Harry Potter. La colección completa (330 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Pero Narcisa no la escuchaba; se había colado por un hueco de la oxidada verja y estaba cruzando la calle a toda prisa.

—¡Espérame, Cissy!

Bella la siguió con la capa ondeando y vio a Narcisa entrar como una flecha en un callejón que discurría entre las casas y desembocaba en otra calle idéntica. Había algunas farolas rotas, de modo que las dos mujeres corrían entre tramos de luz y zonas de absoluta oscuridad. Bella alcanzó a su presa cuando ésta doblaba otra esquina; y esta vez consiguió sujetarla por el brazo y obligarla a darse la vuelta para mirarla a la cara.

—No debes hacerlo, Cissy, no puedes confiar en él —le dijo.

—El Señor Tenebroso confía en él, ¿no?

—Pues se equivoca, créeme —replicó Bella, jadeando, y por un instante los ojos le relucieron bajo la capucha mientras miraba alrededor para comprobar que estaban solas—. Además, nos ordenaron que no habláramos con nadie del plan. Esto es traicionar al Señor Tenebroso…

—¡Suéltame, Bella! —gruñó Narcisa, y sacando una varita mágica de su capa, la sostuvo con gesto amenazador ante la cara de su interlocutora. Esta se limitó a reír.

—¿A tu propia hermana, Cissy? No serías…

—¡Ya no hay nada de lo que no sea capaz! —musitó Narcisa con un deje de histerismo, y al bajar la varita como si fuera a dar una cuchillada hubo un destello de luz. Bella soltó el brazo de su hermana como si le hubiese quemado.

—¡Narcisa!

Pero ya había echado a correr. Bella, frotándose la mano, se puso de nuevo en marcha, manteniendo la distancia a medida que se internaban en aquel desierto laberinto de casas. Narcisa subió deprisa por una calle que, según un rótulo, se llamaba «calle de la Hilandera» y sobre la cual se cernía la imponente chimenea de la fábrica, como un gigantesco dedo admonitorio. Sus pasos resonaron en los adoquines al pasar por delante de ventanas con los cristales rotos y cegadas con tablones; por fin llegó a la última casa, donde una débil luz brillaba a través de las cortinas de una habitación de la planta baja.

Narcisa llamó a la puerta antes de que Bella llegara maldiciendo por lo bajo. Esperaron juntas, resollando mientras respiraban el hedor del sucio río diseminado por la brisa nocturna. Pasados unos segundos, algo se movió detrás de la puerta y ésta se abrió un poco. Un hombre las miró por la rendija, un hombre con dos largas cortinas de pelo negro y lacio que enmarcaban un rostro amarillento y unos ojos también negros.

Narcisa se quitó la capucha. Tenía el cutis tan pálido que el rostro parecía brillarle en la oscuridad; el largo y rubio cabello que le caía por la espalda le daba aspecto de ahogada.

—¡Narcisa! —saludó el hombre, y abrió un poco más la puerta, de modo que la luz alcanzó a las dos hermanas—. ¡Qué agradable sorpresa!

—¡Hola, Severus! —repuso ella con un forzado susurro—. ¿Podemos hablar? Es urgente.

—Por supuesto.

El hombre retrocedió para dejarla entrar en la casa. Bella, que todavía llevaba puesta la capucha, siguió a su hermana sin que la invitasen a hacerlo.

—¡Hola, Snape! —saludó con tono cortante al pasar por su lado.

—¡Hola, Bellatrix! —repuso él, y sus delgados labios esbozaron una sonrisa medio burlona mientras cerraba la puerta con un golpe seco.

Se encontraban en un pequeño y oscuro salón cuyo aspecto recordaba el de una celda de aislamiento. Las paredes estaban enteramente recubiertas de libros, la mayoría encuadernados en gastada piel negra o marrón; un sofá raído, una butaca vieja y una mesa desvencijada se apiñaban en un charco de débil luz proyectada por la lámpara de velas que colgaba del techo. Reinaba un ambiente de abandono, como si aquella habitación no se utilizara con asiduidad.

