Harry Potter. La colección completa (444 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Le dio un vuelco el corazón. Se dejó caer de rodillas en la orilla e inclinó la varita para que su luz llegara hasta el fondo. Vio un destello rojo intenso, una… espada con relumbrantes rubíes en la empuñadura. La espada de Gryffindor yacía en el fondo del agua.

Casi sin respirar, el muchacho se quedó mirándola fijamente. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía haber acabado en el fondo de la charca de un bosque, tan cerca del sitio donde ellos habían acampado? ¿Habría sido atraída Hermione hasta allí por una magia desconocida, o la cierva —sin duda un
patronus
— sería una especie de guardiana de aquel lugar? ¿Habría depositado alguien la espada en la charca después de que llegaran ellos, precisamente porque estaban allí? En ese caso, ¿dónde estaba aquel que quería darle la espada a Harry? Dirigió una vez más la varita hacia los árboles y arbustos de los alrededores, en busca de una silueta humana, del destello de un ojo, en vano. Aun así, el temor aligeró un poco su euforia cuando volvió a fijarse en el arma que reposaba en el fondo del agua helada.

La apuntó con la varita y murmuró: «¡Accio espada!»

Pero la espada no se movió, aunque Harry tampoco confiaba en que lo hiciera. Si hubieran querido que fuera así de fácil, no la habría encontrado bajo el agua, sino en el suelo, y la habría cogido sin más. Se puso a andar alrededor del círculo de hielo, tratando de recordar cada detalle de la última vez que la espada se le había entregado. Entonces él estaba amenazado por un gran peligro, y había pedido ayuda.

—Ayúdame —murmuró, pero el arma siguió donde estaba, indiferente e inmóvil.

Echó de nuevo a andar y recordó lo que le había dicho Dumbledore la última vez que recuperó la espada: «Sólo un verdadero miembro de Gryffindor podría haber sacado esto del sombrero, Harry.» ¿Y cuáles eran las cualidades que definían a un miembro de Gryffindor? Una vocecilla interior le contestó:«… lo que distingue a un miembro de Gryffindor es su osadía, su temple y su caballerosidad».

Se detuvo y dio un largo suspiro; el vaho de su aliento se dispersó rápidamente en contacto con la fría atmósfera. Ahora sabía qué tenía que hacer, e incluso también lo que iba a pasar, todo desde el momento en que había atisbado la espada a través del hielo.

Volvió a echar un vistazo a los árboles de los alrededores, pero sabía que nadie lo atacaría. Si hubiera allí algún enemigo, ya habría tenido ocasión de hacerlo mientras él caminaba solo por el bosque o examinaba la charca. Después de haber llegado a esta conclusión, si se demoraba se debía únicamente a que dar el siguiente paso era muy desalentador.

Con dedos temblorosos, fue quitándose las diversas capas de ropa que llevaba puestas. Se preguntó, casi con arrepentimiento, qué tendría que ver la «caballerosidad» con todo aquello, a menos que se considerara como tal no haber llamado a Hermione para que realizara lo que estaba a punto de hacer él.

Mientras se desnudaba, una lechuza ululó en la distancia, y sintió una punzada de dolor al acordarse de
Hedwig
Temblaba de frío y los dientes le castañeteaban de una forma espantosa, pero siguió desvistiéndose hasta quedar en calzoncillos, descalzo sobre la nieve. Encima de la ropa dejó el monedero que contenía su varita, la carta de su madre, el fragmento del espejo de Sirius y la vieja
snitch
, y luego apuntó hacia el agua con la varita de Hermione.


¡Diffindo!

El hielo se rajó con un sonido semejante a un balazo y resonó en el silencio; la superficie de la charca se rompió y algunos pedazos de hielo negruzco se mecieron en las ondulantes aguas. Harry calculó que no habría mucha profundidad, aunque para sacar de allí la espada tendría que sumergirse por completo. Pero pensar en la tarea que tenía por delante no la haría más fácil, ni el agua se calentaría, de modo que se acercó al borde de la charca y dejó en el suelo la varita de Hermione, todavía encendida. Entonces, intentando no imaginar que iba a sentir un frío mortal ni lo que llegaría a tiritar, se metió en el agua hasta los hombros.

Todos los poros de su cuerpo aullaron en señal de protesta y le pareció que se le congelaba hasta el aire de los pulmones. Apenas podía respirar y temblaba tanto que el agua chapoteaba contra la orilla. Intentó tocar la espada con los entumecidos pies, pues sólo quería sumergirse del todo una vez.

Aplazó el momento de la inmersión total un segundo tras otro, profiriendo gritos ahogados y estremeciéndose, pero al final se dijo que no tenía más remedio que hacerlo, se armó de valor y metió la cabeza en el agua.

El frío le propinó un latigazo de dolor lacerante como fuego, y al sumergirse tuvo la impresión de que el cerebro se le congelaba. Buscó a tientas la espada y, por fin, la asió por la empuñadura y tiró de ella.

