Harry Potter. La colección completa (397 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¿Se puede
sabeg
qué significa eso? —saltó Fleur—. ¿Qué
quiegue decig
«iba» a
casagse
?

La señora Weasley la miró con los ojos anegados en lágrimas y gesto de asombro.

—Pues… nada, que…

—¿Cree que Bill ya no
quegá casagse
conmigo? —inquirió Fleur—. ¿Piensa que
pog
culpa de esas
mogdedugas dejagá
de
amagme
?

—No, yo no he dicho eso…

—¡Pues se equivoca! —gritó Fleur. Se irguió cuan alta era y se apartó la larga melena plateada—.
Paga
que Bill no me
quisiega haguía
falta algo más que un
hombgue
lobo!

—Sí, claro que sí —dijo la señora Weasley—, pero pensé que quizá… dado el estado en que… en que…

—¿Creyó que no
queguía casagme
con él? ¿O quizá confiaba en que no
quisiega casagme
con él? —replicó Fleur; estaba tan enfadada que le temblaban las aletas de la nariz—. ¿Qué más da el aspecto que tenga? ¡Me
paguece
que tenemos de
sobga
con mi belleza! ¡Lo único que
demuestgan
esas
cicatguices
es la
gan
valentía de mi
futugo maguido
! ¡Y déme eso! ¡Ya lo hago yo! —añadió con fiereza al tiempo que apartaba a la señora Weasley de un empujón y le quitaba el ungüento de las manos.

La madre de los Weasley tropezó, chocó contra su marido y se quedó mirando cómo Fleur le curaba las heridas a Bill con una expresión muy extraña. Nadie decía nada; Harry no se atrevía ni a moverse. Como todos los demás, esperaba que la señora Weasley estallara.

—Nuestra tía abuela Muriel —dijo la mujer tras una larga pausa— tiene una diadema preciosa, hecha por duendes, y estoy segura de que lograré que te la preste para la boda. Muriel quiere mucho a Bill, ¿sabes?, y a ti te quedará muy bonita, con el pelo que tienes.


Gacias
—dijo Fleur fríamente—. Será un placer.

Y de repente ambas se abrazaron llorando. Harry, desconcertado, se preguntó si el mundo se habría vuelto loco; se dio la vuelta y vio que Ron estaba tan pasmado como él y que Ginny y Hermione se miraban con asombro.

—¿Lo ves? —dijo entonces una agresiva voz. Tonks fulminaba con la mirada a Lupin—. ¡Fleur sigue queriendo casarse con él, aunque lo hayan mordido! ¡A ella no le importa!

—Es diferente —replicó Lupin moviendo apenas los labios y poniéndose tenso—. Bill no será un hombre lobo completo. Son dos casos totalmente…

—¡Pero a mí tampoco me importa! ¡No me importa! —gritó Tonks agarrando a Lupin por la pechera de la túnica y zarandeándolo—. Te lo he dicho un millón de veces…

Y de pronto Harry lo comprendió todo: el significado del
patronus
de Tonks y el de su cabello desvaído, y el motivo por el que había ido rápidamente a buscar a Dumbledore tras oír el rumor de que Greyback había atacado a alguien. No era de Sirius de quien Tonks se había enamorado…

—Y yo te he dicho a ti un millón de veces —replicó Lupin con la vista clavada en el suelo para no mirarla— que soy demasiado mayor para ti, demasiado pobre, demasiado peligroso…

—Siempre he mantenido que has tomado una postura ridícula respecto a este tema, Remus —intervino la señora Weasley asomando la cabeza por encima del hombro de Fleur mientras le daba unas palmaditas en la espalda a su futura nuera.

—No he tomado ninguna postura ridícula —se defendió Lupin—. Tonks merece a alguien joven y sano.

—Pero ella te quiere a ti —terció el señor Weasley esbozando una sonrisa—. Y al fin y al cabo, Remus, los jóvenes sanos no siempre se mantienen así. —Y con tristeza señaló a su hijo, que yacía entre ellos.

—Ahora no es momento para hablar de esto —dijo Lupin esquivando todas las miradas, y añadió con abatimiento—: Dumbledore ha muerto…

—Dumbledore se habría alegrado más que nadie de que hubiera un poco más de amor en el mundo —dijo la profesora McGonagall con tono cortante, y en ese momento se abrieron otra vez las puertas de la enfermería y entró Hagrid.

Tenía la frente empapada y los ojos hinchados; lloraba desconsolado y llevaba un pañuelo de lunares en la mano.

—Ya está… Ya lo he hecho, profesora —dijo entre sollozos—. Me… me lo he llevado. La profesora Sprout ha enviado a los chicos a acostarse. El profesor Flitwick está descansando, pero dice que se pondrá bien en un periquete, y el profesor Slughorn ya ha informado al ministerio.

—Gracias, Hagrid —dijo McGonagall, y se puso en pie—. Tendré que hablar con los del ministerio en cuanto lleguen. Hagrid, por favor, diles a los jefes de las casas (Slughorn puede representar a Slytherin) que quiero verlos en mi despacho de inmediato. Y me gustaría que tú también estuvieras presente.

