Harry Potter. La colección completa (358 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—En el callejón Diagon. He traído la lista de libros y material que necesitarás. Puedo ayudarte a encontrarlo todo…

—¿Quiere decir que me acompañará? —inquirió Tom levantando la cabeza.

—Sí, si tú…

—No es necesario. Estoy acostumbrado a hacer las cosas por mí mismo. Siempre voy solo a Londres. ¿Cómo se va al callejón Diagon… señor?

Harry creyó que el profesor insistiría en acompañarlo, pero volvió a llevarse una sorpresa: Dumbledore le entregó el sobre con la lista del material y, después de explicarle cómo se llegaba al Caldero Chorreante, le dijo:

—Tú lo verás, aunque los
muggles
que haya por allí (es decir, la gente no mágica) no lo vean. Pregunta por Tom, el dueño; no te costará recordar su nombre, puesto que se llama como tú. —El chico hizo un gesto de irritación, como si quisiera ahuyentar una mosca molesta—. ¿Qué ocurre? ¿No te gusta tu nombre?

—Hay muchos Toms —masculló. Y como si no pudiera reprimir la pregunta o como si se le escapara a su pesar, preguntó—: ¿Mi padre era mago? Me han dicho que él también se llamaba Tom Ryddle.

—Me temo que no lo sé.

—Mi madre no podía ser bruja, porque en ese caso no habría muerto —razonó Tom como para sí—. El mago debió de ser él. Bueno, y una vez que tenga todo lo que necesito, ¿cuándo debo presentarme en ese colegio Hogwarts?

—Encontrarás todos los detalles en la segunda hoja de pergamino que hay en el sobre. Saldrás de la estación de King's Cross el uno de septiembre. En el sobre también encontrarás un billete de tren.

Él asintió y Dumbledore se puso en pie y volvió a tenderle la mano. Mientras se la estrechaba, Tom dijo:

—Sé hablar con las serpientes. Lo descubrí en las excursiones al campo. Ellas me buscan y me susurran cosas. ¿Les pasa eso a todos los magos?

Harry dedujo que Ryddle no había mencionado antes ese poder tan extraño porque quería impresionar a su visitante en el momento justo.

—No es habitual —respondió Dumbledore tras una leve vacilación—, pero tampoco es insólito.

Lo dijo con tono despreocupado, pero observó el rostro del muchacho. Ambos se miraron fijamente un instante. Luego se soltaron las manos y Dumbledore se dirigió hacia la puerta.

—Adiós, Tom. Nos veremos en Hogwarts.

—Creo que ya es suficiente —dijo el Dumbledore de cabello blanco que Harry tenía a su lado, y segundos más tarde ambos volvían a elevarse en la oscuridad, como si fueran ingrávidos, para aterrizar de pie en el despacho del director.

—Siéntate —dijo éste.

Harry lo hizo, todavía con la mente colmada de las escenas que acababa de presenciar.

—Él le creyó mucho más deprisa que yo. Me refiero a cuando usted le reveló que era un mago —comentó—. En cambio, cuando a mí me lo dijo Hagrid, no le creí.

—Sí, Ryddle estaba dispuesto a creer que era… «especial», para emplear sus propias palabras.

—¿Usted ya lo sabía?

—¿Si sabía que acababa de conocer al mago tenebroso más peligroso de todos los tiempos? No, no sospechaba que se convertiría en lo que es ahora. Sin embargo, no cabe duda de que me intrigaba. Regresé a Hogwarts con la intención de vigilarlo de cerca, algo que habría hecho de cualquier forma, dado que él estaba solo en el mundo, sin familia y sin amigos, pero ya entonces intuí que debía hacerlo tanto por su bien como por el de los demás.

