Harry Potter. La colección completa (366 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Qué tipos tan curiosos, ¿verdad? Pero ¿qué opinas tú, Harry?

—No entiendo muy bien qué espera de mí —respondió el muchacho por fin—. «Colaborar con el ministerio.» ¿Qué significa eso exactamente?

—Bueno, nada demasiado molesto, te lo aseguro —repuso Scrimgeour—. Quedaría bien que te vieran entrar y salir del ministerio de vez en cuando, por ejemplo. Y mientras estuvieras allí, tendrías oportunidad de hablar con Gawain Robards, mi sucesor como jefe de la Oficina de
Aurores
. Dolores Umbridge me ha dicho que ambicionas ser
auror
. Pues bien, eso tiene fácil arreglo…

Harry notó cómo la rabia se le encendía en el estómago; así que Dolores Umbridge seguía trabajando en el ministerio, ¿eh?

—O sea —puntualizó el muchacho—, que le gustaría que diera la impresión de que trabajo para el ministerio, ¿no?

—A la gente la animaría pensar que te implicas más —comentó Scrimgeour, que parecía alegrarse de que Harry hubiera captado el mensaje a la primera—. El Elegido, ¿entiendes? Se trata de infundir optimismo en la población, de transmitirle la sensación de que están pasando cosas extraordinarias…

—Pero si entro y salgo del ministerio —replicó Harry, esforzándose por mantener un tono cordial—, ¿no parecerá que apruebo su política?

—Bueno —repuso Scrimgeour frunciendo levemente la frente—, sí, eso es, en parte, lo que nos gustaría que…

—No, no creo que dé resultado. Mire, no me gustan ciertas cosas que está haciendo el ministerio. Encerrar a Stan Shunpike, por ejemplo.

Scrimgeour endureció el semblante.

—No espero que lo entiendas —dijo, pero no tuvo tanto éxito como Harry en disimular la rabia que sentía—. Vivimos tiempos difíciles y es preciso adoptar ciertas medidas. Tú sólo tienes dieciséis años y…

—Dumbledore no tiene dieciséis años, y él tampoco cree que Stan deba estar en Azkaban. Han convertido a Stan en un cabeza de turco y a mí quieren convertirme en una mascota.

Se miraron a los ojos, largamente y con dureza. Al fin Scrimgeour dijo, ya sin fingir cordialidad:

—Entiendo. Prefieres desvincularte del ministerio, igual que Dumbledore, tu héroe, ¿verdad?

—No quiero que me utilicen —afirmó Harry.

—¡Hay quienes piensan que tu deber es dejar que el ministerio te utilice!

—Y hay quienes piensan que ustedes tienen el deber de comprobar si una persona es de verdad un
mortífago
antes de encerrarla en la cárcel —replicó Harry, cada vez más enfadado—. Ustedes están haciendo lo mismo que hacía Barty Crouch. No acaban de cogerle el tranquillo, ¿eh? ¡O teníamos a Fudge, que fingía que todo era maravilloso mientras asesinaban a la gente delante de sus narices, o lo tenemos a usted, que encarcela a inocentes y pretende ufanarse de que el Elegido trabaja para usted!

—Entonces ¿no eres el Elegido?

—¿No acaba de decir que en realidad no importa que lo sea o no? —replicó Harry, y soltó una risa amarga—. O al menos a usted no le importa.

—No debí decir eso —se apresuró a rectificar Scrimgeour—. Ha sido un comentario poco afortunado…

—No; ha sido un comentario sincero —lo corrigió Harry—. Una de las pocas cosas sinceras que me ha dicho hasta ahora. A usted no le importa que yo viva o muera, sólo le interesa que lo ayude a convencer a todos de que está ganando la guerra contra Voldemort. No lo he olvidado, señor ministro… —Levantó la mano derecha y le enseñó el dorso, donde perduraban las cicatrices de lo que Dolores Umbridge le había obligado a grabar en su propia carne: «No debo decir mentiras»—. No recuerdo que usted saliera en mi defensa cuando yo intentaba explicarles a todos que Voldemort había regresado. El año pasado, el ministerio no mostraba tanto interés en mantener buenas relaciones conmigo.