El guardabosques asintió, se dio la vuelta y salió de la enfermería arrastrando los pies. La profesora se dirigió entonces a Harry:

—Antes de hablar con ellos desearía charlar un momento contigo. Si quieres acompañarme…

El muchacho murmuró un «Nos vemos luego» dirigido a Ron, Hermione y Ginny, y siguió a McGonagall hacia la puerta. Los pasillos estaban vacíos y sólo se oía la lejana canción del fénix. Harry tardó unos minutos en comprender que no iban al despacho de la profesora sino al de Dumbledore, y unos segundos más en darse cuenta de que, como hasta entonces ella había sido la subdirectora, tras la muerte de Dumbledore debía de haber pasado a ser directora… y por lo tanto, le correspondía ocupar la habitación que había detrás de la gárgola.

Subieron en silencio por la escalera de caracol móvil y entraron en el despacho circular. Harry no sabía muy bien qué esperaba encontrar allí: quizá los muebles estarían tapados con sábanas negras, o a lo mejor habían llevado el cadáver de Dumbledore… Sin embargo, el despacho estaba casi igual que cuando el anciano profesor lo había abandonado unas horas antes: los instrumentos de plata zumbaban y echaban humo en sus mesitas de patas finas, la espada de Gryffindor seguía reluciendo en la urna de cristal a la luz de la luna, y el Sombrero Seleccionador reposaba en un estante, detrás de la mesa. Pero la percha de
Fawkes
estaba vacía: el fénix seguía en los jardines cantando su lamento. Y un nuevo retrato se había añadido a los anteriores directores y directoras de Hogwarts… Dumbledore dormía apaciblemente en un lienzo con marco de oro, colgado de la pared que había detrás de la mesa, con las gafas de media luna sobre la torcida nariz.

Tras echarle un vistazo a ese retrato, la profesora McGonagall hizo un extraño movimiento, como si se armara de valor, bordeó la mesa y se colocó frente a Harry, con el semblante tenso y surcado de arrugas.

—Me gustaría saber qué hicisteis el profesor Dumbledore y tú esta noche cuando os marchasteis del colegio —dijo.

—No puedo contárselo, profesora —respondió Harry. Como suponía que se lo preguntaría, tenía la respuesta preparada. Dumbledore le había pedido en ese mismo despacho que no le revelara el contenido de sus clases particulares a nadie, salvo a Ron y Hermione.

—Podría ser importante, Harry —insistió ella.

—Lo es —convino el muchacho—. Es muy importante, pero él me pidió que no se lo contara a nadie.

La profesora lo fulminó con la mirada.

—Potter —a Harry no se le escapó que volvía a llamarlo por su apellido—, en vista de la muerte del profesor Dumbledore, creo que te darás cuenta de que la situación ha cambiado un poco…

—A mí me parece que no —replicó Harry, y se encogió de hombros—. El profesor Dumbledore no me dijo que dejara de obedecer sus órdenes si él moría.

—Pero…

—Aunque hay una cosa que usted sí debería saber antes de que lleguen los del ministerio: la señora Rosmerta está bajo la maldición
imperius
. Ella ayudaba a Malfoy y los
mortífagos
; así fue como el collar y el hidromiel envenenado…

—¿Rosmerta? —se extrañó McGonagall, incrédula, pero, antes de que pudiera continuar, llamaron a la puerta y los profesores Sprout, Flitwick y Slughorn entraron en el despacho, seguidos de Hagrid, que todavía lloraba a lágrima viva y temblaba de aflicción.

—¡Snape! —exclamó Slughorn, que parecía el más afectado, pálido y sudoroso—. ¡Snape! ¡Fue alumno mío! ¡Y yo que creía conocerlo!

En ese momento un mago de cutis cetrino y flequillo corto y negro que acababa de llegar a su lienzo, hasta entonces vacío, habló desde lo alto de la pared con voz aguda:

—Minerva, el ministro llegará dentro de unos segundos, acaba de desaparecerse del ministerio.

—Gracias, Everard —respondió McGonagall, y se volvió con rapidez hacia los profesores—. Quiero hablar con vosotros del futuro de Hogwarts antes de que él llegue aquí —dijo—. Personalmente, no estoy segura de que el colegio deba abrir sus puertas el curso próximo. La muerte del director a manos de uno de nuestros colegas es una deshonra para Hogwarts. Es algo horroroso.

—Yo estoy convencida de que Dumbledore habría deseado que el colegio siguiera abierto —opinó la profesora Sprout—. Creo que mientras un solo alumno quiera venir, Hogwarts debe permanecer disponible para él.

—Pero ¿tendremos algún alumno después de lo ocurrido? —se preguntó Slughorn mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo de seda—. Los padres preferirán que sus hijos se queden en casa, y no me extraña. En mi opinión, no creo que corramos más peligro en Hogwarts que en cualquier otro sitio, pero es lógico que las madres no piensen lo mismo, y, como es natural, querrán que las familias se mantengan unidas.

