Harry Potter. La colección completa (427 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Entretanto, Harry entraba en el vestíbulo del número 12. Había estado a punto de perder el equilibrio al aparecerse en el escalón de la puerta de la calle, y temió que los
mortífagos
le hubieran visto un codo que se le había salido un instante de la capa invisible. Cerró la puerta con cuidado y se quitó la capa; se la colgó del brazo y cruzó el tétrico vestíbulo hacia la puerta que conducía al sótano; en la mano llevaba un ejemplar robado de
El Profeta
.

Lo recibió el habitual susurro: «¿Severus Snape?» Acto seguido, lo envolvió la ráfaga de aire frío y la lengua se le enrolló.

—Yo no te maté —dijo Harry en cuanto la lengua se le hubo desenrollado, y contuvo la respiración mientras explotaba la figura de polvo. Se dispuso a bajar la escalera que conducía a la cocina y, cuando la señora Black ya no podía oírlo y se hubo librado de la nube de polvo, gritó—: ¡Tengo noticias, y no os gustarán!

La cocina estaba casi irreconocible, pues todo relucía de limpio: habían sacado brillo a los cacharros de cobre, que destellaban como si fueran nuevos; la mesa de madera resplandecía, y las copas y los vasos que había en la mesa preparada para la cena reflejaban el alegre y chispeante fuego de la chimenea, sobre el que hervía un caldero. Sin embargo, nada en la estancia había cambiado tanto como el elfo doméstico que, envuelto en una toalla inmaculadamente blanca, con el pelo de las orejas tan limpio y esponjoso como el algodón y el guardapelo de Regulus rebotándole sobre el delgado pecho, se acercó corriendo a Harry.

—Quítese los zapatos, por favor, amo Harry, y lávese las manos antes de cenar —pidió Kreacher con su ronca voz; le cogió la capa invisible y se puso de puntillas para colgarla de un gancho en la pared, junto a unas túnicas viejas recién lavadas.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Ron con aprensión. Hermione y él estaban examinando un montón de notas garabateadas y mapas trazados a mano, esparcidos por un extremo de la larga mesa de la cocina, pero levantaron la cabeza cuando Harry se acercó y puso el periódico encima de los trozos de pergamino.

Una gran fotografía de un hombre de nariz ganchuda y pelo negro los miró con fijeza, bajo un titular que rezaba:

SEVERUS SNAPE, NUEVO DIRECTOR DE HOGWARTS

—¡Nooo! —exclamaron Ron y Hermione.

Hermione fue la más rápida: agarró el periódico y empezó a leer en voz alta:

—«Severus Snape, hasta ahora profesor de Pociones del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, ha sido nombrado hoy director. Su nombramiento es el más importante de una serie de cambios en la plantilla del antiguo colegio. Tras la dimisión de la anterior profesora de Estudios
Muggles
, Alecto Carrow asumirá su cargo, mientras que su hermano Amycus ocupará el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. "Agradezco esta oportunidad para conservar nuestras mejores tradiciones y nuestros valores mágicos"»… ¡Ya, como cometer asesinatos y cortarle las orejas a la gente! ¡Snape director! ¡Snape en el despacho de Dumbledore! ¡Por las calzas de Merlín! —chilló Hermione, y los dos chicos se sobresaltaron. Ella se levantó de la silla y salió en tromba de la estancia, gritando—: ¡Vuelvo enseguida!

—¿Por las calzas de Merlín? —repitió Ron, divertido—. Debe de estar muy enfadada. —Cogió el periódico y, tras leer detenidamente el artículo sobre Snape, comentó—: Los otros profesores no lo permitirán; McGonagall, Flitwick y Sprout saben la verdad, saben cómo murió Dumbledore. No aceptarán a Snape como director. Oye, ¿y quiénes son esos Carrow?


