Harry Potter. La colección completa (347 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—No dudo que el profesor Slughorn te prestará lo que necesites. Muy bien, Potter, aquí tienes tu horario. Ah, por cierto: ya se han inscrito veinte aspirantes para jugar en el equipo de
quidditch
de Gryffindor. Te haré llegar la lista en su debido momento para que organices las pruebas de selección cuando te parezca.

Pasados unos minutos, Ron recibió autorización para estudiar las mismas asignaturas que Harry, y ambos amigos abandonaron la mesa.

—Mira —dijo Ron, jubiloso, mientras repasaba su horario—, tenemos una hora libre ahora, otra después del recreo y otra después de comer… ¡Genial!

Regresaron a la sala común, donde sólo había media docena de alumnos de séptimo, entre ellos Katie Bell, el único miembro que quedaba del equipo de
quidditch
de Gryffindor en el que Harry había entrado durante su primer año en Hogwarts.

—Ya me imaginaba que te nombrarían capitán. Felicidades —dijo Katie señalando la insignia que el chico llevaba en la pechera de la túnica—. ¡Avísame cuando convoques las pruebas de selección!

—No digas tonterías —replicó Harry—, tú no necesitas pasar las pruebas. Hace cinco años que te veo jugar y…

—No empiezas bien —le previno ella—. Sabes perfectamente que hay jugadores mucho mejores que yo. El nuestro no sería el primer equipo que se hunde porque su capitán se empeña en hacer jugar a los de siempre o a sus amigos…

Ron se sintió un poco incómodo y se puso a lanzar el disco volador confiscado al alumno de cuarto. El disco empezó a describir círculos por la sala común, gruñendo e intentando morder la tapicería.
Crookshanks
observaba su trayectoria y bufaba cada vez que se le acercaba demasiado.

Una hora más tarde, Harry y Ron salieron a regañadientes de la soleada sala común y se encaminaron hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, situada cuatro pisos más abajo. Encontraron a Hermione haciendo cola delante de la puerta, cargada de pesados libros y con cara de víctima.

—¡En Runas nos han puesto demasiados deberes! —se quejó, angustiada, cuando se le unieron sus amigos—. ¡Una redacción de cuarenta centímetros y dos traducciones, y tengo que leerme todos estos libros para el miércoles!

—¡Qué palo! —murmuró Ron.

—Pues espera y verás —replicó ella—. Snape también nos pondrá un montón de trabajo.

En ese momento se abrió la puerta del aula y Snape salió al pasillo. Como siempre, dos cortinas de grasiento cabello negro enmarcaban el amarillento rostro del profesor. De inmediato se produjo silencio en la cola.

—Adentro —ordenó.

Harry miró alrededor mientras entraba con sus compañeros en el aula. La estancia ya se hallaba impregnada de la personalidad de Snape: pese a que había velas encendidas, tenía un aspecto más sombrío que de costumbre porque las cortinas estaban corridas. De las paredes colgaban unos cuadros nuevos, la mayoría de los cuales representaban sujetos que sufrían y exhibían tremendas heridas o partes del cuerpo extrañamente deformadas. Los alumnos se sentaron en silencio, contemplando aquellos misteriosos y truculentos cuadros.

—No os he dicho que saquéis vuestros libros —dijo Snape al tiempo que cerraba la puerta y se colocaba detrás de su mesa, de cara a los alumnos; Hermione dejó caer rápidamente su ejemplar de
Enfrentarse a lo indefinible
en la mochila y la metió debajo de la silla—. Quiero hablar con vosotros y quiero que me prestéis la mayor atención.

Recorrió con sus negros ojos las caras de los alumnos y se detuvo en la de Harry una milésima de segundo más que en las demás.

—Si no me equivoco, hasta ahora habéis tenido cinco profesores de esta asignatura.

«"Si no me equivoco…" Como si no los hubieras visto pasar a todos, Snape, con la esperanza de ser tú el siguiente», pensó Harry con rencor.