En ese momento algo le rodeó el cuello y se lo apretó con fuerza. Creyendo que serían algas, aunque no había notado que lo rozaran al sumergirse, intentó deshacerse de ellas con la mano libre. Pero no eran algas, sino la cadena del
Horrocrux
, que se había tensado y, poco a poco, le obstruía la tráquea.

Harry pataleó con todas sus fuerzas tratando de alcanzar la superficie, pero sólo consiguió impulsarse hacia el lado rocoso de la charca. Debatiéndose y asfixiándose, asió la cadena que lo estrangulaba, aunque tenía los dedos tan helados que no lograba quitársela, y empezó a ver lucecitas. Estaba a punto de ahogarse, no había escapatoria, y los brazos que le rodeaban el pecho sólo podían ser los de la muerte.

Cuando recobró el conocimiento se hallaba boca abajo sobre la nieve, tosiendo y con arcadas, empapado y helado como nunca; cerca de él había alguien que también jadeaba, tosía y se tambaleaba. Supuso que Hermione lo había salvado una vez más, como cuando lo había atacado la serpiente. No obstante, esas toses estentóreas y esos pasos ruidosos no parecían los de su amiga…

Harry no tenía fuerzas para incorporarse y ver quién lo había salvado. Lo único que logró hacer fue acercarse una temblorosa mano al cuello y palparse la herida producida por el guardapelo. Al tocarse, comprobó que ya no llevaba la cadena; alguien la había cortado. Entonces una voz dijo entre resuellos:

—¿Estás loco o qué?

Sólo la impresión que le produjo oír aquella voz habría bastado para que se levantara. Sacudido por intensos temblores, se puso en pie y vio a Ron, completamente vestido pero calado hasta los huesos, con el pelo pegado a la cara, que sostenía la espada de Gryffindor con una mano y el
Horrocrux
colgando de la cadena rota con la otra.

—¿Por qué demonios no te has quitado esta cosa antes de meterte en el agua? —Ron, jadeante, mantenía el brazo en alto y el
Horrocrux
oscilaba en el extremo de la cadena, como si parodiara un espectáculo de hipnosis.

Harry no pudo contestar. La visión de la cierva plateada no era nada comparada con la reaparición de Ron; no podía creerlo. Estremecido de frío, cogió el montón de ropa que había dejado en la orilla y empezó a vestirse, pero no le quitó el ojo de encima a su amigo, temiendo que desapareciera cada vez que lo perdía de vista al ponerse un jersey tras otro. Sin embargo, tenía que ser real, pues acababa de meterse en la charca y le había salvado la vida.

—¿Eras t-tú? —preguntó Harry al fin, tiritando sin parar, con una voz más débil de lo normal debido a lo cerca que había estado del estrangulamiento.

—Pues sí, claro —replicó Ron, un tanto desconcertado.

—¿T-tú hiciste aparecer esa cierva?

—¿Qué? ¡No, claro que no! ¡Creí que eso era cosa tuya!

—Mi
patronus
es un ciervo.

—¡Ah, es verdad! Ya decía yo que era diferente, porque no tenía astas.

Harry volvió a colgarse el monedero de Hagrid del cuello, se puso el último jersey y recogió la varita mágica de Hermione. Luego dijo a su amigo:

—¿Qué haces aquí?

Por lo visto, Ron confiaba en que ese asunto se planteara más adelante, o no se planteara.

—Pues… ya sabes. He… vuelto. Si… —carraspeó— si todavía quieres que vaya contigo, claro.

Se quedaron callados, mientras la deserción de Ron se alzaba como un muro entre ambos. Pero allí estaba él; había regresado y acababa de salvar a Harry.

Ron miró lo que sostenía entre su propia mano y pareció sorprenderse al ver de qué se trataba.

—Bueno, la he sacado —dijo innecesariamente, y levantó la espada para que Harry la examinara—. Por eso te metiste en el agua, ¿verdad?

—Sí, sí, claro. Pero no lo entiendo. ¿Cómo has llegado hasta aquí y nos has encontrado?

—Es una larga historia. Llevaba horas buscándoos, porque este bosque es enorme. Y cuando ya creía que tendría que dormir bajo un árbol y esperar a que amaneciera, vi aparecer a esa cierva y cómo ibas tras ella.

—¿No has visto a nadie más?

—No. Yo… —Desvió la mirada hacia dos árboles que crecían muy juntos unos metros más allá—. Mira, me pareció ver que algo se movía por ahí, pero fue cuando iba a toda pastilla hacia la charca, porque te habías metido en el agua y no salías, y no iba a dar un rodeo para… Eh, ¿adónde vas?

Harry corrió hasta el sitio que Ron había señalado y, en efecto, comprobó que los dos robles estaban muy juntos, ambos troncos separados sólo por unos centímetros, a la altura de los ojos de una persona; era un lugar ideal para espiar sin ser visto. Sin embargo, en el suelo alrededor de las raíces no había nieve, y tampoco huellas. Así que volvió adonde se había quedado Ron, que seguía sujetando la espada y el
Horrocrux
.

—¿Has descubierto algo? —preguntó Ron.

—No, nada.

—¿Y cómo ha ido a parar la espada a esa charca?

