Harry Potter. La colección completa (307 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

El profesor Tofty volvió a toser.

—Chicos, chicas, intentad concentraros —dijo en voz baja. Casi todos los alumnos siguieron escudriñando el cielo con sus telescopios. Harry echó un vistazo a la izquierda. Hermione miraba, petrificada, hacia la cabaña de Hagrid—. Ejem…, veinte minutos… —anunció el profesor Tofty.

Hermione pegó un brinco y volvió a concentrarse de inmediato en su mapa celeste; Harry dirigió la mirada hacia el suyo y vio que había escrito «Marte» donde debía haber escrito «Venus», así que se apresuró a corregir el error.

Entonces se oyó un fuerte
¡PUM!
que procedía de los jardines y varios estudiantes exclamaron «¡Ay!» al golpearse la cara con el extremo de la mira de sus telescopios cuando se apresuraron a observar lo que estaba pasando abajo.

La puerta de la cabaña de Hagrid se había abierto, y la luz que salía de dentro les permitió verlo con bastante claridad: una figura de gran tamaño rugía y enarbolaba los puños, rodeada de seis personas, las cuales intentaban aturdirlo a juzgar por los finos rayos de luz roja que proyectaban hacia él.

—¡No! —gritó Hermione.

—¡Señorita! —exclamó escandalizado el profesor Tofty—. ¡Esto es un examen!

Pero ya nadie prestaba atención a los mapas celestes. Todavía se veían haces de luz roja junto a la cabaña de Hagrid, aunque parecían rebotar en él; el guardabosques aún estaba en pie y a Harry le pareció que no había dejado de defenderse. Por los jardines resonaban gritos y un hombre bramó: «¡Sé razonable, Hagrid!»

—¿Razonable? —rugió él—. ¡Maldita sea, Dawlish, no me llevaréis así!

Harry vio la silueta de Fang, que intentaba defender a su amo y saltaba repetidamente sobre los magos que rodeaban a Hagrid, hasta que el rayo de un hechizo aturdidor alcanzó al animal, que cayó al suelo. Hagrid soltó un furioso aullido y cogió al culpable y lo lanzó por el aire; el hombre recorrió unos tres metros volando y no volvió a levantarse. Hermione soltó un grito de horror, tapándose la boca con ambas manos; Harry miró a Ron y vio que su amigo también estaba muy asustado. Ninguno de los tres había visto jamás a Hagrid enfadado de verdad.

—¡Mirad! —gritó Parvati, que se había apoyado en el parapeto y señalaba las puertas del castillo, que habían vuelto a abrirse; la luz iluminaba de nuevo el oscuro jardín, y una silueta cruzaba la extensión de césped.

—¡Por favor, chicos! —exclamó el profesor Tofty, muy alterado—. ¡Sólo os quedan dieciséis minutos!

Pero nadie le hizo caso: todos observaban a la persona que en ese momento corría hacia la cabaña de Hagrid, donde se estaba librando la batalla.

—¿¡Cómo se atreven!? —gritaba la solitaria figura mientras corría—. ¿¡Cómo se atreven!?

—¡Es la profesora McGonagall! —susurró Hermione.

—¡Déjenlo en paz! ¡He dicho que lo dejen en paz! —repetía la profesora McGonagall en la oscuridad—. ¿Con qué derecho lo atacan? Él no ha hecho nada, nada que justifique este…

Hermione, Parvati y Lavender gritaron a la vez, pues las figuras que había junto a la cabaña de Hagrid lanzaron al menos cuatro rayos aturdidores contra la profesora McGonagall. A medio camino entre la cabaña y el castillo, los rayos chocaron contra ella; en un primer momento, la profesora se iluminó y desprendió un brillo de un extraño color rojo; luego se despegó del suelo, cayó con fuerza sobre la espalda y no volvió a moverse.

—¡Gárgolas galopantes! —gritó el profesor Tofty, que también parecía haber olvidado por completo el examen—. ¡Eso no es una advertencia! ¡Es un comportamiento vergonzoso!


¡COBARDES!
—bramó Hagrid; su voz llegó con claridad hasta lo alto de la torre, y varias luces volvieron a encenderse dentro del castillo—.
¡MALDITOS COBARDES! ¡TOMA ESTO! ¡Y ESTO!

—¡Ay, madre! —gimió Hermione.

Hagrid intentó dar un par de fuertes golpes a los agresores que tenía más cerca, a quienes, a juzgar por cómo se derrumbaron, dejó inconscientes. Pero luego Harry vio que Hagrid se doblaba por la cintura, como si finalmente el hechizo lo hubiera vencido. Sin embargo, se equivocaba: al cabo de un instante, Hagrid volvía a estar de pie y llevaba algo que parecía un saco a la espalda. Entonces Harry se dio cuenta de que se había colocado sobre los hombros el cuerpo inerte de Fang.

—¡Deténganlo! ¡Sujétenlo! —gritaba la profesora Umbridge, pero el único ayudante que le quedaba se mostraba muy reacio a ponerse al alcance de los puños de Hagrid; empezó a retroceder, tan deprisa que tropezó con uno de sus inconscientes colegas, y también cayó al suelo.

