Harry Potter. La colección completa (291 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Sí —afirmó él.

—Entonces dale este aviso de mi parte: sus intentos no están dando resultado. Más le valdría abandonar.

—¿Sus intentos no están dando resultado? —repitió Harry sin comprender.

—Y más le valdría abandonar —puntualizó Firenze asintiendo con la cabeza—. Si pudiera avisaría yo mismo a Hagrid, pero me han desterrado; no sería prudente por mi parte acercarme demasiado al bosque precisamente ahora. Hagrid ya tiene bastantes problemas, y sólo le faltaría una batalla de centauros.

—Pero… ¿qué es lo que intenta hacer Hagrid? —preguntó Harry con inquietud.

Firenze miró a Harry sin inmutarse.

—Últimamente Hagrid me ha prestado gran ayuda —contestó Firenze—, y hace mucho tiempo que se ganó mi respeto por el cuidado que dedica a todas las criaturas vivientes. No voy a revelar su secreto. Pero hay que hacerle entrar en razón. Sus intentos no están dando resultado. Díselo, Harry Potter. Que pases un buen día.

La felicidad que Harry había sentido tras la publicación de la entrevista en
El Quisquilloso
ya se había evaporado. El grisáceo mes de marzo dejó paso a un borrascoso abril, y la vida de Harry parecía haberse convertido de nuevo en una larga serie de preocupaciones y problemas.

La profesora Umbridge había seguido asistiendo a todas las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas, de modo que a Harry le había resultado muy difícil transmitir a Hagrid la advertencia de Firenze. Por fin, un día consiguió hacerlo fingiendo que había perdido su ejemplar de
Animales fantásticos y dónde encontrarlos
y volvió sobre sus pasos cuando ya había terminado la clase. Al dar el mensaje de Firenze a Hagrid, éste lo miró un momento con los hinchados y amoratados ojos como si se hubiera sorprendido. Pero luego recobró la compostura.

—Firenze es un gran tipo —afirmó con brusquedad—, pero de esto no entiende nada. Mis intentos están dando muy buenos resultados.

—¿Qué te traes entre manos, Hagrid? —le preguntó Harry poniéndose serio—. Tienes que andarte con cuidado porque la profesora Umbridge ya ha despedido a la profesora Trelawney, y si quieres saber mi opinión, creo que no va a haber quien la pare. Si se entera de que estás haciendo algo que no deberías, te va a…

—Hay cosas más importantes que conservar el empleo —lo interrumpió Hagrid, aunque, cuando lo dijo, le temblaron ligeramente las manos y se le cayó al suelo un cuenco lleno de excrementos de
knarl
—. No sufras por mí, Harry. Y ahora vete, sé bueno.

Harry no tuvo más remedio que dejar a Hagrid recogiendo el estiércol del suelo de su cabaña, pero mientras se dirigía hacia el castillo se sintió muy desanimado.

Entre tanto, los
TIMOS
cada vez estaban más cerca, algo que los profesores y Hermione seguían recordando a los alumnos. Todos los de quinto estaban más o menos estresados, pero Hannah Abbott fue la primera en recibir una pócima calmante de la señora Pomfrey, después de echarse a llorar durante la clase de Herbología y afirmar, entre sollozos, que era demasiado tonta para aprobar los exámenes y que quería marcharse cuanto antes del colegio.

Harry estaba convencido de que, de no haber sido por las reuniones del
ED
, se habría sentido terriblemente desgraciado. A veces tenía la sensación de que sólo vivía para las horas que pasaba en la Sala de los Menesteres; allí trabajaba duro, pero al mismo tiempo se divertía muchísimo y se enorgullecía al contemplar a los otros miembros del
ED
y comprobar cuánto habían progresado. En ocasiones Harry se preguntaba cómo reaccionaría la profesora Umbridge cuando los miembros del
ED
recibieran un «Extraordinario» en sus
TIMOS
de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Por fin habían empezado a trabajar en los encantamientos
patronus
, que todos estaban deseando practicar pese a que, como Harry insistía en recordarles, no era lo mismo lograr que un
patronus
apareciera en medio de un aula intensamente iluminada y sin estar bajo ninguna amenaza, que conseguir que apareciera si se tenían que enfrentar a algo similar a un
dementor
.

