Harry Potter. La colección completa (408 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¡Hagrid! ¡Dime algo, Hagrid!

Pero el bulto no se movió.

—¿Quién está ahí? ¿Eres Potter? ¿Eres Harry Potter?

Harry no reconoció aquella voz de hombre. Entonces una mujer gritó:

—¡Se han estrellado, Ted! ¡Se han estrellado en el jardín!

A Harry le daba vueltas la cabeza.

—Hagrid… —repitió como atontado, y se le doblaron las rodillas.

Cuando volvió en sí, estaba tumbado boca arriba sobre algo que parecían cojines, con las costillas y un brazo doloridos. El diente que se le había saltado le había vuelto a crecer, pero todavía notaba un dolor punzante en la cicatriz de la frente.

—Hagrid… —murmuró.

Abrió por fin los ojos y comprobó que se hallaba tendido en un sofá, en un salón que no conocía, iluminado por una lámpara. Su mochila estaba en el suelo, a escasa distancia, mojada y manchada de barro, y un individuo rubio y barrigudo lo observaba con preocupación.

—Hagrid se encuentra bien, hijo —dijo el desconocido—; mi mujer está con él. ¿Cómo te encuentras? ¿Te has roto algo más? Te he arreglado las costillas, el diente y el brazo. ¡Ah, por cierto, soy Ted! Ted Tonks, el padre de Dora.

Como Harry se incorporó demasiado deprisa, vio un montón de estrellitas y se mareó.

—Voldemort…

—Tranquilo, muchacho, tranquilo —susurró Ted Tonks. Le puso una mano en el hombro y lo empujó suavemente para que se recostara en los cojines—. Ha sido una caída brutal. Pero ¿qué ha pasado? ¿Un fallo de la motocicleta? Arthur Weasley ha vuelto a pasarse de la raya, seguro. ¡Él y sus cacharros
muggles
!

—No, no… —dijo Harry, y la cicatriz le latió como una herida abierta—.
Mortífagos
, montones de
mortífagos
… Nos perseguían…

—¿
Mortífagos
, dices? —se extrañó Ted—. ¿Cómo que
mortífagos
? Tenía entendido que no sabían que íbamos a trasladarte esta noche; creía que…

—Lo sabían —lo interrumpió Harry.

Ted Tonks alzó la vista como si pudiera ver el cielo a través del techo y afirmó:

—Bueno, eso significa que nuestros encantamientos protectores funcionan, ¿no? De modo que, en teoría, los
mortífagos
no pueden acercarse a esta casa en un radio de cien metros, desde ninguna dirección.

Entonces Harry comprendió por qué se había desvanecido Voldemort: la motocicleta había traspasado la barrera de los encantamientos de la Orden. Deseó con ansia que éstos siguieran siendo efectivos e imaginó a Voldemort volando a cien metros de altura mientras ellos hablaban, buscando la forma de atravesar lo que el muchacho visualizó como una gran burbuja transparente.

Bajó las piernas del sofá; necesitaba ver a Hagrid con sus propios ojos para creer que estaba vivo. Sin embargo, apenas se hubo puesto en pie, se abrió una puerta y el guardabosques entró en el salón; tenía la cara cubierta de barro y sangre y cojeaba un poco, pero estaba milagrosamente vivo.

—¡Harry!

Hagrid derribó dos mesitas y una aspidistra, recorrió la distancia que los separaba en dos zancadas y abrazó al muchacho tan fuerte que casi le partió las recién reparadas costillas.

—Caray, Harry, ¿cómo has conseguido librarte de ésta? Pensé que íbamos a palmarla los dos.

—Sí, yo también. No puedo creer que… —Se interrumpió al ver a la mujer que había entrado en la habitación detrás de Hagrid—. ¡Es usted! —exclamó, y metió rápidamente una mano en el bolsillo, pero estaba vacío.

—Tu varita está aquí, hijo —intervino Ted dándole unos golpecitos con ella en el brazo—. Estaba en el suelo, a tu lado, y yo la recogí. Y esa mujer a la que estás gritando es mi esposa.