Mortífagos
. Dentro hay fotografías suyas. Se hallaban en la torre cuando Snape mató a Dumbledore; están todos compinchados. Y no creo que los demás profesores puedan hacer otra cosa que quedarse en Hogwarts —añadió Harry con amargura, acercando una silla a la mesa—. Si el ministerio y Voldemort apoyan a Snape, tendrán que elegir entre quedarse y enseñar o pasar unos años en Azkaban, y eso si tienen suerte. Supongo que se quedarán e intentarán proteger a los alumnos.

Kreacher se acercó muy animado a la mesa con una gran sopera y, silbando entre dientes, sirvió el potaje con el cucharón en unos impolutos cuencos.

—Gracias, Kreacher —dijo Harry, y volvió
El Profeta
para no verle la cara a Snape—. Bueno, al menos ahora ya sabemos con toda certeza en qué bando está.

Empezó a tomar la sopa. Las habilidades culinarias de Kreacher habían mejorado notablemente desde que le habían regalado el guardapelo de Regulus; la sopa de cebolla de esa noche, por ejemplo, era la mejor que Harry había probado jamás.

—Todavía hay muchos
mortífagos
vigilando la plaza —le dijo a Ron mientras comía—, más de lo habitual. Parecen estar esperando vernos salir cargados con los baúles del colegio y dirigirnos hacia el expreso de Hogwarts.

—Llevo todo el día pensando en eso —comentó Ron y consultó su reloj—. El tren salió hace casi seis horas. Qué raro no estar en él, ¿verdad?

Harry visualizó la locomotora de vapor roja, como la vio el día que Ron y él la perseguían por el aire, reluciendo entre campos y colinas, semejante a una ondulada oruga escarlata. Estaba seguro de que Ginny, Neville y Luna estarían sentados en el mismo compartimento en ese preciso instante, preguntándose quizá dónde se habían metido sus tres amigos, o debatiendo la mejor manera de minar el nuevo régimen de Snape.

—Casi me han visto cuando llegué —explicó Harry—. No caí bien en el escalón y se me resbaló un poco la capa.

—A mí siempre me pasa. ¡Ah, mira, ya está aquí! —exclamó Ron cuando Hermione reapareció en la cocina—. ¿Se puede saber, en nombre de los calzones más andrajosos de Merlín, qué te ha pasado?

—Me he acordado de esto —dijo ella con la respiración agitada.

Traía un gran lienzo enmarcado que apoyó en el suelo. Cogió su bolsito bordado con cuentas del aparador de la cocina, lo abrió y, aunque era imposible que el cuadro cupiera, se dispuso a meterlo dentro. Unos segundos más tarde había desaparecido en las profundidades del diminuto bolso, como tantas otras cosas.

—Phineas Nigellus —explicó, y dejó el bolso encima de la mesa con el habitual estrépito.

—¿Cómo dices? —se asombró Ron.

Pero Harry lo había entendido: la imagen pintada de Phineas Nigellus Black era capaz de trasladarse desde el retrato de Grimmauld Place hasta el que colgaba en el despacho del director de Hogwarts, en la estancia circular de la parte superior de la torre donde, sin duda, Snape estaría sentado en ese mismo momento, triunfante y satisfecho de poseer la colección de delicados y plateados instrumentos mágicos de Dumbledore, el
pensadero
de piedra, el Sombrero Seleccionador y, a menos que la hubieran llevado a otro sitio, la espada de Griffyndor.

—Snape podría enviar a Phineas Nigellus a espiar aquí —explicó Hermione mientras se sentaba—. Pero que lo intente ahora, porque lo único que verá Phineas Nigellus será el interior de mi bolso.

—¡Bien pensado! —soltó Ron, impresionado.

—Gracias —repuso Hermione con una sonrisa, y se acercó su cuenco de sopa—. Bueno, Harry, ¿qué novedades hay hoy?

—Ninguna. He pasado siete horas vigilando la entrada del ministerio. Ni rastro de ella. Pero he visto a tu padre, Ron. Me ha parecido que estaba bien.

