Harry Potter. La colección completa (406 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

»Pero no podemos esperar a que se desactive el Detector, porque en cuanto cumplas los años perderás toda la protección que te proporcionó tu madre. Resumiendo: Pius Thicknesse cree que te tiene totalmente acorralado.

Harry a su pesar, estaba de acuerdo con lo que creía ese tal Thicknesse.

—¿Y qué vamos a hacer?

—Utilizaremos los únicos medios de transporte que nos quedan, los únicos que el Detector no puede descubrir, porque no necesitamos hacer ningún hechizo para utilizarlos: escobas,
thestrals
y la motocicleta de Hagrid.

Harry entrevió algunos fallos en ese plan; sin embargo, no dijo nada y dejó que
Ojoloco
siguiera con su explicación.

—Veamos. El encantamiento de tu madre sólo puede romperse si se dan dos circunstancias: que alcances la mayoría de edad, o… —Moody abarcó con un gesto del brazo toda la inmaculada cocina— que ya no llames hogar a esta casa. Tus tíos y tú vais a tomar distintos caminos esta noche, conscientes de que nunca volveréis a vivir juntos, ¿correcto? —Harry asintió—. De modo que esta vez, cuando te marches, ya no podrás regresar, y el encantamiento se romperá apenas salgas de su radio de alcance. Así pues, hemos decidido romperlo antes de hora, porque la otra opción es esperar a que Quien-tú-sabes venga aquí y te capture el día de tu cumpleaños.

»Lo único que tenemos a nuestro favor es que Quien-tú-sabes ignora que vamos a trasladarte esta noche, porque hemos dado una pista falsa al ministerio: creen que no te marcharás hasta el día treinta. Sin embargo, estamos hablando de Quien-tú-sabes, así que no podemos fiarnos simplemente de que él tenga la fecha equivocada; seguro que hay un par de
mortífagos
patrullando el cielo por esta zona, por si acaso. Por eso les hemos dado la mayor protección a una docena de casas diferentes. Todas parecen un buen sitio donde esconderte y todas tienen alguna relación con la Orden: mi propia casa, la de Kingsley, la de tía Muriel… Me sigues, ¿verdad?

—Sí… sí —contestó Harry, no del todo sincero, porque todavía veía un gran fallo en el plan.

—Muy bien. Pues irás a la casa de los padres de Tonks. Cuando te encuentres dentro de los límites de los sortilegios protectores que hemos puesto en esa casa, podrás utilizar un traslador para llegar a La Madriguera. ¿Alguna pregunta?

—Pues… sí. Quizá al principio ellos no sepan a cuál de las doce casas seguras voy a ir, pero ¿no resultará evidente cuando… —hizo un rápido recuento— vean a catorce personas volando hacia la casa de los padres de Tonks?

—¡Vaya —masculló Moody—, se me ha olvidado mencionar la clave fundamental! Es que no verán a catorce personas volando hacia la casa de los padres de Tonks, porque habrá siete Harry Potters surcando el cielo esta noche, cada uno con un acompañante, y cada pareja se dirigirá a una casa segura diferente.

Moody sacó de su capa un frasco que contenía un líquido parecido al barro. Y no hizo falta que dijera nada más: Harry comprendió de inmediato el resto del plan.

—¡No! —gritó, y su voz resonó en la cocina—. ¡Ni hablar!

—Ya les advertí que te lo tomarías así —intervino Hermione con un deje de autocomplacencia.

—¡Si creéis que voy a permitir que seis personas se jueguen la vida…!

—Como si fuera la primera vez que lo hacemos —terció Ron.

—¡Esto es diferente! ¡Haceros pasar por mí, vaya idea!

—Mira, a nadie le hace mucha gracia, Harry —dijo Fred con seriedad—. Imagínate que algo sale mal y nos quedamos convertidos en unos imbéciles canijos y con gafitas para toda la vida.

Harry no sonrió y razonó:

—No podréis hacerlo si yo no coopero. Necesitáis pelo de mi cabeza.