—Oh… lo siento…

Cuando la señora Tonks se les acercó, quedó patente que el parecido con su hermana Bellatrix era menos acusado, pues tenía el cabello castaño claro y los ojos, más grandes, reflejaban mayor bondad. Sin embargo, se mostró un poco altiva tras la exclamación de Harry.

—¿Qué le ha pasado a nuestra hija? —preguntó—. Hagrid dice que os han tendido una emboscada. ¿Dónde está Nymphadora?

—No lo sé. Ignoramos qué ha sido de los demás.

Ted y su esposa se miraron. Al observar su expresión, se apoderó de Harry una mezcla de miedo y remordimiento: si había muerto algún miembro de la Orden, sería culpa suya y sólo suya. El había dado su consentimiento al plan y entregado los cabellos que necesitaban para preparar la poción…

—¡El traslador! —exclamó de pronto, recordándolo todo de golpe—. Tenemos que ir a La Madriguera y averiguar… Entonces podremos enviarles noticias, o… No, Tonks se las enviará cuando…

—Seguro que Dora está bien, Dromeda —la tranquilizó Ted—. Sabe lo que hace; ha realizado muchas misiones peligrosas con los aurores. El traslador está por aquí —le indicó a Harry—. Si queréis utilizarlo, se marcha dentro de tres minutos.

—Sí, nos vamos —dijo Harry. Cogió su mochila y se la colgó a la espalda—. Yo… —Miró a la señora Tonks; quería disculparse por el estado de temor en que la dejaba y del que tan responsable se sentía, pero sólo se le ocurrían frases vanas o superficiales—. Le diré a Tonks… a Dora… que les envíe noticias en cuanto… Gracias por ayudarnos, gracias por todo. Yo…

Sintió un gran alivio cuando salió de la habitación y siguió a Ted Tonks por un corto pasillo que daba a un dormitorio. Hagrid fue tras ellos y tuvo que agacharse para no golpearse la cabeza con el dintel de la puerta.

—Ahí está, hijo. Eso es el traslador. —Señalaba un pequeño cepillo de pelo de plata encima del tocador.

—Gracias —dijo Harry; estiró un brazo y puso un dedo sobre el cepillo, listo para partir.

—Espera un momento —terció Hagrid mirando alrededor—. ¿Dónde está
Hedwig
?

—Le… le dieron. —El recuerdo de lo ocurrido lo golpeó fuerte; Harry se avergonzó de sí mismo y sus ojos se anegaron en lágrimas. La lechuza había sido su compañera, su único vínculo con el mundo mágico cada vez que se veía obligado a volver a casa de los Dursley.

Hagrid le dio unas palmadas de ánimo en el hombro.

—No importa, no importa —dijo con brusquedad—. Tuvo una buena vida…

—¡Atento, Hagrid! —lo previno Ted Tonks al ver que el cepillo emitía una luz azulada, y el hombretón le puso un dedo encima justo a tiempo.

Harry notó una sacudida debajo del ombligo, como si le hubieran dado un tirón con un gancho y una cuerda invisibles, y se sintió lanzado al vacío, girando sobre sí mismo de forma incontrolada, con un dedo pegado al traslador. Ambos se alejaron a toda velocidad del señor Tonks. Unos segundos más tarde, Harry tocó suelo firme y cayó a cuatro patas en el patio de La Madriguera. Oyó gritos. Apartó el cepillo, que ya no brillaba, se levantó trastabillando un poco y vio a la señora Weasley y a Ginny bajando a toda prisa los escalones de la puerta trasera, mientras Hagrid, que también había caído al aterrizar, se ponía trabajosamente en pie.

—¿Harry? ¿Eres el Harry auténtico? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están los otros? —gritó la señora Weasley, ansiosa.

—¿Cómo que dónde están? —preguntó Harry jadeando—. ¿No ha vuelto nadie?

La respuesta se leía claramente en el pálido rostro de la señora Weasley. Entonces Harry explicó:

—Los
mortífagos
nos estaban esperando. Nos rodearon en cuanto levantamos el vuelo; sabían que iba a ser esta noche. Pero ignoro qué les ha ocurrido a los demás. Nos persiguieron cuatro
mortífagos
y nos costó mucho librarnos de ellos. Y después nos alcanzó Voldemort.