—Naturalmente, todos esos maestros habrán tenido sus propios métodos y sus propias prioridades. Teniendo en cuenta la confusión que eso os habrá creado, me sorprende que tantos de vosotros hayáis aprobado el
TIMO
de esta asignatura. Y aún me sorprendería más que aprobarais el
ÉXTASIS
, que es mucho más difícil. —Empezó a pasearse por el aula y bajó el tono de voz; los alumnos estiraban el cuello para no perderlo de vista—. Las artes oscuras son numerosas, variadas, cambiantes e ilimitadas. Combatirlas es como luchar contra un monstruo de muchas cabezas al que cada vez que se le corta una, le nace otra aún más fiera e inteligente que la anterior. Estáis combatiendo algo versátil, mudable e indestructible.

Harry lo miró con fijeza. Una cosa era respetar las artes oscuras y considerarlas un peligroso enemigo, y otra muy diferente hablar de ellas como lo hacía Snape, con una voz que parecía una tierna caricia.

—Por lo tanto —continuó el profesor, subiendo un poco la voz—, vuestras defensas deben ser tan flexibles e ingeniosas como las artes que pretendéis anular. Estos cuadros —añadió, señalándolos mientras pasaba por delante de ellos— ofrecen una acertada representación de los poderes de los magos tenebrosos. En éste, por ejemplo, podéis observar la maldición
cruciatus
—era una bruja que gritaba de dolor—; en este otro, un hombre recibe el beso de un
dementor
—era un mago con la mirada extraviada, acurrucado en el suelo y pegado a una pared—, y aquí vemos el resultado del ataque de un
inferius
—era una masa ensangrentada, tirada en el suelo.

—Entonces, ¿es verdad que han visto un
inferius
? —preguntó Parvati Patil con voz chillona—. ¿Es verdad que los está utilizando?

—El Señor Tenebroso utilizó
inferi
en el pasado —respondió Snape—, y eso significa que deberíais deducir que puede volver a servirse de ellos. Veamos… —Echó a andar por el otro lado del aula hacia su mesa, y una vez más la clase entera lo observó desplazarse con su negra túnica ondeando—. Creo que sois novatos en el uso de hechizos no verbales. ¿Alguien sabe cuál es la gran ventaja de esos hechizos?

Hermione levantó la mano con decisión. Snape se tomó su tiempo y, tras mirar a los demás para asegurarse de que no tenía alternativa, dijo con tono cortante:

—Muy bien. ¿Señorita Granger?

—Tu adversario no sabe qué clase de magia vas a realizar, y eso te proporciona una ventaja momentánea.

—Una respuesta calcada casi palabra por palabra del
Libro reglamentario de hechizos
, sexto curso —repuso Snape con desdén (Malfoy, que estaba en un rincón, rió entre dientes)—, pero correcta en lo esencial. Sí, quienes aprenden a hacer magia sin vociferar los conjuros cuentan con un elemento de sorpresa en el momento de lanzar un hechizo. No todos los magos pueden hacerlo, por supuesto; es una cuestión de concentración y fuerza mental, de la que algunos… —una vez más su mirada se detuvo con malicia en Harry— carecen.

Harry comprendió que Snape estaba pensando en las fatídicas clases de Oclumancia del curso anterior, así que se negó a bajar la vista y miró con odio al profesor hasta que éste desvió la mirada.

—Ahora —continuó Snape— os colocaréis por parejas. Uno de vosotros intentará embrujar al otro, pero sin hablar, y el otro tratará de repeler el embrujo, también en silencio. Podéis empezar.

