Harry Potter. La colección completa (337 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Y en efecto, instantes después llamaron a la puerta trasera. La señora Weasley se levantó presurosa y corrió a abrir; con una mano sobre el pomo de la puerta y una mejilla pegada a la madera, preguntó en voz baja:

—¿Eres tú, Arthur?

—Sí —respondió la cansada voz del señor Weasley—. Pero eso lo diría aunque fuera un
mortífago
, cariño.

—¿Y ahora cómo sé si…?

—¡Venga, Molly, hazme la pregunta!

—Está bien, está bien. ¿Cuál es tu mayor ambición?

—Entender cómo se mantienen en el aire los aviones.

Ella asintió e hizo girar el pomo de la puerta, pero al parecer el señor Weasley lo estaba sujetando desde el otro lado, porque la puerta no se abrió.

—¡Molly! ¡Antes tengo que hacerte yo la pregunta!

—De verdad, Arthur, esto es una tontería…

—¿Cómo te gusta que te llame cuando estamos a solas?

Pese a la tenue luz del farol, Harry se dio cuenta de que la señora Weasley se había puesto como un tomate, e incluso él mismo notó un calorcillo en las orejas y el cuello, y empezó a tragarse la sopa a toda prisa golpeando el cuenco con la cuchara para hacer el mayor ruido posible.

—Flancito mío —susurró ella, muerta de vergüenza.

—Correcto. Ahora ya puedes dejarme entrar.

La señora Weasley abrió la puerta y su marido entró. Era un mago delgado, pelirrojo y con calva incipiente; llevaba unas gafas con montura de carey y una larga y polvorienta capa de viaje.

—Sigo sin entender por qué tenemos que hacer esto cada vez que llegas a casa —protestó ella, todavía ruborizada, mientras lo ayudaba a quitarse la capa—. ¿No ves que un
mortífago
podría sonsacarte la respuesta para hacerse pasar por ti?

—Ya lo sé, corazón, pero es el procedimiento ordenado por el ministerio, y yo tengo que dar ejemplo. ¿Qué huele tan bien? ¿Sopa de cebolla?

El señor Weasley se dio la vuelta hacia la mesa, animado.

—¡Harry! ¡No te esperábamos hasta mañana!

Se estrecharon la mano y luego el señor Weasley se sentó en una silla al lado de Harry. Su esposa le sirvió un cuenco de sopa humeante.

—Gracias, Molly. Ha sido una noche agotadora. Algún idiota se ha puesto a vender
metamorfomedallas
. Te las cuelgas del cuello y puedes cambiar de apariencia a tu antojo. ¡Cien mil disfraces por sólo diez galeones!

—¿Y qué pasa en realidad cuando te las cuelgas?

—En la mayoría de los casos sólo te vuelves de un color naranja muy feo, pero a un par de incautos también les han salido verrugas con forma de tentáculos por todo el cuerpo. ¡Como si en San Mungo no tuvieran ya bastante trabajo!

—Me suena a la clase de cosas que Fred y George encontrarían graciosas —especuló la señora Weasley—. ¿Estás seguro, Arthur, de que…?

—¡Claro que lo estoy! ¡A los chicos no se les ocurriría hacer algo así ahora que la gente está tan asustada y necesitada de protección!

—¿Es por culpa de las
metamorfomedallas
que llegas tarde?

—No. Ha sido por un caso muy desagradable de embrujo con efectos secundarios producido en Elephant and Castle, pero afortunadamente el Grupo de Operaciones Mágicas Especiales ya lo había solucionado cuando nosotros llegamos.

Harry contuvo un bostezo tapándose la boca con la mano.

—¡A la cama! —ordenó la señora Weasley, que no se dejaba engañar—. Te he preparado la habitación de Fred y George; allí podrás estar a tus anchas.

—¿Cómo es eso? ¿Dónde están?

—En el callejón Diagon. Viven en el pisito que hay encima de su tienda de artículos de broma. He de admitir que al principio no me pareció bien, ¡pero da la impresión de que realmente ese par tienen olfato para los negocios! Vamos, querido, tu baúl ya está arriba.

—Buenas noches, señor Weasley —se despidió Harry al tiempo que retiraba la silla.
Crookshanks
saltó con agilidad de su regazo y se escabulló.

—Buenas noches, Harry.

Al salir de la cocina, el chico advirtió que la señora Weasley le echaba otro vistazo al reloj. Las nueve manecillas volvían a señalar las palabras «Peligro de muerte».

El dormitorio de Fred y George estaba en el segundo piso. La señora Weasley apuntó su varita hacia una lámpara que había en la mesilla de noche; se encendió al instante y bañó la habitación con un agradable resplandor dorado. Había un gran jarrón de flores en el escritorio situado delante de la pequeña ventana, pero su perfume no lograba disimular un persistente olor a pólvora. Gran parte del suelo la ocupaban montones de cajas de cartón cerradas y sin marcar, entre las que se hallaba el baúl que contenía el material escolar de Harry. La habitación parecía utilizarse como almacén provisional.