Permanecieron en silencio, tan fríos como el suelo que tenían bajo los pies. El gnomo había conseguido por fin arrancar su gusano y lo chupaba con deleite, apoyado contra las ramas bajas del rododendro.

—¿Qué está tramando Dumbledore?—preguntó Scrimgeour con brusquedad—. ¿Adonde va cuando se marcha de Hogwarts?

—No tengo ni idea.

—Y si lo supieras no me lo dirías, ¿verdad?

—No, no se lo diría.

—En ese caso, tendré que averiguarlo por otros medios.

—Inténtelo —dijo Harry con indiferencia—. Pero usted parece más inteligente que Fudge; espero que haya aprendido algo de los errores de su antecesor. El trató de interferir en Hogwarts. Supongo que se habrá fijado en que Fudge ya no es ministro, y en cambio Dumbledore sigue siendo el director del colegio. Yo, en su lugar, lo dejaría en paz.

Hubo una larga pausa.

—Bueno, ya veo que Dumbledore ha hecho un buen trabajo contigo —dijo Scrimgeour lanzándole una mirada glacial a través de sus gafas de montura metálica—. Fiel a Dumbledore, cueste lo que cueste, ¿no, Potter?

—Sí, así es. Me alegro de que eso haya quedado claro.

Le dio la espalda al ministro de Magia y echó a andar resueltamente hacia la casa.

17
Un recuerdo borroso

Una tarde, poco después de Año Nuevo, Harry, Ron y Ginny se pusieron en fila junto a la chimenea de la cocina para regresar a Hogwarts. El ministerio había organizado esa conexión excepcional a la Red Flu para que los estudiantes pudieran volver de manera rápida y segura al colegio. La señora Weasley era la única presente en La Madriguera para despedir a los muchachos; su marido, Fred, George, Bill y Fleur ya se habían marchado al trabajo. Se deshizo en lágrimas en el momento de la partida. Hay que decir que últimamente estaba muy sensible; le afloraban las lágrimas con facilidad desde que el día de Navidad Percy saliera precipitadamente de la casa con una chirivía espachurrada en las gafas (de lo cual Fred, George y Ginny se declaraban responsables).

—No llores, mamá —la consoló Ginny, y le dio palmaditas en la espalda mientras la señora Weasley sollozaba con la cabeza apoyada en el hombro de su hija—. No pasa nada…

—Sí, no te preocupes por nosotros —agregó Ron, y permitió que su madre le plantara un beso en la mejilla—, ni por Percy. Es un imbécil, no se merece que sufras por él.

Ella lloró aún con más ganas cuando abrazó a Harry.

—Prométeme que tendrás cuidado… y que no te meterás en líos…

—Pero si yo nunca me meto en líos, señora Weasley. Usted ya me conoce, me gusta la tranquilidad…

La mujer soltó una risita llorosa y se separó del muchacho.

—Portaos bien, chicos…

Harry se metió en las llamas verde esmeralda y gritó: «¡A Hogwarts!» Tuvo una última y fugaz visión de la cocina y del lloroso rostro de la señora Weasley antes de que las llamas se lo tragaran. Mientras giraba vertiginosamente sobre sí mismo, atisbo imágenes borrosas de otras habitaciones de magos, pero no logró observarlas bien. Luego empezó a reducir la velocidad y finalmente se detuvo en seco en la chimenea del despacho de la profesora McGonagall. Ésta apenas levantó la vista de su trabajo cuando él salió arrastrándose de la chimenea.

—Buenas noches, Potter. Procura no ensuciarme la alfombra de ceniza.

—Descuide, profesora.

