Harry Potter. La colección completa (361 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Mientras se abría paso hacia la mesa de las bebidas, tropezó con Ginny, que llevaba al
micropuff Arnold
encaramado en un hombro y a
Crookshanks
pegado a los talones, maullando sin éxito.

—¿Buscas a Ron? —le preguntó la pequeña de los Weasley con una sonrisita de complicidad—. Está allí, el muy asqueroso hipócrita.

Harry miró hacia el rincón que señalaba Ginny. Y en efecto, a la vista de todo el mundo, Ron y Lavender Brown se abrazaban con tanta pasión que costaba distinguir de quién era cada mano.

—Parece que se la esté comiendo, ¿no? —observó Ginny con frialdad—. Supongo que de alguna manera tiene que perfeccionar su técnica. Has jugado muy bien, Harry.

Le dio unas palmaditas en el brazo y Harry notó un cosquilleo de vértigo en el estómago, pero ella siguió su camino y fue a servirse más cerveza de mantequilla.
Crookshanks
la siguió con los ojos fijos en
Arnold
.

Harry dejó de mirar a Ron, que no parecía tener intenciones de salir a la superficie, y en ese preciso momento vio cómo se cerraba el hueco del retrato. Le pareció atisbar una tupida melena castaña que se perdía de vista, y sintió un gran desaliento.

Corrió en esa dirección, volvió a esquivar a Romilda Vane y abrió de un empujón el retrato de la Señora Gorda, pero el pasillo estaba desierto.

—¡Hermione!

La encontró en la primera aula que no estaba cerrada con llave. Se había sentado en la mesa del profesor y la rodeaba un pequeño círculo de gorjeantes canarios que había hecho aparecer de la nada. A Harry le impresionó que lograse el hechizo en un momento como ése.

—¡Hola, Harry! —lo saludó ella con voz crispada—. Sólo estaba practicando.

—Sí, ya veo… Son… muy bonitos. —No sabía qué decir. Con un poco de suerte, tal vez Hermione no hubiese visto a Ron con las manos en la masa y sólo se había marchado porque le desagradaba tanto alboroto, pero ella dijo, con una voz inusualmente chillona:

—Ron se lo está pasando en grande en la fiesta.

—Hum… ¿Ah, sí?

—No finjas que no lo has visto. No puede decirse que se estuviera escondiendo, ¿no?

En ese instante se abrió la puerta del aula, y Harry, horrorizado, vio entrar a Ron riendo y arrastrando a Lavender de la mano.

—¡Oh! —dijo el muchacho, y se paró en seco al verlos.

—¡Uy! —exclamó Lavender, y salió riendo del aula. La puerta se cerró detrás de ella.

Al punto se impuso un silencio tenso e incómodo. Hermione miró fijamente a Ron, que, eludiendo su mirada, dijo con una curiosa mezcla de chulería y torpeza:

—¡Hola, Harry! ¡No sabía dónde te habías metido!

Hermione bajó de la mesa con un movimiento lánguido. La pequeña bandada de pájaros dorados siguió gorjeando y describiendo círculos alrededor de su cabeza, dándole el aspecto de una extraña maqueta del sistema solar con plumas.

—No dejes a Lavender sola ahí fuera —dijo con calma—. Estará preocupada por ti.

Y caminó despacio y muy erguida hasta la puerta. Harry miró a Ron, que parecía aliviado de que no hubiese ocurrido nada peor.


¡Oppugno!
—exclamó entonces Hermione desde el umbral, y con la cara desencajada apuntó a Ron con la varita.

La bandada de pájaros salió disparada como una ráfaga de balas doradas hacia Ron, que soltó un grito y se tapó la cara con las manos, pero aun así los pájaros lo atacaron, arañando y picando cada trocito de piel que encontraban.

—¡Hermione, por favor! —suplicó el muchacho, pero, con una última mirada rabiosa y vengativa, ella abrió la puerta de un tirón y salió al pasillo.

A Harry le pareció oír un sollozo antes de que la puerta se cerrara.

15
El Juramento Inquebrantable

Una vez más la nieve formaba remolinos tras las heladas ventanas; se acercaba la Navidad. Como todos los años y sin ayuda alguna, Hagrid ya había llevado los doce árboles navideños al Gran Comedor; había guirnaldas de acebo y espumillones enroscados en los pasamanos de las escaleras; dentro de los cascos de las armaduras ardían velas perennes, y del techo de los pasillos colgaban a intervalos regulares grandes ramos de muérdago, bajo los cuales se apiñaban las niñas cada vez que Harry pasaba por allí. Eso provocaba atascos en los pasillos, pero, afortunadamente, en sus frecuentes paseos nocturnos por el castillo Harry había descubierto diversos pasadizos secretos, de modo que no le costaba tomar rutas sin adornos de muérdago para ir de un aula a otra.