Cuando vio a su amo,
Hedwig
ululó con alegría desde lo alto de un gran armario, y luego salió volando por la ventana; Harry comprendió que su lechuza no había querido salir a cazar hasta haberlo visto. Luego le deseó buenas noches a la señora Weasley, se puso el pijama y se metió en una de las camas. Notó algo duro dentro de la funda de la almohada; metió una mano y sacó un pegajoso caramelo de colores morado y naranja que no le costó reconocer: una pastilla vomitiva. Sonrió, se dio la vuelta y se quedó dormido enseguida.

Unos segundos más tarde, o eso le pareció, lo despertó un ruido semejante a un cañonazo al abrirse de par en par la puerta de la habitación. Se incorporó bruscamente y oyó que alguien descorría las cortinas. Un sol deslumbrante le dio en los ojos; se hizo pantalla con una mano y con la otra buscó a tientas las gafas.

—¿Qué pa… pasa?

—¡No sabíamos que ya habías llegado! —exclamó una exaltada voz, y Harry recibió un manotazo en la coronilla.

—¡No le pegues, Ron! —lo regañó una voz de chica.

Harry encontró las gafas y logró ponérselas, aunque la luz era tan intensa que apenas veía nada. Una larga sombra osciló por un momento ante él, que parpadeó y consiguió enfocar a Ron Weasley. Éste lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Estás bien?

—Nunca había estado mejor —contestó frotándose la coronilla, y se dejó caer de nuevo sobre la almohada—. ¿Y tú?

—No puedo quejarme —respondió Ron; acercó una caja de cartón y se sentó en ella—. ¿Cuándo has llegado? Mi madre acaba de decirnos que estabas aquí.

—Sobre la una de la madrugada.

—¿Cómo se han portado los
muggles
contigo?

—Igual que siempre —contestó, mientras Hermione se sentaba en el borde de la cama—. Apenas me dirigen la palabra, pero yo lo prefiero así. ¿Y tú, Hermione? ¿Cómo estás?

—Muy bien —respondió la chica, que escudriñaba el rostro de su amigo como si éste estuviera incubando alguna enfermedad.

Harry creía saber por qué lo miraba así, y como no tenía ganas de hablar de la muerte de Sirius ni de ningún otro tema deprimente, preguntó:

—¿Qué hora es? ¿Me he perdido el desayuno?

—Por eso no te preocupes, mi madre va a subirte una bandeja. Dice que estás desnutrido. —Ron puso los ojos en blanco—. Bueno, ¿qué ha pasado?

—No gran cosa. ¿No sabes que he estado todo este tiempo encerrado en casa de mis tíos?

—¡Anda ya! —protestó Ron—. ¡Fuiste a no sé dónde con Dumbledore!

—Bah, nada emocionante. Sólo quería que lo ayudara a convencer a un antiguo profesor para que aceptara un empleo en Hogwarts. Se llama Horace Slughorn.

—¡Ah! —dijo Ron, decepcionado—. Creímos que… —Hermione le lanzó una mirada de advertencia y el chico rectificó—: Ya nos imaginamos que se trataría de algo así.

—¿En serio? —dijo Harry, que había advertido la metedura de pata de Ron.

—Sí… sí, claro, ahora que no está Umbridge, es evidente que necesitamos otro profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no? Cuenta, cuenta, ¿qué tal es?

—Pues mira, parece una morsa y fue jefe de la casa de Slytherin. ¿Te pasa algo, Hermione?

La muchacha lo observaba como a la espera de que unos extraños síntomas se manifestaran en cualquier momento. Cambió rápidamente de expresión y compuso una sonrisa poco convincente.

—¡No, qué va! Y… ¿crees que Slughorn será un buen profesor?

—No lo sé —respondió Harry—. Pero no puede ser peor que la profesora Umbridge, ¿no?

—Yo conozco a alguien peor que ella —terció una voz desde el umbral. La hermana pequeña de Ron entró arrastrando los pies, con gesto de fastidio—. ¡Hola, Harry!

—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó Ron.

—Es ella —dijo Ginny desplomándose en la cama de Harry—. Me está volviendo loca.

—¿Qué ha hecho esta vez? —inquirió Hermione, comprensiva.

—Es que me habla de una manera… ¡Como si yo tuviera tres años!

—Ya lo sé —la consoló Hermione—. Es muy creída.

A Harry le sorprendió oír a su amiga hablar de ese modo de la señora Weasley, y no le extrañó que Ron se enfadase:

—¿No podéis dejarla en paz ni cinco segundos?

—Eso, defiéndela —le espetó Ginny—. Ya sabemos que tú nunca te cansas de ella.

Harry encontró muy raro ese comentario sobre la madre de Ron, y empezó a pensar que se le estaba escapando algo, así que preguntó:

—¿De quién estáis…?

Pero la respuesta llegó antes de que terminara la pregunta: la puerta del dormitorio se abrió otra vez, y Harry, instintivamente, tiró de las sábanas y se tapó hasta la barbilla, con tanta fuerza que Hermione y Ginny resbalaron de la cama y cayeron al suelo.

En el umbral había una joven de una belleza tan impresionante que la habitación pareció quedarse sin aire. Era alta y esbelta, tenía una larga cabellera rubia e irradiaba un débil resplandor plateado. Para completar esa imagen de perfección, llevaba una bandeja de desayuno llena a rebosar.


