Harry Potter. La colección completa (313 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry no recordaba haber volado jamás a tanta velocidad; el animal pasó como una centella por encima del castillo, batiendo apenas las grandes alas; el fresco viento azotaba el rostro de Harry que, con los ojos entrecerrados, miró hacia atrás y vio a sus cinco compañeros volando tras él. Todos iban pegados cuanto podían al cuello de sus monturas para protegerse de la estela que dejaba el
thestral
de Harry.

Dejaron atrás los terrenos de Hogwarts y sobrevolaron Hogsmeade; Harry veía montañas y valles a sus pies. Como estaba oscureciendo, distinguió también pequeños grupos de luces de otros pueblos, y luego una sinuosa carretera que discurría entre colinas y por la que circulaba un solo coche…

—¡Qué cosa tan rara! —oyó que Ron decía tras él, y trató de imaginar lo que debía de sentirse al volar a semejante altura y a tal velocidad en un medio de transporte invisible.

Se puso el sol, y el cielo, salpicado de diminutas estrellas plateadas, se tiñó de color morado; al poco rato las luces de las ciudades de
muggles
eran lo único que les daba una idea de lo lejos que estaban del suelo y de lo rápido que se desplazaban. Harry rodeaba fuertemente el cuello de su
thestral
con ambos brazos. Le habría gustado ir aún más deprisa. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que vio a Sirius tumbado en el suelo del Departamento de Misterios? ¿Y cuánto tiempo podría seguir aguantando su padrino las torturas de Voldemort? Lo único de lo que Harry estaba seguro era de que Sirius no había hecho lo que Voldemort quería que hiciera, y de que no había muerto, porque estaba convencido de que cualquiera de esos dos desenlaces habría conseguido que sintiera el júbilo o la furia de Voldemort correr por su cuerpo, y habría hecho que la cicatriz le doliera tanto como le había dolido la noche en que fue atacado el señor Weasley.

Siguieron volando por un cielo cada vez más oscuro; Harry notaba la cara fría y rígida y tenía las piernas entumecidas de tanto apretarlas contra las ijadas del
thestral
, pero no se atrevía a cambiar de postura por si resbalaba… El ruido del viento en los oídos lo ensordecía, y el frío aire nocturno le secaba y le helaba la boca. Ya no sabía qué distancia habían recorrido, pero tenía toda su fe puesta en el animal que lo llevaba, que seguía surcando el cielo con decisión, sin apenas mover las alas.

Si llegaban demasiado tarde… «Todavía está vivo, todavía lucha, puedo sentirlo…» Si Voldemort llegaba a la conclusión de que Sirius no iba a ceder…

«Yo lo sabría…»

Harry notó una sacudida en el estómago; de pronto la cabeza del
thestral
apuntó hacia abajo y Harry resbaló unos centímetros hacia delante por el cuello del animal. Al fin habían empezado a descender. Entonces le pareció oír un chillido a sus espaldas y se arriesgó a girar la cabeza, pero no vio caer a nadie… Supuso que el cambio de dirección había cogido desprevenidos a los demás, igual que a él.

En esos momentos, unas brillantes luces de color naranja se hacían cada vez más grandes y más redondas por todas partes; veían los tejados de los edificios, las hileras de faros que parecían ojos de insectos luminosos, y los rectángulos de luz amarilla que proyectaban las ventanas. De repente Harry tuvo la impresión de que se precipitaban hacia el suelo; se agarró al
thestral
con todas sus fuerzas y se preparó para recibir un fuerte impacto, pero el caballo se posó en el suelo suavemente, como una sombra, y Harry se apeó del lomo. Miró alrededor y vio la calle con el contenedor rebosante y la cabina telefónica destrozada, ambos descoloridos, bajo el resplandor anaranjado de las farolas.

Ron aterrizó cerca de Harry y cayó inmediatamente de su
thestral
.

—Nunca más —murmuró poniéndose en pie. Luego echó a andar con la intención de apartarse de su caballo, pero como no podía verlo chocó contra sus cuartos traseros y estuvo a punto de caer otra vez al suelo—. Nunca más… Ha sido el peor…

En ese instante, Hermione y Ginny aterrizaron a ambos lados de Ron: bajaron de sus monturas con algo más de gracia que él, aunque con expresiones de alivio similares por tocar al fin suelo firme; Neville bajó de un salto temblando de pies a cabeza, y Luna desmontó suavemente.

—¿Y ahora qué hacemos? —le preguntó ésta a Harry con interés, como si todo aquello fuera una divertida excursión.

—Por aquí —indicó él. Agradecido, acarició un poco a su
thestral
, y después guió rápidamente a sus compañeros hasta la desvencijada cabina telefónica y abrió la puerta—. ¡Vamos! —los apremió al ver que los demás vacilaban.

Ron y Ginny entraron, obedientes; Hermione, Neville y Luna se apretujaron y los siguieron; Harry echó un vistazo a los
thestrals
, que se habían puesto a hurgar entre la basura del contenedor, y se metió en la cabina detrás de Luna.

