Harry Potter. La colección completa (350 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Ogden avanzó sigilosamente y, le pareció a Harry, con cautela. Cuando las oscuras sombras de los árboles se deslizaron sobre la figura del hombre, éste volvió a detenerse y se quedó mirando la puerta de la casa, donde alguien había clavado una serpiente muerta.

Entonces se oyó una especie de chasquido, y un individuo cubierto de harapos saltó del árbol más cercano y cayó de pie delante de Ogden, que pegó un brinco hacia atrás con tanta precipitación que se pisó los faldones y tropezó.


Tu presencia no nos es grata
.

El hombre tenía una densa mata de pelo, tan sucio que no se sabía de qué color era. Le faltaban varios dientes y sus ojos, pequeños y oscuros, bizqueaban. Habría podido parecer cómico, pero el efecto que producía su aspecto era aterrador, y a Harry no le extrañó que Ogden retrocediera unos pasos más antes de presentarse:

—Buenos días. Me envía el Ministerio de Magia.


Tu presencia no nos es grata
.

—Oiga… Lo siento, pero no le entiendo —repuso Ogden con nerviosismo.

Harry pensó que Ogden debía de ser muy corto de luces: el desconocido se estaba expresando con toda claridad, y por si fuera poco blandía una varita mágica en una mano y un cuchillo corto y manchado de sangre en la otra.

—Tú sí lo entiendes, ¿verdad, Harry? —susurró Dumbledore.

—Pues sí, claro —contestó, sorprendido por la pregunta—. ¿Cómo es qué Ogden no…? —Pero entonces volvió a fijarse en la serpiente clavada en la puerta, y de pronto lo comprendió—. Habla
pársel
, ¿verdad?

—Exacto. —Dumbledore asintió con la cabeza y sonrió.

El hombre que iba cubierto de harapos echó a andar hacia Ogden.

—Mire… —empezó éste, pero era demasiado tarde: se oyó un golpe sordo y Ogden cayó al suelo cubriéndose la nariz con las manos. Entre sus dedos se escurría un pringue asqueroso y amarillento.

—¡Morfin! —gritó una voz.

Un anciano salió a toda prisa de la casa y cerró de un portazo, por lo que la serpiente quedó oscilando de forma macabra. Era un individuo más bajo que el primero y muy desproporcionado: tenía hombros muy anchos y brazos muy largos, lo cual, sumado a sus relucientes ojos castaños, al áspero y corto cabello y al rostro lleno de arrugas, lo hacía parecer un mono viejo y fornido. Se paró delante del hombre que empuñaba el cuchillo, que se había puesto a reír a carcajadas al ver a Ogden tendido en el suelo.

—Del ministerio, ¿eh? —dijo el anciano, observándolo con ceño.

—¡Correcto! —asintió Ogden, furioso, mientras se limpiaba la cara—. Y usted es el señor Gaunt, ¿verdad?

—El mismo. Le ha dado en la cara, ¿no?

—¡Pues sí! —se quejó Ogden.

—Debió advertirnos de su presencia, ¿no cree? —le espetó Gaunt—. Esto es una propiedad privada. No puede entrar aquí como si tal cosa y esperar que mi hijo no se defienda.

—¿Que se defienda de qué, si no le importa? —preguntó Ogden al tiempo que se levantaba.

—De entrometidos. De intrusos. De
muggles
e indeseables.

Ogden se apuntó la varita a la nariz, de la que todavía rezumaba una sustancia que parecía pus, y el flujo se interrumpió al instante. Gaunt le ordenó a su hijo:


Entra en la casa. No discutas.

Harry, ya prevenido, reconoció la lengua
pársel
, y además de entender lo que Gaunt había dicho, también distinguió el extraño silbido que debió de oír Ogden. Morfin fue a protestar, pero cambió de opinión cuando su padre lo amenazó con una mirada; echó a andar pesadamente hacia la casa con un curioso bamboleo y cerró de un portazo detrás de él, de modo que la serpiente volvió a oscilar de forma siniestra.