Aunque Snape no lo sabía, el curso anterior Harry había enseñado a realizar el encantamiento escudo al menos a la mitad de sus compañeros (a todos los que se habían apuntado al
ED
). Sin embargo, ninguno de ellos había lanzado el encantamiento sin hablar. Así pues, los alumnos pusieron manos a la obra. Muchos optaron por hacer trampas y pronunciaban el conjuro quedamente en lugar de a viva voz. Como era de esperar, al cabo de diez minutos Hermione consiguió repeler en completo silencio el embrujo piernas de gelatina que Neville había pronunciado en voz baja, una proeza que sin duda le habría valido veinte puntos para Gryffindor con cualquier profesor razonable (como pensó Harry con amargura), pero Snape lo ignoró olímpicamente. Éste, que parecía más que nunca un murciélago gigante, pasó entre Harry y Ron y se detuvo para observar cómo los dos amigos se empleaban a fondo en la tarea que les había impuesto.

Ron, lívido y con los labios apretados para no caer en la tentación de pronunciar el conjuro, intentaba embrujar a Harry, quien en ascuas mantenía la varita levantada, preparado para repeler un embrujo que no parecía que fuera a llegar nunca.

—Patético, Weasley —sentenció Snape al cabo de un rato—. Aparta, deja que te enseñe…

El profesor sacudió su varita en dirección a Harry tan deprisa que el muchacho reaccionó de manera instintiva y, olvidando que estaban practicando hechizos no verbales, gritó:


¡Protego!

Su encantamiento escudo fue tan fuerte que Snape perdió el equilibrio y se golpeó contra un pupitre. La clase en pleno se había dado la vuelta y vio cómo Snape se incorporaba, con el entrecejo fruncido.

—¿Te suena por casualidad que os haya mandado practicar hechizos no verbales, Potter?

—Sí —contestó fríamente.

—Sí, «señor» —lo corrigió Snape.

—No hace falta que me llame «señor», profesor —replicó Harry impulsivamente.

Varios alumnos soltaron grititos de asombro, entre ellos Hermione. Sin embargo, Ron, Dean y Seamus, que estaban detrás de Snape, sonrieron en señal de apreciación.

—Castigado. Te espero en mi despacho el sábado después de cenar —dictaminó Snape—. No acepto insolencias de nadie, Potter. Ni siquiera del «Elegido».

—¡Ha sido genial, Harry! —lo felicitó Ron poco después, cuando ya estaban a salvo y camino del recreo.

—No debiste decirlo —discrepó Hermione mirando a Ron con la frente fruncida—. ¿Qué te ha pasado?

—¡Intentaba embrujarme, por si no te diste cuenta! —se defendió Harry—. ¡Ya tuve que soportar bastante el curso pasado en las clases particulares de Oclumancia! ¿Por qué no utiliza a otro conejillo de Indias, para variar? ¿Y a qué juega Dumbledore? ¿Por qué le deja enseñar Defensa? ¿Habéis oído cómo hablaba de las artes oscuras? ¡Le encantan! Todo ese rollo de algo mudable e indestructible…

—Pues mira —lo interrumpió Hermione—, me ha recordado a ti.

—¿A mí?

—Sí, cuando nos contabas lo que uno siente cuando se enfrenta a Voldemort. Decías que no bastaba con memorizar un montón de hechizos y lanzarlos, porque en esas circunstancias lo único que te separaba de la muerte era tu propio cerebro o tus agallas. ¿Acaso no es lo mismo que decía Snape? ¿Que lo que cuenta es el valor y el ingenio?

Harry quedó tan desarmado al comprobar que Hermione consideraba sus palabras tan dignas de ser memorizadas como las del
Libro reglamentario de hechizos
, que no discutió.

—¡Harry! ¡Eh, Harry!

Jack Sloper, uno de los golpeadores del equipo de
quidditch
de Gryffindor del curso anterior, corría hacia él con un rollo de pergamino en la mano.

—Esto es para ti —dijo jadeando—. Oye, me he enterado de que eres el nuevo capitán. ¿Cuándo serán las pruebas de selección?

—Todavía no lo sé —contestó Harry, y pensó que Sloper iba a necesitar mucha suerte para volver a jugar en el equipo—. Ya te lo diré.

—De acuerdo. Espero que sean este fin de semana, porque…

Pero Harry ya no lo escuchaba; acababa de reconocer la pulcra y estilizada caligrafía de la hoja de pergamino. Dejó a Sloper con la palabra en la boca y se marchó precipitadamente con Ron y Hermione, desenrollando el pergamino por el camino.