—¡El que esté más cerca del teléfono, que marque seis, dos, cuatro, cuatro, dos! —ordenó.

El que estaba más cerca era Ron, así que levantó un brazo y lo inclinó con un gesto forzado para llegar hasta el disco del teléfono. Cuando el disco recuperó la posición inicial, una fría voz femenina resonó dentro de la cabina.

—Bienvenidos al Ministerio de Magia. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.

—Harry Potter, Ron Weasley, Hermione Granger —dijo Harry muy deprisa—, Ginny Weasley, Neville Longbottom, Luna Lovegood… Hemos venido a salvar a una persona, a no ser que el Ministerio se nos haya adelantado.

—Gracias —replicó la voz—. Visitantes, recojan las chapas y colóquenselas en un lugar visible de la ropa.

Media docena de chapas se deslizaron por la rampa metálica en la que normalmente caían las monedas devueltas. Hermione las cogió y, sin decir nada, se las pasó a Harry por encima de la cabeza de Ginny; Harry leyó lo que ponía en la primera: «Harry Potter, Misión de Rescate.»

—Visitantes del Ministerio, tendrán que someterse a un cacheo y entregar sus varitas mágicas para que queden registradas en el mostrador de seguridad, que está situado al fondo del Atrio.

—¡Muy bien! —respondió Harry en voz alta, y volvió a notar otra punzada en la cicatriz—. ¿Ya podemos pasar?

El suelo de la cabina telefónica se estremeció y la acera empezó a ascender detrás de las ventanas de cristal; los
thestrals
, que seguían hurgando en el contenedor, se perdieron de vista; la cabina quedó completamente a oscuras y, con un chirrido sordo, empezó a hundirse en las profundidades del Ministerio de Magia.

Una franja de débil luz dorada les iluminó los pies y, tras ensancharse, fue subiendo por sus cuerpos. Harry flexionó las rodillas, sostuvo su varita en alto como pudo, pese a lo apretujado que estaba, y miró a través del cristal para ver si había alguien esperándolos en el Atrio, pero parecía que estaba completamente vacío. La luz era más tenue que la que había durante el día, y no ardía ningún fuego en las chimeneas empotradas en las paredes, aunque, cuando la cabina se detuvo con suavidad, Harry vio que los símbolos dorados seguían retorciéndose sinuosamente en el techo azul eléctrico.

—El Ministerio de Magia les desea buenas noches —dijo la voz de mujer.

La puerta de la cabina telefónica se abrió y Harry salió a trompicones de ella, seguido de Neville y Luna. Lo único que se oía en el Atrio era el constante susurro del agua de la fuente dorada, donde los chorros que salían de las varitas del mago y de la bruja, del extremo de la flecha del centauro, de la punta del sombrero del duende y de las orejas del elfo doméstico seguían cayendo en el estanque que rodeaba las estatuas.

—¡Vamos! —indicó Harry en voz baja, y los seis echaron a correr por el vestíbulo guiados por él; pasaron junto a la fuente y se dirigieron hacia la mesa donde se sentaba el mago de seguridad que el día de la vista disciplinaria había pesado la varita de Harry; sin embargo, en aquel momento la mesa se hallaba vacía.

Harry estaba seguro de que allí debía haber alguien encargado de la seguridad, e interpretó su ausencia como un mal presagio, con lo que su aprensión aumentó mientras cruzaban las verjas doradas que conducían al vestíbulo de los ascensores. Harry pulsó el botón y un ascensor apareció tintineando ante ellos casi de inmediato. La reja dorada se abrió produciendo un fuerte ruido metálico, y los chicos entraron precipitadamente en el ascensor. Harry pulsó el botón con el número nueve; la reja volvió a cerrarse con estrépito y el ascensor empezó a descender, traqueteando y tintineando de nuevo. El día que fue al Ministerio con el señor Weasley, Harry no se había dado cuenta de lo ruidosos que eran los ascensores; estaba convencido de que el ruido alertaría a todos los encargados de seguridad del edificio, pero cuando el ascensor se paró, la voz de mujer anunció: «Departamento de Misterios», y la reja se abrió. Los chicos salieron al pasillo, donde sólo vieron moverse las antorchas más cercanas, cuyas llamas vacilaban agitadas por la corriente de aire provocada por el ascensor.

Harry se volvió hacia la puerta negra. Tras meses y meses soñando con ella, por fin la veía.

—¡Vamos! —volvió a susurrar, y guió a sus compañeros por el pasillo; Luna iba pegada a él y miraba alrededor con la boca entreabierta—. Bueno, escuchad —dijo Harry, y se detuvo otra vez a dos metros de la puerta—. Quizá… quizá dos de nosotros deberían quedarse aquí para… para vigilar y…

—¿Y cómo vamos a avisarte si viene alguien? —le preguntó Ginny alzando las cejas—. Podrías estar a kilómetros de aquí.

—Nosotros vamos contigo, Harry —declaró Neville.

—Sí, Harry, vamos —dijo Ron con firmeza.