»Como te habrás dado cuenta, tenía unos poderes muy desarrollados para tratarse de un mago tan joven, pero lo más interesante e inquietante es que ya había descubierto que podía ejercer cierto control sobre ellos y empezado a utilizarlos de forma intencionada. Y como has visto, no eran experimentos hechos al azar, típicos de los magos jóvenes, sino que utilizaba la magia contra otras personas para asustar, castigar o dominar. Las historias del conejo que apareció colgado de una viga y de los niños a quienes llevó con engaños a una cueva movían a reflexión. "Puedo hacerles daño si quiero…"

—Y hablaba
pársel
—observó Harry.

—Sí, así es; una rara habilidad, presuntamente relacionada con las artes oscuras, aunque también hay hablantes de
pársel
entre los magos de bien, como ya sabemos. De hecho, su habilidad para comunicarse con las serpientes no me inquietó tanto como sus obvios instintos para la crueldad, el secretismo y la dominación.

»El tiempo vuelve a correr en nuestra contra —añadió Dumbledore señalando el oscuro cielo que se veía por las ventanas—. Pero, antes de que nos separemos, quiero que te fijes en ciertos aspectos de las escenas que acabamos de presenciar, ya que guardan estrecha relación con los asuntos que discutiremos en próximas reuniones. En primer lugar, espero que te hayas percatado de la reacción de Ryddle cuando mencioné que había otra persona que se llamaba como él.

Harry asintió con la cabeza.

—De ese modo demostró su desprecio por cualquier cosa que lo vinculara a otras personas, o que lo hiciera parecer normal —explicó el director—. Ya por entonces él quería ser diferente, distinguido y célebre. Como bien sabes, pocos años después de esa conversación, se despojó de su nombre y creó la máscara de «lord Voldemort», detrás de la cual se ha ocultado durante mucho tiempo.

«Espero que también hayas reparado en que Tom Ryddle era una persona autosuficiente, reservada y solitaria; al parecer no tenía amigos. No quiso ayuda ni compañía para hacer su visita al callejón Diagon. Prefería moverse solo. El Voldemort adulto es igual. Muchos de sus
mortífagos
aseguran que él confía en ellos, que son los únicos que están a su lado o que lo entienden. Pero se equivocan. Lord Voldemort nunca ha tenido amigos, ni creo que haya deseado tenerlos.

»Y por último (y espero que la fatiga no te impida prestar atención a esto, Harry), al joven Tom Ryddle le gustaba coleccionar trofeos. Ya has visto la caja de objetos robados que escondía en su habitación. Se los sustraía a las víctimas de sus bravuconadas; eran recuerdos, por así llamarlos, de acciones mágicas especialmente desagradables. Ten en cuenta esa tendencia suya a recoger y guardar cosas porque más adelante resultará importante.

»Bien, se ha hecho tarde. Debes ir a acostarte.

Harry se levantó para marcharse, pero se fijó en la mesita donde había visto el anillo de Sorvolo Gaunt durante la clase anterior. El anillo ya no estaba allí.

—¿Pasa algo? —preguntó Dumbledore al ver que el chico se detenía.

—El anillo ya no está. Pensé que quizá usted tendría la armónica o alguna otra cosa.

El director lo miró sonriente por encima de sus gafas de media luna.

—Muy astuto, Harry, pero la armónica sólo era una armónica. —Y tras ese enigmático comentario, hizo un ademán indicándole que se retirase.

14
Felix Felicis

A primera hora del día siguiente, Harry tuvo clase de Herbología. Durante el desayuno no pudo contarles a Ron y Hermione en qué había consistido su clase con Dumbledore por miedo a que alguien los oyera, pero lo hizo mientras atravesaban el huerto, camino de los invernaderos. El fuerte viento del fin de semana había dejado de soplar por fin, aunque se había instalado de nuevo aquella extraña neblina, de modo que tardaron un poco más de lo habitual en dar con el invernadero que buscaban.

—¡Uf, qué miedo debía de dar el joven Quien-tú-sabes! —dijo Ron en voz baja mientras se sentaban alrededor de una de las retorcidas cepas de
snargaluff
, el objeto de estudio de ese trimestre, y se enfundaban los guantes protectores—. Pero lo que sigo sin entender es por qué Dumbledore te enseña todo eso. Ya sé que es muy interesante y demás, pero ¿para qué sirve?