Snape hizo un ademán invitando a Narcisa a tomar asiento en el sofá. Ella se quitó la capa, la dejó a un lado y se sentó; a continuación, juntó las blancas y temblorosas manos sobre el regazo y se puso a contemplarlas. Bella se quitó la capucha con parsimonia. Era morena, a diferencia de su hermana, y tenía párpados gruesos y mandíbula cuadrada. Se colocó de pie detrás de Narcisa sin apartar la vista de Snape.

—Bien, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó Snape, y se sentó en una butaca delante de las dos hermanas.

—Estamos… solos, ¿no? —inquirió Narcisa en voz baja.

—Sí, por supuesto. Bueno, Colagusano está aquí, pero las alimañas no cuentan, ¿verdad?

Apuntó con su varita mágica a la pared de libros que tenía detrás: una puerta secreta se abrió con estrépito y reveló una estrecha escalera y a un hombre de pie en ella, inmóvil.

—Como ves, Colagusano, tenemos invitadas —dijo Snape con indolencia.

El individuo bajó los últimos escalones y entró en la habitación, encorvado. Tenía ojos pequeños y vidriosos y nariz puntiaguda; sonreía como un tonto y con la mano izquierda se acariciaba la derecha, que parecía revestida con un reluciente guante de plata.

—¡Narcisa! —exclamó con voz chillona—. ¡Y Bellatrix! ¡Qué agradable…!

—Colagusano nos traerá algo de beber, si os apetece —intervino Snape—. Y luego volverá a su dormitorio.

El otro hizo una mueca de dolor, como si Snape le hubiera lanzado algo.

—¡No soy tu criado! —exclamó, evitando mirarlo a los ojos.

—¿Ah, no? Creía que el Señor Tenebroso te había instalado aquí para que me ayudaras.

—¡Para ayudarte sí, pero no para servirte bebidas ni para… ni para limpiar tu casa!

—Caramba, Colagusano, no sabía que aspiraras a realizar tareas más peligrosas —replicó Snape con sutileza—. Eso tiene fácil arreglo: hablaré con el Señor Tenebroso y…

—¡Yo puedo hablar con él cuando quiera!

—Claro que sí —concedió Snape con sorna—. Pero, mientras tanto, tráenos algo de beber. Un poco de vino de elfo, por ejemplo.

Colagusano vaciló un momento, como si se planteara replicar, pero luego dio media vuelta y se metió por una segunda puerta secreta. Se oyeron golpetazos y tintineos de copas. Pasados unos segundos, regresó con una polvorienta botella y tres copas en una bandeja que dejó en la desvencijada mesa. Luego se escabulló de la sala y cerró de golpe la puerta forrada de libros.

Snape llenó las tres copas de un vino color rojo sangre y le tendió una a cada hermana. Narcisa le dio las gracias con un murmullo, mientras que Bellatrix no dijo nada y siguió fulminándolo con la mirada. Eso no pareció incomodarlo; más bien todo lo contrario: parecía divertirle mucho.

—¡Por el Señor Tenebroso! —dijo Snape alzando su copa, y se la bebió de un sorbo.

Las hermanas lo imitaron. Snape volvió a llenar las copas.

Cuando se hubo bebido la segunda, Narcisa dijo con precipitación:

—Perdona que me presente aquí de esta forma, Severus, pero necesitaba verte. Creo que eres el único que puede ayudarme…

Él levantó una mano para interrumpirla y volvió a apuntar con su varita a la puerta de la escalera secreta. Hubo un fuerte golpe y un chillido, seguidos de los pasos de Colagusano, que corría escaleras arriba.

—Te pido disculpas —dijo Snape—. Últimamente se ha aficionado a escuchar detrás de las puertas. No sé qué pretende con eso, la verdad. ¿Qué decías, Narcisa?

La mujer inspiró hondo, se estremeció y empezó de nuevo.

—Severus, ya sé que no debería haber venido; me han dicho que no le cuente nada a nadie, pero…

—¡Entonces deberías callarte! —le espetó Bellatrix—. ¡Sobre todo delante de ciertas personas!