—No seas aguafiestas —dijo Cho alegremente mientras contemplaba su plateado
patronus
con forma de cisne, que volaba por la Sala de los Menesteres durante la última reunión antes de las vacaciones de Pascua—. ¡Son tan bonitos!

—Lo que importa no es que sean bonitos —repuso Harry pacientemente—, sino que te protejan. Lo que necesitamos es un
boggart
o algo parecido; así fue como aprendí yo: tuve que invocar un
patronus
mientras el
boggart
se hacía pasar por un
dementor
.

—¡Uy, qué miedo! —comentó Lavender, que disparaba bocanadas de humo por el extremo de su varita—. ¡Y yo sigo… sin… conseguirlo! —añadió con enfado.

Neville también tenía problemas. Estaba muy concentrado, pero de la punta de su varita sólo salían unas débiles volutas de humo plateado.

—Tienes que pensar en algo alegre —le recordó Harry.

—Ya lo intento —dijo Neville, desanimado; se estaba esforzando tanto que el sudor brillaba en su redonda cara.

—¡Mira, Harry, creo que lo estoy logrando! —gritó Seamus, a quien Dean había llevado por primera vez a una reunión del
ED
—. ¡Mira…! ¡Oh, ha desaparecido! Pero ¡era una cosa peluda, Harry!

El
patronus
de Hermione, una reluciente nutria plateada, retozaba a su alrededor.

—Son bonitos, ¿verdad? —comentó la chica mirando al animal con cariño.

En ese momento la puerta de la Sala de los Menesteres se abrió y volvió a cerrarse. Harry se dio la vuelta para ver quién había entrado, pero no vio a nadie. Tardó un instante en darse cuenta de que los alumnos que estaban cerca de la puerta se habían quedado callados. Entonces algo le tiró de la túnica a la altura de las rodillas. Miró hacia abajo y se llevó una sorpresa al ver a Dobby, el elfo doméstico, que lo contemplaba desde debajo de los ocho gorros de lana que no se quitaba ni para dormir.

—¡Hola, Dobby! —exclamó Harry—. ¿Qué haces? ¿Qué pasa?

El elfo lo miraba con ojos desorbitados; estaba temblando de miedo. Los miembros del
ED
que estaban más cerca de Harry se habían quedado mudos y todos contemplaban a Dobby. Los pocos
patronus
que los alumnos habían conseguido se disolvieron en una neblina plateada, y la habitación quedó mucho más oscura que antes.

—Harry Potter, señor… —chilló el elfo, que temblaba de pies a cabeza—. Harry Potter, señor… Dobby ha venido a avisarlo…, pero a los elfos domésticos les han advertido que no digan…

Se lanzó de cabeza contra la pared. Harry, que conocía bien la costumbre de Dobby de autocastigarse, intentó sujetarlo, pero el elfo rebotó en la piedra, protegido por sus ocho gorros. Hermione y algunas chicas soltaron gritos de miedo y pena.

—¿Qué ha pasado, Dobby? —le preguntó Harry mientras lo agarraba por el delgado brazo y lo apartaba de cualquier cosa con la que pudiera intentar hacerse daño.

—Harry Potter, ella…, ella…

Dobby se golpeó fuertemente la nariz con el puño que tenía libre y Harry se lo sujetó también.

—¿Quién es «ella», Dobby?

Aunque Harry creía que sabía de quién se trataba; sólo había una persona que pudiera inspirarle tanto temor a Dobby. El elfo levantó la cabeza, lo miró poniéndose un poco bizco y movió los labios, pero sin articular ningún sonido.