—No lo sé —admitió Harry—. Pero, según él, es muy importante y me ayudará a sobrevivir. —Se puso un protector de dentadura.

—Yo lo encuentro fascinante —opinó Hermione—. Es fundamental reunir el máximo de información acerca de Voldemort. Si no, ¿de qué otro modo podrías descubrir sus debilidades?

—¿Qué tal estuvo la última fiesta de Slughorn?—le preguntó Harry con voz pastosa a causa del protector.

—¡Ah, pues muy divertida! —contestó Hermione mientras se ponía las gafas protectoras—. Hombre, se pasa un poco hablándonos de ex alumnos famosos y le hace un montón la pelota a McLaggen porque conoce a mucha gente influyente, pero nos ofreció una comida deliciosa y nos presentó a Gwenog Jones.

—¿Gwenog Jones? —preguntó Ron abriendo mucho los ojos tras sus gafas—. ¿La famosa Gwenog Jones? ¿La capitana del Holyhead Harpies?

—Exacto. Personalmente, la encontré un poco creída, pero…

—¡Basta de cháchara! —los reprendió la profesora Sprout, que se había acercado y los miraba con gesto adusto—. Os estáis retrasando. Vuestros compañeros ya han empezado y Neville ha conseguido extraer la primera vaina.

Los tres amigos miraron. Era verdad: Neville, con un labio ensangrentado y varios arañazos en la mejilla, aferraba un objeto verde del tamaño de un pomelo que latía de forma repugnante.

—¡Sí, profesora, ahora mismo comenzamos! —dijo Ron, y cuando la profesora se dio la vuelta, añadió en voz baja—: Tendrías que haber utilizado el
muffliato
, Harry.

—¡De eso nada! —saltó Hermione y puso cara de enfado, como hacía siempre que el Príncipe Mestizo y sus hechizos salían en la conversación—. ¡Vamos, vamos! Pongámonos a trabajar… —Y torció el gesto, aprensiva.

Todos respiraron hondo y se abalanzaron sobre la retorcida cepa con que les había tocado lidiar.

La cepa cobró vida al instante y de su parte superior brotaron unos tallos largos y espinosos como de zarza. Uno de ellos se enredó en el cabello de Hermione, pero Ron lo rechazó con unas tijeras de podar. Harry consiguió atrapar un par y les hizo un nudo. Entonces se abrió un agujero en medio de las ramas con aspecto de tentáculos. Demostrando gran valor, Hermione metió un brazo en el agujero, que se cerró como una trampa y se lo aprisionó hasta el codo. Harry y Ron tiraron de los tallos y los retorcieron, obligando al agujero a abrirse otra vez, de modo que Hermione logró sacar una vaina igual que la de Neville. De inmediato los espinosos tallos volvieron a replegarse y la nudosa cepa se quedó quieta como si fuera un inocente trozo de madera muerta.

—¿Sabéis qué os digo? Que cuando tenga mi propia casa no creo que plante ningún bicho de éstos en el jardín —dijo Ron al tiempo que se subía las gafas y se secaba el sudor de la cara.

—Pásame un cuenco —pidió Hermione, sujetando la palpitante vaina con el brazo bien estirado para alejarla del cuerpo.

Harry le pasó un recipiente y ella, con cara de asco, dejó caer la vaina dentro.

—¡No seas tan delicada y estrújala! ¡Son mejores cuando están frescas! —exclamó la profesora Sprout.

—En fin —dijo Hermione, retomando el hilo de la interrumpida conversación, como si no acabara de atacarlos aquella cepa asquerosa—, Slughorn va a organizar una fiesta de Navidad, y de ésa no conseguirás escaquearte, porque me pidió que averiguara qué noches tienes libres. Quiere asegurarse de celebrarla un día en que puedas asistir.

Harry dejó escapar un quejido. Y Ron, que estaba intentando exprimir la vaina en el cuenco a base de retorcerla con todas sus fuerzas, espetó con enfado:

—Y esa fiesta también será sólo para los preferidos de Slughorn, ¿no?