—¿«De ciertas personas»? —repitió Snape con ironía—. ¿Qué he de entender con esas palabras, Bellatrix?

—¡Que no me fío de ti, Snape, como bien sabes!

Narcisa emitió un sonido parecido a un sollozo y se tapó la cara con las manos. Snape dejó su copa en la mesa y se reclinó de nuevo en el respaldo, con las manos encima de los brazos de la butaca, mientras sonreía ante el ceñudo rostro de Bellatrix.

—Narcisa, creo que deberíamos oír lo que Bellatrix se muere por decir; así nos ahorraremos fastidiosas interrupciones. Continúa, Bellatrix —la animó—. ¿Por qué no te fías de mí?

—¡Por un centenar de motivos! —le espetó ella, al tiempo que rodeaba el sofá y dejaba su copa en la mesa con aire decidido—. ¿Por dónde quieres que empiece? A ver, ¿dónde estabas cuando cayó el Señor Tenebroso? ¿Por qué no lo buscaste cuando desapareció? ¿Qué has hecho todos estos años que has pasado con Dumbledore? ¿Por qué impediste que el Señor Tenebroso se hiciera con la Piedra Filosofal? ¿Por qué no regresaste de inmediato cuando él renació? ¿Dónde estabas hace unas semanas, cuando luchamos para recuperar la profecía para el Señor Tenebroso? ¿Y por qué sigue Harry Potter con vida, Snape, si lo has tenido a tu merced durante cinco años?

Hizo una pausa; su pecho subía y bajaba al compás de su respiración, y tenía las mejillas encendidas. Narcisa permanecía inmóvil detrás de ella, sentada y tapándose la cara con las manos.

Snape sonrió.

—Antes de contestarte (sí, Bellatrix, te voy a contestar), te diré que puedes transmitirles mis palabras a los que susurran a mis espaldas y cuentan historias de mi supuesta traición al Señor Tenebroso. Pero también antes de contestarte, respóndeme tú a una cosa: ¿de verdad crees que el Señor Tenebroso no me ha hecho ya todas esas preguntas? ¿Y de verdad crees que si no le hubiera dado respuestas satisfactorias estaría aquí sentado hablando contigo?

—Ya sé que él te cree, pero…

—¿Crees que se equivoca? ¿O que lo he engañado? ¿Que he engañado al más grande de los magos, el más diestro en Legeremancia que jamás ha habido?

Bellatrix no respondió; por primera vez parecía un poco desconcertada. Snape no insistió en su argumento. Cogió su copa, bebió un sorbo de vino y continuó:

—Me preguntas dónde estaba cuando cayó el Señor Tenebroso. Pues bien, me hallaba donde él me había ordenado estar, en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, porque quería que espiara a Albus Dumbledore. Supongo que sabrás que fue el Señor Tenebroso quien me mandó a trabajar allí.

Bellatrix asintió levemente y luego despegó los labios, pero Snape se le adelantó:

—Me preguntas por qué no lo busqué cuando desapareció. Pues por la misma razón por la que no lo hicieron Avery, Yaxley, los Carrow, Greyback y Lucius —inclinó un poco la cabeza al tiempo que miraba a Narcisa—, y también muchos otros. Creí que él estaba acabado. Y no me enorgullezco de ello; me equivocaba, lo admito. Pero si él no hubiera perdonado a los que entonces perdimos la fe, ahora conservaría muy pocos adeptos.

—¡Me tendría a mí! —exclamó Bellatrix con fervor—. ¡Yo pasé muchos años en Azkaban por él!

—Sí, eso fue admirable, desde luego —admitió Snape con tedio—. Claro que desde la prisión no podías ayudar mucho, pero el gesto fue sin duda muy considerado.

—¿El gesto? —chilló ella, tan furiosa que parecía desquiciada—. ¡Mientras yo soportaba a los
dementores
, tú estabas muy cómodo en Hogwarts haciendo de mascota de Dumbledore!

—No exactamente —la corrigió Snape con impavidez—. Dumbledore no quería darme el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, ya lo sabes. Por lo visto, temía que eso pudiera provocarme una recaída, tentarme a volver a las andadas.