—Quienquiera que hiciera aparecer ese
patronus
debió de dejarla ahí.

Observaron la ornamentada espada de plata, cuya empuñadura con rubíes incrustados brillaba un poco a la luz de la varita de Hermione.

—¿Crees que es la auténtica? —quiso saber Ron.

—Sólo hay una forma de averiguarlo, ¿no crees?

El
Horrocrux
todavía oscilaba en el extremo de la cadena y palpitaba ligeramente. Harry sabía que lo que había dentro del guardapelo volvía a estar agitado, pues había notado la presencia de la espada e intentado acabar con él para que no la cogiera. De modo que aquél no era momento de enzarzarse en discusiones, sino de destruir el
Horrocrux
de una vez por todas. Manteniendo la varita de Hermione en alto, escudriñó alrededor hasta ver lo que buscaba: una roca plana junto a un sicómoro.

—Ven —le indicó a Ron, y echó a andar.

Limpió de nieve la roca y tendió una mano para que su amigo le diera el
Horrocrux
. En cambio, cuando Ron quiso entregarle la espada, Harry negó con la cabeza.

—No, tienes que hacerlo tú.

—¿Yo? —Ron se quedó perplejo—. ¿Por qué?

—Porque tú has sacado la espada de la charca.

Pero no se lo ofrecía por amabilidad ni por generosidad, sino porque estaba convencido de que Ron tenía que blandir la espada, del mismo modo que supo que la cierva era inofensiva. Al menos Dumbledore le había enseñado algo sobre ciertas clases de magia y el incalculable poder de determinados actos.

—Mira, yo lo abro y tú le clavas la espada —propuso—. Pero rápido, ¿vale? Porque eso que hay dentro intentará defenderse. Recuerda que el trozo de Ryddle que había en el diario pretendió matarme.

—¿Cómo vas a abrirlo? —preguntó Ron, aterrado.

—Voy a pedirle que se abra, y se lo diré en
pársel
. —Esta respuesta le salió con tanta facilidad que pensó que la sabía de antemano, aunque quizá había sido necesario su reciente enfrentamiento con
Nagini
para darse cuenta de ello. Al observar la «S» en forma de serpiente, con relucientes piedras verdes incrustadas, se dijo que resultaba fácil visualizarla como una diminuta serpiente enroscada sobre la fría roca.

—¡No! —exclamó Ron—. ¡No, no lo abras! ¡En serio!

—¿Por qué no? Librémonos de una vez de este maldito objeto; hace meses que…

—No puedo, Harry. Te lo digo en serio. Hazlo tú.

—Pero ¿por qué?

—¡Porque me afecta mucho! —chilló Ron, apartándose de la roca—. ¡Es superior a mis fuerzas! No pretendo justificar mi actitud, Harry, pero a mí me afecta mucho más que a ti o a Hermione. Cuando lo llevaba colgado del cuello me hacía pensar cosas, cosas que me venían a la mente sin motivo y lograban que todo me pareciera mucho peor, no sé explicarlo. Cuando me lo quitaba, se me pasaba, pero luego tenía que volver a colgarme ese condenado chisme y… ¡No puedo, Harry!

Había retrocedido arrastrando la espada y negaba con la cabeza.

—Sí puedes —afirmó Harry—. ¡Claro que puedes! Acabas de recuperar la espada, y sé que tienes que utilizarla tú. Por favor, deshazte del guardapelo, Ron.

El hecho de oír su nombre de pila actuó como un estimulante. El chico tragó saliva y, respirando afanosamente por la larga nariz, dio unos pasos hacia la roca.

—Está bien —cedió con voz ronca—. Indícame cuándo.

—Voy a contar hasta tres —anunció Harry, y miró de nuevo el guardapelo. Entornó los ojos y se concentró en la letra «S» imaginando una serpiente, mientras el contenido de aquel objeto se movía como una cucaracha atrapada. Habría sido fácil compadecerse de aquella… cosa, de no ser porque a Harry todavía le escocía el corte que le había hecho en el cuello—. Uno… dos… tres…
¡Ábrete!

La última palabra, en lengua
pársel
, fue una mezcla de silbido y gruñido, y las portezuelas doradas del guardapelo se abrieron con un débil chasquido.

Tras cada una de las dos ventanitas de cristal que había dentro parpadeaba un ojo vivo, oscuro y hermoso como los de Tom Ryddle antes de que él los volviera rojos y con pupilas como rendijas.

—¡Clávala! —exigió Harry sujetando el guardapelo sobre la roca.

Con manos temblorosas, Ron levantó la espada y su punta pendió sobre aquellos ojos que giraban frenéticos, mientras Harry sostenía con firmeza el guardapelo, preparado para lo que pudiera pasar e imaginando cómo brotaba ya la sangre de las pequeñas ventanas vacías.

Entonces una voz silbó desde fuera del
Horrocrux
.


He visto tu corazón y me pertenece.

—¡No le hagas caso! —exclamó Harry con dureza—. ¡Clávasela!


He visto tus sueños y tus miedos, Ronald Weasley. Todo cuanto deseas es posible, pero también todo lo que temes es posible…

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