Harry Potter. La colección completa (335 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Desde luego, comodidades no le faltaban, pensó Harry recorriendo la habitación con la mirada. La casa estaba atestada de cosas y se respiraba un aire viciado, pero nadie afirmaría que no era cómoda; había butacas y banquetas para poner los pies, bebidas y libros, cajas de chocolatinas y mullidos almohadones. Si Harry no hubiera sabido quién vivía allí, habría apostado a que era la casa de una anciana rica y maniática.

—Eres más joven que yo, Horace —comentó Dumbledore.

—Pues mira, quizá tú también deberías empezar a pensar en jubilarte —respondió Slughorn, y sus ojos, de un tono rojizo, se fijaron en la lesionada mano de Dumbledore—. Veo que has perdido reflejos.

—Tienes razón —reconoció Dumbledore, y de una sacudida se retiró la manga para mostrar la yema de sus quemados y ennegrecidos dedos; al verlos, Harry sintió un desagradable escalofrío—. No cabe duda de que soy más lento que antes. Pero, por otra parte…

Se encogió de hombros y extendió los brazos, dando a entender que la edad ofrecía sus compensaciones. Harry vio que en la mano ilesa llevaba un anillo que no le conocía: era grande, elaborado toscamente con un material que parecía oro, y tenía engarzada una gruesa y resquebrajada piedra negra. Slughorn también reparó en el anillo, y Harry vio que fruncía la ancha frente.

—Y todas estas precauciones contra los intrusos, Horace… ¿las tomas por los
mortífagos
o por mí? —preguntó Dumbledore.

—¿Qué van a querer los
mortífagos
de un pobre vejete averiado como yo? —repuso Slughorn.

—Supongo que podrían pretender que pusieras tu considerable talento al servicio de la coacción, la tortura y el asesinato. ¿Me estás diciendo en serio que todavía no han venido a reclutarte?

Slughorn lo miró torvamente y luego masculló:

—No les he dado esa oportunidad. Llevo un año yendo de un lado para otro y nunca me quedo más de una semana en el mismo sitio. Voy de casa en casa de
muggles
; los dueños de esta vivienda están de vacaciones en las islas Canarias. Aquí me he sentido muy a gusto; el día que me marche lo lamentaré. Cuando le coges el tranquillo, resulta muy fácil: sólo tienes que hacerles un simple encantamiento congelador a esas absurdas alarmas antirrobo que utilizan en lugar de chivatoscopios, y asegurarte de que los vecinos no te vean entrar el piano.

—Muy ingenioso —admitió Dumbledore—. Pero debe de ser una existencia agotadora para un pobre vejete averiado en busca de una vida tranquila. Mira, si volvieras a Hogwarts…

—¡Si vas a decirme que mi vida sería más apacible en ese agobiante colegio, puedes ahorrarte el esfuerzo, Albus! ¡Quizá haya estado escondido, pero me han llegado extraños rumores desde que Dolores Umbridge se marchó de allí! Si es así como tratas a los maestros actualmente…

—La profesora Umbridge cometió una grave falta contra nuestra manada de centauros —argumentó Dumbledore—. Creo que tú, Horace, no habrías incurrido en el error de entrar tan campante en el Bosque Prohibido y llamar a una horda de centauros «repugnantes híbridos».

—¿En serio? ¿Eso hizo? Qué mujer tan idiota. Nunca me cayó bien.

Harry rió entre dientes, y ambos magos lo miraron.

—Lo siento —se apresuró a decir el muchacho—. Es que… a mí tampoco me caía bien.

De pronto Dumbledore se levantó.

—¿Ya te marchas? —preguntó Slughorn, como si eso fuera lo que estaba deseando.

—No, pero si no te importa utilizaré tu cuarto de baño.

—¡Ah! —dijo Slughorn, decepcionado—. Está en el pasillo. Segunda puerta a la izquierda.