Harry no quería llevárselos a todos, pero le pareció que no tenía alternativa. Se volvió hacia la puerta y echó a andar… Como había ocurrido en su sueño, la puerta se abrió y Harry siguió adelante, y los demás cruzaron el umbral tras él.

Se encontraron en una gran sala circular. Todo era de color negro, incluidos el suelo y el techo; alrededor de la negra y curva pared había una serie de puertas negras idénticas, sin picaporte y sin distintivo alguno, situadas a intervalos regulares, e, intercalados entre ellas, unos candelabros con velas de llama azul. La fría y brillante luz de las velas se reflejaba en el reluciente suelo de mármol causando la impresión de que tenían agua negra bajo los pies.

—Que alguien cierre la puerta —pidió Harry en voz baja.

En cuanto Neville obedeció su orden, Harry lamentó haberla dado. Sin el largo haz de luz que llegaba del pasillo iluminado con antorchas que habían dejado atrás, la sala quedó tan oscura que al principio sólo vieron las temblorosas llamas azules de las velas y sus fantasmagóricos reflejos en el suelo.

En su sueño, Harry siempre había cruzado con decisión aquella sala hasta llegar a la puerta que estaba justo enfrente de la entrada y había seguido andando. Pero allí había cerca de una docena de puertas. Mientras contemplaba las que tenía delante, intentando decidir cuál debía abrir, se oyó un fuerte estruendo y las velas empezaron a desplazarse hacia un lado. La pared circular estaba rotando.

Hermione se aferró al brazo de Harry como si temiera que el suelo también fuera a moverse, pero no lo hizo. Durante unos segundos, mientras la pared giraba, las llamas azules que los rodeaban se desdibujaron y trazaron una única línea luminosa que parecía de neón; entonces, tan repentinamente como había empezado, el estruendo cesó y todo volvió a quedarse quieto.

Harry tenía unas franjas de color azul grabadas en la retina; era lo único que veía.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ron con temor.

—Creo que ha sido para que no sepamos por qué puerta hemos entrado —dijo Ginny en voz baja.

Harry admitió enseguida que Ginny tenía razón: identificar la puerta de salida habría sido tan difícil como localizar una hormiga en aquel suelo negro como el azabache; además, la puerta por la que tenían que continuar podía ser cualquiera de las que los rodeaban.

—¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntó Neville con inquietud.

—Eso ahora no importa —contestó Harry, enérgico. Pestañeó intentando borrar las líneas azules de su visión y sujetó su varita más fuerte que nunca—; ya pensaremos cómo salir de aquí cuando hayamos encontrado a Sirius.

—¡Ahora no se te ocurra llamarlo! —se apresuró a decir Hermione; pero Harry no necesitaba aquel consejo, pues su instinto le recomendaba hacer el menor ruido posible.

—Entonces, ¿por dónde vamos, Harry? —preguntó Ron.

—No lo… —empezó a decir él. Luego tragó saliva—. En los sueños entraba por la puerta que hay al final del pasillo, viniendo desde los ascensores, y pasaba a una habitación oscura, o sea, esta habitación; luego entraba por otra puerta que daba a un cuarto lleno de una especie de… destellos. Tendremos que probar algunas puertas —decidió—. Cuando vea lo que hay detrás sabré cuál es la correcta. ¡Vamos!

Se dirigió hacia la puerta que tenía enfrente y los demás lo siguieron de cerca; puso la mano izquierda sobre su fría y brillante superficie, levantó la varita, preparado para atacar en el momento en que se abriera, y empujó.

La puerta se abrió con facilidad.

En contraste con la oscuridad de la primera habitación, aquella sala, larga y rectangular, parecía mucho más luminosa; del techo colgaban unas lámparas suspendidas de cadenas doradas, aunque Harry no vio las luces destellantes que había visto en sus sueños. La sala estaba casi vacía: sólo había unas cuantas mesas y, en medio de la habitación, un enorme tanque de cristal, lo bastante grande para que los seis nadaran en él, lleno de un líquido verde oscuro en el que se movían perezosamente a la deriva unos cuantos objetos de un blanco nacarado.

—¿Qué son esas cosas? —murmuró Ron.

—No lo sé —contestó Harry.

—¿Son peces? —aventuró Ginny.

—¡Gusanos
aquavirius
! —exclamó Luna, emocionada—. Mi padre me dijo que el Ministerio estaba criando…

—No —la atajó Hermione con un tono de voz extraño, acercándose al tanque para mirar a través del cristal—. Son cerebros.

—¿Cerebros?

—Sí… ¿Qué estarán haciendo con ellos?

Harry se acercó también al tanque. Y, en efecto, ahora que los veía de cerca no tenía ninguna duda. Brillaban con una luz tenue, se sumergían en el líquido verde y volvían a emerger; parecían coliflores pegajosas.

—¡Vámonos! —dijo Harry—. Aquí no es, tendremos que probar otra puerta.

—Aquí también hay puertas —observó Ron señalando las paredes. Harry se desanimó: aquel sitio era enorme.

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