—He venido a ver a su hijo, señor Gaunt —explicó Ogden mientras se limpiaba los restos de pus de la levita—. Ese era Morfin, ¿verdad?

—Sí, es Morfin —corroboró el anciano con indiferencia—. ¿Es usted sangre limpia? —preguntó con tono belicoso.

—Eso no viene al caso —repuso Ogden con frialdad, y Harry sintió un mayor respeto por él.

Al parecer, Gaunt no opinaba lo mismo. Escudriñó a su interlocutor con los ojos entornados y masculló con un tono claramente ofensivo:

—Ahora que lo pienso, he visto narices como la suya en el pueblo.

—No lo dudo, sobre todo si su hijo ha tenido algo que ver —replicó Ogden—. ¿Qué le parece si continuamos esta discusión dentro?

—¿Dentro?

—Sí, señor Gaunt. Ya se lo he dicho. Estoy aquí para hablar de Morfin. Enviamos una lechuza…

—No me interesan las lechuzas —le cortó Gaunt—. Yo no abro las cartas.

—Entonces no se queje de que sus visitas no le adviertan de su llegada —replicó Ogden con aspereza—. He venido con motivo de una grave violación de la ley mágica cometida aquí a primera hora de la mañana…

—¡Está bien, está bien! —bramó Gaunt—. ¡Entre en la maldita casa! ¡Para lo que le va a servir…!

La vivienda parecía tener tres habitaciones, pues en la habitación principal, que servía a la vez de cocina y salón, había otras dos puertas. Morfin estaba sentado en un mugriento sillón junto a la humeante chimenea, jugueteando con una víbora viva que hacía pasar entre sus gruesos dedos mientras le canturreaba en lengua
pársel
:

Silba, silba, pequeño reptil
,

arrástrate por el suelo

y pórtate bien con Morfin
,

o te clavo en el alero.

Algo se movió en un rincón, junto a una ventana abierta, y Harry advirtió que había otra persona en la habitación: una chica cuyo andrajoso vestido era del mismo color que la sucia pared de piedra que tenía detrás. Se hallaba de pie al lado de una cocina mugrienta y renegrida, sobre la que había una cazuela humeante, manipulando los asquerosos cacharros colocados encima de un estante. Tenía el cabello lacio y sin brillo, la cara pálida, feúcha y de toscas facciones, y era bizca como su hermano. Parecía un poco más aseada que los dos hombres, pero Harry pensó que nunca había visto a nadie con un aspecto tan desgraciado.

—Mi hija Mérope —masculló Gaunt al ver que Ogden miraba a la muchacha con gesto inquisitivo.

—Buenos días —la saludó Ogden.

Ella no contestó y se limitó a mirar cohibida a su padre. Luego se volvió de espaldas a la habitación y siguió cambiando de lugar los cacharros del estante.

—Bueno, señor Gaunt —dijo Ogden—, iré directamente al grano. Tenemos motivos para creer que la pasada madrugada su hijo Morfin realizó magia delante de un
muggle
.

Se oyó un golpe estrepitoso: a Mérope se le había caído una olla.


¡Recógela!
—le gritó su padre—. Eso es, escarba en el suelo como una repugnante
muggle
. ¿Para qué tienes la varita, inútil saco de estiércol?

—¡Por favor, señor Gaunt! —se escandalizó Ogden.

Mérope, que ya había recogido la olla, se ruborizó y la cara se le cubrió de manchitas rojas. Entonces volvió a caérsele. Desesperada, se apresuró a coger su varita con una mano temblorosa, apuntó hacia la olla y farfulló un rápido e inaudible hechizo que hizo que el cacharro rodase por el suelo, golpeara contra la pared de enfrente y se partiera por la mitad.

Morfin soltó una carcajada salvaje y Gaunt gritó:

—¡Arréglala, pedazo de zopenca, arréglala!