—Sí, sólo para los miembros del Club de las Eminencias —confirmó Hermione.

La vaina se escurrió entre las manos de Ron y, tras rebotar en la pared de cristal del invernadero, fue a dar contra la cabeza de la profesora Sprout, arrancándole el viejo y remendado sombrero. Harry se apresuró a recuperar la vaina; cuando volvió junto a sus amigos, Hermione estaba diciendo:

—Mira, eso del Club de las Eminencias no me lo he inventado yo…

—Club de las Eminencias —repitió Ron con una sonrisa burlona propia de Malfoy—. ¡Qué patético! Bueno, espero que te lo pases muy bien en esa fiesta. ¿Por qué no intentas ligar con McLaggen? Así Slughorn podría nombraros rey y reina de las eminencias…

—Podemos llevar invitados —replicó Hermione ruborizándose—, y yo pensaba pedirte que vinieras. Pero ya que lo encuentras tan estúpido, ¡se lo pediré a otro!

Harry lamentó que la vaina no hubiera ido a parar al otro extremo del invernadero, porque así habría podido alejarse un rato de sus amigos. De cualquier modo, como ninguno de ellos le hacía caso, agarró el cuenco que contenía la vaina e intentó abrirla por los medios más ruidosos y enérgicos que se le ocurrieron, aunque por desgracia siguió oyendo la conversación.

—¿Ibas a pedírmelo a mí? —preguntó Ron, súbitamente enternecido.

—Sí —contestó ella, enfadada—. Pero ya veo que prefieres que ligue con McLaggen…

Hubo un silencio, pero Harry siguió aporreando la resistente vaina con una palita.

—No, si yo no digo eso… —murmuró Ron.

En ese momento Harry apuntó mal y golpeó el cuenco, que se hizo añicos.


¡Reparo!
—dijo tocando los trozos con la punta de su varita, y el cuenco se recompuso.

Sin embargo, el ruido hizo que sus amigos volvieran a fijarse en él. Hermione, nerviosa, se puso a buscar en su
Arboles carnívoros del mundo
la manera correcta de exprimir las vainas de
snargaluff
; por su parte, Ron, aunque con cara de avergonzado, también parecía muy contento.

—Pásamela, Harry —pidió Hermione—. Aquí dice que hay que pincharlas con algo punzante…

Tras entregarle el cuenco con la vaina, ambos chicos volvieron a ponerse las gafas protectoras y se abalanzaron una vez más sobre la cepa.

Mientras peleaba con un espinoso tallo que parecía empeñado en estrangularlo, Harry pensó que aquello en realidad no lo sorprendía; él ya sospechaba que tarde o temprano pasaría algo parecido. Pero no sabía qué pensar… Cho y él no se hablaban desde el comienzo del curso; de hecho, sentían tanta vergüenza que ni siquiera se miraban. ¿Y si Ron y Hermione empezaban a salir juntos y luego cortaban? ¿Conservarían su amistad? Harry recordó las pocas semanas del tercer año en Hogwarts en que sus dos amigos no se habían dirigido la palabra; él lo había pasado muy mal intentando limar las diferencias entre ellos. ¿Y si empezaban a salir juntos y no cortaban? ¿Y si acababan como Bill y Fleur y se volvía insoportable estar con ellos, y él quedaba marginado para siempre?

—¡Ya te tengo! —exclamó Ron mientras arrancaba una segunda vaina de la cepa justo cuando Hermione conseguía abrir la primera, de modo que el cuenco se llenó de tubérculos de un verde pálido que se retorcían como gusanos.

Other books

Embracing His Syn by A.E. Via
Sheikh's Hired Mistress by Sophia Lynn, Ella Brooke
Kitten Cupid by Anna Wilson
The Boss's Daughter by Jasmine Haynes
The Maid's Quarters by Holly Bush
A Bit on the Side by William Trevor
Bruno's Dream by Iris Murdoch
The Fox by Radasky, Arlene
Running Free by K Webster