Harry Potter. La colección completa (339 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Miró alrededor. Hermione estaba de espaldas a él, con la cabeza agachada, pero Ron parecía contentísimo.

—Sólo he suspendido Adivinación e Historia de la Magia, las que menos me importan. A ver, cambiemos… —Harry leyó las notas de Ron y vio que no tenía ningún extraordinario—. Ya sabía que sacarías buena nota en Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo Ron dándole un puñetazo en el hombro—. No nos ha ido tan mal, ¿verdad?

—¡Enhorabuena! —dijo la señora Weasley con orgullo, alborotándole el cabello a Ron—. ¡Siete
TIMOS
! ¡Más de los que consiguieron Fred y George juntos!

—¿Y a ti, Hermione, cómo te ha ido? —preguntó Ginny con vacilación, porque su amiga todavía no se había dado la vuelta.

—No está mal —respondió en voz baja.

—No digas tonterías —saltó Ron; se acercó a ella y le quitó la hoja de las manos—. Aja, nueve extraordinarios, y un supera las expectativas en Defensa Contra las Artes Oscuras. —La miró entre alegre y exasperado—. Y estás decepcionada, ¿no?

Hermione negó con la cabeza, pero Harry se rió.

—¡Bueno, ya somos estudiantes de
ÉXTASIS
! —se alegró Ron, sonriente—. ¿Quedan salchichas, mamá?

Harry volvió a repasar sus notas y se dio cuenta de que no habrían podido ser mejores. Sólo lamentaba un pequeño detalle: esos resultados ponían fin a su ambición de convertirse en
auror
, puesto que no había alcanzado la nota requerida en Pociones. Ya sabía que no iba a conseguirla, pero aun así notó un vacío en el estómago al mirar de nuevo la negra y pequeña «s».

En realidad era extraño, pues había sido un
mortífago
disfrazado el primero en comentarle que sería un buen
auror
; pero esa idea se había apoderado de él, y no le atraía ninguna otra profesión. Además, después de haber escuchado la profecía, creía que ése podía ser un destino adecuado para él. «Ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida…» ¿Acaso no haría honor a la profecía y no aumentarían sus posibilidades de sobrevivir si se unía a esos magos tan bien preparados, cuyo cometido consistía en encontrar y matar a Voldemort?

6
Draco se larga

Harry no salió de los límites del jardín de La Madriguera durante varias semanas. Pasaba gran parte del día jugando al
quidditch
, dos contra dos, en el huerto de árboles frutales de los Weasley (Hermione y él contra Ron y Ginny; Hermione era malísima y Ginny bastante buena, así que los dos equipos quedaban razonablemente igualados). Y gran parte de la noche la dedicaba a repetir tres veces de todo lo que la señora Weasley le servía en el plato.

Habrían sido unas felices y tranquilas vacaciones de no ser por las historias de desapariciones, extraños accidentes e incluso muertes que aparecían casi a diario en
El Profeta
. A veces, Bill y el señor Weasley explicaban en casa las noticias antes de que éstas salieran en los periódicos. La señora Weasley lamentó mucho que las celebraciones del decimosexto cumpleaños de Harry quedaran deslucidas por las truculentas nuevas con que se presentó en la fiesta Remus Lupin, a quien se lo veía delgado y deprimido; además, le habían salido muchas canas y llevaba la ropa más raída y remendada que nunca.

—Se han producido otros dos ataques de
dementores
—anunció Lupin mientras la señora Weasley le servía un suculento trozo de pastel de cumpleaños—. Y han encontrado el cadáver de Igor Karkarov en una choza, en el norte; los asesinos dejaron la Marca Tenebrosa. La verdad es que me sorprende que Karkarov siguiera con vida un año después de haber abandonado a los
mortífagos
; si no recuerdo mal, Regulus, el hermano de Sirius, sólo sobrevivió unos días.

—Ya —dijo la señora Weasley arrugando el entrecejo—. ¿Qué os parece si hablamos de otra…?