Dumbledore cruzó la habitación. Tan pronto la puerta se hubo cerrado detrás de él, se hizo el silencio. Tras unos instantes Slughorn se levantó, inquieto. Le lanzó una mirada furtiva a Harry, luego se acercó a la chimenea y se quedó de espaldas al fuego, calentándose el amplio trasero.

—No creas que no sé por qué te ha traído aquí —dijo con brusquedad. Harry lo miró, pero no dijo nada. La acuosa mirada de Slughorn se deslizó por la cicatriz del chico y esta vez le recorrió el resto del rostro—. Te pareces mucho a tu padre.

—Sí, ya me lo han dicho.

—Excepto en los ojos. Tienes…

—Ya, los ojos de mi madre. —Harry había oído aquel comentario tantas veces que lo ponía un poco nervioso.

—Rediez. Sí, bueno… No está bien que los profesores tengan alumnos predilectos, desde luego, pero ella era uno de los míos. Tu madre —añadió en respuesta a la inquisitiva mirada del chico—. Lily Evans. Fue una de las alumnas más brillantes que jamás tuve. Una chica encantadora, llena de vida. Siempre le decía que debería haber estado en mi casa. Y recuerdo que me daba unas respuestas muy astutas.

—¿A qué casa pertenecía usted?

—Yo era jefe de Slytherin —reveló Slughorn—. ¡Pero no debes guardarme rencor por ello! —se apresuró a añadir al ver la expresión de Harry, y lo amenazó con un grueso dedo índice—. Tú debes de ser de Gryffindor, como ella. Sí, suele ser cosa de familia. Aunque no siempre. ¿Has oído hablar de Sirius Black? Seguro que sí: desde hace un par de años lo mencionan mucho en los periódicos. Murió hace pocas semanas.

Harry notó como si una mano invisible le retorciera las tripas.

—En fin, Sirius era un gran amigo de tu padre, iban juntos al colegio. Toda la familia Black había estado en mi casa, ¡pero Sirius acabó en Gryffindor! Lástima. Era un chico de gran talento. En cambio, sí tuve en Slytherin a su hermano Regulus cuando entró en Hogwarts, pero me habría gustado tenerlos a ambos. —Parecía un entusiasta coleccionista al que habían ganado en una subasta. Se quedó contemplando la pared que tenía delante, al parecer recordando el pasado, mientras se mecía distraídamente para calentar de manera uniforme el trasero—. Tu madre era hija de
muggles
, ya lo sé. Cuando me enteré no podía creerlo. Yo estaba convencido de que era una sangre limpia, porque era una gran bruja.

—Una de mis mejores amigas es hija de
muggles
—intervino Harry—, y es la mejor alumna de mi curso.

—Sí, tiene gracia que eso ocurra a veces, ¿verdad?

—Yo no le veo la gracia —repuso el chico con frialdad.

—¡No vayas a creer que tengo prejuicios! —replicó Slughorn con gesto de sorpresa—. ¡No, no, no! ¿No acabo de decir que tu madre era una de mis alumnas favoritas? Y un año después le di clases a Dirk Cresswell, que ahora es jefe de la Oficina de Coordinación de los Duendes. Pues bien, él también era hijo de
muggles
y un alumno de gran talento. ¡Todavía me proporciona informaciones reservadas de lo que se cuece en Gringotts!

Sonriendo con gesto ufano, se balanceó ligeramente y señaló las relucientes fotografías enmarcadas que reposaban en el aparador; en todas ellas había unos diminutos ocupantes que se movían.

—Todos son ex alumnos míos y todos, grandes fichajes. Reconocerás a Barnabás Cufie, director de
El Profeta
, a quien siempre le interesa escuchar mi opinión sobre las noticias del día; a Ambrosius Flume, de Honeydukes (todos los años me regala una cesta por mi cumpleaños, ¡sólo porque le presenté a Cicerón Harkiss, que le ofreció su primer empleo!); y en la parte de atrás… la verás si estiras un poco el cuello. Esa es Gwenog Jones, la capitana del Holyhead Harpies. La gente siempre se sorprende cuando se entera de que me tuteo con las Harpies, ¡y tengo entradas gratis siempre que quiero! —Esa idea pareció animarlo muchísimo.