—¡Vaya! Eso echa por tierra nuestro plan —intervino George—. Es evidente que no hay ninguna posibilidad de que entre todos te arranquemos unos cuantos pelos.

—Sí, claro, trece contra uno que ni siquiera puede emplear la magia. Lo tenemos muy mal, ¿eh? —añadió Fred.

—Muy gracioso —le espetó Harry—. Me parto de risa.

—Si hemos de hacerlo por la fuerza, lo haremos —gruñó Moody y su ojo mágico tembló un poco mientras miraba fijamente a Harry—. Todos los que estamos aquí somos mayores de edad, Potter, y estamos dispuestos a correr el riesgo.

Mundungus se encogió de hombros e hizo una mueca; el ojo mágico se desvió hacia un lado para observarlo.

—Será mejor que no sigamos discutiendo. El tiempo pasa. Arráncate ahora mismo unos pelos, muchacho.

—Esto es una locura. No hay ninguna necesidad de…

—¿Que no hay ninguna necesidad? —gruñó Moody—. ¿Con Quien-tú-sabes campando a sus anchas y con medio ministerio en su bando? Con suerte, Potter, se habrá tragado el cuento y se estará preparando para tenderte una emboscada el día treinta, pero sería estúpido si no ha enviado un par de
mortífagos
a vigilarte: eso es lo que haría yo. Quizá no consigan cogerte ni entrar aquí mientras funcione el encantamiento de tu madre, pero está a punto de romperse, y ellos conocen más o menos la ubicación de la casa. Lo único que podemos hacer es usar señuelos. Ni siquiera Quien-tú-sabes puede dividirse en siete.

Harry echó un rápido vistazo a Hermione y desvió la mirada.

—Así que… los pelos, Potter, por favor.

Entonces el muchacho miró a Ron, que le sonrió como diciéndole: «Va, dáselos, hombre.»

—¡Ahora mismo! —ordenó Moody.

Con todas las miradas fijas en él, Harry se llevó una mano a la cabeza y se arrancó varios pelos.

—Muy bien —dijo Moody y, cojeando, se acercó y quitó el tapón del frasco—. Mételos aquí.

Harry lo hizo. En cuanto entraron en contacto con aquella poción semejante al barro, ésta produjo espuma y humo, y de repente se tornó de un color dorado, limpio y brillante.

—¡Oh! Estás mucho más apetitoso que Crabbe y Goyle, Harry —observó Hermione y Ron arqueó las cejas; entonces ella se sonrojó ligeramente y añadió—: Bueno, ya sabes a qué me refiero; la poción de Goyle parecía de mocos.

—Muy bien. Que los falsos Potters se pongan en fila aquí —indicó Moody.

Ron, Hermione, Fred, George y Fleur formaron una fila enfrente del reluciente fregadero de tía Petunia.

—Falta uno —observó Lupin.

—Está aquí —indicó Hagrid con aspereza. Levantó a Mundungus por la nuca y lo puso al lado de Fleur, que arrugó la nariz sin disimulo y se colocó entre Fred y George.

—Ya os lo dije, prefiero ir de escolta —protestó Mundungus.

—Cállate —ordenó Moody—. Como ya te he explicado, gusano asqueroso, si nos encontramos a algún
mortífago
, éste intentará capturar a Potter, pero no matarlo. Dumbledore siempre dijo que Quien-tú-sabes quería acabar con Potter personalmente. Así pues, los que corren mayor riesgo son los escoltas, porque a ellos los
mortífagos
sí intentarán matarlos.

Esta explicación no tranquilizó demasiado a Mundungus, pero Moody ya había sacado media docena de copitas —del tamaño de una huevera— de debajo de su capa y, tras verter en ellas un poco de poción
multijugos
, se las fue dando a cada uno.

—Vamos, todos a un tiempo…

Ron, Hermione, Fred, George, Fleur y Mundungus bebieron. En cuanto tragaron la poción se pusieron a hacer muecas y dar boqueadas, y a continuación las facciones se les deformaron y les borbotearon como si fueran de cera caliente: Hermione y Mundungus se estiraron; Ron, Fred y George, en cambio, menguaron y el cabello se les oscureció, mientras que a Hermione y Fleur se les echó hacia atrás adherido al cráneo.