Hagrid, mientras tanto, se había dado la vuelta y había echado a correr con Fang sobre los hombros. La profesora Umbridge le echó un último hechizo aturdidor, pero no dio en el blanco; y Hagrid, corriendo a toda velocidad hacia las lejanas verjas, desapareció en la oscuridad.

Hubo un largo minuto de silencio; los alumnos, temblorosos y boquiabiertos, contemplaban los jardines. Entonces la débil voz del profesor Tofty anunció:

—Humm…, cinco minutos, chicos.

Harry estaba impaciente porque terminara el examen, pese a que sólo había llenado dos terceras partes de su mapa. Cuando por fin se agotó el tiempo, Ron y Hermione guardaron de cualquier manera los telescopios en sus fundas y bajaron todo lo deprisa que pudieron por la escalera de caracol. Ningún alumno había ido a acostarse; todos estaban hablando con gran excitación y en voz alta al pie de la escalera sobre lo que acababan de presenciar.

—¡Qué mujer tan perversa! —exclamó entrecortadamente Hermione, a la que al parecer le costaba hablar debido a la rabia—. ¡Mira que intentar detener a Hagrid en plena noche!

—Es evidente que quería evitar otra escena como la de la profesora Trelawney —explicó sabiamente Ernie Macmillan, que se había abierto paso entre los alumnos para unirse a Harry, Ron y Hermione.

—Cómo se ha defendido Hagrid, ¿eh? —observó Ron pese a que parecía más asustado que impresionado—. ¿Por qué todos los hechizos rebotaban en él?

—Debe de ser su sangre de gigante —repuso Hermione con voz temblorosa—. Es muy difícil aturdir a un gigante, son muy resistentes, como los trols… Pero pobre profesora McGonagall… ¡Ha recibido cuatro rayos aturdidores en el pecho! Y no es muy joven que digamos, ¿verdad?

—Espantoso, espantoso —añadió Ernie moviendo con pomposidad la cabeza— Bueno, voy a acostarme. Buenas noches a todos.

Los chicos que había alrededor de los tres amigos empezaron a dispersarse, pero ellos siguieron hablando con agitación sobre lo que acababan de ver.

—Al menos no han conseguido llevarse a Hagrid a Azkaban —comentó Ron—. Supongo que habrá ido a reunirse con Dumbledore, ¿no?

—Supongo que sí —replicó Hermione, llorosa—. ¡Qué horror, estaba convencida de que Dumbledore no tardaría en volver al colegio, pero ahora nos hemos quedado también sin Hagrid!

Regresaron a la sala común de Gryffindor y la encontraron llena de gente. El alboroto que se había armado en los jardines había despertado a varias personas, que no habían dudado en despertar también a sus compañeros. Seamus y Dean, que habían llegado antes que Harry, Ron y Hermione, estaban relatando a todos lo que habían visto y oído desde lo alto de la torre de Astronomía.

—Pero ¿por qué tenía que despedir a Hagrid ahora? —preguntó Angelina Johnson—. ¡Su caso es diferente del de la profesora Trelawney, él había mejorado mucho este año!

—La profesora Umbridge odia a los semihumanos —le recordó Hermione con amargura, y se dejó caer en una butaca—. Estaba decidida a hacer todo lo posible para que echaran a Hagrid.

—Y además creía que Hagrid le ponía
escarbatos
en el despacho —intervino Katie Bell.

—¡Ostras! —exclamó Lee Jordan, y se tapó la boca con una mano—. Era yo el que le ponía
escarbatos
en el despacho. Fred y George me dejaron un par. Los hacía levitar y entrar por la ventana.

—Lo habría despedido de todos modos —comentó Dean—. Hagrid está demasiado cerca de Dumbledore.

—Eso es verdad —coincidió Harry, y se sentó en una butaca junto a la de Hermione.

—Espero que la profesora McGonagall se encuentre bien —dijo Lavender con lágrimas en los ojos.

—La han subido al castillo, lo hemos visto por la ventana del dormitorio —apuntó Colin Creevey—. No tenía buen aspecto.

—Seguro que la señora Pomfrey la curará —dijo Alicia Spinnet con firmeza—. Hasta ahora nunca ha fallado.

La sala común no se vació hasta casi las cuatro de la madrugada. Harry no tenía nada de sueño; la imagen de Hagrid corriendo hasta perderse en la oscuridad lo perseguía; estaba tan furioso con la profesora Umbridge que no se le ocurría ningún castigo lo bastante cruel para ella, aunque la sugerencia de Ron de ofrecérsela a una caja de hambrientos
escregutos
de cola explosiva para que se la comieran no estaba del todo mal. Finalmente se quedó dormido ideando venganzas horribles y se levantó tres horas más tarde con la sensación de no haber descansado nada.

El último examen, el de Historia de la Magia, no tendría lugar hasta la tarde. A Harry le habría encantado volver a la cama después de desayunar, pero contaba con la mañana para repasar un poco más, así que en lugar de acostarse se sentó con la cabeza entre las manos junto a la ventana de la sala común, intentando no quedarse dormido, mientras leía por encima la montaña de apuntes de un metro de alto que Hermione le había dejado.