—¿Y toda esa gente sabe dónde encontrarlo y adónde enviarle esas cosas? —preguntó Harry, que no entendía por qué los
mortífagos
todavía no habían averiguado el paradero de Slughorn si las cestas de golosinas, las entradas para partidos de
quidditch
y los visitantes deseosos de escuchar sus consejos y opiniones podían localizarlo.

La sonrisa se borró de los labios de Slughorn con la misma rapidez con que la sangre se había borrado de las paredes.

—Por supuesto que no —le respondió con altivez—. Hace un año que no me pongo en contacto con nadie.

A Harry le pareció que a Slughorn lo impresionaban sus propias palabras, ya que por un instante se mostró muy afectado. Luego se encogió de hombros.

—Con todo… Los magos prudentes se mantienen al margen en tiempos como éstos. ¡Dumbledore puede decir lo que quiera, pero aceptar un empleo en Hogwarts ahora equivaldría a declarar públicamente mi lealtad a la Orden del Fénix! Y aunque estoy seguro de que son muy admirables, valientes y todo lo demás, personalmente no me atrae su tasa de mortalidad…

—Para enseñar en Hogwarts no tiene que entrar en la Orden del Fénix —aclaró Harry, y no pudo ocultar un deje de desdén; no le resultaba fácil simpatizar con la mimada existencia de Slughorn si recordaba a Sirius agazapado en una cueva y alimentándose de ratas—. La mayoría de los profesores no pertenece a la Orden, y nunca ha muerto ninguno. Bueno, sin contar a Quirrell; pero él tuvo lo que se merecía por trabajar para Voldemort. —Estaba seguro de que Slughorn era uno de esos magos que no soportaba oír el nombre de Voldemort pronunciado en voz alta, y no se equivocaba: Slughorn se estremeció y soltó un chillido de protesta que Harry ignoró—. Yo diría que los miembros del profesorado están más seguros que nadie mientras Dumbledore sea el director del colegio; se supone que él es el único mago al que Voldemort ha temido jamás, ¿no?

Slughorn se quedó con la mirada perdida reflexionando sobre lo que Harry acababa de decir.

—Sí, claro, El-que-no-debe-ser-nombrado nunca ha buscado pelea con Dumbledore —admitió—, y seguramente no me cuenta entre sus amigos, ya que no me he unido a los
mortífagos
. Supongo que podría argumentarse algo así. En cuyo caso, es posible que yo estuviera más seguro cerca de Albus. No negaré que me afectó la muerte de Amelia Bones. Si ella, con todos los contactos que tenía en el ministerio y con toda la protección de que gozaba…

Dumbledore entró en la habitación y Slughorn se sobresaltó, como si hubiera olvidado que el director de Hogwarts se encontraba en la casa.

—¡Ah, Albus! —dijo—. Has tardado mucho. ¿Andas mal del estómago?

—No; estaba leyendo unas revistas de
muggles
. Me encantan los patrones de prendas de punto. Bueno, Harry, ya hemos abusado bastante de la hospitalidad de Horace; creo que debemos marcharnos.

A Harry no le costó nada obedecer y se puso en pie enseguida. Slughorn pareció desconcertado.

—¿Os marcháis?

—En efecto, nos marchamos. Sé ver cuándo una causa está perdida.

—¿Perdi…? —Slughorn se puso muy nervioso. Hacía girar sus gruesos pulgares y no paraba de moverse mientras Dumbledore se abrochaba la capa de viaje y Harry se subía la cremallera de la cazadora.

—Bueno, lamento mucho que rechaces el empleo, Horace —dijo Dumbledore alzando la mano lastimada en señal de despedida—. En Hogwarts todos se habrían alegrado de volver a verte. Si así lo deseas, puedes visitarnos cuando quieras, pese a nuestras endurecidas medidas de seguridad.