Harry se ajustó las gafas y se alisó el cabello mientras Ron aparecía girando como una peonza en la chimenea. Después llegó Ginny, y los tres salieron del despacho de la profesora rumbo a la torre de Gryffindor. Mientras recorrían los pasillos, Harry miraba por las ventanas; el sol ya se estaba poniendo detrás de los jardines, recubiertos de una capa de nieve aún más gruesa que la del jardín de La Madriguera. A lo lejos vio a Hagrid dando de comer a
Buckbeak
delante de su cabaña.

—«¡Baratija!» —dijo Ron cuando llegaron al cuadro de la Señora Gorda, que estaba más pálida de lo habitual e hizo una mueca de dolor al oír la fuerte voz del muchacho.

—No —contestó.

—¿Cómo que no?

—Hay contraseña nueva —aclaró la Señora Gorda—. Y no grites, por favor.

—Pero si hemos estado fuera, ¿cómo quiere que sepamos…?

—¡Harry! ¡Ginny!

Hermione corría hacia ellos; tenía las mejillas sonrosadas y llevaba puestos la capa, el sombrero y los guantes.

—He llegado hace un par de horas. Vengo de visitar a Hagrid y
Buck
… quiero decir
Witherwings
—dijo casi sin aliento—. ¿Habéis pasado unas buenas vacaciones?

—Sí —contestó Ron—, bastante moviditas. Rufus Scrim…

—Tengo una cosa para ti, Harry —añadió Hermione sin mirar a Ron ni dar señales de haberlo oído—. ¡Ah, espera, la contraseña! «¡Abstinencia!»

—Correcto —dijo la Señora Gorda con un hilo de voz, y el retrato se apartó revelando el hueco.

—¿Qué le pasa? —preguntó Harry.

—Serán los excesos navideños —respondió Hermione poniendo los ojos en blanco, y entró en la abarrotada sala común—. Su amiga Violeta y ella se bebieron todo el vino de ese cuadro de monjes borrachos que hay en el pasillo del aula de Encantamientos. En fin… —Rebuscó en su bolsillo y extrajo un rollo de pergamino con la letra de Dumbledore.

—¡Perfecto! —exclamó Harry, y se apresuró a desenrollarlo. Ponía que su próxima clase con el director del colegio sería la noche siguiente—. Tengo muchas cosas que contarle, y a vosotros también. Vamos a sentarnos…

Pero en ese momento se oyó un fuerte «¡Ro-Ro!», y Lavender Brown salió a toda velocidad de no se supo dónde y se arrojó a los brazos de Ron. Algunos curiosos se rieron por lo bajo; Hermione soltó una risita cantarina y dijo:

—Allí hay una mesa. ¿Vienes, Ginny?

—No, gracias, he quedado con Dean —se excusó Ginny, aunque Harry advirtió que no lo decía con mucho entusiasmo.

Dejaron a Ron y Lavender enzarzados en una especie de lucha grecorromana y Harry condujo a Hermione hasta una mesa libre.

—¿Qué tal has pasado las Navidades?

—Bien —contestó ella encogiéndose de hombros—. No han sido nada del otro mundo. ¿Y qué tal vosotros en casa de Ro-Ro?

—Ahora te lo cuento. Pero primero… Oye, Hermione, ¿no podrías…?

—No, no puedo. Así que no te molestes en pedírmelo.

—Creía que a lo mejor, ya sabes, durante las Navidades…

—La que se bebió una cuba de vino de hace quinientos años fue la Señora Gorda, Harry, no yo. ¿Qué es esa noticia tan importante que querías contarme?

Hermione parecía demasiado furiosa para discutir con ella, de modo que Harry renunció a hacerla razonar acerca de Ron y le explicó lo que había oído decir a Malfoy y Snape.

Cuando terminó, Hermione reflexionó un momento y luego dijo:

—¿No crees que…?

—¿… fingía prestarle su ayuda para que Malfoy le contara qué es eso que está tramando?

—Sí, más o menos.

—Eso mismo creen el padre de Ron y Lupin —refunfuñó Harry—. Pero esto demuestra a las claras que Malfoy está planeando algo, no puedes negarlo.

—No, claro.