Moody que no parecía en absoluto preocupado, se puso a desatar los nudos de los voluminosos sacos que había llevado consigo. Cuando volvió a enderezarse, había seis Harry Potters boqueando y jadeando ante él.

Fred y George se miraron y exclamaron al unísono:

—¡Vaya! ¡Somos idénticos!

—Sí, pero no sé, creo que aun así yo soy más guapo —alardeó Fred examinando su reflejo en la tetera.

—¡Bah! —dijo Fleur mirándose en la puerta del microondas—. No me
migues
, Bill. Estoy
hogogosa
.

—Aquí tengo ropa de talla más pequeña para aquellos a los que se os haya quedado un poco amplia —dijo Moody señalando el primer saco—, y viceversa. No os olvidéis de las gafas: hay seis pares en el bolsillo lateral. Y cuando os hayáis vestido, en el otro saco encontraréis el equipaje.

El Harry auténtico pensó que aquello era lo más raro que había visto jamás, y eso que había visto cosas rarísimas. Se quedó mirando cómo sus seis clones rebuscaban en los sacos, sacaban prendas, se ponían las gafas y guardaban sus propias cosas. Cuando todos empezaron a desnudarse sin ningún recato, le habría gustado pedirles que tuvieran un poco más de respeto por su intimidad, pues parecían más cómodos exhibiendo el cuerpo de Harry de lo que se habrían sentido mostrando el suyo propio.

—Ya sabía yo que Ginny mentía sobre lo de ese tatuaje —comentó Ron mirándose el torso desnudo.

—Oye, Harry, tienes la vista fatal, ¿eh? —dijo Hermione al ponerse las gafas.

Una vez vestidos, cada uno de los falsos Harrys cogió del segundo saco una mochila y una jaula que contenía una lechuza blanca disecada.

—Estupendo —murmuró Moody cuando por fin siete Harrys vestidos, con gafas y cargados con el equipaje se colocaron ante él—. Las parejas serán las siguientes: Mundungus viajará conmigo, en escoba…

—¿Por qué tengo que ir yo contigo? —gruñó el Harry que estaba más cerca de la puerta trasera.

—Porque eres el único del que no me fío —le espetó Moody, y con su ojo mágico, efectivamente, no dejó de observarlo mientras continuaba—: Arthur y Fred…

—Yo soy George —aclaró el gemelo al que Moody estaba señalando—. ¿Tampoco nos distingues cuando nos hacemos pasar por Harry?

—Perdona, George…

—¡Ja! Sólo te estaba tomando el pelo. Soy Fred.

—¡Basta de bromas! —gruñó Moody—. El otro (George, Fred o quienquiera que sea) va con Remus. Señorita Delacour…

—Yo llevaré a Fleur en un thestral —se adelantó Bill—. No le gustan las escobas.

Fleur se puso al lado de su prometido y le dirigió una mirada sumisa y sensiblera. Harry suplicó que aquella expresión jamás volviera a aparecer en su cara.

—La señorita Granger irá con Kingsley, también en thestral…

Hermione sonrió aliviada a Kingsley. Harry sabía que ella tampoco se sentía muy segura encima de una escoba.

—¡Sólo quedamos tú y yo, Ron! —exclamó Tonks, derribando un soporte de tazas al hacerle señas con la mano.

Ron no parecía tan satisfecho como Hermione.

—Y tú vienes conmigo, Harry. ¿Te parece bien? —dijo Hagrid con cierta aprensión—. Iremos en la motocicleta, porque ni las escobas ni los
thestrals
soportan mi peso. Pero no queda mucho espacio en el asiento, así que tendrás que viajar en el sidecar.

—Genial —dijo Harry con escasa sinceridad.