—Estoy de acuerdo —concedió la profesora McGonagall—. Pero, de cualquier modo, no es cierto que Dumbledore nunca concibiera una situación por la que Hogwarts tuviera que cerrar, pues se lo planteó cuando volvió a abrirse la Cámara de los Secretos. Y, a mi entender, su asesinato es más inquietante que la posibilidad de que el monstruo de Slytherin viviera escondido en las entrañas del castillo.

—Hay que consultar a los miembros del consejo escolar —apuntó el profesor Flitwick con su aguda vocecilla; tenía un gran cardenal en la frente, pero por lo demás parecía haber salido ileso de su desmayo en el despacho de Snape—. Debemos seguir el procedimiento establecido. No hay que tomar decisiones precipitadas.

—Tú todavía no has dicho nada, Hagrid —dijo McGonagall—. ¿Qué opinas? ¿Debería continuar Hogwarts abierto?

El guardabosques, que había estado llorando en silencio y tapándose la cara con su gran pañuelo de lunares, alzó sus enrojecidos e hinchados ojos y dijo con voz ronca:

—No lo sé, profesora… Eso tienen que decidirlo usted y los jefes de las casas…

—El profesor Dumbledore siempre tuvo en cuenta tus opiniones —le recordó ella con amabilidad—, y yo también.

—Bueno, yo me quedo aquí —aseguró Hagrid mientras unas gruesas lágrimas volvían a resbalarle hacia la enmarañada barba—. Éste es mi hogar, vivo aquí desde que tenía trece años. Y si hay niños que quieren que les enseñe, lo haré. Pero… no sé… Hogwarts sin Dumbledore… —Tragó saliva y volvió a ocultarse detrás de su pañuelo.

Se quedaron en silencio.

—Muy bien —concluyó la profesora McGonagall mirando por la ventana para ver si llegaba el ministro—, entonces coincido con Filius en que lo más adecuado es consultar al consejo escolar, que será quien tome la decisión final.

»Y respecto a cómo enviar a los alumnos a sus casas… hay razones para hacerlo cuanto antes. Podríamos hacer venir el expreso de Hogwarts mañana mismo si fuera necesario…

—¿Y el funeral de Dumbledore? —preguntó Harry, que llevaba rato callado.

—Pues… —titubeó McGonagall, y añadió con voz levemente temblorosa—: Me consta que su deseo era reposar aquí, en Hogwarts…

—Entonces así se hará, ¿no? —saltó Harry.

—Si el ministerio lo considera apropiado —repuso ella—. A ningún otro director ni directora lo han…

—Ningún otro director ni directora hizo tanto por este colegio como él —gruñó Hagrid.

—Dumbledore debería descansar en Hogwarts —afirmó el profesor Flitwick.

—Sin duda alguna —coincidió la profesora Sprout.

—Y en ese caso —continuó Harry—, no deberían enviar a los estudiantes a sus casas antes del funeral. Todos querrán decirle…

La última palabra se le quedó atascada en la garganta, pero la profesora Sprout terminó la frase por él:

—… adiós.

—Bien dicho —dijo el profesor Flitwick con voz chillona—. ¡Muy bien dicho, sí, señor! Nuestros estudiantes deberían rendirle homenaje, es lo que corresponde. Podemos organizar el traslado a sus casas después de la ceremonia.

—Apoyo la propuesta —bramó la profesora Sprout.

—Supongo que… sí… —dudó Slughorn con voz nerviosa, mientras Hagrid soltaba un estrangulado sollozo de asentimiento.

—Ya viene —dijo de pronto la profesora McGonagall, que observaba los jardines—. El ministro… Y, por lo que parece, trae una delegación…

—¿Puedo marcharme? —preguntó Harry. No tenía ningunas ganas de ver a Rufus Scrimgeour esa noche, ni de ser interrogado por él.

—Sí, vete —repuso McGonagall—, y deprisa.

La profesora fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que saliera Harry, que bajó la escalera de caracol a toda prisa y echó a correr por el desierto pasillo; se había dejado la capa invisible en la torre de Astronomía, pero no le importaba; en los pasillos no había nadie que pudiera verlo, ni siquiera Filch, la
Señora Norris
ni Peeves. Tampoco se cruzó con nadie hasta que entró en el pasadizo que conducía a la sala común de Gryffindor.

—¿Es cierto? —susurró la Señora Gorda cuando Harry llegó ante el retrato—. ¿Es verdad que Dumbledore… ha muerto?

—Sí.

La Señora Gorda emitió un gemido y, sin esperar a que Harry pronunciara la contraseña, se apartó para dejarlo pasar.

Ya se imaginaba que la sala común estaría abarrotada de estudiantes y cuando entró por el hueco del retrato se produjo un silencio. Vio a Dean y Seamus sentados con otros compañeros; eso significaba que el dormitorio debía de estar vacío, o casi. Sin decir una palabra ni mirar a nadie, cruzó la sala y se metió por la puerta que conducía a los dormitorios de los chicos.

Tal como había supuesto, Ron lo estaba esperando, vestido y sentado en su cama. Harry se sentó en la suya y los dos se limitaron a mirarse a los ojos un instante.

—Están hablando de cerrar el colegio —apuntó Harry.

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