Ron asintió agradeciendo esa noticia. Habían acordado que era demasiado peligroso intentar comunicarse con el señor Weasley cuando éste entrara o saliera del ministerio, porque siempre iba rodeado por otros empleados. Sin embargo, era tranquilizador verlo, aunque fuera brevemente y a pesar de que tuviera aspecto de cansancio y nerviosismo.

—Mi padre siempre nos decía que la mayoría de los empleados del ministerio utilizan la Red Flu para ir al trabajo —comentó Ron—. Por eso no hemos visto a Umbridge; seguro que nunca va a pie, se cree demasiado importante.

—¿Y qué me dices de esa bruja estrambótica y del mago bajito de la túnica azul marino? —preguntó Hermione.

—Ah, sí, el tipo de Mantenimiento Mágico —dijo Ron.

—¿Cómo sabes que trabaja en ese departamento? —inquirió la chica con una cucharada de sopa suspendida ante la boca.

—Porque mi padre decía que los empleados de Mantenimiento Mágico llevan túnicas azul marino.

—¡Nunca lo habías comentado!

Hermione dejó la cuchara en el plato y acercó el montón de notas y mapas que estaban examinando antes de la llegada de Harry.

—¡Aquí no pone nada de túnicas azul marino! —protestó mientras revisaba febrilmente las hojas.

—Bueno, ¿qué importancia tiene eso?

—¡Claro que importa, Ron! ¡Si queremos entrar en el ministerio sin que nos descubran, mientras ellos están en máxima alerta respecto a cualquier intruso, importa hasta el detalle más insignificante! Llevamos días dándole vueltas al asunto, pero ¿de qué van a servir todos estos viajes de reconocimiento si tú no te molestas en contarnos que…?

—Caray, Hermione, por una cosa que se me olvida…

—¿No te das cuenta de que seguramente no podríamos estar en ningún otro lugar más peligroso que en el Ministerio de…?

—Creo que deberíamos hacerlo mañana —la interrumpió Harry.

Hermione se detuvo en seco con la boca abierta, y Ron se atragantó un poco con la sopa.

—¿Mañana? —repitió Hermione—. No lo dirás en serio, ¿verdad, Harry?

—Sí, lo digo en serio. No creo que vayamos a estar mejor preparados de lo que estamos ahora, aunque nos pasemos otro mes entero vigilando la entrada del ministerio. Cuanto más lo retrasemos, más lejos podría estar ese guardapelo. Ya hay muchas probabilidades de que Umbridge se haya deshecho de él, porque no se abre.

—A menos —intervino Ron— que haya encontrado la manera de abrirlo y que ahora esté poseída.

—A ella no se le notaría mucho, porque siempre ha sido rematadamente mala —repuso Harry y, dirigiéndose a Hermione, que estaba muy concentrada mordiéndose los labios, continuó—: Ya sabemos lo más importante, es decir, que no se puede entrar ni salir del ministerio mediante Aparición, y que sólo a quienes ocupan un cargo de responsabilidad se les permite conectar sus hogares a la Red Flu, porque Ron oyó a esos dos inefables quejarse de ello. Y también sabemos, más o menos, dónde está el despacho de Umbridge, por lo que tú oíste que ese tipo barbudo le comentaba a su amigo…

—«Voy a la primera planta; Dolores quiere verme» —recitó Hermione.

—Exacto. E igualmente sabemos que se entra utilizando esas extrañas monedas, o fichas o lo que sean, porque yo sorprendí a esa bruja pidiéndole prestada una a su amiga…

—¡Pero nosotros no tenemos ninguna!

—Si el plan funciona, las tendremos —declaró Harry con serenidad.

—No sé, Harry, no sé si… Hay muchas cosas que podrían salir mal, dependen tanto del azar…

—Eso no cambiará aunque pasemos otros tres meses preparándonos. Ha llegado el momento de entrar en acción.