—Creemos que los
mortífagos
supondrán que vas en escoba —explicó Moody como si le hubiera leído el pensamiento—. Snape ha tenido mucho tiempo para contarles hasta el mínimo detalle sobre ti, así que si tropezamos con alguno de ellos, lo lógico es que persiga al Potter que dé la sensación de ir más cómodo encima de la escoba. Muy bien —murmuró mientras cerraba el saco con la ropa que se habían quitado los falsos Potters y los precedía hacia la puerta—. Faltan unos tres minutos para partir. No tiene sentido que cerremos la puerta, porque eso no impedirá entrar a los
mortífagos
cuando vengan a buscarte. ¡Vamos!

Harry pasó por el recibidor para recoger la mochila, la Saeta de Fuego y la jaula de
Hedwig
antes de reunirse con los demás en el oscuro jardín trasero. Vio varias escobas saltando a las manos de sus conductores; Kingsley ya había ayudado a Hermione a montar en la grupa de un enorme thestral negro, y Bill había hecho lo propio con Fleur para instalarla en el suyo. Hagrid estaba plantado junto a la motocicleta, con las gafas de motorista puestas.

—¿Es ésta? Pero… pero ¿no es la motocicleta de Sirius?

—Así es —confirmó Hagrid con satisfacción—. Y la última vez que montaste en ella cabías en la palma de mi mano, Harry.

El chico se sintió un poco ridículo cuando se metió en el sidecar, pues se hallaba varios palmos más abajo que todos los demás. Ron compuso una sonrisita al verlo allí sentado, como un crío en un auto de choque. Harry dejó la mochila y la escoba en el suelo, entre los pies, y se puso la jaula de
Hedwig
entre las rodillas. Estaba sumamente incómodo.

—Arthur le ha hecho unos pequeños ajustes —comentó Hagrid sin reparar en la incomodidad de su pasajero. Enseguida se montó en la motocicleta, que crujió un poco y se hundió unos centímetros en el suelo—. Ahora lleva algunos trucos en el manillar. Ese de ahí fue idea mía. —Con un grueso dedo, señaló un botón morado al lado del velocímetro.

—Ten cuidado, Hagrid, te lo suplico —le advirtió el señor Weasley, que estaba de pie a su lado sujetando la escoba que iba a utilizar—. Todavía no estoy seguro de que eso fuera aconsejable, y, desde luego, sólo hay que usarlo en caso de emergencia.

—¡Atención! —dijo Moody—. Todo el mundo preparado, por favor. Quiero que salgamos todos al mismo tiempo, o la maniobra de distracción no servirá para nada.

Las cuatro parejas que iban a viajar en escoba montaron en ellas.

—Sujétate fuerte, Ron —aconsejó Tonks, y Harry se fijó en que su amigo le lanzaba una mirada furtiva y culpable a Lupin antes de agarrarse con ambas manos a la cintura de la bruja.

Hagrid puso en marcha la motocicleta, que rugió como un dragón, y el sidecar vibró.

—¡Buena suerte a todos! —gritó Moody—. Nos veremos dentro de una hora en La Madriguera. ¡Contaré hasta tres! ¡Uno… dos…
TRES
!

La motocicleta arrancó con un rugido atronador y el sidecar dio una fuerte sacudida. Al elevarse a gran velocidad, a Harry le lloraron un poco los ojos y el viento le echó atrás el cabello despejándole la cara. Alrededor de él, las escobas ascendieron también, y un thestral lo rozó levemente con la larga cola negra al pasar por su lado. Le dolían las piernas y las notaba entumecidas, apretujadas al haber colocado entre ellas la jaula de
Hedwig
, la Saeta de Fuego y la mochila. Iba tan incómodo que casi se le olvidó echar un último vistazo al número 4 de Privet Drive, pero cuando se asomó por el borde del sidecar ya no logró distinguir la casa. Siguieron ganando más y más altura…

Other books

Preserving Hope by Alex Albrinck
Hunting Kat by Armstrong, Kelley
The Collective by Jack Rogan
Oleanna: A Play by David Mamet
Erotica from Penthouse by Marco Vassi
Midnight Angel by Carly Phillips
White Dove's Promise by Stella Bagwell