¡Hagy!
—exclamó con voz gutural—. ¡Cuánto tiempo sin
vegte
!

Entró majestuosamente y se dirigió hacia el muchacho; detrás de la joven apareció la señora Weasley con cara de malas pulgas.

—¡No hacía falta que subieras la bandeja, estaba a punto de hacerlo yo! —refunfuñó.

—No hay ningún
pgoblema
—replicó Fleur Delacour, y dejó la bandeja sobre las rodillas de Harry. A continuación se inclinó para plantarle un beso en cada mejilla, y él notó cómo le ardía allí donde se posaban los labios de Fleur—. Tenía muchas ganas de
veglo
. ¿Te
acuegdas
de mi
hegmana Gabgielle
? Sólo sabe
hablag
de
Hagy Potteg
. Se
alegagá
mucho de
volverg
a
vegte
.

—Ah, ¿también está aquí? —preguntó Harry con voz ronca.

—No, bobo, no —contestó ella con una risa cantarina—. Me
gefiego
al
pgóximo vegano
, cuando nos… ¿Es que no lo sabes? —Abrió mucho sus grandes ojos azules y miró con reproche a la señora Weasley, que se defendió:

—Todavía no hemos tenido ocasión de contárselo.

Fleur se volvió bruscamente hacia Harry, y al hacerlo le dio de lleno en la cara a la señora Weasley con su cortina de cabello plateado.

—¡Bill y yo vamos a
casagnos
!

—¡Oh! —exclamó Harry, sin comprender por qué la señora Weasley, Hermione y Ginny se empecinaban en no mirarse a la cara—. ¡Uau! ¡Felicidades!

Fleur se inclinó y volvió a besarlo.

—Últimamente Bill está muy ocupado, tiene mucho
tgabajo
, y yo sólo
tgabajo
a media
jognada
en
Gingotts
para
mejogag
mi inglés;
pog
eso me
pgopuso venig
a
pasag
unos días aquí
paga conoceg
a su familia. Me
alegé
tanto de
sabeg
que ibas a
venig
… ¡Aquí no hay
gan
cosa que
haceg
, a menos que te guste
cocinag
y
dag
de
comeg
a las gallinas! ¡Buen
pgovecho
,
Hagy
!

Y dicho esto, se dio la vuelta con garbo, salió de la habitación como si flotara y cerró la puerta con cuidado.

La señora Weasley no pudo contener un despectivo «¡Bah!».

—Mi madre no la traga —aclaró Ginny en voz baja.

—¡Eso no es verdad! —la corrigió la aludida con un susurro cargado de enojo—. ¡Lo que pasa es que opino que se han precipitado con este compromiso, nada más!

—Hace un año que se conocen —intervino Ron, que parecía un poco grogui y tenía la vista clavada en la puerta que Fleur acababa de cerrar.

—¡Un año es muy poco tiempo! Pero yo sé por qué lo han hecho, no vayáis a creer. Es por la incertidumbre que nos crea a todos el regreso de Quien-vosotros-sabéis; así que, como la gente piensa que mañana podría estar muerta, se precipita a tomar decisiones a las que, en otras circunstancias, dedicaría un tiempo de reflexión. Pasó lo mismo la última vez que él se hizo con el poder: todos los días se fugaba alguna pareja…

—Papá y tú, por ejemplo —le recordó Ginny con picardía.

—Sí, pero nuestro caso era diferente. Vuestro padre y yo estábamos hechos el uno para el otro. ¿Qué sentido tenía esperar? —argumentó la señora Weasley—. En cambio, Bill y Fleur… A fin de cuentas, ¿qué tienen en común? Él es una persona trabajadora y realista, mientras que ella es…

—Una plasta —sentenció Ginny asintiendo con la cabeza—. Pero Bill tampoco es tan realista que digamos. Es un rompedor de maldiciones, ¿no? Le gusta la aventura, el
glamour
… Supongo que por eso lo atrae tanto
Flegggrrr
—concluyó exagerando tanto el sonido gutural de la erre que pareció que iba a soltar un escupitajo.

—No hagas eso, Ginny —la reprendió la señora Weasley mientras Harry y Hermione reían—. Bueno, será mejor que siga con lo mío. Cómete los huevos ahora que están calientes, Harry.

Y salió del cuarto con gesto de preocupación. Ron seguía atontado y movía la cabeza a intervalos, como un perro que intenta quitarse el agua de las orejas.

—¿No se acostumbra uno a ella viviendo en la misma casa? —le preguntó Harry.

—Sí, claro, pero cuando te la encuentras por sorpresa…

—¡Qué patético! —bufó Hermione. Se alejó cuanto pudo de él a grandes zancadas y, al llegar a la pared opuesta, se cruzó de brazos y lo miró.

—No querrás que se quede aquí para siempre, ¿verdad? —preguntó Ginny a Ron con incredulidad. Pero como su hermano se limitó a encogerse de hombros, agregó—: Pues mamá va a hacer todo lo que pueda para impedirlo, me apuesto lo que quieras.

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