—¿Fue ése tu gran sacrificio por el Señor Tenebroso, no enseñar tu asignatura favorita? —se burló ella—. ¿Por qué te quedaste allí tanto tiempo, Snape? ¿Seguías espiando a Dumbledore para un amo al que creías muerto?

—No, nada de eso. Y el Señor Tenebroso está muy satisfecho de que no abandonara mi empleo porque, cuando regresó, yo poseía dieciséis años de información sobre Dumbledore, un regalo de bienvenida mucho más útil que un sinfín de recuerdos de lo repugnante que es Azkaban…

—Pero te quedaste…

—Sí, Bellatrix, me quedé allí —afirmó Snape, y por primera vez su voz reveló un deje de impaciencia—. Tenía un empleo cómodo y preferible a una temporada en Azkaban. Ya sabes que estaban capturando a los
mortífagos
. La protección de Dumbledore me mantenía fuera de la cárcel y la utilicé porque me convenía. Y repito: al Señor Tenebroso no le parece mal que me quedara en Hogwarts, de modo que no veo por qué tiene que parecértelo a ti.

»Creo que también querías saber —prosiguió, elevando un poco la voz, pues Bellatrix daba señales de querer interrumpirlo— por qué me interpuse entre el Señor Tenebroso y la Piedra Filosofal. La respuesta es muy sencilla: él no sabía si podía confiar en mí. Creía, como tú, que había pasado de leal
mortífago
a títere de Dumbledore. Su estado era lamentable; había quedado muy débil y compartía el cuerpo de un mago mediocre. Y no se atrevía a mostrarse a un antiguo aliado por temor a que éste lo entregara a Dumbledore o al ministerio. Lamento mucho que no confiara en mí. Si lo hubiera hecho, habría regresado al poder tres años antes. El caso es que yo sólo vi al codicioso e indigno Quirrell intentando robar la Piedra, y reconozco que hice todo lo posible por desbaratar sus planes.

Bellatrix torció la boca como si se hubiera tragado una medicina asquerosa.

—Pero no volviste de inmediato cuando él regresó, ni corriste a su lado cuando notaste arder la Marca Tenebrosa.

—Cierto. Volví dos horas más tarde, obedeciendo las órdenes de Dumbledore.

—¿Las órdenes de…? —repitió ella, indignada.

—¡Piensa! ¡Piensa! ¡Con sólo esperar dos horas, sólo dos horas, me aseguraba poder permanecer en Hogwarts en calidad de espía! ¡Por conseguir que Dumbledore creyera que yo regresaba junto al Señor Tenebroso únicamente porque él me lo ordenaba, desde entonces he podido pasar información acerca del director del colegio y la Orden del Fénix! Piénsalo bien, Bellatrix: la Marca Tenebrosa llevaba meses fortaleciéndose, y yo sabía que el Señor Tenebroso estaba a punto de aparecer, lo sabían todos los
mortífagos
. Tuve tiempo de sobra para cavilar qué quería hacer, planear mi siguiente paso y escapar como hizo Karkarov, ¿no te parece?

»Te aseguro que el enojo inicial del Señor Tenebroso por mi tardanza desapareció por completo cuando le expliqué que seguía siéndole fiel aunque Dumbledore creyera que estaba en su bando. Sí, el Señor Tenebroso pensó que yo lo había abandonado para siempre, pero se equivocó.

—Pero ¿de qué le has servido? —repuso Bellatrix con desdén—. ¿Qué información útil nos has proporcionado?

—He hecho llegar mi información directamente al Señor Tenebroso. Si él decide no compartirla contigo…

—¡Él lo comparte todo conmigo! Asegura que soy su más leal y fiel…

Other books

The Painted Veil by W. Somerset Maugham
stupid is forever by Miriam Defensor-Santiago
An Hour of Need by Bella Forrest
Maestro by Grindstaff, Thomma Lyn
Skeleton Dance by Aaron Elkins
Priestess of Murder by Arthur Leo Zagat
I Knew You'd Be Lovely by Alethea Black
Jane Bonander by Dancing on Snowflakes