Los alumnos de quinto curso entraron en el Gran Comedor a las dos en punto y se sentaron frente a las hojas de examen. Harry estaba agotado. Sólo deseaba una cosa: que terminara aquel examen, porque así podría irse a dormir; y al día siguiente Ron y él bajarían al campo de
quidditch
(Harry volaría con la escoba de Ron) y celebrarían que ya no tenían que repasar más.

—Dad la vuelta a las hojas —indicó la profesora Marchbanks desde su mesa, colocada frente a las de los alumnos, y giró el gigantesco reloj de arena—. Podéis empezar.

Harry se quedó mirando fijamente la primera pregunta. Pasados unos segundos, cayó en la cuenta de que no había entendido ni una palabra; había una avispa zumbando distraída contra una de las altas ventanas. Lenta, tortuosamente, Harry empezó por fin a escribir la respuesta.

Le costaba mucho recordar los nombres y confundía con frecuencia las fechas. Decidió saltarse la pregunta número cuatro («En su opinión, ¿qué hizo la legislación sobre varitas en el siglo
XVIII
: contribuyó a un mejor control de las revueltas de duendes o las permitió?»), y contestarla si tenía tiempo cuando hubiera terminado de responder las demás. Probó con la pregunta número cinco («¿Cómo se infringió el Estatuto del Secreto en 1749 y qué medidas se tomaron para impedir que volviera a ocurrir?»), pero sospechaba que se había dejado varios puntos importantes: le parecía recordar que los vampiros participaban en algún momento de la historia.

Siguió buscando una pregunta que pudiera contestar sin vacilar y sus ojos se detuvieron en la número diez: «Describa las circunstancias que condujeron a la formación de la Confederación Internacional de Magos y explique por qué los magos de Liechtenstein se negaron a formar parte de ella.»

«Esto lo sé», se dijo Harry, aunque notaba que tenía el cerebro aletargado y torpe. Podía visualizar un título escrito con la letra de Hermione: «La formación de la Confederación Internacional de Magos.» Había leído esos apuntes aquella misma mañana.

Empezó a escribir, levantando de vez en cuando la vista para mirar el reloj de arena que la profesora Marchbanks tenía encima de su mesa. Harry estaba sentado justo detrás de Parvati Patil, cuyo largo pelo castaño caía por detrás del respaldo de su silla. En un par de ocasiones, Harry se encontró mirando con fijeza las diminutas luces doradas que brillaban en la melena de Parvati cada vez que ella movía ligeramente la cabeza, y tuvo que cambiar un poco de posición la suya para salir del ensimismamiento.

«… el Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos fue Pierre Bonaccord, pero la comunidad mágica de Liechtenstein protestó contra su nombramiento porque…»

Alrededor de Harry las plumas rasgueaban el pergamino como ratas que corretean y escarban en sus madrigueras. Notaba el calor del sol en la nuca. ¿Qué había hecho Bonaccord para ofender a los magos de Liechtenstein? Harry creía recordar que tenía algo que ver con los trols… Volvió a clavar los ojos en la parte de atrás de la cabeza de Parvati. Le habría gustado practicar la Legeremancia y abrir una ventana en la nuca de su compañera para descubrir qué habían tenido que ver los trols con la ruptura de Pierre Bonaccord y Liechtenstein…

Harry cerró los ojos y se tapó la cara con las manos para descansar la vista. Bonaccord quería prohibir la caza de trols y otorgarles derechos…, pero Liechtenstein tenía desavenencias con una tribu de trols de montaña especialmente brutales… Sí, eso era.

Entonces abrió los ojos, pero al fijarlos en el blanco resplandeciente del pergamino, le dolieron y se le empañaron. Lentamente, Harry escribió dos líneas sobre los trols; entonces leyó lo que había escrito hasta el momento. Su respuesta no era muy extensa ni muy detallada, y, sin embargo, estaba seguro de que Hermione tenía un montón de hojas de apuntes sobre la Confederación.

Volvió a cerrar los ojos e intentó visualizar las páginas de Hermione, intentó recordar… La Confederación se había reunido por primera vez en Francia, sí, eso ya lo había escrito…

Los duendes querían asistir, pero no se lo habían permitido… Eso también lo había puesto…

Y ningún representante de Liechtenstein quiso tomar parte en la reunión…

«Piensa», se dijo, con la cara tapada, mientras a su alrededor las plumas rasgueaban redactando respuestas interminables, y la arena del reloj de la profesora Marchbanks caí a lentamente…

Caminaba otra vez por el oscuro y frío pasillo que conducía al Departamento de Misterios, con paso firme y resuelto; a veces corría un poco, decidido a llegar por fin a su destino… La puerta se abría, como las veces anteriores, y Harry volvía a encontrarse en la sala circular con muchas puertas…

La cruzaba andando por el suelo de piedra y entraba por una segunda puerta… Veía motas de luz danzarina en las paredes y en el suelo, y oía aquel extraño ruido mecánico, pero no había tiempo para investigar, tenía que darse prisa…

Iba corriendo hasta la tercera puerta, que se abría fácilmente, igual que las demás…

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