Mérope se precipitó dando traspiés, pero antes de que pudiera apuntar su varita, Ogden elevó la suya y dijo: «
¡Reparo!
», con lo que la olla se arregló al instante.

Por un momento pareció que Gaunt iba a reñirlo, pero se lo pensó mejor y prefirió burlarse de su hija:

—Tienes suerte de que esté aquí este amable caballero del ministerio, ¿no te parece? Quizá él no tenga nada contra las asquerosas
squibs
como tú y me libre de ti.

Sin mirar a nadie ni dar las gracias a Ogden, Mérope, muy agitada, recogió la olla y volvió a colocarla en el estante. A continuación se quedó quieta, con la espalda pegada a la pared entre la sucia ventana y la cocina, como si no deseara otra cosa que fundirse con la piedra y desaparecer.

—Señor Gaunt —volvió a empezar Ogden—, como ya le he dicho, el motivo de mi visita…

—¡Ya le he oído! ¿Y qué? Morfin le dio su merecido a un
muggle
. ¿Qué pasa, eh?

—Morfin ha violado la ley mágica —dijo Ogden con severidad.

—«Morfin ha violado la ley mágica.» —Gaunt lo imitó con tono pomposo y cantarín. Su hijo volvió a reír a carcajadas—. Le dio una lección a un sucio
muggle
. ¿Es eso ilegal?

—Sí. Me temo que sí. —Sacó de un bolsillo interior un pequeño rollo de pergamino y lo desenrolló.

—¿Qué es eso? ¿Su sentencia? —preguntó Gaunt elevando la voz, cada vez más alterado.

—Es una citación del ministerio para una vista…

—¿Una citación? ¡Una citación! ¿Y usted quién se ha creído que es para citar a mi hijo a ninguna parte?

—Soy el jefe del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales.

—Y nos considera escoria, ¿verdad? —le espetó Gaunt avanzando hacia Ogden y señalándolo con un sucio dedo de uña amarillenta—. Una escoria que acudirá corriendo cuando el ministerio se lo ordene, ¿no es así? ¿Sabe usted con quién está hablando, roñoso sangre sucia?

—Tenía entendido que con el señor Gaunt —respondió Ogden, receloso pero sin ceder terreno.

—¡Exacto! —rugió.

Por un momento, Harry pensó que Gaunt hacía un gesto obsceno con la mano, pero entonces se dio cuenta de que estaba mostrándole a Ogden el feo y voluminoso anillo que llevaba en el dedo corazón, agitándoselo ante los ojos.

—¿Ve esto? ¿Lo ve? ¿Sabe qué es? ¿Sabe de dónde procede? ¡Hace siglos que pertenece a nuestra familia, pues nuestro linaje se remonta a épocas inmemoriales, y siempre hemos sido de sangre limpia! ¿Sabe cuánto me han ofrecido por esta joya, con el escudo de armas de los Peverell grabado en esta piedra negra?

—Pues no, no lo sé —admitió Ogden parpadeando, mientras el anillo le pasaba a un centímetro de la nariz—, pero creo que eso no viene a cuento ahora, señor Gaunt. Su hijo ha cometido…

Gaunt dio un alarido de rabia y, volviéndose, se abalanzó sobre su hija. Al ver que dirigía una mano hacia el cuello de la chica, Harry creyó que iba a estrangularla, pero lo que hizo fue arrastrarla hasta Ogden tirando de la cadena de oro que la muchacha llevaba colgada del cuello.

—¿Ve esto? —bramó agitando un grueso guardapelo mientras Mérope farfullaba y boqueaba intentando respirar.

—¡Sí, ya lo veo! —se apresuró a decir Ogden.

—¡Es de Slytherin! —chilló Gaunt—. ¡Es de Salazar Slytherin! Somos sus últimos descendientes vivos. ¿Qué me dice ahora, eh?

—¡Su hija se ahoga! —se alarmó Ogden, pero Gaunt ya había soltado a Mérope, que, tambaleándose, regresó al rincón y se quedó allí frotándose el cuello y recuperando el resuello.