—¿La profesora Umbridge? —preguntó Harry, horrorizado. Dobby asintió, y a continuación intentó golpearse la cabeza contra las rodillas de Harry, pero él estiró los brazos y lo mantuvo alejado de su cuerpo—. ¿Qué pasa con ella, Dobby? ¿Estás insinuando que ha descubierto esta…, que nosotros…, el
ED
? —Leyó la respuesta en el afligido rostro del elfo. Como Harry seguía sujetándole las manos, Dobby intentó darse una patada y cayó al suelo de rodillas—. ¿Viene hacia aquí? —inquirió Harry rápidamente.

Dobby soltó un alarido y exclamó:

—¡Sí, Harry Potter, sí!

Harry se enderezó y echó un vistazo a los inmóviles y aterrados alumnos que miraban al elfo, que no paraba de retorcerse.


¿A QUÉ ESPERÁIS?
—gritó—.
¡CORRED!

Entonces todos salieron disparados hacia la puerta, formando una marabunta, y empezaron a marcharse precipitadamente de la sala. Harry los oyó correr por los pasillos y confió en que tuvieran la prudencia de no intentar llegar hasta sus dormitorios. Sólo eran las nueve menos diez; ojalá se refugiaran en la biblioteca o en la lechucería, que quedaban más cerca…

—¡Vamos, Harry! —gritó Hermione desde el centro del grupo de alumnos que peleaban por salir.

Harry levantó en brazos a Dobby, que todavía intentaba lastimarse, y corrió con él para unirse a sus compañeros.

—Dobby, esto es una orden: baja a la cocina con los otros elfos, y si ella te pregunta si me has avisado, miente y di que no —dijo Harry—. ¡Y te prohibo que te hagas daño! —añadió, y cuando por fin cruzó el umbral, soltó al elfo y cerró la puerta tras él.

—¡Gracias, Harry Potter! —chilló Dobby, y echó a correr a toda pastilla.

Harry miró a derecha e izquierda; los otros corrían tanto que sólo alcanzó a ver un par de talones que doblaban cada una de las esquinas del pasillo antes de desaparecer; él se dirigió velozmente hacia la derecha; un poco más allá había un lavabo de chicos, y si conseguía llegar hasta él podría fingir que había estado allí todo el tiempo…


¡AAAYYY!

Algo se había enroscado en sus tobillos, y Harry cayó estrepitosamente al suelo y resbaló boca abajo unos dos metros antes de detenerse. Oyó que alguien reía detrás de él. Se colocó boca arriba y vio a Malfoy escondido en una hornacina, bajo un espantoso jarrón con forma de dragón.

—¡Embrujo zancadilla, Potter! —dijo—. ¡Eh, profesora!
¡PROFESORA!
¡Ya tengo a uno!

La profesora Umbridge apareció jadeando por un extremo del pasillo, pero con una sonrisa de placer en los labios.

—¡Es él! —exclamó con júbilo al ver a Harry en el suelo—. ¡Excelente, Draco, excelente! ¡Muy bien! ¡Cincuenta puntos para Slytherin! Voy a sacarlo de aquí… ¡Levántate, Potter! —Harry se puso en pie y los miró con odio a los dos. Jamás había visto tan feliz a la profesora Umbridge, que lo agarró fuertemente por un brazo y se volvió, sonriendo de oreja a oreja, hacia Malfoy—. Corre a ver si atrapas a unos cuantos más, Draco —le ordenó—. Di a los otros que busquen en la biblioteca, a ver si encuentran a alguien que se haya quedado sin aliento. Mirad en los lavabos, la señorita Parkinson puede encargarse del de las chicas. ¡Deprisa! Y tú —añadió adoptando un tono aún más amenazador de lo habitual, mientras Malfoy se alejaba—, tú vas a venir conmigo al despacho del director, Potter.