Harry comprendió, por la expresión de sus amigos, que estaban asustados. Él tampoco las tenía todas consigo, pero estaba seguro de que había llegado la hora de poner en práctica su plan.

Habían pasado las cuatro semanas anteriores turnándose para ponerse la capa invisible y espiar la entrada principal del ministerio, que Ron, gracias a su padre, conocía desde su infancia. Del mismo modo habían seguido a varios empleados del ministerio, escuchado sus conversaciones y descubierto, mediante una atenta observación, quiénes solían aparecer solos a la misma hora todos los días. De vez en cuando birlaban un ejemplar de
El Profeta
de algún maletín, y, poco a poco, trazaron los mapas y tomaron las notas que ahora se amontonaban delante de Hermione.

—Está bien —dijo Ron con cautela—, supongamos que lo hacemos mañana… Creo que deberíamos ir Harry y yo.

—¡Va, no vuelvas a empezar! —le espetó Hermione suspirando—. Creía que eso ya había quedado claro.

—Una cosa es merodear por las entradas protegidos por la capa invisible, pero esto es diferente, Hermione. —Ron hincó un dedo en un ejemplar de
El Profeta
de diez días atrás—. ¡Tú estás en la lista de hijos de
muggles
que no se han presentado voluntarios para ser interrogados!

—¡Y tú se supone que estás muriendo de
spattergroit
en La Madriguera! Si hay alguien que no debería ir, ése es Harry, por cuya cabeza están dispuestos a pagar diez mil galeones…

—Vale, yo me quedo aquí. Ya me avisaréis si conseguís derrotar a Voldemort, ¿eh?

Mientras Ron y Hermione reían, Harry sintió una fuerte punzada en la cicatriz. Se llevó una mano a la frente, pero, al ver que Hermione lo miraba con desconfianza, intentó disimular el movimiento apartándose un mechón de cabello.

—Bueno, si vamos los tres, tendremos que desaparecernos por separado —decía Ron—. Ya no cabemos todos debajo de la capa invisible.

A Harry cada vez le dolía más la cicatriz. Se levantó y Kreacher fue rápidamente hacia él.

—El amo no se ha terminado la sopa. ¿Prefiere el sabroso estofado, o la tarta de melaza que al amo tanto le gusta?

—No, Kreacher, gracias. Vuelvo enseguida. Voy… al lavabo.

Harry, consciente de que Hermione no le quitaba ojo, subió a toda prisa la escalera que llevaba al vestíbulo, y de ahí al primer piso. Cuando por fin logró encerrarse en el cuarto de baño, se desplomó gimiendo de dolor sobre el lavamanos negro, de grifos en forma de serpiente con la boca abierta, y cerró los ojos…

Avanzaba como deslizándose por una calle en penumbra, donde los altos tejados de los edificios que la flanqueaban eran de madera a dos aguas; parecían casitas de chocolate.

Se acercó a una de ellas, y entonces su blanca mano de largos dedos resaltó contra la oscura puerta. Llamó. Sentía una emoción cada vez mayor…

Se abrió la puerta y apareció una mujer risueña, pero, al ver la cara de Harry, se puso seria y su expresión jovial se trocó en una mueca de terror…

—¿Está Gregorovitch? —preguntó una voz fría y aguda.

La mujer negó con la cabeza e intentó cerrar la puerta. Una blanca mano se interpuso, impidiéndole cerrarla…

—Quiero ver a Gregorovitch.


Er wohnt hier nicht mehr!
—gritó ella sacudiendo la cabeza—. ¡Él no vivir aquí! ¡No vivir aquí! ¡Yo no conocer!

La mujer desistió de cerrar la puerta y retrocedió por el oscuro vestíbulo. Harry la siguió, siempre deslizándose, y su mano de largos dedos sacó la varita mágica.

—¿Dónde está?

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