—¿Te has enterado de lo de Florean Fortescue, Remus? —preguntó Bill, a quien Fleur no paraba de servir vino—. El dueño de la…

—…¿heladería del callejón Diagon? —terció Harry, sintiendo una desagradable sensación de vacío en el estómago—. Siempre me regalaba helados. ¿Qué le ha pasado?

—Tal como ha quedado la tienda, parece que se lo han llevado.

—¿Por qué? —preguntó Ron mientras la señora Weasley fulminaba a su hijo Bill con la mirada.

—Quién sabe. Debió de hacer algo que les molestó. Florean era un buen hombre.

—Hablando del callejón Diagon —intervino Arthur Weasley—, por lo visto el señor Ollivander también ha desaparecido.

—¿El fabricante de varitas mágicas? —preguntó Ginny, asustada.

—Exacto. Su tienda está vacía, pero no se ven señales de violencia. Nadie sabe si Ollivander se ha marchado voluntariamente o si lo han secuestrado.

—¿Y las varitas? ¿Dónde las comprará ahora la gente?

—Tendrán que comprárselas a otros fabricantes —contestó Lupin—. Pero Ollivander era el mejor, y no nos beneficia nada que lo retenga el otro bando.

Al día siguiente de esa lúgubre merienda de cumpleaños, llegaron de Hogwarts las cartas y listas de libros para los muchachos. La carta dirigida a Harry incluía una sorpresa: lo habían elegido capitán de su equipo de
quidditch
.

—¡Ahora tendrás la misma categoría que los prefectos! —exclamó Hermione—. ¡Y podrás utilizar nuestro cuarto de baño especial!

—¡Vaya! Me acuerdo de cuando Charlie llevaba una como ésta —comentó Ron examinando con regocijo la insignia de su amigo—. ¡Qué pasada, Harry, eres mi capitán! Suponiendo que me incluyas otra vez en el equipo, claro. ¡Ja, ja, ja!

—Bueno, me temo que ahora que ya tenéis vuestras listas no podremos aplazar mucho más la excursión al callejón Diagon —se lamentó la señora Weasley mientras repasaba la lista de libros de Ron—. Iremos el sábado, si vuestro padre no tiene que trabajar. No pienso ir de compras sin él.

—¿De verdad crees que Quien-tú-sabes podría estar escondido detrás de un estante de Flourish y Blotts, mamá? —se burló Ron.

—¡Como si Fortescue y Ollivander se hubieran ido de vacaciones! —replicó ella, que se exaltaba con facilidad—. Si consideras que la seguridad es un tema para hacer chistes, puedes quedarte aquí y ya te traeré yo las cosas.

—¡No, no! ¡Quiero ir, quiero ver la tienda de Fred y George! —se apresuró a decir Ron.

—Entonces pórtate bien, jovencito, antes de que decida que eres demasiado inmaduro para venir con nosotros —le espetó ella, y a continuación cogió su reloj de pared, cuyas nueve manecillas todavía señalaban «Peligro de muerte», y lo puso encima de un montón de toallas limpias—. ¡Y lo mismo digo respecto a regresar a Hogwarts! —añadió antes de levantar el cesto de la colada, con el reloj en lo alto a punto de caer, y salir con paso firme de la habitación.

Ron miró con gesto de incredulidad a Harry.

—¡Jo! En esta casa ya no puedes ni hacer una broma —se lamentó.

Pero los días siguientes Ron procuró no bromear sobre Voldemort, así que llegó el sábado sin que la señora Weasley tuviese más rabietas, aunque durante el desayuno estuvo muy tensa. Bill, que iba a quedarse en casa con Fleur (de lo que Hermione y Ginny se alegraron mucho), le pasó a Harry una bolsita llena de dinero por encima de la mesa.

—¿Y el mío? —saltó Ron, con los ojos como platos.