—Sí… bueno… muy amable. Como ya digo…

—Adiós, Horace.

—Adiós —dijo Harry.

Estaban en la puerta de la calle cuando oyeron un grito a sus espaldas.

—¡Está bien, está bien, lo haré!

Dumbledore se dio la vuelta y vio a Slughorn, jadeante, plantado en el umbral del salón.

—¿Aceptas el empleo?

—Sí, sí —dijo Slughorn con impaciencia—. Debo de estar loco, pero sí.

—¡Maravilloso! —exclamó Dumbledore, radiante de alegría—. Así pues, Horace, nos veremos allí el uno de septiembre.

—Sí, allí nos veremos —gruñó Slughorn.

Dumbledore y Harry ya recorrían el sendero del jardín cuando Slughorn exclamó:

—¡Tendrás que aumentarme el sueldo, Albus!

Éste rió entre dientes. La verja del jardín se cerró detrás de ellos, que descendieron por la colina en la oscuridad y en medio de una neblina que formaba remolinos.

—Te felicito, Harry —dijo Dumbledore.

—Pero si no he hecho nada —repuso, sorprendido.

—Ya lo creo que sí. Le has mostrado con exactitud cuánto saldría ganando si regresa a Hogwarts. ¿Te ha caído bien?

—Pues…

Harry no estaba seguro de si Slughorn le caía bien o mal. Había estado simpático a su manera, pero por otra parte parecía vanidoso y, aunque lo había negado, al parecer no entendía cómo una hija de
muggles
podía ser una buena bruja.

—A Horace le gusta rodearse de comodidades —explicó Dumbledore, liberando a Harry de tener que expresar en voz alta lo que pensaba—. También le gusta estar acompañado de personas famosas, de éxito y con poder, y le entusiasma creer que influye en ellas. El nunca ha querido ocupar el trono; prefiere el asiento de atrás, donde tiene más espacio para estirar las piernas, por así decirlo. Cuando enseñaba en Hogwarts, escogía a sus alumnos favoritos, a veces por la ambición o la inteligencia que demostraban, otras por su encanto o su talento, y tenía una habilidad especial para elegir a aquellos que acabarían destacando en diversos campos. Horace formó una especie de club integrado por sus alumnos predilectos, del cual él era el centro; presentaba unos miembros a otros, forjaba útiles contactos entre ellos y siempre obtenía algún beneficio a cambio, ya fuera una caja de su piña confitada favorita o la ocasión de recomendar a un nuevo empleado de la Oficina de Coordinación de los Duendes.

Harry se imaginó una enorme y gorda araña que tejía una red y movía un hilo aquí y otro allá para atraer grandes y jugosas moscas.

—Te cuento todo esto —continuó Dumbledore— no para ponerte en contra de Horace, o mejor dicho, del profesor Slughorn, pues así debemos llamarlo ahora, sino para que estés alerta. No cabe duda de que intentará captarte, Harry. Tú serías la joya de su colección: el niño que sobrevivió… O, como te llaman últimamente, el Elegido.

Ante esas palabras, Harry sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la neblina que los rodeaba, y recordó una frase escuchada unas semanas atrás, una frase que tenía un atroz y particular significado para él: «Ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida…»

Dumbledore se detuvo al llegar a la iglesia por la que habían pasado en el camino de ida.

—Ya hemos caminado bastante, Harry. Sujétate a mi brazo.

El muchacho, que esta vez estaba prevenido, se preparó para desaparecerse, pero, no obstante, la experiencia le resultó desagradable. Cuando cesó la presión y pudo volver a respirar, se hallaba de pie en un camino rural, al lado de Dumbledore, cerca de la torcida silueta del edificio que más le gustaba en el mundo después de Hogwarts: La Madriguera. Pese a la sensación de espanto que acababa de experimentar, se animó al ver la casa. Ron estaba allí y también la señora Weasley, que cocinaba mejor que nadie.

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