Harry se dio cuenta de que su voz tenía un deje suplicante, como si intentara justificarse o hacerle entender a Molly por qué no sabía qué suerte habían corrido sus hijos, pero…

—Por suerte estás bien —dijo ella, y le dio un abrazo que el muchacho no creía merecer.

—¿Tienes un poco de coñac, Molly? —preguntó Hagrid, algo tembloroso—. Es para fines medicinales…

La señora Weasley habría podido hacerlo aparecer mediante magia, pero cuando se apresuró hacia la torcida casa, Harry comprendió que no quería que le vieran la cara. Entonces miró a Ginny, y ella respondió de inmediato a las preguntas que el muchacho no había formulado.

—Ron y Tonks deberían haber sido los primeros en regresar, pero se les escapó el traslador, que llegó sin ellos —dijo señalando una lata de aceite oxidada que había en el suelo—. Y ése —añadió mostrando una vieja zapatilla de lona— era el traslador de mi padre y Fred, que deberían haber sido los siguientes. Hagrid y tú erais los terceros, y… —Consultó su reloj—. Si lo han conseguido, George y Lupin deberían llegar dentro de un minuto.

La señora Weasley regresó con una botella de coñac y se la dio a Hagrid. El guardabosques la destapó y bebió un largo sorbo.

—¡Mira, mamá! —gritó Ginny señalando a cierta distancia.

En la oscuridad había surgido una luz azulada que fue agrandándose y volviéndose más intensa, y entonces aparecieron Lupin y George, girando sobre sí mismos hasta caer al suelo. Harry comprendió enseguida que algo iba mal, porque Lupin sujetaba a George, que estaba inconsciente y tenía la cara cubierta de sangre.

Corrió hacia ellos y le cogió las piernas a George. Entre Lupin y él lo llevaron a la casa, pasaron por la cocina y fueron al salón. Una vez allí, lo tumbaron en el sofá. Cuando la luz de la lámpara le iluminó la cabeza, Ginny sofocó un grito y Harry notó un vuelco en el estómago: a George le faltaba una oreja. Tenía un lado de la cabeza y el cuello empapados de sangre, de un rojo asombrosamente intenso.

Tan pronto la señora Weasley se inclinó sobre su hijo, Lupin agarró con brusquedad a Harry por el brazo y lo arrastró hasta la cocina, donde Hagrid todavía estaba intentando hacer pasar su enorme cuerpo por la puerta trasera.

—¡Eh! —chilló Hagrid, indignado—. ¡Suéltalo! ¡Suelta a Harry!

Lupin no le hizo caso.

—¿Qué criatura había en el rincón de mi despacho en Hogwarts la primera vez que Harry Potter vino a verme? —preguntó al muchacho zarandeándolo ligeramente—. ¡Contesta!

—Un…
grindylow
dentro de un depósito de agua, ¿no?

Lupin soltó a Harry y se apoyó contra un armario de la cocina.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Hagrid.

—Lo siento, Harry, pero tenía que asegurarme —se disculpó Lupin—. Nos han traicionado. Voldemort sabía que íbamos a trasladarte esta noche, y las únicas personas capaces de decírselo estaban directamente implicadas en el plan. Podrías haber sido un impostor.

—¿Y a mí por qué no me preguntas nada? —protestó Hagrid jadeando, aún sin conseguir pasar por la puerta.

—Tú eres un semigigante. La poción
multijugos
sólo la usan los humanos.

—Ningún miembro de la Orden puede haberle revelado a Voldemort que ibais a trasladarme esta noche —dijo Harry. Esa idea le parecía espantosa; no concebía que ninguno de ellos lo hubiera hecho—. Voldemort no me ha alcanzado hasta el final, y eso significa que no sabía a quién tenía que perseguir. Si hubiera estado al corriente del plan, habría sabido desde el principio que yo era quien iba con Hagrid.

—¿Que Voldemort te ha alcanzado? —saltó Lupin—. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo has logrado escapar?