—Ese dinero ya era suyo, idiota —replicó Bill—. Te lo he sacado de la cámara acorazada, Harry, porque ahora el público tarda unas cinco horas en acceder a su oro, ya que los duendes han endurecido mucho las medidas de seguridad. Hace un par de días, a Arkie Philpott le metieron una sonda de rectitud por el… Bueno, créeme, es más fácil así.

—Gracias, Bill —dijo Harry, y se guardó las monedas.


Siempge
tan atento —le susurró Fleur a Bill con adoración mientras le acariciaba la nariz. Ginny, a espaldas de Fleur, simuló vomitar en su cuenco de cereales; Harry se atragantó con los copos de maíz y Ron le dio unas palmadas en la espalda.

Hacía un día oscuro y nublado. Cuando salieron de la casa abrochándose las capas, uno de los coches especiales del Ministerio de Magia, en los que Harry ya había viajado, los esperaba en el jardín delantero.

—Qué bien que papá nos haya conseguido otra vez un coche —comentó Ron, agradecido, y estiró ostentosamente brazos y piernas mientras el coche arrancaba y se alejaba despacio de La Madriguera.

Bill y Fleur los despidieron con la mano desde la ventana de la cocina. Ron, Harry, Hermione y Ginny iban cómodamente arrellanados en el espacioso asiento trasero del vehículo.

—Pero no te acostumbres, hijo, porque todo esto sólo se hace por Harry —le advirtió el señor Weasley, volviéndose para mirarlo. Su esposa y él iban delante, junto al chofer oficial; el asiento del pasajero se había extendido y convertido en una especie de sofá de dos plazas—. Le han asignado una protección de la más alta categoría. Y en el Caldero Chorreante se nos unirá otro destacamento de seguridad.

Harry no comentó nada, pero no le hacía mucha gracia ir de compras rodeado de un batallón de
aurores
. Se había guardado la capa invisible en la mochila porque suponía que si Dumbledore no tenía inconveniente en que la usara, tampoco debía de tenerlo el ministerio; aunque, ahora que se lo planteaba, tuvo sus dudas de que estuvieran al corriente de la existencia de esa capa.

—Ya hemos llegado —anunció el chofer tras un rato asombrosamente corto, al tiempo que reducía la velocidad en Charing Cross Road y detenía el coche frente al Caldero Chorreante—. Me han ordenado que los espere aquí. ¿Tienen idea de cuánto tardarán?

—Calculo que un par de horas —contestó el señor Weasley—. ¡Ah, ahí está! ¡Estupendo!

Harry imitó al señor Weasley y miró por la ventanilla. El corazón le dio un vuelco: no había ningún
auror
esperándolos fuera de la taberna, sino la gigantesca y barbuda figura de Rubeus Hagrid, el guardabosques de Hogwarts, que llevaba un largo abrigo de piel de castor. Al ver a Harry, sonrió sin prestar atención a las asustadas miradas de los
muggles
que pasaban por allí.

—¡Harry! —bramó, y en cuanto el muchacho se bajó del coche, lo abrazó tan fuerte que casi le tritura los huesos—.
Buckbeak
… quiero decir
Witherwings
… ya lo verás, Harry, es tan feliz de volver a trotar por ahí…

—Me alegro de que esté contento —repuso sonriente el chico mientras se frotaba las costillas—. ¡No sabíamos que el «destacamento de seguridad» eras tú!

—Ya. Como en los viejos tiempos, ¿verdad? Verás, el ministerio pretendía enviar un puñado de
aurores
, pero Dumbledore dijo que podía encargarme yo —explicó Hagrid con orgullo, sacando pecho y metiendo los pulgares en los bolsillos—. ¡En marcha! —exclamó, y al punto se corrigió—: Molly, Arthur, vosotros primero.