Al cabo de unos minutos estaban frente a la gárgola de piedra. A Harry le habría gustado saber a cuántos más habían atrapado. Pensó en Ron (la señora Weasley iba a matarlo) y en cómo se sentiría Hermione si la expulsaban antes de que pudiera hacer sus
TIMOS
. Y aquélla había sido la primera reunión de Seamus… Y Neville estaba mejorando tanto…

—¡Meigas fritas! —entonó la profesora Umbridge; la gárgola de piedra se apartó de un brinco, la pared que había detrás se abrió y Harry y la bruja subieron por la escalera móvil de piedra.

Enseguida llegaron a la brillante puerta con la aldaba en forma de grifo, pero la profesora Umbridge no se tomó la molestia de llamar, sino que entró directamente en el despacho dando grandes zancadas y sin soltar a Harry.

El despacho estaba lleno de gente. Dumbledore estaba sentado detrás de su mesa, con expresión serena y con las yemas de los largos dedos juntas. La profesora McGonagall estaba de pie, inmóvil, a su lado, con un aspecto muy tenso. Cornelius Fudge, ministro de Magia, se balanceaba hacia delante y hacia atrás sobre las puntas de los pies, junto al fuego, inmensamente complacido, al parecer, con la situación; Kingsley Shacklebolt y un mago de aspecto severo con pelo canoso, áspero y muy corto, al que Harry no reconoció, estaban situados a ambos lados de la puerta, como dos guardianes, y Percy Weasley, pecoso y con gafas, como siempre, andaba nervioso de un lado para otro junto a la pared con una pluma y un grueso rollo de pergamino en las manos, preparado para tomar notas.

Esa noche los retratos de antiguos directores y directoras no se hacían los dormidos. Todos estaban alerta y muy serios observando lo que ocurría en el despacho. Cuando entró Harry, unos cuantos saltaron a los cuadros vecinos e hicieron comentarios al oído de sus ocupantes.

Harry se soltó de la profesora Umbridge en cuanto la puerta se cerró tras ellos. Cornelius Fudge lo fulminó con la mirada; la expresión de su rostro denotaba una especie de cruel satisfacción.

—Vaya, vaya —dijo.

Harry respondió con la mirada más asesina de que fue capaz. El corazón le latía con violencia en el pecho, pero tenía la mente fría y clara.

—Potter volvía a la torre Gryffindor —explicó la profesora Umbridge. Había un deje de indecente emoción en su voz, el mismo placer cruel que Harry había detectado en la voz de la bruja mientras veía llorar a lágrima viva a la profesora Trelawney en el vestíbulo—. Malfoy lo ha acorralado.

—¿Ah, sí? —dijo Fudge, agradecido—. Que no me olvide de decírselo a Lucius. Bueno, Potter… Supongo que ya sabes por qué estás aquí.

Harry estaba decidido a responder con un desafiante «Sí»; había despegado los labios y estaba a punto de pronunciar aquella palabra cuando vio la cara de Dumbledore. El director no miraba directamente a Harry, sino que tenía los ojos fijos en un punto situado sobre sus hombros, pero, cuando el muchacho lo observó, el director movió un milímetro la cabeza hacia uno y otro lado. Harry se corrigió justo a tiempo:

—S… No.

—¿Cómo dices? —preguntó Fudge.

—No —repitió Harry con firmeza.

—¿No sabes por qué estás aquí?

—No, no lo sé —declaró Harry.

Fudge miró con incredulidad a la profesora Umbridge. Harry aprovechó aquel momento de distracción del ministro para desviar fugazmente la mirada hacia Dumbledore, quien, con los ojos fijos en la alfombra, hizo un levísimo movimiento afirmativo con la cabeza y un breve guiño.

—De modo que no tienes ni idea de por qué la profesora Umbridge te ha traído a este despacho —prosiguió Fudge con una voz cargada de sarcasmo—. ¿No eres consciente de haber violado ninguna norma del colegio?

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