Harry le explicó brevemente que los
mortífagos
se habían percatado de que él era el Harry auténtico; entonces dejaron de ir tras ellos y debieron de avisar a Voldemort, que apareció cuando Hagrid y él estaban a punto de llegar al refugio de la casa de los Tonks.

—¿Dices que te reconocieron? Pero ¿cómo? ¿Qué has hecho?

—Yo… —Harry intentó recordar, pero todo el trayecto le resultaba un barullo de pánico y confusión—. Vi a Stan Shunpike… ya sabes, el revisor del autobús noctámbulo. Traté de desarmarlo en lugar de… porque no sabe lo que hace, seguro. Debe de estar bajo la maldición
imperius
.

—¡Harry! —exclamó Lupin, mirándolo horrorizado—. ¡Los encantamientos de desarme han pasado a la historia! ¡Esa gente intentaba capturarte y matarte! ¡Si no estás preparado para matar, al menos atúrdelos!

—¡Estábamos a mucha altura del suelo! ¡Stan no sabe lo que hace, y si lo hubiera aturdido y se hubiera caído, el resultado habría sido el mismo que el de una maldición asesina! El encantamiento de desarme me salvó de Voldemort hace dos años —añadió desafiante. Lupin le recordaba a Zacharias Smith, el desdeñoso alumno de Hufflepuff que se había burlado de él porque pretendía enseñar a los miembros del Ejército de Dumbledore a hacer encantamientos de desarme.

—Sí, Harry —repuso Lupin haciendo un esfuerzo por contenerse—, y muchos
mortífagos
te vieron hacerlo. Perdona que te lo diga, pero fue una acción muy inusual en aquellas circunstancias, bajo una amenaza inminente de muerte. Y repetirla esta noche delante de unos
mortífagos
que presenciaron la primera ocasión, o han oído hablar de ella, ha sido casi suicida.

—Entonces, ¿crees que debería haber matado a Stan Shunpike?

—¡Por supuesto que no! Pero para los
mortífagos
… bueno, para la mayoría de la gente, francamente… ¡lo lógico habría sido que contraatacaras! El
Expelliarmus
es un hechizo muy útil, Harry, pero por lo visto los
mortífagos
piensan que es tu distintivo, y te ruego que no permitas que se convierta en eso.

Lupin estaba logrando que Harry se sintiera idiota, pero el muchacho mantuvo una actitud desafiante.

—No pienso ir por ahí matando a todo el que se interponga en mi camino —declaró—. Así es como actúa Voldemort.

Lo que replicó entonces Lupin no llegó a oírse porque Hagrid, que finalmente había conseguido pasar por la puerta, fue tambaleándose hasta una silla y, al sentarse, ésta se rompió bajo su peso. Haciendo caso omiso de las palabrotas y las disculpas del guardabosques, Harry se dirigió de nuevo a Lupin:

—¿Qué le ha pasado a George? ¿Se pondrá bien?

Esa pregunta hizo que toda la frustración que Harry le había hecho sentir a Lupin se esfumara de golpe.

—Creo que sí, aunque no podrá recuperar la oreja, porque se la han arrancado con una maldición.

Se oyó un correteo fuera de la casa. Lupin se lanzó hacia la puerta trasera y Harry, saltando por encima de las piernas de Hagrid, echó a correr hacia el patio.

Habían aparecido dos figuras. Al acercarse, Harry se percató de que se trataba de Hermione, que estaba recuperando su aspecto normal, y Kingsley; ambos asían una torcida percha para la ropa. Hermione se lanzó a los brazos de Harry, pero Kingsley no pareció alegrarse mucho de verlos. Por encima del hombro de Hermione, Harry vio cómo levantaba su varita y apuntaba al pecho de Lupin.

Other books

Redheads are Soulless by Heather M. White
Mission of Honor-ARC by David Weber
Absent Friends by S. J. Rozan
Lethal Outbreak by Malcolm Rose
The Inn at Laurel Creek by Carolyn Ridder Aspenson
Mud City by Deborah Ellis
Under the Italian's Command by Susan Stephens