Si a Harry no le fallaba la memoria, era la primera vez que el Caldero Chorreante estaba vacío. Aparte del arrugado y desdentado tabernero, Tom, no había ni un cliente. Al verlos entrar sonrió ilusionado, pero antes de que abriera la boca, Hagrid anunció dándose importancia:

—Hoy sólo estamos de paso, Tom. Espero que lo entiendas. Asuntos de Hogwarts, ya sabes.

El hombre asintió con resignación y siguió secando vasos. Harry, Hermione, Hagrid y los Weasley cruzaron el local y salieron al pequeño y frío patio trasero, donde estaban los cubos de basura. Hagrid levantó su paraguas rosa y dio unos golpecitos en determinado ladrillo de la pared, que se abrió al instante para formar un arco que daba a una tortuosa calle adoquinada. Traspusieron la entrada, se pararon y miraron alrededor.

El callejón Diagon había cambiado: los llamativos y destellantes escaparates donde se exhibían libros de hechizos, ingredientes para pociones y calderos, ahora quedaban ocultos detrás de los enormes carteles de color morado del Ministerio de Magia que había pegados en los cristales (en su mayoría, copias ampliadas de los consejos de seguridad detallados en los folletos que el ministerio había distribuido en verano). Algunos carteles tenían fotografías animadas en blanco y negro de
mortífagos
que andaban sueltos: Bellatrix Lestrange, por ejemplo, miraba con desdén desde el escaparate de la botica más cercano. Varias ventanas estaban cegadas con tablones, entre ellas las de la Heladería Florean Fortescue. Por lo demás, en diversos puntos de la calle habían surgido tenderetes destartalados; en uno de ellos, instalado enfrente de Flourish y Blotts bajo un sucio toldo a rayas, un letrero rezaba: «Eficaces amuletos contra hombres lobo,
dementores
e
inferi

Un brujo menudo y con mala pinta hacía tintinear un montón de cadenas con símbolos de plata que, colgadas de los brazos, ofrecía a los peatones.

—¿No quiere una para su hijita, señora? —abordó a la señora Weasley lanzándole una lasciva mirada a Ginny—. ¿Para proteger su hermoso cuello?

—Si estuviera de servicio… —masculló el señor Weasley mirando con ceño al vendedor de amuletos.

—Sí, pero ahora no detengas a nadie, querido, que tenemos prisa —le rogó su esposa mientras consultaba una lista, nerviosa—. Me parece que lo mejor sería ir primero a Madame Malkin; Hermione quiere una túnica de gala nueva y Ron enseña demasiado los tobillos con la del uniforme. Y tú también necesitarás una nueva, Harry, porque has crecido mucho. Vamos, por aquí…

—Molly, no tiene sentido que vayamos todos a Madame Malkin —objetó su marido—. ¿Por qué no dejas que Hagrid los acompañe a ellos tres y nosotros vamos con Ginny a Flourish y Blotts a comprarles los libros de texto?

—No sé, no sé —respondió ella, angustiada; era evidente que se debatía entre el deseo de terminar las compras deprisa y el de mantener unido el grupo—. Hagrid, ¿crees que…?

—No sufras, Molly, conmigo no va a pasarles nada —la tranquilizó éste agitando una peluda mano del tamaño de la tapa de un cubo de basura.

La señora Weasley no parecía muy convencida, pero permitió que se separaran y salió presurosa hacia Flourish y Blotts con su marido y Ginny, mientras que Harry, Ron, Hermione y Hagrid se dirigieron hacia el establecimiento de Madame Malkin.

Harry advirtió que muchas de las personas con que se cruzaban tenían la misma expresión atribulada y atemorizada que la señora Weasley, y ninguna de ellas se detenía a hablar; los compradores permanecían juntos formando grupos muy unidos y no se distraían. Tampoco había nadie que hiciera las compras solo.

—No sé si vamos a caber todos ahí dentro —observó Hagrid tras detenerse delante de la tienda de Madame Malkin y mirar por el escaparate—. Si os parece bien, me quedaré vigilando aquí.

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