—Y que actúa obedeciendo las órdenes de Voldemort, como yo sospechaba.

—Hum… ¿Mencionó alguno de ellos a Voldemort?

—No estoy seguro —respondió Harry e intentó hacer memoria—. Snape dijo «tu amo», de eso sí me acuerdo, ¿y quién va a ser su amo si no Voldemort?

—No lo sé —dijo Hermione mordiéndose el labio—. ¿Su padre? —Y se quedó un momento con la mirada perdida, como absorta en sus pensamientos, y ni siquiera vio a Lavender haciéndole cosquillas a Ron—. ¿Cómo está Lupin? —preguntó al cabo.

—No muy bien —respondió Harry, y le contó lo de la misión del ex profesor entre los hombres lobo y las dificultades a que se enfrentaba—. ¿Has oído hablar de Fenrir Greyback?

—¡Pues claro! —dijo Hermione con un sobresalto—. ¡Y tú también!

—¿Cuándo? ¿En Historia de la Magia? Sabes muy bien que jamás he escuchado…

—No, no. En Historia de la Magia no. ¡Malfoy amenazó a Borgin con enviarle a ese individuo! En el callejón Knockturn, ¿no te acuerdas? ¡Le dijo que Greyback era un viejo amigo de su familia y que iría a ver qué progresos hacía!

Harry la miró boquiabierto.

—¡No me acordaba! Pues eso demuestra que Malfoy es un
mortífago
, porque si no, ¿cómo iba a estar en contacto con Greyback y darle órdenes?

—Da que sospechar —admitió Hermione en voz baja—. A menos que…

—¡Vamos, Hermione! —la urgió Harry, exasperado—. ¡Esta vez tendrás que reconocerlo!

—Bueno, cabe la posibilidad de que fuera un farol, una falsa amenaza…

—Eres increíble, de verdad —dijo Harry meneando la cabeza—. Ya veremos quién tiene razón. Tendrás que tragarte lo que has dicho, Hermione, igual que el ministerio. ¡Ah, sí! Y también tuve una discusión con Rufus Scrimgeour…

Pasaron el resto de la velada sin pelearse, criticando al ministro de Magia, pues Hermione, como Ron, opinaba que después de todo lo que el ministerio le había hecho pasar a Harry el año anterior, era una desfachatez que fueran a pedirle ayuda.

El segundo trimestre empezó a la mañana siguiente con una agradable sorpresa para los alumnos de sexto: por la noche habían colgado un gran letrero en los tablones de anuncios de la sala común de cada una de las casas, que anunciaba:

CLASES DE APARICIÓN

Si tienes diecisiete años o vas a cumplirlos antes del 31 de agosto, puedes apuntarte a un cursillo de Aparición de doce semanas dirigido por un instructor de Aparición del Ministerio de Magia.

Se ruega a los interesados que anoten su nombre en la lista.

Precio: 12 galeones.

Harry y Ron se unieron a los estudiantes que se apiñaban alrededor del letrero esperando turno para anotar sus nombres. Ron se disponía a inscribirse después de Hermione cuando Lavender se le acercó por detrás, le tapó los ojos y canturreó: «¡Adivina quién soy, Ro-Ro!» Hermione se marchó con aire ofendido y Harry la siguió, pues no tenía ningunas ganas de quedarse con Ron y Lavender, pero se llevó una sorpresa al ver que su amigo los alcanzaba cuando ellos acababan de salir por el hueco del retrato. Parecía contrariado y tenía las orejas enrojecidas. Sin decir palabra, Hermione aceleró el paso para alcanzar a Neville.

—Bueno, clases de Aparición —dijo Ron, sin duda tratando de que Harry no mencionara lo que acababa de pasar—. Será divertido, ¿no?

—No lo sé —repuso Harry—. Quizá sea más cómodo hacerlo solo; cuando Dumbledore me llevó con él no lo pasé muy bien, la verdad.

—Vaya, no recordaba que tú ya te habías aparecido… Más vale que apruebe el examen a la primera. Fred y George lo consiguieron.

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