortífagos
no identificados a los que vio allí, te dirá qué aspecto tiene ahora Voldemort… Vamos, contrólate —añadió con desdén, y lanzó una servilleta hacia el otro lado de la mesa, pues, al oír el nombre de Voldemort, Rita había dado tal respingo que había derramado la mitad de su copa de whisky de fuego y se había manchado la ropa.

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