—¡Muy bien! —se ufanó Gaunt, como si acabara de demostrar un complicado argumento más allá de toda discusión—. ¡No vuelva a hablarnos como si fuéramos barro de sus zapatos! ¡Procedemos de generaciones y generaciones de sangre limpia, todos magos! ¡Más de lo que usted puede decir, estoy seguro!

Y escupió en el suelo, junto a los pies de Ogden. Morfin volvió a reír, pero Mérope, acurrucada junto a la ventana, con la cabeza inclinada y la cara oculta por el lacio cabello, no dijo nada.

—Señor Gaunt —perseveró Ogden—, me temo que ni sus antepasados ni los míos tienen nada que ver con el asunto que nos ocupa. He venido a causa de Morfin, de él y del
muggle
al que agredió esta madrugada. Según nuestras informaciones —consultó el pergamino—, su hijo realizó un embrujo o un maleficio contra el susodicho
muggle
provocándole una urticaria muy dolorosa.

Morfin rió por lo bajo.


Cállate, chico
—gruñó Gaunt en lengua
pársel
—. ¿Y qué pasa si lo hizo? —preguntó, desafiante—. Supongo que ya le habrán limpiado la inmunda cara a ese
muggle
, y de paso la memoria.

—No se trata de eso, señor Gaunt. Fue una agresión sin que mediara provocación contra un indefenso…

—¿Sabe?, nada más verlo me di cuenta de que era usted partidario de los
muggles
—repuso Gaunt con desprecio, y volvió a escupir en el suelo.

—Esta discusión no nos llevará a ninguna parte —replicó Ogden con firmeza—. Es evidente que su hijo no está arrepentido de sus actos, a juzgar por la actitud que mantiene. —Volvió a consultar el pergamino y agregó—: Morfin acudirá a una vista el catorce de septiembre para responder por la acusación de utilizar magia delante de un
muggle
y provocarle daños físicos y psicológicos a ese mismo
mu

Ogden se vio interrumpido por un cascabeleo y un repiqueteo de cascos de caballo acompañados de risas y voces. Por lo visto, el tortuoso sendero que conducía al pueblo pasaba muy cerca del bosquecillo. Gaunt aguzó el oído con los ojos muy abiertos; Morfin emitió un silbido y volvió la cabeza hacia la ventana abierta, con expresión de avidez, y Mérope levantó la cabeza. Harry se fijó en que la muchacha estaba blanca como la cera.

—¡Oh, qué monstruosidad! —dijo una cantarina voz de mujer; a pesar de provenir del exterior, las palabras se oyeron con tanta claridad como si las hubieran pronunciado en la habitación—. ¿Cómo es que tu padre no ha hecho derribar esa casucha, Tom?

—No es nuestra —respondió el aludido—. Todo lo que hay al otro lado del valle nos pertenece, pero esta casa es de un viejo vagabundo llamado Gaunt, y de sus hijos. El hijo está loco; tendrías que oír las historias que cuentan sobre él en el pueblo…

La mujer rió. El cascabeleo y el repiqueteo de cascos cada vez se aproximaban más. Morfin hizo ademán de levantarse del sillón.


Quédate sentado
—le ordenó su padre en
pársel
.

—Tom —dijo entonces la mujer, ya delante de la casa—, quizá me equivoque, pero creo que alguien ha clavado una serpiente en la puerta.

—¡Vaya, tienes razón! —exclamó el hombre—. Debe de haber sido el hijo, ya te digo que no está bien de la cabeza. No la mires, Cecilia, querida.

Los sonidos de los cascabeles y los cascos se alejaron poco a poco.


Querida
—susurró Morfin en
pársel
, mirando a su hermana—
. La ha llamado «querida». Ya ves, de cualquier modo no te habría querido a ti.

Mérope estaba tan pálida que Harry temió que se desmayara de un momento a otro.

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