Querido Harry
:

Me gustaría que iniciáramos nuestras clases particulares este sábado. Por favor, ven a mi despacho después de cenar. Espero que estés disfrutando de tu primer día en el colegio.

Atentamente
,

Albus Dumbledore

P.D.: Me encantan las píldoras acidas.

—¿Que le encantan las píldoras acidas? —se extrañó Ron, tras leer el mensaje por encima del hombro de Harry.

—Es la contraseña para que te deje pasar la gárgola que vigila la entrada de su despacho —explicó Harry en voz baja—. ¡Ja! ¡Esto no le va a hacer ninguna gracia a Snape! ¡No podré ir a cumplir el castigo!

Los tres amigos estuvieron todo el recreo especulando sobre lo que Dumbledore le enseñaría a Harry. Ron creía que serían embrujos y hechizos espectaculares, desconocidos incluso para los
mortífagos
. Hermione argumentó que esas cosas eran ilegales y consideró más probable que el director pretendiese que Harry aprendiera magia defensiva avanzada. Después del recreo, Hermione se marchó a su clase de Aritmancia y Harry y Ron regresaron a la sala común, donde empezaron a hacer de mala gana los deberes que les había puesto Snape. El trabajo era tan complejo que aún no lo habían terminado cuando Hermione se reunió con ellos en la hora libre después de comer (así que ella contribuyó a acelerar el proceso). En cuanto acabaron, sonó el timbre de la clase de dos horas de Pociones que tenían esa tarde, y juntos se encaminaron hacia la mazmorra que durante tanto tiempo había sido territorio de Snape.

Cuando llegaron al pasillo, comprobaron que tan sólo una docena de alumnos iban a cursar el nivel de
ÉXTASIS
. Crabbe y Goyle no habían conseguido la nota mínima requerida en sus
TIMOS
, pero otros cuatro alumnos de Slytherin sí la habían alcanzado, entre ellos Malfoy. También había cuatro alumnos de Ravenclaw y uno de Hufflepuff, Ernie Macmillan, que a Harry le caía bien pese a su ampulosa manera de hablar.

—Buenas tardes, Harry —dijo Ernie con solemnidad al verlo acercarse, y le tendió la mano—. Esta mañana, en Defensa Contra las Artes Oscuras, no hemos tenido ocasión de saludarnos. Ha sido una clase interesante, aunque los encantamientos escudo no son nada nuevo para nosotros, los veteranos del
ED
. ¡Hola, Ron! ¡Hola, Hermione! ¿Cómo estáis?

Apenas habían respondido con un breve «Bien» cuando se abrió la puerta de la mazmorra y la barriga de Slughorn salió por ella precediéndolo. Mientras los alumnos entraban en fila en el aula, el enorme bigote de morsa de Slughorn se curvó hacia arriba debido a la radiante sonrisa del profesor, quien saludó con especial entusiasmo a Harry y Zabini.

La mazmorra ya estaba llena de vapores y extraños olores, lo cual sorprendió a los alumnos. Harry, Ron y Hermione olfatearon con interés al pasar por delante de unos grandes y burbujeantes calderos. Los cuatro alumnos de Slytherin se sentaron juntos a una mesa, y lo mismo hicieron los cuatro de Ravenclaw. Harry y sus dos amigos tuvieron que compartir mesa con Ernie. Eligieron la que estaba más cerca de un caldero dorado que rezumaba uno de los aromas más seductores que Harry había inhalado jamás: una extraña mezcla de tarta de melaza, palo de escoba y algo floral que le parecía haber olido en La Madriguera. Se dio cuenta de que respiraba lenta y acompasadamente y que los vapores de la poción se estaban propagando por su cuerpo como si fueran una bebida. Lo embargó una gran satisfacción y miró sonriendo a Ron, que le devolvió una sonrisa perezosa.

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