Ron, que en otras circunstancias se habría puesto celoso, se desternillaba de risa cada vez que Harry tenía que tomar uno de esos atajos para esquivar a sus admiradoras. Sin embargo, a pesar de que Harry prefería mil veces a ese nuevo Ron, risueño y bromista, antes que al malhumorado y agresivo compañero que había soportado las últimas semanas, no todo eran ventajas. En primer lugar, Harry tenía que aguantar con frecuencia la presencia de Lavender Brown, quien opinaba que cualquier momento que no estuviera besándose con Ron era tiempo desperdiciado; y además, se hallaba otra vez en la difícil situación de ser el mejor amigo de dos personas que no parecían dispuestas a volver a dirigirse la palabra.

Ron, que todavía tenía arañazos y cortes en las manos y los antebrazos provocados por los belicosos canarios de Hermione, adoptaba una postura defensiva y resentida.

—No tiene derecho a quejarse, porque ella se besaba con Krum —le dijo a Harry—. Y ahora se ha enterado de que alguien quiere besarse conmigo. Pues mira, éste es un país libre. Yo no he hecho nada malo.

Harry fingió estar enfrascado en el libro cuya lectura tenían que terminar antes de la clase de Encantamientos de la mañana siguiente (
La búsqueda de la quintaesencia)
. Como estaba decidido a seguir siendo amigo de los dos, no tenía más remedio que morderse la lengua cada tanto.

—Yo nunca le prometí nada a Hermione —farfulló Ron—. Hombre, sí, iba a ir con ella a la fiesta de Navidad de Slughorn, pero nunca me dijo… Sólo como amigos… Yo no he firmado nada…

Harry, consciente de que su amigo lo estaba mirando, volvió una página de
La búsqueda de la quintaesencia
. La voz de Ron fue reduciéndose a un murmullo apenas audible a causa del chisporroteo del fuego, aunque a Harry le pareció distinguir otra vez las palabras «Krum» y «que no se queje».

Hermione tenía la agenda tan llena que Harry sólo podía hablar con calma con ella por la noche, aunque, en cualquier caso, Ron estaba enroscado alrededor de Lavender y ni se fijaba en lo que hacía su amigo. Hermione se negaba a sentarse en la sala común si Ron estaba allí, de modo que Harry se reunía con ella en la biblioteca, y eso significaba que tenían que hablar en voz baja.

—Tiene total libertad para besarse con quien quiera —afirmó Hermione mientras la bibliotecaria, la señora Pince, se paseaba entre las estanterías—. Me importa un bledo, de verdad.

Dicho esto, levantó la pluma y puso el punto sobre una «i», pero con tanta rabia que perforó la hoja de pergamino. Harry no dijo nada (últimamente hablaba tan poco que temía perder la voz para siempre), se inclinó algo más sobre
Elaboración de pociones avanzadas
y siguió tomando notas acerca de los elixires eternos, deteniéndose de vez en cuando para descifrar los útiles comentarios del príncipe al texto de Libatius Borage.

—¡Ah, por cierto, ve con cuidado! —añadió Hermione al cabo de un rato.

—Te lo digo por última vez —replicó Harry con un susurro ligeramente ronco después de tres cuartos de hora de silencio—: no pienso devolver este libro. He aprendido más con el Príncipe Mestizo que con lo que me han enseñado Snape o Slughorn en…

—No me refiero a tu estúpido «príncipe» —lo cortó Hermione, y lanzó una mirada de desdén al libro, como si éste hubiera sido grosero con ella—. Antes de venir aquí pasé por el cuarto de baño de las chicas, y allí me encontré con casi una docena de alumnas (entre ellas Romilda Vane) intentando decidir cómo hacerte beber un filtro de amor. Todas pretenden que las lleves a la fiesta de Slughorn, y sospecho que han comprado filtros de amor en la tienda de Fred y George que, me temo, funcionan.

—¿Y por qué no se los confiscaste? —No le parecía lógico que Hermione abandonara su obsesión por las normas en esos momentos tan críticos.

—Porque no tenían las pociones en el lavabo —contestó ella, con desdén—. Sólo comentaban posibles tácticas. Como dudo que ni siquiera ese Príncipe Mestizo —le lanzó otra arisca mirada al libro— fuese capaz de encontrar un antídoto eficaz contra una docena de filtros de amor diferentes ingeridos a la vez, yo en tu lugar invitaría a una de ellas a que te acompañe a la fiesta. Así las demás dejarían de albergar esperanzas y se resignarían. La fiesta es mañana por la noche, y te advierto que están desesperadas.

—No me apetece invitar a nadie —murmuró Harry, que seguía procurando no pensar en Ginny, pese a que ésta no paraba de aparecer en sus sueños, en actitudes que le hacían agradecer que Ron no supiera Legeremancia.

—Pues vigila lo que bebes porque me ha parecido que Romilda Vane hablaba en serio —le advirtió Hermione.

Estiró el largo rollo de pergamino en que estaba escribiendo su redacción de Aritmancia y siguió rasgueando con la pluma. Harry se quedó contemplándola, pero tenía la mente muy lejos de allí.

—Espera un momento —dijo de pronto—. Creía que Filch había prohibido los productos comprados en Sortilegios Weasley.

—¿Y desde cuándo alguien hace caso de las prohibiciones de Filch? —replicó Hermione, concentrada en su redacción.

—¿No decían que también controlaban las lechuzas? ¿Cómo puede ser que esas chicas hayan entrado filtros de amor en el colegio?

—Fred y George los han enviado camuflados como perfumes o pociones para la tos —explicó Hermione—. Forma parte de su Servicio de Envío por Lechuza.

—Veo que estás muy enterada.

Hermione le lanzó una mirada tan ceñuda como la que acababa de dedicarle al ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
.

—Lo explicaban en la etiqueta de las botellas que nos enseñaron a Ginny y a mí el verano pasado —dijo con altivez—. Yo no voy por ahí poniéndole pociones en el vaso a la gente, ni fingiendo que lo hago, lo cual viene a ser…

—Vale, vale —se apresuró a apaciguarla Harry—. Lo que importa es que están engañando a Filch, ¿no? ¡Esas chicas introducen cosas en el colegio haciéndolas pasar por lo que no son! Por tanto, ¿por qué no habría podido Malfoy introducir el collar?

—Harry, no empieces otra vez, te lo ruego.

—Contéstame. ¿Por qué?

—Mira —dijo Hermione tras suspirar—, los sensores de ocultamiento detectan embrujos, maldiciones y encantamientos de camuflaje, ¿no es así? Se utilizan para encontrar magia oscura y objetos tenebrosos. Así pues, una poderosa maldición como la de ese collar la habría descubierto en cuestión de segundos. Sin embargo, no registran una cosa que alguien haya metido en otra botella. Además, los filtros de amor no son tenebrosos ni peligrosos…

—Yo no estaría tan seguro —masculló Harry pensando en Romilda Vane.

—… de modo que Filch tendría que haberse dado cuenta de que no era una poción para la tos, y ya sabemos que no es muy buen mago; dudo mucho que pueda distinguir una poción de…

Hermione no terminó la frase; Harry también lo había oído: alguien había pasado cerca de ellos entre las oscuras estanterías. Esperaron y, segundos después, el rostro de buitre de la señora Pince apareció por una esquina; la lámpara que llevaba le iluminaba las hundidas mejillas, la apergaminada piel y la larga y ganchuda nariz, lo cual no la favorecía precisamente.

—Ya es hora de cerrar —anunció—. Devolved todo lo que hayáis utilizado al estante correspon… Pero ¿qué le has hecho a ese libro, so depravado?

—¡No es de la biblioteca! ¡Es mío! —se defendió Harry, y cogió su volumen de
Elaboración de pociones avanzadas
en el preciso instante en que la bibliotecaria lo aferraba con unas manos que parecían garras.

—¡Lo has estropeado! ¡Lo has profanado! ¡Lo has contaminado!

—¡Sólo es un libro con anotaciones! —replicó Harry, tirando del ejemplar hasta arrancárselo de las manos.

A la señora Pince parecía que iba a darle un ataque; Hermione, que había recogido sus cosas a toda prisa, agarró a Harry por el brazo y se lo llevó a la fuerza.

—Si no vas con cuidado te prohibirá la entrada a la biblioteca. ¿Por qué has tenido que traer ese estúpido libro?

—Yo no tengo la culpa de que esté loca de remate, Hermione. O tal vez se haya puesto así porque te oyó hablar mal de Filch. Siempre he pensado que hay algo entre esos dos…

—¡Hala! ¿Te imaginas?

Contentos de poder volver a hablar con normalidad, los dos amigos regresaron a la sala común recorriendo los desiertos pasillos, iluminados con lámparas, mientras deliberaban si Filch y la señora Pince tenían o no una aventura amorosa.

—«Baratija.» —Harry pronunció la nueva y divertida contraseña ante la Señora Gorda.

—Como tú —le respondió la Señora Gorda con una picara sonrisa, y se apartó para dejarlos pasar.

—¡Hola, Harry! —lo saludó Romilda Vane apenas el muchacho entró por el hueco en la sala común—. ¿Te apetece una tacita de alelí?

Hermione le lanzó una mirada de «¿acaso no te lo advertí?».

—No, gracias —contestó Harry—. No me gusta mucho.

—Bueno, pues toma esto —replicó Romilda, y le puso una caja en las manos—. Son calderos de chocolate, rellenos de whisky de fuego. Me los envió mi abuela, pero a mí no me gustan.

—Vale, muchas gracias —repuso Harry, sin saber qué más decir—. Hum… Voy allí con…

Echó a andar detrás de Hermione sin terminar la frase.

—Ya te lo decía yo —dijo ella—. Cuanto antes invites a alguien, antes te dejarán en paz y podrás… —Pero de pronto palideció: acababa de ver a Ron y Lavender entrelazados en una butaca—. Buenas noches, Harry —se despidió pese a que apenas eran las siete de la tarde, y se marchó al dormitorio de las chicas.

Cuando Harry fue a acostarse, se consoló pensando que sólo quedaba un día más de clases y la fiesta de Slughorn; después Ron y él se irían a La Madriguera. Ya no había esperanzas de que Ron y Hermione hicieran las paces antes del inicio de las vacaciones, pero, con un poco de suerte, el período de descanso les permitiría tranquilizarse y reflexionar sobre su comportamiento.

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